sábado, 10 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 28




Un temblor recorrió el cuerpo de Paula. Movió la cabeza, frotándose la nariz contra el cuello de Pedro. Unos segundos después, contuvo la respiración y se puso rígida, obviamente tratando de evitar un estornudo.


Tan lentamente como pudo, preparado para detenerse al menor sonido, Pedro levantó la mano por detrás de la cabeza de Paula y apretó su cara contra él. Ella se estremeció. Sus brazos estaban tensos por el enorme esfuerzo que hacía por mantenerse aún de pie. De repente, su respiración se aceleró, sus hombros recuperaron el movimiento y su cabeza topó contra la mejilla de Pedro, haciéndole emitir un leve gemido.


Afortunadamente, la conversación se mantuvo sin interrupciones al otro lado de las cortinas, por lo que los hombres no pudieron percibirlo. Si los hubieran descubierto, tal vez pudieran poner una excusa convincente para justificar por qué se ocultaban detrás de las cortinas, pero dudaban que alguien como Fitzpatrick se creyera que sólo se trataba de un par de amantes.


Paula se mantenía con los brazos levantados y las palmas de las manos abiertas contra el marco de la ventana para mantener el equilibrio. 


No podía moverse. Estaba paralizada, en silencio, sin hacer el menor movimiento.


Pedro empezó a acariciarla por debajo de la blusa y recorrió sus senos con los dedos. Un ardor repentino la aturdió. Probablemente tendría que ver con la adrenalina producida por la tensión, pero no podía hacer nada para impedir el flujo intenso y repentino que subía por todo su cuerpo.



Paula gimió, pero esta vez Pedro se dio cuenta de que no se debía a un estornudo. La forma en que se estrechaba contra él hizo que el cuerpo de Pedro reaccionase, y su pecho se erguía de forma compulsiva.


Aquella situación era una locura. Más que locura, era una estupidez muy peligrosa, pero Pedro no podía moverse. Había tenido que permanecer inmóvil como ella y no podían hacer nada para evitar las demandas de sus cuerpos.


De repente, fueron conscientes de que la conversación había cesado. Pedro aguzó el oído. Un tintineo de copas de cristal llegó hasta sus oídos. Fitzpatrick y Hasenstein brindaban por su próximo negocio. Tras ello se levantaron de nuevo y atravesaron la habitación. Alguien accionó el interruptor de la luz y la puerta que daba al pasillo se abrió y luego se cerró.


Esperaron unos instantes antes de hacer ningún movimiento para asegurarse de que la habitación había quedado vacía. Tras un largo minuto de silencio, Pedro giró la cabeza y acercó la boca a la oreja de Paula.


-Parece que se han marchado ya, pero esperaremos unos minutos más para asegurarnos de que es así.


Ella asintió con la cabeza, y rozó los labios de Pedro con el borde de su oreja. Él no pudo resistirse y le mordió suavemente el lóbulo, haciendo que un gemido de placer escapase de su boca.


-No hagas ruido –le rogó Pedro.


El cuerpo de Paula temblaba. Él la tomó por la cintura y la besó en la boca. Permanecieron así unos instantes, saboreándose mutuamente, permitiendo que el recuerdo de los besos que habían compartido reviviera en la realidad.


Pero ya no ocurriría nunca más. La boda había terminado. Él tenía la información que necesitaba. Una vez que abandonaran aquel lugar, no había razón para que se volvieran a ver.


No tenía nada que perder. Si aquél iba a ser el último beso, tendría que ser lo suficientemente intenso para no olvidarlo nunca.




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