domingo, 24 de junio de 2018
AT FIRST SIGHT: CAPITULO 25
Cuando Paula volvió a sacramento, entre el correo, encontró una invitación: «El doctor y la señora Hartfield tienen el placer de invitarlo a la recepción que se celebrará en honor de Pedro Alfonso, cuyo primer libro, La vida es para vivirla, va a ser publicado por la editorial American Publishing Company en marzo del año próximo».
Así que Pedro había terminado su libro, su guía para llevar una vida feliz y satisfactoria. Pronto regresaría a Inglaterra. Sin embargo, Paula se preguntó si le seguiría viendo, aunque se quedara en los Estados Unidos, ahora que parecía estar tan ocupado.
En la invitación, también incluían a su madre, muy amable por parte de Pedro. Pero era natural que la invitase.
Pedro. Desde aquella noche en Nueva York, Paula había intentado con todas sus fuerzas no pensar en él.
No lo había conseguido. Pedro parecía formar parte de todo lo que ella decía o hacía, hasta del aire que respiraba.
¡Pero no estaba con ella! Estaba en Nueva York con Crystal Morris. Y la sola idea de que estuviera con otra mujer, sonriendo y bromeando y tocándola, la llenaba de desesperación, la ponía enferma.
Lo peor de todo era que, de nuevo, se vio presa de la envidia, sometida al yugo de su complejo de inferioridad. ¿Cómo podía competir con una mujer como Crystal Morris? Una mujer con experiencia. Pedro se había dado cuenta de que ella, Paula, era diferente; por eso, aquel día en el río, cuando ella se le entregó, Pedro la rechazó. Por supuesto, lo hizo con ternura y cariño, pero la rechazó.
Paula cuidó del mínimo detalle cuando se arregló para la fiesta de Pedro. Todas sus creaciones estaban reservadas para la muestra de abril; por eso, se puso el vestido que había comprado en Nueva York. Era un vestido ajustado de terciopelo rojo que le moldeaba el cuerpo, con un amplio escote en la espalda. A medio muslo, tenía volantes de seda que le caían hasta media pierna. Un vestido atrevido, pero Paula se alegraba de que lo fuera. Se alegraba de que fuera rojo. Necesitaba valor.
Alicia estaba preciosa vestida de azul. A Paula le encantó ver a su madre tan entusiasmada con la fiesta, le recordó innumerables tardes en su niñez cuando contemplaba a su madre con adoración mientras ésta se preparaba para una fiesta.
Dexter Diamond, el nuevo amigo de Alicia, iba a llevarlas, y se presentó en la casa a la hora en punto con aspecto distinguido y correcto enfundado en su esmoquin negro.
Durante el trayecto a la casa de la familia Hartfield, Paula, en el asiento posterior del Cadillac de Dexter, intentó calmar sus nervios. Iba a mostrarse distante, pero simpática: «Felicidades, Pedro. Estoy deseando ver tu libro publicado».
¿Tendría la ocasión de decirle: «tenías razón. Te agradezco lo que has hecho por Alicia»?
No, con tantos invitados, no tendría la oportunidad de hablar de nada personal con él esa noche. Iba a limitarse a ser simpática y agradable. Contuvo la respiración cuando se dio cuenta de que Dexter había parado el coche y estaba saliendo para abrirle la puerta a Alicia y a ella.
De repente, Paula sintió un terrible deseo de pegarse al rincón del asiento del coche y decir: «no me encuentro bien. ¿Por qué no entráis vosotros? Yo os esperaré aquí».
—Gracias —le dijo a Dexter cuando éste la ayudó a salir del vehículo.
¡No, no podía! No podía estar entre toda esa gente y ver a Pedro con Crystal.
«¡No puedo soportarlo, no puedo!»
—Sí, imaginaba que habría mucha gente —le dijo a Dexter mientras sorteaban los coches que ocupaban la acera.
La casa, una mansión de dos pisos que parecía todo cristal y madera de cedro, estaba bastante separada de la calle. Se veía completamente iluminada y, mientras se aproximaron, las voces y las risas llegaron a sus oídos.
Una doncella les abrió la puerta. Al momento, Lisa se acercó a saludarlos.
—Hola, Paula, no sabes cuánto me alegro de verte.
Lisa llevaba puesto su vestido. Paula no podía creerlo. El vestido que Pedro había admirado tanto. Lisa se dio cuenta y sonrió.
