martes, 24 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 32





—Y dice que no ha hecho nada! —Exclamó Paula, hablando con Julieta al día siguiente mientras los niños veían la televisión—. Cree que no ha hecho nada por ellos. ¿Te lo puedes creer?


—Supongo que cree que ya debería haberles encontrado una familia adoptiva.


—Eso lleva mucho tiempo. ¡Piensa en lo que ha hecho él! Es soltero, siempre viajando, sin hogar propio, ocupándose solo de su trabajo… Entonces, de repente, recibe una llamada y se encuentra con la responsabilidad de dos niños pequeños a los que casi no conoce. ¡Menuda sorpresa!


—Sí, supongo que eso le sorprendería bastante, siendo soltero.


—Y, ¿te imaginas cómo se habrán sentido esos niños, viendo que su madre falta de repente y se encuentran solos y asustados?


—Pobrecillos.


—Y Pedro… Es un hombre tan cariñoso y compasivo… —añadió Paula, sintiendo que el corazón se le llenaba de ternura.—… entendió perfectamente lo que yo sentí cuando se perdió mi abuelo. Por eso me abrazó y me dejó llorar.


—Sí, ya me lo dijiste —replicó Julieta, mirándola con curiosidad.


—Y también sabía lo que sentían Sol y Octavio. Por eso les ha dado tanto cariño.


—Sí.


—Dios sabe que no sabía qué otra cosa podía hacer. Tal vez se haya equivocado, pero realmente quiere a esos niños. Me dijo que me quitara el uniforme. Él no quería que nos inspeccionaran. Tenía que ser al revés. Iba a ser él quien inspeccionara a las familias.


—¿De verdad?


—Supongo que eso es lo que está haciendo. Desde entonces, no ha venido ninguna pareja ni nadie de la agencia. Tal vez no supiera cómo hacerlo, pero ha conseguido que esos niños se sientan no solo queridos sino también seguros.


—Parece que el señor Alfonso ha ganado enteros en tu estima.


—No lo entendía. Creía que… Bueno, no importa. Debería haberme fijado en los niños. Ellos lo adoraron desde el principio. Deberías ver cómo Octavio se agarra a él.


—Tal vez sea eso lo que le preocupa.


—¿Qué es lo que quieres decir?


—Tal vez piense que se están apegando demasiado a él. Él no tiene un hogar permanente que ofrecerles y este lo es solo porque tú lo has conseguido. Ya sabes el jaleo que era antes de que tú vinieras.


—Sí, y yo solo lo hice por mi propio beneficio.


—Eso no es cierto. Me dijiste tú misma que sentías pena por esos pobres niños.


—¡Y yo le echaba la culpa a él! —exclamó Paula, sonrojándose—. Pensaba que era un padre horrible y era todo lo contrario. Julieta, debe de ser el hombre más cariñoso, amable y generoso que exista. Nunca pierde los nervios y es… muy divertido.


—¿De verdad?


—Yo creo que quiere tanto a esos niños como ellos lo quieren a él. Sería el padre perfecto para ellos.


—¿Tú crees?


—Bueno, no. No si se va a casar con Catalina Lawson.


—¿Quien es ella?


—Es la hija de su jefe y el mayor bloque de hielo que he conocido. Solo piensa en Sol y Octavio para librarse de ellos. Según ella misma me dijo, así Pedro y ella podrían seguir con sus vidas.


—Tienes razón. Están mejor sin ella —dijo Julieta, yendo al cuarto de la colada—. Voy a ver si esa ropa está seca.


—He estado pensando —comentó Paula, siguiéndola. Luego, sacó una toalla de la secadora y la sacudió.


—¿Pensando?


—Bueno… Yo podría adoptar a esos niños.


—¿Tú?


—Se permite a los solteros que adopten. La señorita Clayton trajo a algunos.


—Es muy duro estar sola con unos hijos, eso te lo digo yo.


—No quiero ni pensar en lo que esos niños tendrían que pasar si tuvieran que volver a cambiar. Ellos me conocen casi tan bien como conocen a Pedro.


—Estoy pensando en ti. Me parece que ya tienes más que suficiente con tus abuelos.


—¡Oh, pero si no te lo he dicho! Tengo trabajo. Uno de verdad. Un hombre de esa empresa de Los Ángeles me entrevistó por teléfono la semana pasada y me contrató… ¡Sin pensárselo dos veces! Dijo que mis referencias eran excelentes. Además, voy a ganar más que en CTI.


