domingo, 11 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 29
Paula hundió sus dedos en el pelo de Pedro y lo rodeó con los brazos. Era la primera vez que Pedro la besaba así. Esta vez estaba utilizando la lengua y los dientes sin ningún pudor, tomando lo que quería mientras sus labios absorbían los suyos con enorme pasión.
La oscuridad, la imperiosa necesidad de mantenerse en silencio, la amenaza de ser descubiertos, hicieron que estuviera más perceptiva, hasta un punto que nunca habría imaginado. Su pulso era muy rápido, y tenía la piel totalmente erizada. No podía ver la cara de Pedro, pero lo sentía. En todas partes.
Él le presionaba las nalgas con las manos mientras, con la pierna doblada entre las suyas, la atraía hacia sus musculosos muslos. La fricción de su ropa era una sensación deliciosa, eléctrica. El calor que subía entre sus piernas iba en aumento.
Quizás era la situación, el lugar, lo que intensificaba aquella sensación. En cualquier caso, la fuerza de su respuesta no dio lugar a inhibiciones. Fundiéndose contra él sin pudor, Paula abrió la boca y sus lenguas se encontraron en un juego sin descanso.
Podía sentir la respiración de Pedro en la mejilla, ardiente, acelerándose según avanzaba su mano. Sus dedos le recorrían la cadera hacia la parte superior de los muslos. Nadie la había tocado así hasta aquel momento. Alguna vez lo había leído, había oído hablar sobre ello, pero nunca había experimentado ella misma aquellas sensaciones. El temor que había sentido al principio, desde que sintió las manos de Pedro sobre su cuerpo, desde que reconoció su deseo hacia él, estalló en pasión. Empezaba a sentir una presión entre las piernas cuando el sonido de una voz los alertó.
-No.
Era una voz ahogada. No era la voz de Pedro.
Sus bocas seguían selladas, mientras él la acariciaba, haciéndola estremecer.
-Estás yendo demasiado rápido, Fitzpatrick. No lo consentiré. Trabajas para mí, no para ellos.
Alguien estaba chillando en el pasillo. Paula se resistía a separarse de Pedro, intentando prolongar las sensaciones de placer. Pedro alzó la cabeza repentinamente, aunque sin dejar de acariciarla. El corazón de Paula latía agitadamente, mientras se mordía el labio conteniendo los sonidos de placer, pero las circunstancias les impedían continuar. Pudieron oír un ruido repentino contra la pared de la sala de reuniones, como si alguien hubiera tropezado con una silla. Volviendo a la realidad, la mente de Paula comenzó a funcionar. No entendía qué le estaba sucediendo, qué estaba haciendo, en qué habían estado pensando.
Apretó el rostro contra el pecho de Pedro, esperando que la confusión los embargase de nuevo. Pero no fue así. No era el lugar ni el momento apropiado para ello, en contra de sus deseos.
-Tenemos que salir de aquí ahora mismo –susurró Pedro.
Paula intentó correr las cortinas para salir, pero Pedro se lo impidió.
-Por ahí no, salgamos por la ventana. Espero que hayan desconectado el sistema de alarma para abrir la ventana.
-Dile a tu gorila que se aparte de mi camino –se oyó al otro lado de la puerta-. He venido aquí de buena fe. No puedes hacerme esto.
-Por favor, señor Falco, volvamos a la sala y discutamos esto con calma.
Pedro tomó la manilla y la giró. Pudo escuchar el sonido del mecanismo que desbloqueaba la ventana. No se oyó el sonido de ninguna alarma.
Se asomó por la ventana y, a continuación, colocó a Paula frente a sí.
-Ve tú delante, yo te seguiré –dijo Pedro.
Se encontraban a una altura aproximada de dos metros, con la única protección de unos setos para amortiguar la caída. Paula no lo dudó un momento; se lanzó y dio un par de volteretas sobre la hierba. Pedro cayó junto a ella.
