martes, 27 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 16



A la mañana siguiente, Paula estaba en el almacén de la tienda cuando Chantie entró.


— ¡Paula, tienes que venir a ver quién acaba de entrar! ¡Es un hombre con un ramo de flores de novia, y viene solo! —susurró excitada.


Paula, confusa, siguió a Chantie hasta la tienda, en la que Pedro la esperaba con un ramo de rosas atadas con un lazo blanco.


—¿Por qué no me lo habré imaginado? —preguntó en voz alta.


—Es para ti —dijo Pedro alargando la mano para ofrecerle las flores.


—Gracias —contestó ella sonriendo ligeramente. De modo que la última candidata no había funcionado, pensó. Eso no debía de significar nada para ella, pero la hacía feliz—. Así que estás desesperado porque la última mujer tampoco ha funcionado.


—Tú siempre fuiste mi primera elección.


—Claro. No me has querido como esposa hasta que no has visto que las demás no te servían. ¿A cuántas has visto?


—He perdido la cuenta, pero la verdad es que nunca quise a ninguna más que a ti.


Chantie había estado girando la cabeza, mirando alternativamente a uno y otro como si estuviera en un partido de tenis. Suspiró hondo y se abanicó con la mano al ver la escena.


—Creo que voy a desmayarme.


Paula sacudió la cabeza y alcanzó una silla. No le había contado nada a su ayudante sobre la búsqueda de esposa de Pedro, así que Dios sabía qué estaría pensando, se dijo.


—Chantie, éste es mi vecino, Pedro AlfonsoPedro, Chantie, mi ayudante.


—Encantado —saludó Pedro.


—Oh, Dios, yo también —contestó Chantie volviéndose luego hacia Paula—. ¿Ha llegado ya el momento de que le jures amor eterno, o crees que en esta escena la amiga se larga con el novio mientras la chica lo lamenta para el resto de su vida?


—Esta es la escena en la que la protagonista le ordena a la actriz secundaria que se calle, Chantie. Si es que quieres quedarte y ver como acaba.


—A sus órdenes, jefa —contestó Chantie sin quitarles ojo—. Adelante, estoy esperando.


Pedro observó a Chantie durante unos instantes. Aquella era la ciudad más alocada del mundo, pensó. Una vecina espía, una dependienta actriz, un casero que se jactaba de ser ex-presidiario, chicos vándalos por las calles, y una anciana que fingía ser una gamberra sólo para molestar a su marido. Y Paula en el meollo de todo, recapacitó. De pronto no pudo evitar echarse a reír.


—¿Le pagas por ser tan divertida? —preguntó mirando a Paula.


Pedro, no todos somos tan materialistas como tú. Chantie es divertida, pero lo hace gratis.


—Puedes pagarme un extra... si quieres —intervino Chantie.


Paula ignoró aquel comentario y puso las flores en un jarrón mientras pensaba en qué hacer.


—Paula, te necesito, en serio —continuó Pedro tratando de no fijarse demasiado en la forma en que se le ajustaba la blusa a los pechos y se le coloreaban las mejillas—. Y como no te gusta que hable de dinero, no voy a insultarte ofreciéndote un salario.


Paula lo observó entre atónita y divertida.


Pedro, ¿eso era una broma, o se te ha escapado?


—A veces soy gracioso, sobre todo si me provocan. Si mi vida hubiera sido diferente quizá hubiera desarrollado el sentido del humor... junto con el resto de mis virtudes.


— ¡Sus virtudes, dice! —Exclamó Chantie abanicándose con un pañuelo—. Paula, o lo conquistas tú, o lo hago yo. Este hombre no debería de estar suplicando una esposa.


—Chantie, no tienes ni idea de lo que está ocurriendo —contestó Paula seria—. Y recuerda, el señor Alfonso es un preso fugado. Fuiste tú quien me dijo que tuviera cuidado.


—Sé que hice mal contándote esa historia, Paula, pero en serio, ¿y eso de San Quintín? —preguntó Pedro recordando las palabras de Frankie.


—¿De modo que te escapaste de San Quintín? — repitió Paula abriendo enormemente los ojos.


—¡Por supuesto que no!, pero de algún sitio tendrá que haber sacado Frank Simmons esa idea.