—Bueno, ¿te parece que me sienta bien?
—Sí, sí, te está perfecto —Paula estaba admirada de su propio trabajo mientras veía a Lisa darse la vuelta como una modelo.
—Bueno, luego hablaremos —le susurró Lisa en tono de confianza antes de volverse a los dos acompañantes de Paula—. Tú eres Alicia, ¿verdad? Encantada de conoceros a los dos.
Les condujo a una habitación grande y llena de gente e, inmediatamente, comenzó las presentaciones. Paula sonrió a la gente que le presentaron y se lanzó casi con fervor a entablar conversación con cualquiera que estuviera a su lado. Pero sólo era verdaderamente consciente de la presencia de una persona.
Pedro, increíblemente guapo, estaba en el rincón opuesto a donde se hallaba Paula.
Estaba rodeado por un grupo de admiradoras y Paula no estaba segura de que hubiera advertido su presencia. Alguien le dio una copa de champán y una mujer con un vestido de terciopelo azul se dirigió a Dexter.
—¡Es Dexter Diamond! Le oí hablar en… —y comenzó una larga conversación sobre bridge.
Paula fingió escuchar mientras bebía champán; sin embargo, disimuladamente, observaba a Pedro y a los que lo rodeaban. Quizá ni siquiera consiguiera saludarlo. Pero si lo lograba, ¿le hablaría con calma y…?
Sintió como una puñalada cuando vio una cabeza rubia al lado de Pedro inclinarse hacia delante. Crystal, por supuesto. No le sorprendía, había supuesto que Crystal estaría a su lado.
Sin embargo, se vio presa de un repentino ataque de ira. Crystal se estaba comportando como si Pedro le perteneciese, le tenía agarrado del brazo y asentía y sonreía a todos los que se aproximaban a Pedro. ¡Cómo si tuviera derecho a estar allí con él!
El dolor y la ira se mezclaron y se fundieron en una atormentada agonía. Paula miró a su alrededor buscando escape.
—Paula, ¿te importaría venir conmigo un momento? Quiero preguntarte una cosa.
Agradecida por la interrupción, Paula intentó recuperar la compostura y siguió a Lisa.
—Llevo sonriendo y hablando tres horas, estoy agotada —dijo Lisa mientras subía con Paula las escaleras hasta entrar en su dormitorio.
Paula, admirada, contempló la habitación decorada en crema y marrón mientras Lisa se detenía delante de un gran espejo.
—Paula, me encanta este vestido. Me lo ha regalado Pedro.
—¿Pedro? —Paula no consiguió disimular su sorpresa.
—Sí, me dio un cheque y me dijo que fuera a una tienda en Roseville que… En fin, cuando volvía a casa, encantada con el vestido, me dijo que lo había diseñado alguien que él conocía. Más tarde, por supuesto, sospeché quién era esa persona y conseguí sonsacarle. Por favor, Paula, siéntate unos minutos.
Lisa se quitó los zapatos y se sentó en la cama.
—Creo que no nos echarán de menos si nos quedamos aquí un ratito.
—Y no me dijo ni una palabra- murmuró Paula para sí misma mientras recordaba lo que la venta de ese vestido había significado para ella.
¿Se había dado cuenta Pedro de lo mucho que necesitaba ese dinero en aquellos días?
—Pedro… Pedro se preocupa mucho por la gente - dijo Paula.
—Sí, y algunas mujeres se aprovechan de su forma de ser y lo utilizan para insinuarse. Verás, en muchos aspectos, Pedro es muy inocente, además de atractivo. ¡Y rico! —añadió Lisa lanzándole a Paula una mirada significativa—. Hay unas mujeres en Inglaterra que… En fin, estoy segura de que les gustaba más su mansión en el campo que Pedro. Ésa es una de las razones por las que lo obligué a que viniera aquí a escribir el libro, además de hacerle prometer que no diría a nadie quién era realmente mientras estuviera aquí.
—¿Así que es por eso por lo que no me lo dijo?
—Sí, Paula, y te pido perdón. No te dijo quién era y lo que era porque no quería que nadie se enterase. Tan pronto como algunas se enteran del dinero que tiene… En fin, ya ves lo que pasa, está ocurriendo de nuevo; ejemplo típico, Crystal Morris.