Aprovechando la oscuridad, bordearon la casa.
La música de la orquesta se hizo más intensa.
Paula siguió a Pedro hasta llegar al jardín, junto a la entrada que comunicaba con la cocina. Su furgoneta continuaba allí, detrás de la de Armando. Con un respiro de alivio, se apoyó junto al capó para recuperar el aliento. Parecía increíble, pero no habían transcurrido más de veinte minutos desde que habían llevado el carrito de café a la sala.
-¿Te encuentras bien? –preguntó Pedro.
Ella asintió. Su pulso seguía muy acelerado, en una mezcla de agotamiento y excitación. Sus emociones estaban confusas. Se preguntaba si Pedro seguiría provocando siempre aquellos efectos en ella.
-¿Te has hecho daño al saltar? –insistió Pedro.
-No, estoy bien –respondió.
-Has hecho un espléndido trabajo –le dijo, rodeándola con el brazo.
Ella alzó la mirada hacia el edificio. La luz de las lámparas del pasillo iluminaba parte de su rostro. Ahora que podía verlo, lo encontraba más distante.
-¿De verdad lo crees?
-Con toda la información que tengo podremos acabar con los negocios de Fitzpatrick para siempre, y me aseguraré de que Javier te ayude a conseguir la recompensa por tu ayuda.
Ella se echó hacia atrás el pelo con los dedos.
Pedro hablaba de lo que habían oído, y no de lo que habían hecho después.
-No sé a qué te refieres.
-A los cincuenta mil que ofrecen de recompensa.
Aquél era el motivo por el que ella lo había hecho todo. Era lo que le proporcionaría el billete a su independencia.
-Estupendo, gracias.
Pedro se introdujo las manos en los bolsillos, evitando que la luz le diera en la cara.
-Te agradezco mucho la colaboración que me has prestado. Gracias, Paula. Ya sé que no ha sido fácil para ti fingir que estábamos comprometidos. Si quieres, se lo explicaré todo a tu familia.
Paula sabía que lo que Pedro intentaba decirle era que estaba dispuesto a dar la cara ante su familia para explicar la verdad sobre sus relaciones. Todo estaba sucediendo con demasiada rapidez. Sabía desde el principio que todo aquel asunto acabaría, pero no pensaba que resolverían tan pronto. Se preguntaba qué más quedaba por hacer. La boda había terminado. Él había obtenido la información que se había propuesto conseguir. Ella recibiría el dinero de la recompensa.
Aquél era el auténtico objetivo de todo lo que habían hecho.
Sin embargo, estaba convencida de que entre ellos había algo más que el simple trabajo.
Quizás no debía haber desembocado en aquello, pero después de esta noche, ninguno de los dos podía pasarlo por alto. Tal vez desconociera algunos aspectos de las relaciones entre los sexos, pero sí sabía lo que sentía.
Quería algo más que la simple recompensa.
Quería a Pedro.
-Sería mejor esperar a que estemos fuera de aquí –dijo él-. Iré a hablar con tus padres mañana, después de llevar mi informe a Javier. A menos que prefieras que se lo diga esta misma noche.
-No.
-Bien, será mejor que volvamos a la cocina antes de que empiecen a preguntarse dónde estamos.
-Pedro, espera.
-¿Qué sucede?
Ahora que había atraído su atención, no sabía qué decirle. No parecía el lugar ni el momento apropiado para contarle cómo se sentía, pero cuando salieran de aquella casa, todo habría terminado. Se dijo que, si no lo hacía en aquel momento, era posible que no tuviera otra oportunidad más tarde. Sin embargo, no sabía si sería capaz de explicárselo.
-Quizá podríamos…
Se puso a balbucear, intentando buscar las palabras correctas. Estaba loca por él, le gustaba la forma en que le hacía sentir. No quería que su relación terminase. Tomó aliento y siguió hablando, más decidida.