—¿Y cuándo has visto tú a Frank Simmons? —Preguntó Paula rodeando el mostrador y encarándose con él mientras lo señalaba con un dedo acusador en el pecho—. Como se te ocurra asustar a ese chico...


Pedro la agarró del dedo ignorando el anhelo que surgía de aquel efímero contacto.


—Yo que tú tendría más cuidado con mis acusaciones. Frankie estaba convencido de que me había escapado de San Quintín, lo cual es tan ridículo que me niego a discutir sobre ello. Ha tenido que deducirlo de tus conversaciones con el señor Tuttle, así que si alguien es responsable de que ese chico se asuste, ésa eres tú.


Paula pareció avergonzarse tanto que Pedro decidió no mostrarle la carta que se guardaba en la manga. Dejaría el descubrimiento de la identidad del vándalo para otro momento, se dijo.


—Pero si no te escapaste de la cárcel —continuó Paula insegura—, entonces, lo que le contaste a doña Palo... —Pedro frunció el ceño inquisitivo—. Sí, la mujer a la que llevaste al restaurante —se explicó Paula.


—Ah, ya —sonrió Pedro mirándola de arriba abajo y apreciando su ondulada silueta.


—Entonces lo que le dijiste tenía que ser cierto — terminó Paula—. Trabajas para las fuerzas aéreas.


Pedro sacó su carnet de las Fuerzas Armadas y se lo enseñó. Parecía auténtico, pero como en realidad nunca había visto ninguno, Paula no protestó cuando Chantie se lo quitó.


—Soy capitán —explicó Pedro—. Dentro de poco más de dos semanas tengo que estar en Langley, en la base aérea de Virginia. Suponiendo que esta ciudad no me vuelva loco antes.


—¡Es piloto! —Exclamó Chantie devolviéndole el carnet—. Este carnet es exacto al de mi hermano.


—¿Y entonces por qué dejaste que creyera que eras peligroso? —preguntó Paula quitándole el carnet a Chantie y devolviéndoselo.


—Pensé que así me dejarías en paz —sonrió encantador—. Pero no funcionó.


—Nada de guasa —soltó Paula sonriendo al fin ella también.


Pedro trataba inconscientemente de que alguien se interesara por él, pensó Paula. Necesitaba a la gente, sólo que ni siquiera se daba cuenta.


Ambos se quedaron mirándose. Se hizo tal silencio en la habitación y sus miradas fueron tan intensas que Chantie no tuvo más remedio que hacer una de sus bromas.


—¡Descanso! —dijo recogiendo su bolso y marchándose por la puerta de la calle.


Sólo el sonido de la campanilla de la puerta les hizo girar la cabeza. Luego Pedro se volvió de nuevo hacia Paula y añadió:
—Y respondiendo a tu pregunta, vi a Frankie anoche. Estaba subido a mi árbol.


Paula frunció el ceño y recordó la sensación de que alguien la observaba al pasar por delante de la casa de Pedro. ¿Habría sido Frankie, entonces?


—No has venido a decirme que lo habías ahorcado —bromeó.


—Creo que a estas alturas ya me conoces lo suficiente como para saber que no lo he ahorcado. Tuvimos una conversación muy interesante sobre mi estancia en prisión, y luego su madre lo llamó.


—Le dije a su madre que le ordenara mantenerse a distancia.


—Frankie estaba escondido, no creo que quisiera que yo supiera dónde estaba —y probablemente no se habría enterado de no haber estado buscando a Paula, se confesó Pedro en silencio. Alargó una mano y le retiró el pelo de la frente—. Necesito que te hagas pasar por mi mujer, por favor.


Paula contuvo el aliento mientras sus labios vibraban.


—No quiero mezclarme en tu vida.


—Estoy desesperado —rogó—. Sé que fingir que estamos casados va en contra de todo aquello en lo que tú crees, pero si hicieras esto por mí podría abandonar Bedley Hills, y tú podrías volver a tus reuniones de vecinos y a hacer todas esas cosas tan importantes en tu vida.


Paula sabía que Pedro se marcharía, encontrara esposa o no, y no veía ninguna razón para hacer algo que sólo podía hacerla infeliz.


—Por favor, yo haré que te merezca la pena —añadió Pedro acariciando con un dedo su mejilla y recorriendo la curva de su mentón hasta la nuca.