—¿Crystal? Yo creía que a lo mejor… —Paula se interrumpió—. Bueno, es que los vi juntos en Nueva York.
—Sí, pero estaban allí sólo porque tenían una reunión con el editor. Crystal está promocionando el libro. Pero entre tú y yo, creo que lo que está haciendo es promocionarse a sí misma. Desde que descubrió quién es Pedro, se le ha pegado como una lapa —Lisa lanzó un suspiro—. Perdona, Paula. Espero no parecerte una cotilla, no es ésa mi intención. Olvida lo que te he dicho.
—Sí, claro.
—Ya sé que me estoy comportando como la típica hermana mayor, pero Pedro se merece una mujer que lo quiera, ¿no te parece?
—Sí, desde luego. Claro que sí.
—Ya sé que Pedro es psiquiatra, y uno pensaría que… pero es muy inocente con las mujeres. Tengo miedo de que una mujer avara, oportunista y agresiva como Crystal Morris lo cace antes de que Pedro se dé cuenta de lo que está haciendo.
Lisa volvió a suspirar y añadió:
—En fin, tanto hablar de mi hermano y se me olvidaba el motivo por el que te he traído aquí —Lisa se levantó de la cama y se acercó a la cómoda—. Mira, no sabía por qué pendientes decidirme, si por los de lágrimas o los que son un sólo brillante.
—Los brillantes. Las lágrimas son excesivas para ese vestido.
—Eso es lo que yo pensaba. Gracias, Paula. Bueno, será mejor que bajemos ya. Richard debe estar buscándome.
Cuando regresaron a la fiesta, Richard se acercó a Lisa en el momento en que la vio.
—¿Dónde te habías metido?
—Estaba descansando un rato y… hablando.
Paula no vio el guiño que Lisa le hizo a su marido porque estaba pensando en las mujeres avaras y agresivas. Y porque estaba mirando a Crystal Morris que seguía aferrada a Pedro, aunque él se movía por la habitación saludando a unos y a otros. La conversación con Lisa había sido muy interesante: «Pedro se merece a alguien que lo quiera».
«Yo te quiero, Pedro».
De repente, como si hubiera oído el mensaje, Pedro miró al extremo opuesto de la sala y clavó los ojos en ella. Paula vio que el rostro se le iluminaba de placer, era como si la hubiera estado buscando.
Pedro comenzó a avanzar hacia ella, pero alguien le llamó y él se volvió.
Paula caminó hacia él lenta, pero irremediablemente. Un camarero se le acercó y le ofreció una copa de champán, que Paula aceptó. Nerviosa, bebió un sorbo.
AT FIRST SIGHT: CAPITULO 24
Dos semanas más tarde, Paula y su madre estaban sentadas a la mesa mientras desayunaban. Todos los días temía ver en su madre señales de cansancio, pero no las encontró. Jamás había visto a Alicia tan animada.
—Siempre vamos dos o tres a almorzar juntas —estaba diciendo Alicia —. Hoy vamos a ir al Coffee Tree, es donde llevamos a Ruth la semana pasada. Es un sitio muy elegante.
—Desde luego, vas vestida para la ocasión. A propósito, Alicia, quería decirte que tengo que volver a Nueva York mañana.
—Estupendo, querida —dijo Alicia antes de meterse un trozo de melón en la boca—. La señora McGinnis y yo prepararemos la partida de bridge.
Paula sintió un gran alivio, a su madre no le importaba que se marchara. Y ese cambio había tenido lugar en dos semanas tan solo. ¿Se sentía Alicia más independiente? Pedro había dicho que era lo mejor que podía pasarle a su madre. Y ella le había contestado que…
«¿Por qué me enfado tanto con él?»
—Gracias, señora McGinnis —dijo Paula cuando la señora McGinnis retiró los platos de la fruta y sirvió el bacón y los huevos.
Después, la señora McGinnis le dio un papel a Paula.
—Perdone, pero quería revisar la lista de la compra con usted. ¿Es todo lo que necesitamos? Voy a ir al supermercado después de dejar a la señora Chaves en el trabajo.
—No, no se moleste, Esteban va a venir a buscarme —dijo Alicia.
—¿Esteban? —preguntó Paula mirando a su madre, al igual que la señora McGinnis.
—Esteban Poindexter. Paula, no puedes imaginarte quién es.