-Dijiste que no deberíamos mezclar nuestras relaciones con el trabajo, hasta que el caso estuviera resuelto definitivamente.
-Tienes razón –convino Pedro-. Esta noche he perdido totalmente el control. Afortunadamente, no ha tenido consecuencias funestas. Ha sido algo salvaje, descabellado, maravilloso, aunque estoy de acuerdo en que no ha sido el momento más oportuno. Ahora todo ha pasado y nuestro trabajo ha terminado.
-Sí, pero espero que eso no signifique el que no nos volvamos a ver.
Pedro se cubrió el rostro con las manos, mientras se retiraba el cabello de la cara en un gesto breve.
-No sabes lo que dices.
-Sí, claro que lo sé. No quiero que haya ningún compromiso por nuestra parte, aunque sabemos que tampoco hay nada que nos pueda detener.
-¿Y terminar lo que hemos empezado?
-Sí.
-No funcionaría.
-¿Que no funcionaría? No puedo creer que no hayas sentido nada, que no hayas disfrutado.
-No niego que haya disfrutado. He disfrutado de cada uno de nuestros encuentros. Probablemente te sientas confundida. Es una reacción normal cuando dos personas tienen un contacto tan estrecho como el que nosotros hemos tenido. Podría sucederle a cualquiera.
La confusión que la había invadido minutos antes comenzó a desaparecer lentamente.
-Ya sé que es una reacción natural.
-No hemos visto atrapados por la parte estimulante del trabajo. Lo que sientes ahora es la adrenalina, que sigue haciendo efecto. Eso es todo. En cuanto desaparezca, verás que no tiene ningún sentido prolongar nuestra relación.
-¿Nuestra relación?
-Venimos de mundos diferentes. No me conoces.
-Pero sé lo que ha habido entre nosotros. Ha sido algo más que una simple reacción física. Durante las últimas semanas no hemos entendido muy bien. Además, te has portado muy bien conmigo y con mi familia.
-Eso no tiene importancia –dijo él con voz dura y expresión distante-. No te vuelvas loca, Paula, he actuado tal y como habría actuado tu novio, eso es todo.
Aquello era lo que ella se había dicho varias veces y se había negado a creer.
-Es imposible que hayas podido fingir todo esto.
-Como ya te he dicho, no me conoces. No soy el tipo de hombre que una mujer como tú necesita. Creo que será mejor que dejemos las cosas como estaban al principio.
Ya lo habían hecho, pero ella era la que quería cambiar las reglas. Paula apartó la mirada de Pedro.
-Lo siento –añadió él.
-Está bien.
-Nunca tuve la intención de hacerte daño.
-Olvídalo.
Respiró profundamente y se alejó de la furgoneta malhumorada.
-Paula…
sábado, 10 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 28
Un temblor recorrió el cuerpo de Paula. Movió la cabeza, frotándose la nariz contra el cuello de Pedro. Unos segundos después, contuvo la respiración y se puso rígida, obviamente tratando de evitar un estornudo.
Tan lentamente como pudo, preparado para detenerse al menor sonido, Pedro levantó la mano por detrás de la cabeza de Paula y apretó su cara contra él. Ella se estremeció. Sus brazos estaban tensos por el enorme esfuerzo que hacía por mantenerse aún de pie. De repente, su respiración se aceleró, sus hombros recuperaron el movimiento y su cabeza topó contra la mejilla de Pedro, haciéndole emitir un leve gemido.
Afortunadamente, la conversación se mantuvo sin interrupciones al otro lado de las cortinas, por lo que los hombres no pudieron percibirlo. Si los hubieran descubierto, tal vez pudieran poner una excusa convincente para justificar por qué se ocultaban detrás de las cortinas, pero dudaban que alguien como Fitzpatrick se creyera que sólo se trataba de un par de amantes.
Paula se mantenía con los brazos levantados y las palmas de las manos abiertas contra el marco de la ventana para mantener el equilibrio.