La mano de Pedro se detuvo justo antes de llegar a su pecho. Paula tragó y respiró hondo tratando de combatir la excitación. ¿O estaba combatiendo su corazón?, se preguntó. Tenía que decir que no. Decir que no a un hombre que podía llevarla hasta el cielo y de vuelta a casa otra vez. 


Era una tonta, se dijo, pero iba a hacerlo. Indudablemente, rotundamente iba a decir...


—Sé quién es el vándalo de Bedley Hills —interrumpió Pedro sus pensamientos.


—No te creo —contestó ella apartándose enfadada—. Sólo tratas de convencerme.


—Como la seducción no funciona... —se defendió Pedro mirando a su alrededor para cerciorarse de que nadie los veía.


—¿Has dicho eso a posta, en ese tono frío y calculador, o ha sido sólo mi imaginación? —preguntó Paula mirándolo fijamente.


Pedro comprendió que ella tenía razón, y entonces dijo algo que no iba en absoluto con su forma de ser:
—Lo siento. Digamos sencillamente que nunca aprendí a relacionarme con la gente. No sé si alguna vez tuve esa habilidad o si la vida me hizo olvidarla. Siento mucho que mi tono de voz haya sido frío. Necesito tu ayuda, Paula.




POR UNA SEMANA: CAPITULO 15




Una hora más tarde, Pedro entraba por el sendero de su jardín y aparcaba. Apagó las luces y observó los arbustos desde el asiento del coche tratando de averiguar si Paula estaba escondida. Después del desastre de la última entrevista con la mujer que le había mandado Tuttle ni siquiera estaba enfadado. Podía sentir la atracción que había entre Paula y él como no la había sentido nunca con ninguna otra mujer, y sabía que no se trataba únicamente de sexo. Paula era lo más interesante que le había ocurrido en la vida, era un puzzle humano, y estaba impaciente esperando a ver qué movimiento hacía. Sospechaba que tramaba algo, estaba casi seguro. Sobre todo después de saber que él había vuelto a la búsqueda y captura de esposa.


Y estaba seguro de que ella lo sabía. Pedro la había visto volviendo a su casa justo cuando llegaba la última candidata. 


Había pasado de largo con la cabeza alta, sin mirar a los lados, y luego no había vuelto a verla. Pero Pedro suponía que estaría en casa, planeando cómo obligarlo a deshacerse de su nueva esposa.


Sólo que Pedro ya se había deshecho de ella. Olivia Gotlieb había resultado un fiasco. Era cierto que estaba desesperado, pensó saliendo del coche. Estaba a punto de cerrar la puerta de casa cuando escuchó un ruido entre las ramas.


—Está bien, Paula, sal de ahí —dijo volviéndose para meter la cabeza entre los arbustos. Pero para su sorpresa, no era Paula—. Frankie, ¿qué estás haciendo?


—Ha quitado usted el cartel, y no paran de venir mujeres a verlo. ¿Es que ya no le importa que lo molesten?


—Eso debe de pensar Paula —musitó Pedro entre dientes. Frankie, no obstante, parecía realmente interesado en saberlo—. No, sigo sin desear que me molesten, pero no voy a regañarte. Sólo quiero que te bajes de ese árbol antes de que te hagas daño.


—¿Y es cierto que se escapó de San Quintín? — preguntó Frankie tras vacilar unos instantes.


—¡Por supuesto que no! —contestó Pedro. Aquella historia había adquirido proporciones desorbitadas, pensó. Nunca hubiera pensado que un adulto pudiera contarle a un niño algo así, y menos aún inventárselo—. ¿Quién te ha contado eso?


—La señorita Chaves le dijo a mi madre que no debíamos acercarnos a su propiedad, y el señor Tuttle dijo que era porque se había fugado de la cárcel.


—Frankie, soy piloto de las fuerzas aéreas. Piloto aviones.


—¿En serio? —preguntó Frankie bajándose del árbol pero guardando las distancias.


—En serio.


—Demuéstremelo.


¿Por qué no mandaba al chico a paseo?, se preguntó Pedro buscando su cartera. Sacó una foto de él delante de un avión y la dejó sobre el capó del coche.


Frankie la recogió y la examinó con los ojos muy abiertos.


—¡Vaya! Es cierto. ¿Y entonces qué está usted haciendo aquí?


