domingo, 24 de junio de 2018

AT FIRST SIGHT: CAPITULO 25




Cuando Paula volvió a sacramento, entre el correo, encontró una invitación: «El doctor y la señora Hartfield tienen el placer de invitarlo a la recepción que se celebrará en honor de Pedro Alfonso, cuyo primer libro, La vida es para vivirla, va a ser publicado por la editorial American Publishing Company en marzo del año próximo».


Así que Pedro había terminado su libro, su guía para llevar una vida feliz y satisfactoria. Pronto regresaría a Inglaterra. Sin embargo, Paula se preguntó si le seguiría viendo, aunque se quedara en los Estados Unidos, ahora que parecía estar tan ocupado.


En la invitación, también incluían a su madre, muy amable por parte de Pedro. Pero era natural que la invitase.


Pedro. Desde aquella noche en Nueva York, Paula había intentado con todas sus fuerzas no pensar en él. 


No lo había conseguido. Pedro parecía formar parte de todo lo que ella decía o hacía, hasta del aire que respiraba.


¡Pero no estaba con ella! Estaba en Nueva York con Crystal Morris. Y la sola idea de que estuviera con otra mujer, sonriendo y bromeando y tocándola, la llenaba de desesperación, la ponía enferma.


Lo peor de todo era que, de nuevo, se vio presa de la envidia, sometida al yugo de su complejo de inferioridad. ¿Cómo podía competir con una mujer como Crystal Morris? Una mujer con experiencia. Pedro se había dado cuenta de que ella, Paula, era diferente; por eso, aquel día en el río, cuando ella se le entregó, Pedro la rechazó. Por supuesto, lo hizo con ternura y cariño, pero la rechazó.


Paula cuidó del mínimo detalle cuando se arregló para la fiesta de Pedro. Todas sus creaciones estaban reservadas para la muestra de abril; por eso, se puso el vestido que había comprado en Nueva York. Era un vestido ajustado de terciopelo rojo que le moldeaba el cuerpo, con un amplio escote en la espalda. A medio muslo, tenía volantes de seda que le caían hasta media pierna. Un vestido atrevido, pero Paula se alegraba de que lo fuera. Se alegraba de que fuera rojo. Necesitaba valor.


Alicia estaba preciosa vestida de azul. A Paula le encantó ver a su madre tan entusiasmada con la fiesta, le recordó innumerables tardes en su niñez cuando contemplaba a su madre con adoración mientras ésta se preparaba para una fiesta.


Dexter Diamond, el nuevo amigo de Alicia, iba a llevarlas, y se presentó en la casa a la hora en punto con aspecto distinguido y correcto enfundado en su esmoquin negro.


Durante el trayecto a la casa de la familia Hartfield, Paula, en el asiento posterior del Cadillac de Dexter, intentó calmar sus nervios. Iba a mostrarse distante, pero simpática: «Felicidades, Pedro. Estoy deseando ver tu libro publicado».


¿Tendría la ocasión de decirle: «tenías razón. Te agradezco lo que has hecho por Alicia»?


No, con tantos invitados, no tendría la oportunidad de hablar de nada personal con él esa noche. Iba a limitarse a ser simpática y agradable. Contuvo la respiración cuando se dio cuenta de que Dexter había parado el coche y estaba saliendo para abrirle la puerta a Alicia y a ella.


De repente, Paula sintió un terrible deseo de pegarse al rincón del asiento del coche y decir: «no me encuentro bien. ¿Por qué no entráis vosotros? Yo os esperaré aquí».


—Gracias —le dijo a Dexter cuando éste la ayudó a salir del vehículo.


¡No, no podía! No podía estar entre toda esa gente y ver a Pedro con Crystal.


«¡No puedo soportarlo, no puedo!»


—Sí, imaginaba que habría mucha gente —le dijo a Dexter mientras sorteaban los coches que ocupaban la acera.


La casa, una mansión de dos pisos que parecía todo cristal y madera de cedro, estaba bastante separada de la calle. Se veía completamente iluminada y, mientras se aproximaron, las voces y las risas llegaron a sus oídos.


Una doncella les abrió la puerta. Al momento, Lisa se acercó a saludarlos.


—Hola, Paula, no sabes cuánto me alegro de verte.


Lisa llevaba puesto su vestido. Paula no podía creerlo. El vestido que Pedro había admirado tanto. Lisa se dio cuenta y sonrió.


—Bueno, ¿te parece que me sienta bien?


—Sí, sí, te está perfecto —Paula estaba admirada de su propio trabajo mientras veía a Lisa darse la vuelta como una modelo.


—Bueno, luego hablaremos —le susurró Lisa en tono de confianza antes de volverse a los dos acompañantes de Paula—. Tú eres Alicia, ¿verdad? Encantada de conoceros a los dos.


Les condujo a una habitación grande y llena de gente e, inmediatamente, comenzó las presentaciones. Paula sonrió a la gente que le presentaron y se lanzó casi con fervor a entablar conversación con cualquiera que estuviera a su lado. Pero sólo era verdaderamente consciente de la presencia de una persona.


Pedro, increíblemente guapo, estaba en el rincón opuesto a donde se hallaba Paula.


Estaba rodeado por un grupo de admiradoras y Paula no estaba segura de que hubiera advertido su presencia. Alguien le dio una copa de champán y una mujer con un vestido de terciopelo azul se dirigió a Dexter.


—¡Es Dexter Diamond! Le oí hablar en… —y comenzó una larga conversación sobre bridge.