No podía moverse. Estaba paralizada, en silencio, sin hacer el menor movimiento.
Pedro empezó a acariciarla por debajo de la blusa y recorrió sus senos con los dedos. Un ardor repentino la aturdió. Probablemente tendría que ver con la adrenalina producida por la tensión, pero no podía hacer nada para impedir el flujo intenso y repentino que subía por todo su cuerpo.
Paula gimió, pero esta vez Pedro se dio cuenta de que no se debía a un estornudo. La forma en que se estrechaba contra él hizo que el cuerpo de Pedro reaccionase, y su pecho se erguía de forma compulsiva.
Aquella situación era una locura. Más que locura, era una estupidez muy peligrosa, pero Pedro no podía moverse. Había tenido que permanecer inmóvil como ella y no podían hacer nada para evitar las demandas de sus cuerpos.
De repente, fueron conscientes de que la conversación había cesado. Pedro aguzó el oído. Un tintineo de copas de cristal llegó hasta sus oídos. Fitzpatrick y Hasenstein brindaban por su próximo negocio. Tras ello se levantaron de nuevo y atravesaron la habitación. Alguien accionó el interruptor de la luz y la puerta que daba al pasillo se abrió y luego se cerró.
Esperaron unos instantes antes de hacer ningún movimiento para asegurarse de que la habitación había quedado vacía. Tras un largo minuto de silencio, Pedro giró la cabeza y acercó la boca a la oreja de Paula.
-Parece que se han marchado ya, pero esperaremos unos minutos más para asegurarnos de que es así.
Ella asintió con la cabeza, y rozó los labios de Pedro con el borde de su oreja. Él no pudo resistirse y le mordió suavemente el lóbulo, haciendo que un gemido de placer escapase de su boca.
-No hagas ruido –le rogó Pedro.
El cuerpo de Paula temblaba. Él la tomó por la cintura y la besó en la boca. Permanecieron así unos instantes, saboreándose mutuamente, permitiendo que el recuerdo de los besos que habían compartido reviviera en la realidad.
Pero ya no ocurriría nunca más. La boda había terminado. Él tenía la información que necesitaba. Una vez que abandonaran aquel lugar, no había razón para que se volvieran a ver.
No tenía nada que perder. Si aquél iba a ser el último beso, tendría que ser lo suficientemente intenso para no olvidarlo nunca.
EN LA NOCHE: CAPITULO 27
-Estás haciendo un buen trabajo, Pedro.
-Me alegro de poder ayudarle, señor Chaves –dijo Pedro, tomando una bandeja de las manos del padre de Paula.
Estaba convirtiéndose en un experto en llevar la bandeja con una sola mano, así como en colocar muebles y servir comidas.
Estaba haciendo un buen trabajo, pero no era aquél el trabajo que había ido a desempeñar.
Desplegando una enorme sonrisa, se giró y se dirigió hacia los invitados de la boda.
Las limusinas comenzaron a llegar a media tarde. Pedro había estado demasiado ocupado en la cocina para poder ver a sus ocupantes, y esperaba que Bergstrom se estuviera ocupando de sacar buenas fotos. Por lo que pudo oír, la ceremonia había concluido sin ningún percance, como estaba previsto. El trabajo tampoco le había permitido verla, pero al menos había podido tomar nota de la disposición de los asientos durante la cena. Con su disfraz de camarero, la camisa blanca y el pantalón negro, pasaba totalmente inadvertido entre la gente.
Nadie dejaba de hablar cuando él pasaba con los platos. No dejaba de prestar atención a todo lo que pudiera ser importante.
Después de todo lo que había hecho para tener la oportunidad de estar allí, le resultaba frustrante ver cómo se le escapaba el tiempo. La cena había terminado hacía un rato. Los novios se habían marchado una hora atrás. A pesar de que seguía habiendo gente que bailaba con la música de la orquesta en la terraza, el número de invitados iba disminuyendo poco a poco.