—Últimamente yo mismo me lo he estado preguntando.


Frankie levantó la vista y lo miró. Era un chico estupendo, pensó Pedro de pronto contemplando el cabello revuelto y las pecas. ¿Qué se sentiría teniendo un hijo?, se preguntó. 


No, no merecía la pena pensar en ello, era algo que nunca le iba a ocurrir.


—Me gustan los aviones, pero mi madre y mi padre dicen que debería de hacerme científico o médico.


—Debes de hacer lo que tú quieras, Frankie, aún tienes tiempo para pensarlo.


—En realidad no, ya he comenzado los cursos superiores.


—¡Pero si sólo eres un niño! —Contestó Pedro frunciendo el ceño—. Vas a perderte los mejores años de tu vida, y eso no está bien.


—Bueno, tengo mis compensaciones.


Pedro se quedó mirando al chico. Le recordaba a Guillermo. Era, como él, demasiado maduro para su edad. Una mujer llamó a Frankie desde lejos, y el chico se sobresaltó.


—Es mamá, tengo que irme. Hasta luego.


—Pero no vuelvas a subirte a mi árbol, ¿me has oído? —gritó Pedro observando cómo se alejaba.


De pronto se dio cuenta de que Frankie se había llevado la foto. Y además llevaba algo en el bolsillo, una bolsa de papel, le pareció. Tardó unos segundos en recordar dónde había visto una bolsa semejante. Sí, se dijo, en su caja de herramientas. ¿Sería una coincidencia?, se preguntó.


Caminó a grandes pasos hacia el porche, que se había olvidado de cerrar, y revisó la caja y su contenido. Faltaban el metro y un montón de clavos. Frunció el ceño y pensó que tendría que convencer a Paula de que el mundo no era tan maravilloso como creía. Frankie estaba tramando algo. 


Acababa de descubrir al vándalo de Bedley Hills, y no tenía más remedio que decírselo a la jefa de vigilancia del vecindario.


Sin embargo no le molestaba tener que hacerlo, pensó. 


Estaba desesperado por encontrar esposa, y una información como aquella podía resultarle muy útil. Si jugaba bien sus cartas, se dijo, podía obtener la mano de la dama. 


Provisionalmente, por supuesto. Ella necesitaba a un hombre que la amara, y él no conocía el significado de esa palabra.



lunes, 26 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 14



Paula estaba furiosa de nuevo, pero en esa ocasión no era contra Pedro. Después de comprobar en la guía telefónica que existía Lucas Alfonso había pasado por delante de su casa de vuelta del trabajo y había visto a un hombre que se le parecía sentado en el porche. De modo que era posible que Pedro hubiera dicho la verdad, pensó. Y en cuanto al tema del vandalismo, recapacitó, no creía que él tuviera ninguna relación.


Estaba furiosa porque, después de cenar, al salir a cuidar del jardín, había visto que faltaban dos plantas. Simplemente habían desaparecido. Nunca nadie le había robado nada. 


Después de la muerte de Ramiro se había entregado de corazón al vecindario, deseaba tener un lugar al que poder llamar su hogar y rodearse de gente que la aceptara. Sin embargo, alguien quería aprovecharse de aquella amabilidad, y eso era algo que no podía soportar.


Chantie seguía manteniendo que tenían que ser chicos los que se dedicaban al vandalismo, pero ella no estaba del todo segura. Sobre todo después de la confesión de Babs Tywall.


No obstante, los chicos se pasaban la vida en la calle, de modo que siempre podía preguntarles si habían visto a alguien robando, pensó.


Salió al patio y miró por el agujero entre los arbustos. Se preguntaba si Pedro habría encontrado ya esposa. Desde el episodio del restaurante de la noche anterior había estado pensando en ayudarlo. De ese modo, se decía, resolvería los problemas con su padre. Era evidente que Pedro era muy desgraciado, y eso le hacía desear ayudarlo exactamente igual que a cualquier otro.


Sin embargo tenía que enfrentarse a los hechos, pensó. 


Aquel hombre no tenía nada a su favor excepto su cuerpo, su magnetismo sexual y su profesión, cosa que en realidad sólo resultaba atractiva según cómo se mirara, reflexionó. Lo que ella deseaba en realidad era un hombre de carácter. 