—Hace falta más que un buen trabajo para encargarse de dos niños, querida.


—Lo sé. Le dije que no podía empezar enseguida porque tenía algunos problemas familiares que solucionar en primer lugar. He estado pensando. Mi abuelo está muy mal. Algunas veces no reconoce a mi abuela y a ella le resulta muy duro. Va a verlo todos los días. En cierto modo, sería bueno para ella si yo me la trajera a vivir conmigo y me ayudara con los niños. Seguiríamos estando cerca del abuelo. El único problema sería que ella no vería a sus amigas, pero creo que le gustaría estar conmigo y con los niños. ¿Qué te parece?


—¿De verdad quieres que te lo diga?


—Claro.


—Bueno, si yo estuviera en tu lugar y quisiera adoptar a esos niños, le adoptaría a él primero.


—¿A él? ¿A quién?


—Al hombre más amable, generoso y cariñoso que has conocido.


—¿Quieres decir…? Oh, Julieta. Hablo en serio. Deja de bromear.


—No estoy bromeando. A mí me parece que sería perfecto. Si yo estuviera en tu lugar, me concentraría en mantener lo que tienes ahora.


—¿En mantenerlo? Pero si no puedo. Esto es solo temporal.


—Yo me encargaría de hacerlo permanente. ¡Conseguiría que él me pusiera el anillo en el dedo antes de decir amén!


—¿Un anillo? ¿De boda? —preguntó Paula, echándose a reír—. ¡Eso es ridículo!


—Me has preguntado mi opinión —replicó Julieta, encogiéndose de hombros.


—Esperaba una respuesta más sensata.


—Y estoy hablando de un modo muy sensato. Ya sé todo eso de las mujeres liberadas, pero yo doy gracias a Dios de que cuando mis dos hijos eran pequeños no tuviera que salir a ganarme el pan como lo hago ahora. Mi Joe se encargó de eso. Era un buen hombre. Se partió la espalda en el muelle, descargando barcos, para que yo pudiera quedarme en casa con mis hijos. Si no hubiera muerto…


—Lo siento, Julieta. Debes de echarle mucho de menos…


—Así es, pero tuve suerte de tenerlo, aunque fuera por poco tiempo. Fuimos muy felices, él, los niños y yo. Por eso te digo que lo que te estoy aconsejando tiene mucho sentido, jovencita.


—Hay una gran diferencia entre ser esposa y ser ama de llaves.


—No mucha.


—¡Por el amor de Dios, Julieta! Joe te quería. Pedro solo se acuerda de mí para llevar esta casa.


—No sabes más de hombres de lo que sabías sobre cómo llevar un negocio. ¡Ja! En lo único que pensaba Joe era en estar en el bar, apostándose el dinero, hasta que yo le demostré que había cosas mejores que hacer.


—Pero yo no… yo no… Mira, no es que yo esté enamorada de él o nada por el estilo…


—Pues a mí me parece que no te desagrada.


—Aunque fuera así… Él está prácticamente casado con Catalina Lawson.


—¿Te lo ha dicho él?


—No, ella.


—¡Ja! Entonces no tiene por qué ser así. Algunas mujeres tienen la habilidad de darle la vuelta a lo que dicen para que sea lo que ellas quieren.


—Bueno, pues a mí me parece que ella tiene razón. Además, eso no es asunto mío. ¡Ni siquiera me importa! —mintió, intentando deshacerse de los celos que la ahogaban.


—Te preocupas por ti, ¿no?


—¿Qué quieres decir con eso?


—Quiero decir que tienes que buscar el número uno, niña. Si yo estuviera en tu lugar, yo también daría la vuelta a las cosas para que estas fueran lo que yo quiero. ¡Claro que sí!


—¡Julieta! Yo no…


—¡Claro que sí! —Repitió Julieta—. Tú me has pedido mi opinión y yo te la he dicho —añadió la mujer, saliendo con la ropa limpia—. Es mejor que me lleve esto.


—Sí, en vez de perder el tiempo hablando de tonterías —dijo Paula.


Ella no era una de esas mujeres manipuladoras que se ganan el afecto de un hombre con…
¿Cómo lo hacían?




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