Pedro hizo una pausa discreta con la intención de buscar entre la gente la cabeza pelirroja de Fitzpatrick. Había estado en todas partes durante la tarde, saludando a todos los invitados, desempeñando el papel de anfitrión agradable. Al verlo allí era difícil imaginar que pudiese ser algo más que un hombre de negocios en la boda de su hija. Aparte de algunas personas que Bergstrom ya le había mencionado, los demás invitados parecían totalmente respetables. Y probablemente así fuese. A fin de cuentas, aquélla era la forma en que a Fitzpatrick le gustaba estar alejado de sus sucios negocios.
Como Pedro no consiguió localizar a Fitzpatrick, decidió dirigirse hacia el lado opuesto, mirando cuidadosamente entre la gente. No era Fitzpatrick el único que había desaparecido; tampoco había rastro de Packard, de Driden ni de Falco.
-Tomaré una copa.
Pedro sujetó la bandeja mientras un hombre con barba depositaba la copa vacía y tomaba la última copa llena que quedaba en la bandeja.
Tenía que ser Hassentein. Pedro sólo lo había visto en fotos, pero no había posibilidad de error. Aquella nariz aguileña era inconfundible.
-Aquí tiene, caballero –dijo Pedro amablemente.
El hombre tomó un pequeño sorbo y se marchó rápidamente. Pedro esperó a que se alejara y no pudiera verlo, ocultó la bandeja y le siguió.
En lugar de quedarse con el resto de los invitados en el jardín, Hassentein se dirigió hacia la puerta, desapareciendo en el interior de la casa.
El estómago de Pedro se estremeció. Tenía que ser aquello. Los delincuentes debían estar dirigiéndose a la cita que iba a tener lugar aquella noche. Entró en la casa y de dirigió hacia el pasillo que comunicaba con el despacho de Fitzpatrick.
No esperaba que todo fuese tan fácil como la última vez que había estado allí. No sólo la puerta del final del pasillo estaba cerrada, sino que había un hombre con un traje oscuro apoyado en la pared, a un lado. Sintiéndose amenazado, Pedro cambió de dirección y fue a la cocina.
Dos de los sobrinos de Paula estaban apilando los platos de la cena dentro de las cajas, mientras Armando y Judith manipulaban una gran cafetera que estaba sobre un carro de ruedas. Paula estaba de pie junto a una de las mesas de la cocina con un lápiz entre los dientes y un cuaderno en la mano, mientras revisaba la vajilla.
Pedro depositó la bandeja llena de vasos vacíos y se detuvo junto a ella.
-Necesito que hagas algo por mí –le dijo.
Ella se sacó el lápiz de la boca y anotó algo en el cuaderno antes de mirarlo.
-¿Qué?
-¿Puedes prepararme un plato de comida? Quiero llevarlo a la sala de reuniones.
-¿A la sala de reuniones? –dirigió una mirada hacia el pasillo-. ¿Te refieres a la habitación de la mesa grande? ¿Está sucediendo algo importante allí?
-Parece que sí. Necesito una excusa para poder entrar.
Paula echó una rápida ojeada en dirección a la sala.
-¿Qué te parece el café?
-Paula, no hay tiempo.
-El café –repitió ella, dirigiéndose hacia Armando y Judith-. Pedro y yo serviremos el café.
Judith sonrió con cansancio y se retiró el pelo de la frente.
-Gracias, Paula.
Pedro la ayudó a sacar el carrito hasta el vestíbulo.
-De acuerdo. A partir de aquí lo llevaré yo –dijo Pedro.
-Voy contigo. Vas a necesitar ayuda –dijo ella sin soltar el carro.
-Paula, aprecio tu gesto, pero si realmente quieres ayudarme, deja que haga mi trabajo solo.