Pedro era demasiado serio, demasiado discreto para su gusto. A primera vista era el tipo de hombre que ella hubiera descartado sin pensarlo. Sólo conseguiría hacerla infeliz, se dijo. ¿Por qué entonces seguía obsesionada?, se preguntó.


La respuesta surgió de inmediato en su mente. Porqué no podía dejar de pensar en el chico asustado de once años al cual su padre habían abandonado. Ella misma había temido en secreto que pudiera pasarle algo así cuando era niña. Sin embargo había tenido suerte, pensó. Pedro no, y no obstante había salido adelante.


Ésa era la razón por la que quería ayudarlo, reflexionó. Lo respetaba. Pero Pedro era un hombre que había enterrado sus sentimientos, y tendría que ser él quien los sacara a la luz. No obstante, no parecía dispuesto a hacerlo, y Paula no deseaba a un nombre frío e incapaz de sentir.


Paula caminó y llegó al final de su propiedad. Miró la calle vacía y se quedó extrañada. Por lo general, en verano, los chicos invadían la ciudad jugando hasta el crepúsculo. Giró hacia la derecha y miró el jardín de Pedro. No vio a nadie, pero por alguna extraña razón tuvo la sensación de que alguien la vigilaba. ¿Sería Pedro?, se preguntó.


Aceleró el paso y se apresuró a ocultarse de las miradas. 


Los chicos no andarían lejos, se dijo. Sin embargo siguió caminando sin ver a nadie. Se encogió de hombros y volvió.


Mientras se acercaba a la casa de Pedro un deportivo azul giró y entró en el jardín. Lo conducía una mujer. Bajó del coche, miró la casa, y luego leyó un papel. Tenía que ser una nueva candidata a esposa, se dijo Paula. Según parecía, Pedro había hecho caso omiso a sus consejos. A la lista de sus defectos tenía que añadir el de cabezota, pensó, aunque quizá no hubiera expuesto bien sus argumentos...


Pero no, ya era suficiente, se dijo. La vida de Pedro no era asunto suyo. Levantó la cabeza bien alta al pasar por delante pero, por desgracia, no pudo escapar. Estuvo escuchando la profunda voz de Pedro a través de los arbustos durante todo el recorrido. Pedro le contaba a la mujer la misma sempiterna historia. Si la contrataba, pensó Paula, iba a tener que convencer a su padre de que estaban felizmente casados. ¿Pero cómo?, se preguntó. 


¿Rodeándola con los brazos, compartiendo un beso o dos...? La imagen de Pedro con aquella chica la hizo rugir en su interior como si un meteoro la alcanzara con la cola de los celos.


Aquello era completamente ilógico, y Paula lo sabía. No tenía ningún derecho sobre Pedro. No deseaba fingir que era su mujer, no deseaba que la besara ni que la abrazara, ni por un día, se dijo. El sexo debía de significar algo entre dos personas.


Y en cuanto al amor... tenía razón desde el principio, recapacitó. Las cartas no les destinaban el amor a ellos dos, por mucho que su cuerpo temblara cuando Pedro la tocaba.


No era tan estúpida como para pensar que podía cambiar la gélida personalidad de Pedro


El era incapaz de amar. Ramiro la había adorado, y después de aquello no estaba dispuesta a conformarse con menos, recapacitó.


Además, él sólo quería utilizarla.


Entró en la casa decidida, resuelta a olvidar a Pedro. Ni siquiera iba a molestarse en preguntarle si la última candidata había sido contratada, se dijo.



POR UNA SEMANA: CAPITULO 13



Cuando los dedos de Pedro le rozaron la piel y el calor de la palma de su mano se entremezcló con el de ella, Paula abrió los labios rosados como los pétalos de una flor.


Pedro deseaba besarla, perderse en su cuerpo, en sus pechos, en sus caderas... en su cálido amor. Nunca había conocido a ninguna mujer que se preocupara tanto por los demás, pensó.


—Cásate conmigo —rogó de pronto Pedro.


Paula saboreó la excitación sexual que aquel atractivo hombre le producía. Sus brazos se derretían ante el contacto de los dedos de él, y sus pezones se endurecían bajo la tela de la camiseta. Sin embargo tenía que recapacitar.


—Quieres decir que finja que soy tu mujer, ¿no? —preguntó Paula a su vez.