—No, no lo sé.
Pero veía algo en los ojos de su madre que no había visto en mucho tiempo.
—Ha sido una verdadera casualidad. Cuando vino el otro día a la clínica, le mandé al sitio que no era porque había otro hombre, un tal señor Stephens, que iba a venir a por las lentillas. El doctor Hardy se enfadó un poco, pero Dexter se echó a reír. Dijo que no podía comprender por qué le querían hacer pruebas de alergia para los ojos. En fin, cuando salió, le hablé de la técnica de relajación que Pedro me ha enseñado, funciona de maravilla. Bueno, la verdad es que yo no la he practicado; sí, una vez. En fin, desde que he empezado a trabajar no me he puesto mala. Creo que el aire de la clínica me sienta bien.
Pedro la había ayudado, Pedro se interesaba realmente por su bienestar.
—Y me dijo que probaría la técnica. Después, me dijo quién era. Paula, es Dexter Diamond.
—¿Y quién es Dexter Diamond?
—Paula, por favor. Es el que escribe la columna de bridge en el periódico todos los días, escribe bajo seudónimo; se llama Poindexter, y escribe con el seudónimo de Dexter Diamond. En fin, empezamos a charlar y fue entonces cuando le dije que no estaba de acuerdo con el análisis que hizo de una partida el otro día, pero… Oh, ahí está. Tengo que marcharme. No, espera. Paula, ábrele la puerta mientras yo me retoco el carmín de los labios.
Paula abrió la puerta y se encontró delante de un hombre de aspecto distinguido de oscuros cabellos plateados en las sienes. Llevaba unas gafas metálicas.
—Buenos días. Usted debe ser Paula.
—Sí. Entre, por favor. ¿Le apetece una taza de café?
Dexter rechazó la invitación porque, según dijo, no quería que Alicia llegara tarde a su trabajo.
Cuando se marcharon, Paula aún sonreía.
«Voy a decirle a Pedro que tenía razón».
Pero… ¿querría hablar con ella? Durante la primera semana que Alicia había trabajado, Pedro llamó dos veces para invitar a Paula a cenar, pero ella rechazó las invitaciones.
Paula se acercó al teléfono y marcó ansiosa el número de teléfono esperando que una voz ronca con acento británico contestara la llamada.
****
—Está bien, está bien, quizá me haya equivocado —dijo Pedro al tiempo que tiraba su bolsa de viaje en el asiento trasero del coche de Richard; después, se sentó al lado de su cuñado—. Pero no te precipites. Cuando vuelva de Nueva York…
—¡Y tan equivocado, maldita sea! Estoy deseando que vuelvas —Richard se metió en la autovía camino del aeropuerto—. Tengo que hacer algo y pronto, todo está patas arriba desde que Ruth se marchó.
—¿En una semana?
—En una semana. Puede que no lo sepas, pero se necesita cierto grado de concentración para apretar el botón debido en el teléfono y para indicarle a la gente la puerta por la que tienen que pasar. Y tu Alicia Chaves… En fin, para darte un ejemplo, el otro día llamó a un laboratorio para pedirles los resultados de unas pruebas y por poco no me mata del susto.
—¿Y eso?
—La cuestión es que me había hecho un examen médico de rutina y, cuando llamó para que le dieran los resultados de las pruebas creí que me daba algo. La cuestión es que se equivocó de nombre y le dieron los resultados de un pobre hombre que se llama Hardy.
—Ya veo. Hardy, Hartfield… Sí, mezcla los nombres.
—Al menos, debería distinguir los pacientes de los médicos. Es todos los días, Pedro. El otro día también se confundió con un tal Poindexter, le mandó al especialista en alergias y quien le tenía que ver era yo. Y Miller estuvo a punto de hacerle pruebas de alergia a una chica que tenía cita con el dermatólogo.
—Sí, entiendo tu problema.
Pedro se frotó la barbilla pensativo. Era un desastre.
—De todos modos, creo que el trabajo le ha sentado bien —comentó Pedro.
—A ella sí, pero a nosotros no. No, Pedro, tiene que marcharse. Ya estoy entrevistando a otras personas para el puesto.
—Ya lo tengo —dijo Pedro con el rostro iluminado—. Contrata a alguien para que haga el trabajo y yo pagaré por Alicia; ella, lo único que tendrá que hacer es sentarse, estar guapa y sonreír a los pacientes. Eso, no podrás negarlo, se le da muy bien.
