martes, 27 de marzo de 2018
POR UNA SEMANA: CAPITULO 15
Una hora más tarde, Pedro entraba por el sendero de su jardín y aparcaba. Apagó las luces y observó los arbustos desde el asiento del coche tratando de averiguar si Paula estaba escondida. Después del desastre de la última entrevista con la mujer que le había mandado Tuttle ni siquiera estaba enfadado. Podía sentir la atracción que había entre Paula y él como no la había sentido nunca con ninguna otra mujer, y sabía que no se trataba únicamente de sexo. Paula era lo más interesante que le había ocurrido en la vida, era un puzzle humano, y estaba impaciente esperando a ver qué movimiento hacía. Sospechaba que tramaba algo, estaba casi seguro. Sobre todo después de saber que él había vuelto a la búsqueda y captura de esposa.
Y estaba seguro de que ella lo sabía. Pedro la había visto volviendo a su casa justo cuando llegaba la última candidata.
Había pasado de largo con la cabeza alta, sin mirar a los lados, y luego no había vuelto a verla. Pero Pedro suponía que estaría en casa, planeando cómo obligarlo a deshacerse de su nueva esposa.
Sólo que Pedro ya se había deshecho de ella. Olivia Gotlieb había resultado un fiasco. Era cierto que estaba desesperado, pensó saliendo del coche. Estaba a punto de cerrar la puerta de casa cuando escuchó un ruido entre las ramas.
—Está bien, Paula, sal de ahí —dijo volviéndose para meter la cabeza entre los arbustos. Pero para su sorpresa, no era Paula—. Frankie, ¿qué estás haciendo?
—Ha quitado usted el cartel, y no paran de venir mujeres a verlo. ¿Es que ya no le importa que lo molesten?
—Eso debe de pensar Paula —musitó Pedro entre dientes. Frankie, no obstante, parecía realmente interesado en saberlo—. No, sigo sin desear que me molesten, pero no voy a regañarte. Sólo quiero que te bajes de ese árbol antes de que te hagas daño.
—¿Y es cierto que se escapó de San Quintín? — preguntó Frankie tras vacilar unos instantes.
—¡Por supuesto que no! —contestó Pedro. Aquella historia había adquirido proporciones desorbitadas, pensó. Nunca hubiera pensado que un adulto pudiera contarle a un niño algo así, y menos aún inventárselo—. ¿Quién te ha contado eso?
—La señorita Chaves le dijo a mi madre que no debíamos acercarnos a su propiedad, y el señor Tuttle dijo que era porque se había fugado de la cárcel.
—Frankie, soy piloto de las fuerzas aéreas. Piloto aviones.
—¿En serio? —preguntó Frankie bajándose del árbol pero guardando las distancias.
—En serio.
—Demuéstremelo.
¿Por qué no mandaba al chico a paseo?, se preguntó Pedro buscando su cartera. Sacó una foto de él delante de un avión y la dejó sobre el capó del coche.
Frankie la recogió y la examinó con los ojos muy abiertos.
—¡Vaya! Es cierto. ¿Y entonces qué está usted haciendo aquí?
—Últimamente yo mismo me lo he estado preguntando.
Frankie levantó la vista y lo miró. Era un chico estupendo, pensó Pedro de pronto contemplando el cabello revuelto y las pecas. ¿Qué se sentiría teniendo un hijo?, se preguntó.
No, no merecía la pena pensar en ello, era algo que nunca le iba a ocurrir.
—Me gustan los aviones, pero mi madre y mi padre dicen que debería de hacerme científico o médico.
—Debes de hacer lo que tú quieras, Frankie, aún tienes tiempo para pensarlo.
—En realidad no, ya he comenzado los cursos superiores.
—¡Pero si sólo eres un niño! —Contestó Pedro frunciendo el ceño—. Vas a perderte los mejores años de tu vida, y eso no está bien.
—Bueno, tengo mis compensaciones.
Pedro se quedó mirando al chico. Le recordaba a Guillermo. Era, como él, demasiado maduro para su edad. Una mujer llamó a Frankie desde lejos, y el chico se sobresaltó.
—Es mamá, tengo que irme. Hasta luego.
—Pero no vuelvas a subirte a mi árbol, ¿me has oído? —gritó Pedro observando cómo se alejaba.
De pronto se dio cuenta de que Frankie se había llevado la foto. Y además llevaba algo en el bolsillo, una bolsa de papel, le pareció. Tardó unos segundos en recordar dónde había visto una bolsa semejante. Sí, se dijo, en su caja de herramientas. ¿Sería una coincidencia?, se preguntó.
Caminó a grandes pasos hacia el porche, que se había olvidado de cerrar, y revisó la caja y su contenido. Faltaban el metro y un montón de clavos. Frunció el ceño y pensó que tendría que convencer a Paula de que el mundo no era tan maravilloso como creía. Frankie estaba tramando algo.
Acababa de descubrir al vándalo de Bedley Hills, y no tenía más remedio que decírselo a la jefa de vigilancia del vecindario.
Sin embargo no le molestaba tener que hacerlo, pensó.
Estaba desesperado por encontrar esposa, y una información como aquella podía resultarle muy útil. Si jugaba bien sus cartas, se dijo, podía obtener la mano de la dama.
Provisionalmente, por supuesto. Ella necesitaba a un hombre que la amara, y él no conocía el significado de esa palabra.
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