¿Era eso lo que había querido decir?, se preguntó Pedro parpadeando y soltando su brazo. Sí, pensó, por supuesto que era eso. Pedro asintió.


—¿Y cómo puedes pedírmelo cuando acabo de explicarte que para mí el matrimonio es sagrado? Estás destrozando tu vida, Pedro —sacudió la cabeza—. O estás desesperado o estás más loco de lo que yo creía. En una palabra, no —afirmó volviéndose y caminando hacia la salida.


—No estoy desesperado —protestó Pedro.


Paula no pareció escucharlo. No estaba desesperado, pero sí loco, loco de lujuria, se dijo Pedro. ¿Cómo podía haberle pedido precisamente a Paula que se hiciera pasar por su mujer?, se preguntó.



****

A la mañana siguiente, en la cocina, Pedro se quedó mirando a su casero mientras bebía la cerveza que él mismo le había servido. ¿Cómo era posible que tuviera que pedirle a una persona de ochenta años que le ayudara a buscar a una mujer?, se preguntó Pedro


Confesarse a sí mismo que estaba desesperado era lo menos que podía hacer.


—Le he pedido que venga, señor Tuttle, porque tengo un problema —comentó tomando asiento y esperando a que su invitado se sentara también—. Necesito una mujer.


—¡Vaya! —Exclamó Tuttle dándose una palmada en la rodilla—. Desde el momento en que llegaste supe que me divertiría contigo, y tenía razón. ¿Y por dónde quieres que empecemos a buscar? ¿Quieres ir a uno de esos sitios como el Lotta Lust? Podemos echar un vistazo allí, una para ti y otra para mí...


—Oh, no, señor —lo interrumpió Pedro deteniendo el chorro de palabras de su casero—. La verdad es que estaba pensando más bien en una esposa —explicó Pedro.


—Ah, eso —contestó Tuttle desilusionado—. No es una idea muy divertida.


—Bueno, no quiero una de verdad, sólo quiero una que se haga pasar por mi mujer durante una temporada —continuó—. Preferiblemente una de fuera de la ciudad, para que la gente no pueda reconocerla. Pagaré bien.


Tuttle se quedó examinándolo con ojos suspicaces.


—Quizá Paula, tu vecina de al lado, tenga razón.


—¿En qué? —preguntó Pedro tenso.


—Dice que aquí ocurre algo raro. Está preocupada, piensa que te has escapado de la cárcel por esas cicatrices que tienes en el brazo y por tu celo en mantener tu vida privada.


—Pero yo le di referencias cuando me alquiló la casa —se defendió Pedro.


—¡Bueno, pero yo lo único que comprobé fue que tus papeles no fueran falsos! ¿Crees que iba a gastar dinero en conferencias para saber si era cierto que estabas en el ejército? De ningún modo. Además, aunque te hubieras fugado, yo sé con quién estoy tratando en cuanto lo veo. Sabía que tú no me ibas a destrozar la casa, está muy claro que no eres de esos.


La gente de Bedley Hills era verdaderamente estrafalaria, se dijo Pedro.


—Y entonces, si cree que soy un prisionero fugado, ¿cómo es que no está preocupado?


—Bueno —rió—, yo también estuve en la cárcel, en Georgia, a los cuarenta años. Pero eso no significa que seas peligroso.


—No soy peligroso, ni siquiera he estado en la cárcel.


—Bien —contestó Tuttle incrédulo en voz baja, como si pretendiera asegurarle que le guardaría el secreto—. ¿Y por qué fue? ¿Cheques falsos?


—Lo digo en serio —contestó Pedro—. Estas cicatrices me las hice rescatando a mi hermano.


—Bien —volvió a asegurar Tuttle sin creerle del todo.


—Entonces, ¿conoce usted a alguien? —preguntó Pedro dándose por vencido.


Tuttle dio un largo trago de cerveza y después frunció el ceño.


—Si no te gusta la mujercita de aquí al lado, creo que podré traerte a alguien.


—Paula queda descartada. ¿Cree que podría ocuparse de ello enseguida? —preguntó Pedro.


—Desde luego, pero te costará dinero.


Por supuesto, se dijo Pedro asintiendo. Eso por descontado. 


Todo en la vida tenía un precio.