—Sí, desde luego, eso se le da muy bien. Deberías verla cuando pide disculpas, es toda sonrisas y dulzura. Este tipo, el de la confusión con la alergia, viene a verla todos los días. Y te garantizo que no está enfermo.
—En ese caso, todo solucionado —declaró Pedro cuando Richard paró el coche en el aeropuerto—. No te costará nada, yo pagaré porque Alicia esté allí, encantadora como siempre, y tú contratas a alguien para que haga el trabajo.
—¿Y qué voy a decirle a Alicia para que no mande a la gente al médico equivocado?
—No le digas nada, estoy seguro de que podrás encontrar a alguien suficientemente inteligente como para corregir los errores de Alicia sin que ella se dé cuenta —Pedro se volvió para recoger la bolsa—. Y gracias por traerme, te veré dentro de unos días. Hasta pronto.
****
En aquel viaje, la primera noche de Paula en Nueva York Spencer la besó. La tomó tan de sorpresa que no se resistió. Al menos, no al principio. Luego, cuando lo pensó, se alegró de que la hubiera besado, había oído decir que siempre se aprendía de la experiencia. Sí, era cierto, ella había aprendido mucho con aquel beso.
Después de pasar el día entero en fábricas de tejidos, Spencer la acompañó a su habitación y la besó.
Y la dejó totalmente fría.
Paula le puso las manos en el pecho y le apartó de sí; luego, volvió la cabeza hacia un lado.
—Paula, no tengas miedo de mí.
—No es eso. Yo…
—De acuerdo, querida, no voy a presionarte —los dedos de Spencer juguetearon con sus cabellos—. Paula, piensa la oferta que te he hecho de acompañarme a Japón, ¿de acuerdo?
—No voy a… quiero decir que… está bien, lo pensaré —dio unos pasos hacia atrás, separándose de él—. Es tarde y estoy muy cansada.
—Está bien, me iré. Pero seguiremos hablando mañana.
—Sí. Buenas noches.
Cuando Spencer salió, Paula cerró la puerta y se apoyó en ella. Sin embargo, su mente estaba muy lejos del hombre que acababa de besarla.
Pensaba en Pedro. Su instinto no la había engañado. Sólo podía haber un hombre en su vida, Pedro Alfonso. Él era el único hombre cuyos besos le penetraban más que los labios.
La reunión con Sue no estaba programada hasta primeras horas de la tarde del día siguiente, por lo que Paula tuvo toda la mañana para hacer lo que quisiera. Fue de compras y compró una blusa azul para su madre y un vestido para ella.
Un vestido especial.
Estaba un poco nerviosa ante la idea de volver a ver a Spencer. Ojalá hubiera tomado lecciones de Debby, o de Alicia, sobre como quitarse de encima, sin ofenderlos, a hombres que querían coquetear con ella. No tenía experiencia en ese campo y no estaba segura de cuándo una persona se comportaba con sinceridad o cuándo sólo quería flirtear. Por otra parte, le gustaba Spencer y no quería hacer nada que pudiera estropear su amistad o su relación de trabajo.
Cuando Spencer fue a recogerla al hotel, su comportamiento fue en todo momento caballeroso, profesional y amistoso. Sin embargo, Paula no estaba del todo cómoda.
Más tarde, insistió en invitarla a cenar aquella noche, y Paula sabía que, después, vendría «la última copa en la habitación del hotel».
Después de la reunión con Sue, Spencer tuvo que pasarse por la oficina para contestar a unas llamadas de larga distancia y consultar algo con uno de sus socios. Eran casi las ocho cuando se presentó en el Marriott. Iban a ir a un restaurante de los más lujosos con una excelente vista de la ciudad.
—¡Es maravilloso! —exclamó Paula completamente deslumbrada por la infinidad de luces que brillaban en las ventanas de los rascacielos, en los puentes, en las calles, las líneas de tráfico… El restaurante era toda la planta, por lo que vio la ciudad en todas direcciones.
Spencer sonrió al ver su entusiasmo.
—¡Sabía que te gustaría!
Y, para pesar de Paula, añadió:
—Hay muchas cosas que quiero enseñarte.
Hasta que el camarero no les llevó el postre, Spencer no mencionó el viaje a Japón. Y le refutó todas y cada una de las diplomáticas razones que ella le dio para no acompañarlo.
