miércoles, 25 de julio de 2018
CONVIVENCIA: CAPITULO 33
Paula intentó dejar de pensar en ello. Sin embargo, Julieta había conjurado imágenes que no resultaba fácil borrar: Pedro, los niños, ella… una familia feliz… Los niños vivirían felices y ella… ¡Ella estaría con Pedro! Recordó a Pedro jugando a las cartas, abrazándola, acariciándole los labios…
Paula tragó saliva, pero no pudo evitar seguir evocando aquellas imágenes ni las sensaciones de placer que le bailaban dentro del corazón, despertándole sus deseos más íntimos y eróticos…
¡Aquello era ridículo! Miró a su alrededor buscando algo que hacer para entretenerse, pero Julieta lo había dejado todo en perfecto estado de revista.
—Venga niños —dijo ella—. Vamos a damos un baño antes de cenar.
El baño resultó muy refrescante. Sin embargo, el mensaje que Pedro había dejado en el contestador, diciendo que iba a cenar fuera, cambió la perspectiva. Cena, baile, abrazo íntimo en la habitación de un hotel… Bien. Así pudo concentrarse en la cena de los niños, en darles su baño y en meterlos en la cama.
Entonces, se sentó en el salón, para leer una novela, pero no pudo concentrarse.
Trató de convencerse de que no le estaba esperando, pero se quedó allí hasta pasada la medianoche. Él llegó muy cansado y se sentó en un sillón. Se veía que estaba agotado.
—¿Has tenido un buen día? —preguntó ella, observándolo.
—Duro. He tenido una conferencia de dos horas. Lawson se ha vuelto loco por obtener beneficios.
—¿No me dirás que quiere expandirse también al Oriente Medio?
—Efectivamente.
—Es algo que cada vez más empresas están haciendo.
—Yo no estoy en contra de la expansión, pero creo que se debe trasladar parte de una empresa, no toda entera. Deberíamos preocupamos tanto de incrementar el nivel de vida en zonas deprimidas como el nuestro propio. Buenos trabajos, buenos sueldos, beneficiar a las empresas y a los empleados.
—Tu innata compasión parece mezclarse muy bien con tu inteligencia para los negocios.
—¿Cómo?
—En otras palabras, estás diciendo que el mejor modo de asegurarse beneficios es invertir en las personas.
—Bueno, yo no lo he dicho de un modo tan sencillo, pero supongo que tienes razón. En cualquier caso, lo que yo diga no importa. Me he quedado ronco y no he conseguido nada. Entonces, me llamó Catalina y tuve que ir a cenar con… ¿Cómo están los niños?
—Bien —respondió ella, disimulando su dolor por saber que había estado con Catalina.
—Ella quería que conociera a una mujer que quiere adoptar a los niños.
—¿Cómo?
—Le dije que era inútil. Y así fue. Parecía ser una persona muy cariñosa y estable, pero no pienso dejar que esos niños se vayan con una persona soltera, sea hombre o mujer.
—¿Por qué no?
—¡Porque no! Ya viste el lío en el que se vieron cuando intenté coordinarlos con mi trabajo. Se necesitan dos adultos para tener una familia, un hogar… al menos el que Kathy quería para ellos. Kathy confiaba en mí y tengo que hacer lo que ella quería. Y también por mi madre.
—Los niños sienten mucho apego por ti, Pedro.
—Lo sé, pero no podría conseguirlo solo.
—Pero si estás planeando casarte…
—Catalina dice que no saldría bien. Que no es justo pedirle a ninguna mujer que cargue con dos niños que ni siquiera son míos. Y supongo… supongo que tiene razón.
—Y tiene razón —replicó ella, tan tranquila como pudo. Cualquier cosa sería mejor para ellos que verse bajo la tutela de aquel iceberg.
—Entiendo… —dijo él—. Y también tiene razón en otra cosa. Estoy andándome por las ramas y no es justo para los niños. Catalina dice que le saco faltas a todas las parejas que me presentan y… supongo que también tiene razón en eso. ¿Cómo se sabe? ¿Cómo se puede decir por una cuenta bancaria o la casa que tienen o lo que dicen? ¿Cómo sé si Sol será feliz o si Octavio se sentirá a salvo? No sé lo que hacer.