Paula fingió escuchar mientras bebía champán; sin embargo, disimuladamente, observaba a Pedro y a los que lo rodeaban. Quizá ni siquiera consiguiera saludarlo. Pero si lo lograba, ¿le hablaría con calma y…?


Sintió como una puñalada cuando vio una cabeza rubia al lado de Pedro inclinarse hacia delante. Crystal, por supuesto. No le sorprendía, había supuesto que Crystal estaría a su lado. 


Sin embargo, se vio presa de un repentino ataque de ira. Crystal se estaba comportando como si Pedro le perteneciese, le tenía agarrado del brazo y asentía y sonreía a todos los que se aproximaban a Pedro. ¡Cómo si tuviera derecho a estar allí con él!


El dolor y la ira se mezclaron y se fundieron en una atormentada agonía. Paula miró a su alrededor buscando escape.


—Paula, ¿te importaría venir conmigo un momento? Quiero preguntarte una cosa.


Agradecida por la interrupción, Paula intentó recuperar la compostura y siguió a Lisa.


—Llevo sonriendo y hablando tres horas, estoy agotada —dijo Lisa mientras subía con Paula las escaleras hasta entrar en su dormitorio.


Paula, admirada, contempló la habitación decorada en crema y marrón mientras Lisa se detenía delante de un gran espejo.


—Paula, me encanta este vestido. Me lo ha regalado Pedro.


—¿Pedro? —Paula no consiguió disimular su sorpresa.


—Sí, me dio un cheque y me dijo que fuera a una tienda en Roseville que… En fin, cuando volvía a casa, encantada con el vestido, me dijo que lo había diseñado alguien que él conocía. Más tarde, por supuesto, sospeché quién era esa persona y conseguí sonsacarle. Por favor, Paula, siéntate unos minutos.


Lisa se quitó los zapatos y se sentó en la cama.


—Creo que no nos echarán de menos si nos quedamos aquí un ratito.


—Y no me dijo ni una palabra- murmuró Paula para sí misma mientras recordaba lo que la venta de ese vestido había significado para ella.


¿Se había dado cuenta Pedro de lo mucho que necesitaba ese dinero en aquellos días?


Pedro… Pedro se preocupa mucho por la gente - dijo Paula.


—Sí, y algunas mujeres se aprovechan de su forma de ser y lo utilizan para insinuarse. Verás, en muchos aspectos, Pedro es muy inocente, además de atractivo. ¡Y rico! —añadió Lisa lanzándole a Paula una mirada significativa—. Hay unas mujeres en Inglaterra que… En fin, estoy segura de que les gustaba más su mansión en el campo que Pedro. Ésa es una de las razones por las que lo obligué a que viniera aquí a escribir el libro, además de hacerle prometer que no diría a nadie quién era realmente mientras estuviera aquí.


—¿Así que es por eso por lo que no me lo dijo?


—Sí, Paula, y te pido perdón. No te dijo quién era y lo que era porque no quería que nadie se enterase. Tan pronto como algunas se enteran del dinero que tiene… En fin, ya ves lo que pasa, está ocurriendo de nuevo; ejemplo típico, Crystal Morris.


—¿Crystal? Yo creía que a lo mejor… —Paula se interrumpió—. Bueno, es que los vi juntos en Nueva York.


—Sí, pero estaban allí sólo porque tenían una reunión con el editor. Crystal está promocionando el libro. Pero entre tú y yo, creo que lo que está haciendo es promocionarse a sí misma. Desde que descubrió quién es Pedro, se le ha pegado como una lapa —Lisa lanzó un suspiro—. Perdona, Paula. Espero no parecerte una cotilla, no es ésa mi intención. Olvida lo que te he dicho.


—Sí, claro.


—Ya sé que me estoy comportando como la típica hermana mayor, pero Pedro se merece una mujer que lo quiera, ¿no te parece?


—Sí, desde luego. Claro que sí.


—Ya sé que Pedro es psiquiatra, y uno pensaría que… pero es muy inocente con las mujeres. Tengo miedo de que una mujer avara, oportunista y agresiva como Crystal Morris lo cace antes de que Pedro se dé cuenta de lo que está haciendo.


Lisa volvió a suspirar y añadió:
—En fin, tanto hablar de mi hermano y se me olvidaba el motivo por el que te he traído aquí —Lisa se levantó de la cama y se acercó a la cómoda—. Mira, no sabía por qué pendientes decidirme, si por los de lágrimas o los que son un sólo brillante.


—Los brillantes. Las lágrimas son excesivas para ese vestido.


—Eso es lo que yo pensaba. Gracias, Paula. Bueno, será mejor que bajemos ya. Richard debe estar buscándome.


Cuando regresaron a la fiesta, Richard se acercó a Lisa en el momento en que la vio.


—¿Dónde te habías metido?


—Estaba descansando un rato y… hablando.


Paula no vio el guiño que Lisa le hizo a su marido porque estaba pensando en las mujeres avaras y agresivas. Y porque estaba mirando a Crystal Morris que seguía aferrada a Pedro, aunque él se movía por la habitación saludando a unos y a otros. La conversación con Lisa había sido muy interesante: «Pedro se merece a alguien que lo quiera».


«Yo te quiero, Pedro».


De repente, como si hubiera oído el mensaje, Pedro miró al extremo opuesto de la sala y clavó los ojos en ella. Paula vio que el rostro se le iluminaba de placer, era como si la hubiera estado buscando.


Pedro comenzó a avanzar hacia ella, pero alguien le llamó y él se volvió.


Paula caminó hacia él lenta, pero irremediablemente. Un camarero se le acercó y le ofreció una copa de champán, que Paula aceptó. Nerviosa, bebió un sorbo.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario