domingo, 11 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 29




Paula hundió sus dedos en el pelo de Pedro y lo rodeó con los brazos. Era la primera vez que Pedro la besaba así. Esta vez estaba utilizando la lengua y los dientes sin ningún pudor, tomando lo que quería mientras sus labios absorbían los suyos con enorme pasión.



La oscuridad, la imperiosa necesidad de mantenerse en silencio, la amenaza de ser descubiertos, hicieron que estuviera más perceptiva, hasta un punto que nunca habría imaginado. Su pulso era muy rápido, y tenía la piel totalmente erizada. No podía ver la cara de Pedro, pero lo sentía. En todas partes.


Él le presionaba las nalgas con las manos mientras, con la pierna doblada entre las suyas, la atraía hacia sus musculosos muslos. La fricción de su ropa era una sensación deliciosa, eléctrica. El calor que subía entre sus piernas iba en aumento.


Quizás era la situación, el lugar, lo que intensificaba aquella sensación. En cualquier caso, la fuerza de su respuesta no dio lugar a inhibiciones. Fundiéndose contra él sin pudor, Paula abrió la boca y sus lenguas se encontraron en un juego sin descanso.


Podía sentir la respiración de Pedro en la mejilla, ardiente, acelerándose según avanzaba su mano. Sus dedos le recorrían la cadera hacia la parte superior de los muslos. Nadie la había tocado así hasta aquel momento. Alguna vez lo había leído, había oído hablar sobre ello, pero nunca había experimentado ella misma aquellas sensaciones. El temor que había sentido al principio, desde que sintió las manos de Pedro sobre su cuerpo, desde que reconoció su deseo hacia él, estalló en pasión. Empezaba a sentir una presión entre las piernas cuando el sonido de una voz los alertó.


-No.


Era una voz ahogada. No era la voz de Pedro


Sus bocas seguían selladas, mientras él la acariciaba, haciéndola estremecer.


-Estás yendo demasiado rápido, Fitzpatrick. No lo consentiré. Trabajas para mí, no para ellos.


Alguien estaba chillando en el pasillo. Paula se resistía a separarse de Pedro, intentando prolongar las sensaciones de placer. Pedro alzó la cabeza repentinamente, aunque sin dejar de acariciarla. El corazón de Paula latía agitadamente, mientras se mordía el labio conteniendo los sonidos de placer, pero las circunstancias les impedían continuar. Pudieron oír un ruido repentino contra la pared de la sala de reuniones, como si alguien hubiera tropezado con una silla. Volviendo a la realidad, la mente de Paula comenzó a funcionar. No entendía qué le estaba sucediendo, qué estaba haciendo, en qué habían estado pensando.


Apretó el rostro contra el pecho de Pedro, esperando que la confusión los embargase de nuevo. Pero no fue así. No era el lugar ni el momento apropiado para ello, en contra de sus deseos.


-Tenemos que salir de aquí ahora mismo –susurró Pedro.


Paula intentó correr las cortinas para salir, pero Pedro se lo impidió.


-Por ahí no, salgamos por la ventana. Espero que hayan desconectado el sistema de alarma para abrir la ventana.



-Dile a tu gorila que se aparte de mi camino –se oyó al otro lado de la puerta-. He venido aquí de buena fe. No puedes hacerme esto.


-Por favor, señor Falco, volvamos a la sala y discutamos esto con calma.


Pedro tomó la manilla y la giró. Pudo escuchar el sonido del mecanismo que desbloqueaba la ventana. No se oyó el sonido de ninguna alarma. 


Se asomó por la ventana y, a continuación, colocó a Paula frente a sí.


-Ve tú delante, yo te seguiré –dijo Pedro.


Se encontraban a una altura aproximada de dos metros, con la única protección de unos setos para amortiguar la caída. Paula no lo dudó un momento; se lanzó y dio un par de volteretas sobre la hierba. Pedro cayó junto a ella. 


Aprovechando la oscuridad, bordearon la casa.


La música de la orquesta se hizo más intensa. 


Paula siguió a Pedro hasta llegar al jardín, junto a la entrada que comunicaba con la cocina. Su furgoneta continuaba allí, detrás de la de Armando. Con un respiro de alivio, se apoyó junto al capó para recuperar el aliento. Parecía increíble, pero no habían transcurrido más de veinte minutos desde que habían llevado el carrito de café a la sala.


-¿Te encuentras bien? –preguntó Pedro.


Ella asintió. Su pulso seguía muy acelerado, en una mezcla de agotamiento y excitación. Sus emociones estaban confusas. Se preguntaba si Pedro seguiría provocando siempre aquellos efectos en ella.


-¿Te has hecho daño al saltar? –insistió Pedro.


-No, estoy bien –respondió.


-Has hecho un espléndido trabajo –le dijo, rodeándola con el brazo.


Ella alzó la mirada hacia el edificio. La luz de las lámparas del pasillo iluminaba parte de su rostro. Ahora que podía verlo, lo encontraba más distante.


-¿De verdad lo crees?


-Con toda la información que tengo podremos acabar con los negocios de Fitzpatrick para siempre, y me aseguraré de que Javier te ayude a conseguir la recompensa por tu ayuda.


Ella se echó hacia atrás el pelo con los dedos. 


Pedro hablaba de lo que habían oído, y no de lo que habían hecho después.


-No sé a qué te refieres.


-A los cincuenta mil que ofrecen de recompensa.


Aquél era el motivo por el que ella lo había hecho todo. Era lo que le proporcionaría el billete a su independencia.


-Estupendo, gracias.


Pedro se introdujo las manos en los bolsillos, evitando que la luz le diera en la cara.


-Te agradezco mucho la colaboración que me has prestado. Gracias, Paula. Ya sé que no ha sido fácil para ti fingir que estábamos comprometidos. Si quieres, se lo explicaré todo a tu familia.



Paula sabía que lo que Pedro intentaba decirle era que estaba dispuesto a dar la cara ante su familia para explicar la verdad sobre sus relaciones. Todo estaba sucediendo con demasiada rapidez. Sabía desde el principio que todo aquel asunto acabaría, pero no pensaba que resolverían tan pronto. Se preguntaba qué más quedaba por hacer. La boda había terminado. Él había obtenido la información que se había propuesto conseguir. Ella recibiría el dinero de la recompensa.


Aquél era el auténtico objetivo de todo lo que habían hecho.


Sin embargo, estaba convencida de que entre ellos había algo más que el simple trabajo. 


Quizás no debía haber desembocado en aquello, pero después de esta noche, ninguno de los dos podía pasarlo por alto. Tal vez desconociera algunos aspectos de las relaciones entre los sexos, pero sí sabía lo que sentía.


Quería algo más que la simple recompensa. 


Quería a Pedro.


-Sería mejor esperar a que estemos fuera de aquí –dijo él-. Iré a hablar con tus padres mañana, después de llevar mi informe a Javier. A menos que prefieras que se lo diga esta misma noche.


-No.


-Bien, será mejor que volvamos a la cocina antes de que empiecen a preguntarse dónde estamos.


-Pedro, espera.


-¿Qué sucede?


Ahora que había atraído su atención, no sabía qué decirle. No parecía el lugar ni el momento apropiado para contarle cómo se sentía, pero cuando salieran de aquella casa, todo habría terminado. Se dijo que, si no lo hacía en aquel momento, era posible que no tuviera otra oportunidad más tarde. Sin embargo, no sabía si sería capaz de explicárselo.


-Quizá podríamos…


Se puso a balbucear, intentando buscar las palabras correctas. Estaba loca por él, le gustaba la forma en que le hacía sentir. No quería que su relación terminase. Tomó aliento y siguió hablando, más decidida.


-Dijiste que no deberíamos mezclar nuestras relaciones con el trabajo, hasta que el caso estuviera resuelto definitivamente.


-Tienes razón –convino Pedro-. Esta noche he perdido totalmente el control. Afortunadamente, no ha tenido consecuencias funestas. Ha sido algo salvaje, descabellado, maravilloso, aunque estoy de acuerdo en que no ha sido el momento más oportuno. Ahora todo ha pasado y nuestro trabajo ha terminado.


-Sí, pero espero que eso no signifique el que no nos volvamos a ver.


Pedro se cubrió el rostro con las manos, mientras se retiraba el cabello de la cara en un gesto breve.


-No sabes lo que dices.



-Sí, claro que lo sé. No quiero que haya ningún compromiso por nuestra parte, aunque sabemos que tampoco hay nada que nos pueda detener.


-¿Y terminar lo que hemos empezado?


-Sí.


-No funcionaría.


-¿Que no funcionaría? No puedo creer que no hayas sentido nada, que no hayas disfrutado.


-No niego que haya disfrutado. He disfrutado de cada uno de nuestros encuentros. Probablemente te sientas confundida. Es una reacción normal cuando dos personas tienen un contacto tan estrecho como el que nosotros hemos tenido. Podría sucederle a cualquiera.


La confusión que la había invadido minutos antes comenzó a desaparecer lentamente.


-Ya sé que es una reacción natural.


-No hemos visto atrapados por la parte estimulante del trabajo. Lo que sientes ahora es la adrenalina, que sigue haciendo efecto. Eso es todo. En cuanto desaparezca, verás que no tiene ningún sentido prolongar nuestra relación.


-¿Nuestra relación?


-Venimos de mundos diferentes. No me conoces.


-Pero sé lo que ha habido entre nosotros. Ha sido algo más que una simple reacción física. Durante las últimas semanas no hemos entendido muy bien. Además, te has portado muy bien conmigo y con mi familia.


-Eso no tiene importancia –dijo él con voz dura y expresión distante-. No te vuelvas loca, Paula, he actuado tal y como habría actuado tu novio, eso es todo.


Aquello era lo que ella se había dicho varias veces y se había negado a creer.


-Es imposible que hayas podido fingir todo esto.


-Como ya te he dicho, no me conoces. No soy el tipo de hombre que una mujer como tú necesita. Creo que será mejor que dejemos las cosas como estaban al principio.


Ya lo habían hecho, pero ella era la que quería cambiar las reglas. Paula apartó la mirada de Pedro.


-Lo siento –añadió él.


-Está bien.


-Nunca tuve la intención de hacerte daño.


-Olvídalo.


Respiró profundamente y se alejó de la furgoneta malhumorada.


-Paula…


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