-Normalmente servimos el café en parejas. Así que esto es hacer tu trabajo. Tú puedes empujar el carrito y yo serviré. Oh, Dios mío. El guardia. Es el que… ya sabes.
Pedro lo reconoció en el momento en que el vigilante se percató de su presencia. Era el mismo guardia que los había descubierto la última vez. Los escoltó hasta la sala de reuniones, dejando escapar una sonrisa maliciosa.
Pedro empujó el carrito al interior. Dispusieron sólo de unos instantes, durante los cuales pudieron ver a media docena de hombres alrededor de una mesa de cristal, antes de que la puerta se cerrara ante ellos.
Frunciendo el ceño, Pedro retrocedió. El pasillo se encontraba a oscuras, aunque no iba a estar así durante mucho tiempo. Moviéndose rápidamente, se aproximó a la puerta de la habitación contigua.
-¿Qué haces? –preguntó Paula.
-El plan alternativo.
Pedro giró la manilla de la puerta y empujó con suavidad, dejando que la puerta se abriera lentamente. Con la débil luz del pasillo, apenas se vislumbraban el sofá y los sillones que había visto la primera visita a la casa, pero no había nadie en la habitación.
-¿Y si te pidiese que volvieras a la cocina sin mí? –preguntó Pedro.
-No lo haría –contestó ella inmediatamente.
-Es lo que me figuraba.
Pedro la sujetó por la muñeca y entraron en la habitación, cerrando la puerta tras sí.
-Pedro…
Cubriéndole la boca con la mano, él acercó los labios a su oído y le dijo:
-¿Recuerdas aquellos respiraderos que encontré cuando estaba examinando desde fuera esa habitación del espejo?
Ella asintió.
-Si están conectados a un sistema central, debería haber otros similares en la pared izquierda de esta habitación.
-El guardia va a empezar a preguntarse dónde nos hemos metido –dijo Paula.
-Pensará que hemos vuelto a la cocina, y si se decide a comprobarlo y nos encuentra, se imaginará que estaremos en cualquier otro lugar haciendo lo mismo que la última vez.
-¿Qué? Ah, bueno, pero la gente no…
-¿La gente no hace el amor?
-No es eso. Me refiero a que estaremos trabajando. No podríamos…
-Lo que importa es lo que el guardia piense. Espera aquí y no te muevas.
Pedro cerró los ojos, esperando unos minutos para dejar que su vista se adaptase a la oscuridad. Después salió de la habitación con cuidado.
La escasa luz que se filtraba por debajo de la puerta del vestíbulo y un rayo de luz que entraba por la ventana le bastaban para verse la mano.
Alargando el brazo, palpó la pared con las yemas de los dedos. Creía recordar que el respiradero más cercano se encontraba a un metro y medio de la esquina de la sala de reuniones, justo en el borde del enorme espejo.
Con gran meticulosidad, moviéndose unos centímetros pasó la palma de la mano por la pared.
Dos minutos después rozó con los dedos una rejilla metálica. Aspiró una bocanada de aire, y aguzó el oído para intentar escuchar algo de lo que se decía en la sala de reuniones. Del otro lado de la pared llegó una débil voz.
Desgraciadamente, era demasiado débil y apenas pudo entender un par de palabras. El suelo crujió tras él, justo en el momento en que una mano se posaba lentamente en su hombro.
Su preocupación se transformó en placer cuando descubrió que la mano era de Paula.
Debería haber imaginado que no se quedaría donde él le había dicho. Girando lentamente, la tomó por la mano. El único ruido que hacían era el de su propia respiración.
Pedro retomó su posición y puso el oído de nuevo en el hueco de la ventilación. Ahora pudo reconocer la voz de Fitzpatrick, pero hablaba en un tono de voz muy bajo, y no podía entender todas sus palabras. Frustrado, se desplazó unos centímetros más a la derecha cuando, de repente, se hizo un silencio seguido de un ruido de sillas y el sonido de la puerta de la sala de reuniones que se abría.