Pedro se reclinó y cerró los ojos. Paula se dio cuenta de lo mucho que quería a los niños y se sintió muy mal. Estaba intentando agradar a la mujer que amaba y tomar la decisión correcta con los niños. Llevaba demasiado peso sobre los hombros. Por eso, se levantó y empezó a darle un ligero masaje sobre el cuello y los hombros.
—¡Qué bien! —susurró él, desabrochándose la camisa.
—Pues puede ser mejor. Espera —replicó ella. Entonces, fue a sacar dos sábanas de la secadora y a por su crema de manos—. Quítate la ropa —añadió, cuando regresó.
—¿Cómo?
—¡Por el amor de Dios! No voy a acosarte pero, si quieres un buen masaje, es mejor que te desnudes. Te prometo que no miraré —dijo ella, extendiendo una de las dos sábanas en el suelo.
Cuando él estuvo tumbado, tapado por la otra sábana, Paula la retiró un poco y empezó a aplicarle el masaje.
—No es tan adecuado como en una mesa, pero es casi igual.
—Nada puede ser mejor que esto —susurró él, emitiendo gemidos de satisfacción—. Otra virtud que no aparece en tu currículum, señorita Sabelotodo.
—Tampoco estaba incluido en nuestro acuerdo —replicó ella, riendo—. Es algo extra y se paga doble, señor Alfonso…
—Maldito sea ese acuerdo… Puede dejarme en la bancarrota si no… ¡Ay! Sí, justo ahí…
—Se me da bien, ¿eh? Merece la pena el dinero extra.
—Oye, espera un minuto, siempre te sales con la tuya, con los dedos y con la palabra, pero… ¿cómo sé que estás cualificada para esto?
—Es fácil. Tendrás mi certificado de la Cruz Roja, más dos años de servicio en la Residencia de Ancianos Farmer.
—Estás de broma.
—De acuerdo, solo fue trabajo voluntario, pero eso también cuenta, ¿no?
—¿Que hiciste trabajo voluntario? ¿Por qué?
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Es que tiene algo de malo?
—No, pero no es muy frecuente… Una mujer joven… Supongo que estabas muy ocupada con el trabajo y las citas.
—Sí —respondió ella, recordando la satisfacción de haber podido hacer algo por muchos ancianos.
—Muy interesante —dijo él—. De voluntaria en una residencia de ancianos.
—¡Por el amor de Dios! Solo era una actividad más.
Durante un rato, estuvieron en silencio. Pedro se veía muy relajado, pero Paula era un manojo de nervios. La intimidad que le producía el hecho de que sus dedos estuvieran acariciándole el cuerpo, los fuertes músculos de las piernas…
De repente, él se dio la vuelta y la tomó entre sus brazos, estrechándola con fuerza.
—¡Dios mío! Para, para. No puedo soportarlo.
Paula no se podía mover ni controlar las embriagadoras sensaciones que se abrían paso dentro de ella. No pudo evitar que sus labios encontraran los de él, dejándole que los poseyera en un apasionado beso.
Entonces, Pedro deslizó la mano por debajo de la blusa de ella y le alcanzó un pecho, acariciándole suavemente uno de los pezones.
Ella gimió, deseando poder rendirse a la erótica sensación que se había apoderado de ella.
—Te deseo —susurró él.
—Sí, sí…
—No quería… intenté contenerme, pero… solo Dios sabe que no puedo controlar lo que me haces.
En aquel momento, Paula recordó claramente las palabras de Julieta. «Yo me lo quedaría». ¿Era eso lo que ella había intentado hacer? ¿Había sido el masaje una excusa? Acicateada por su propio deseo, había intentado seducirle a él.
¡No! Ella no era una de esas mujeres que hacen cualquier cosa para conseguir a un hombre.
Furiosa consigo misma, se apartó de él.
—¿Paula?
—Estás a salvo conmigo. Prometí que no te molestaría —dijo ella, con una sonrisa forzada.
Entonces, salió corriendo.
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