Por fin, Paula le pidió disculpas y, con intención de poner en orden sus ideas, fue al baño.
Allí, se quedó unos minutos preguntándose sobre la mejor manera de rechazar la invitación.
Quizá, lo mejor fuera la honestidad.
«No quiero ir contigo»; no, eso era muy busco.
«No quiero darte una idea equivocada»; no, eso era muy presuntuoso. Y si decía; «estoy saliendo en serio con un hombre y…», pero eso no era verdad. ¿O sí?
El día del río, Pedro se había comportado como si sintiera lo mismo que ella. Pero, más tarde, habían discutido.
«Oh, Pedro, ojalá estuvieras aquí».
Dos minutos más tarde, lo vio. Cuando salió del baño de señoras, casi se tropezó con él.
Durante un momento, perpleja, se preguntó si no estaría viendo visiones. Sin embargo, al sentir la mano de él en su brazo, se convenció de que era real.
—Paula—y a ella le hizo feliz la expresión de placer que vio en sus ojos—. ¿Puede ser que estemos destinados a encontrarnos en restaurantes? Debe tener algún significado, ¿no te parece?
Paula no podía hablar. Le sonrió mientras pensaba lo guapo que estaba con aquel traje azul marino. Deseó poder decirle que…
Entonces, oyó la tos de una mujer y vio a Pedro volverse.
—Oh, Crystal, recuerdas a Paula Chaves, ¿verdad?
—Oh, soy terrible recordando nombres —respondió Crystal con una expresión interrogante mientras miraba a Paula condescendientemente—. No lo recuerdo. ¿En serio nos hemos visto antes?
—Sí, en el club de tenis de Sacramento —contestó Paula, que recordaba hasta el último detalle.
Era la mujer del bikini que miraba a Pedro como si quisiera comérselo aquel domingo por la mañana.
—¿Qué tal? —consiguió añadir Paula mientras se preguntaba si la ropa de Crystal era francesa.
¿Cómo si no el vestido de lame dorado podía ser más insinuante que el bikini?
—¿Te apetece sentarte con nosotros, Paula? —preguntó Pedro—. Quiero decir, tú y tu acompañante, por supuesto.
—Gracias, pero vamos a marcharnos ya.
—Sólo para el café y el postre —sugirió él.
Sin prestar atención a lo que Crystal acababa de decir:
—Por favor, Pedro, no insistas, la esperan.
—No, gracias —respondió Paula—. Encantada de veros a los dos.
Muy tensa, Paula se dio media vuelta y se dispuso a ir a su mesa.
—Espera. ¿Podríamos vernos mañana? ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí? —le preguntó Pedro.
—Me voy mañana al mediodía —contestó ella.
Y antes de que Pedro pudiera volver a hablar, lo hizo Crystal.
—Oh, qué pena. Pedro y yo vamos a quedarnos aquí varios días y nos habría encantado volverte a ver. Pero… es la vida —a continuación, puso una mano en el brazo de Pedro con gesto posesivo—. Querido, siéntate.
Paula regresó a su mesa con suma angustia.
Pedro y esa mujer iban a estar allí varios días.
Sin embargo, consiguió sonreír cuando se reunió con Spencer.
—Lo siento, me he encontrado con…
—Sí, ya lo he visto. ¿Con el amigo de tu familia?
—Sí.
—Alfonso, ¿no?
Paula asintió haciendo un esfuerzo por no volver la cabeza y mirar a la mesa de Pedro.
—Debe ser un amigo muy íntimo.
—No, no tanto.
No, Pedro no era un amigo íntimo, quizá lo fuese de Crystal Morris. Al pensar en lo que Crystal y Pedro podían ser, sintió una angustia profunda y tuvo que luchar por combatir las lágrimas. Pero se dijo a sí misma que no tenía derecho a estar enfadada, ni a llorar.
En cualquier caso, fuera como fuese la situación entre Pedro y Crystal, ella tenía que ser honesta.
—Escucha, Spencer, respecto a Japón…
Spencer le puso una mano sobre la suya.
—No te preocupes por Japón. Lo creas o no, soy bastante intuitivo. Puedo oír un no aunque no lo pronuncies.
Aquella noche, Spencer no le pidió que lo invitase a una última copa.
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