De forma instintiva, Pedro se incorporó y abrazó a Paula. Tomándola del brazo, la llevó hacia la ventana. Echó una ojeada a la antigua manilla y se dio cuenta de que no tenía tiempo suficiente para abrirla. Girando rápidamente, se deslizó contra el marco de la ventana, empujando a Paula hacia sí. Pasando el brazo por detrás de ella, tiró del borde de las cortinas de terciopelo y las extendió a lo largo de la ventana.
Segundos después, la puerta se abrió desde el pasillo.
-Podemos hablar aquí en privado, mientras los demás toman café, Ben.
-No creo que los otros estén de acuerdo con esta idea, Larry.
Pudo oír el sonido de la luz y el de la puerta que se cerraba tras ellos. La luz se filtraba por los bordes de la cortina.
-Es evidente que, si Emilio no está de acuerdo, es seguro que perderás Green, y quizás también Dryden.
-No te preocupes por Emilio Falco. Ya hablaré con él.
-No parecía muy convencido con tu oferta.
-Le haré una oferta que no podrá rechazar.
Ambos hombres soltaron una carcajada. Se oyó el ruido de fuertes pisadas y el arrastrar de las sillas al sentarse.
-Si él se queda fuera del asunto, ¿cómo piensas convencer al resto?
-Depende de lo que me espere.
-Déjame que te lo explique, y verás que mi plan es beneficioso para los dos.
Pedro se esforzó por respirar lentamente. El borde de la ventana se le clavaba en la cadera.
Tenía los hombros apretados contra el cristal.
Sus piernas estaban doloridas, con la punta de los zapatos peligrosamente cerca del borde de las cortinas, pero no se podía mover ni siquiera unos centímetros.
Paula comenzaba a tambalearse a causa de la difícil postura. Intentaba mantenerse de pie, apoyando las manos contra el marco de la ventana. Si no fuera por la mano que le sujetaba la espalda, se habría caído ya hacia atrás.
No había suficiente sitio para que pudiera cambiar de postura sin que lo notaran. Pedro le rozó con los dedos la cadera, en un silencioso aviso.
Estaba asombrado de que ella no hiciese el menor ruido, a pesar de que podía sentir su temblor. El pelo de Paula le rozó la mejilla cuando ella giró la cabeza para apoyarse en él.
La postura de ambos era muy forzada. Él mantenía el peso de ella sobre la pierna derecha, pero ni siquiera se movió.
Haciendo caso omiso del dolor de sus músculos, se concentró en la conversación que tenía lugar a menos de un metro de distancia.
El lugar correcto en el momento correcto, como había dicho Bergstrom. El haber podido escuchar lo que se había dicho en la mesa de la habitación contigua habría sido muy útil, pero aquello era mejor aún. Larry Fitzpatrick y Ben Hasenstein en una reunión privada. Javier se reiría si viera aquello.
Pedro escuchó con gran atención, memorizando todos los nombres y fechas que Patrick nombraba con explícitos detalles sobre cómo quería ampliar su negocio de blanqueo de dinero durante los siguientes tres años. Fitzpatrick le explicaba los progresos que estaba haciendo para establecer una red que atravesara la frontera de Canadá, donde los bancos no tenían límite para las transacciones. Desde allí, los fondos se filtrarían por medio de compañías fantasmas y luego regresarían al país en forma de venta de acciones de varias empresas. Él quería una comisión del treinta por ciento sobre las inversiones que hicieran sus socios.
Si aquel plan llegaba a realizarse, la actividad de la banda llegaría hasta la costa oeste. Pero disponiendo de aquella información, la policía estaría al corriente y, cuando terminasen con la principal fuente de ingresos de Fitzpatrick, el resto de sus negocios caería como fichas de dominó. Cuando Pedro relatase lo que había oído, conseguirían atraparlo.
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