sábado, 10 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 27
-Estás haciendo un buen trabajo, Pedro.
-Me alegro de poder ayudarle, señor Chaves –dijo Pedro, tomando una bandeja de las manos del padre de Paula.
Estaba convirtiéndose en un experto en llevar la bandeja con una sola mano, así como en colocar muebles y servir comidas.
Estaba haciendo un buen trabajo, pero no era aquél el trabajo que había ido a desempeñar.
Desplegando una enorme sonrisa, se giró y se dirigió hacia los invitados de la boda.
Las limusinas comenzaron a llegar a media tarde. Pedro había estado demasiado ocupado en la cocina para poder ver a sus ocupantes, y esperaba que Bergstrom se estuviera ocupando de sacar buenas fotos. Por lo que pudo oír, la ceremonia había concluido sin ningún percance, como estaba previsto. El trabajo tampoco le había permitido verla, pero al menos había podido tomar nota de la disposición de los asientos durante la cena. Con su disfraz de camarero, la camisa blanca y el pantalón negro, pasaba totalmente inadvertido entre la gente.
Nadie dejaba de hablar cuando él pasaba con los platos. No dejaba de prestar atención a todo lo que pudiera ser importante.
Después de todo lo que había hecho para tener la oportunidad de estar allí, le resultaba frustrante ver cómo se le escapaba el tiempo. La cena había terminado hacía un rato. Los novios se habían marchado una hora atrás. A pesar de que seguía habiendo gente que bailaba con la música de la orquesta en la terraza, el número de invitados iba disminuyendo poco a poco.
Pedro hizo una pausa discreta con la intención de buscar entre la gente la cabeza pelirroja de Fitzpatrick. Había estado en todas partes durante la tarde, saludando a todos los invitados, desempeñando el papel de anfitrión agradable. Al verlo allí era difícil imaginar que pudiese ser algo más que un hombre de negocios en la boda de su hija. Aparte de algunas personas que Bergstrom ya le había mencionado, los demás invitados parecían totalmente respetables. Y probablemente así fuese. A fin de cuentas, aquélla era la forma en que a Fitzpatrick le gustaba estar alejado de sus sucios negocios.
Como Pedro no consiguió localizar a Fitzpatrick, decidió dirigirse hacia el lado opuesto, mirando cuidadosamente entre la gente. No era Fitzpatrick el único que había desaparecido; tampoco había rastro de Packard, de Driden ni de Falco.
-Tomaré una copa.
Pedro sujetó la bandeja mientras un hombre con barba depositaba la copa vacía y tomaba la última copa llena que quedaba en la bandeja.
Tenía que ser Hassentein. Pedro sólo lo había visto en fotos, pero no había posibilidad de error. Aquella nariz aguileña era inconfundible.
-Aquí tiene, caballero –dijo Pedro amablemente.
El hombre tomó un pequeño sorbo y se marchó rápidamente. Pedro esperó a que se alejara y no pudiera verlo, ocultó la bandeja y le siguió.
En lugar de quedarse con el resto de los invitados en el jardín, Hassentein se dirigió hacia la puerta, desapareciendo en el interior de la casa.
El estómago de Pedro se estremeció. Tenía que ser aquello. Los delincuentes debían estar dirigiéndose a la cita que iba a tener lugar aquella noche. Entró en la casa y de dirigió hacia el pasillo que comunicaba con el despacho de Fitzpatrick.
No esperaba que todo fuese tan fácil como la última vez que había estado allí. No sólo la puerta del final del pasillo estaba cerrada, sino que había un hombre con un traje oscuro apoyado en la pared, a un lado. Sintiéndose amenazado, Pedro cambió de dirección y fue a la cocina.
Dos de los sobrinos de Paula estaban apilando los platos de la cena dentro de las cajas, mientras Armando y Judith manipulaban una gran cafetera que estaba sobre un carro de ruedas. Paula estaba de pie junto a una de las mesas de la cocina con un lápiz entre los dientes y un cuaderno en la mano, mientras revisaba la vajilla.
Pedro depositó la bandeja llena de vasos vacíos y se detuvo junto a ella.
-Necesito que hagas algo por mí –le dijo.
Ella se sacó el lápiz de la boca y anotó algo en el cuaderno antes de mirarlo.
-¿Qué?
-¿Puedes prepararme un plato de comida? Quiero llevarlo a la sala de reuniones.
-¿A la sala de reuniones? –dirigió una mirada hacia el pasillo-. ¿Te refieres a la habitación de la mesa grande? ¿Está sucediendo algo importante allí?
-Parece que sí. Necesito una excusa para poder entrar.
Paula echó una rápida ojeada en dirección a la sala.
-¿Qué te parece el café?
-Paula, no hay tiempo.
-El café –repitió ella, dirigiéndose hacia Armando y Judith-. Pedro y yo serviremos el café.
Judith sonrió con cansancio y se retiró el pelo de la frente.
-Gracias, Paula.
Pedro la ayudó a sacar el carrito hasta el vestíbulo.
-De acuerdo. A partir de aquí lo llevaré yo –dijo Pedro.
-Voy contigo. Vas a necesitar ayuda –dijo ella sin soltar el carro.
-Paula, aprecio tu gesto, pero si realmente quieres ayudarme, deja que haga mi trabajo solo.
-Normalmente servimos el café en parejas. Así que esto es hacer tu trabajo. Tú puedes empujar el carrito y yo serviré. Oh, Dios mío. El guardia. Es el que… ya sabes.
Pedro lo reconoció en el momento en que el vigilante se percató de su presencia. Era el mismo guardia que los había descubierto la última vez. Los escoltó hasta la sala de reuniones, dejando escapar una sonrisa maliciosa.
Pedro empujó el carrito al interior. Dispusieron sólo de unos instantes, durante los cuales pudieron ver a media docena de hombres alrededor de una mesa de cristal, antes de que la puerta se cerrara ante ellos.
Frunciendo el ceño, Pedro retrocedió. El pasillo se encontraba a oscuras, aunque no iba a estar así durante mucho tiempo. Moviéndose rápidamente, se aproximó a la puerta de la habitación contigua.
-¿Qué haces? –preguntó Paula.
-El plan alternativo.
Pedro giró la manilla de la puerta y empujó con suavidad, dejando que la puerta se abriera lentamente. Con la débil luz del pasillo, apenas se vislumbraban el sofá y los sillones que había visto la primera visita a la casa, pero no había nadie en la habitación.
-¿Y si te pidiese que volvieras a la cocina sin mí? –preguntó Pedro.
-No lo haría –contestó ella inmediatamente.
-Es lo que me figuraba.
Pedro la sujetó por la muñeca y entraron en la habitación, cerrando la puerta tras sí.
-Pedro…
Cubriéndole la boca con la mano, él acercó los labios a su oído y le dijo:
-¿Recuerdas aquellos respiraderos que encontré cuando estaba examinando desde fuera esa habitación del espejo?
Ella asintió.
-Si están conectados a un sistema central, debería haber otros similares en la pared izquierda de esta habitación.
-El guardia va a empezar a preguntarse dónde nos hemos metido –dijo Paula.
-Pensará que hemos vuelto a la cocina, y si se decide a comprobarlo y nos encuentra, se imaginará que estaremos en cualquier otro lugar haciendo lo mismo que la última vez.
-¿Qué? Ah, bueno, pero la gente no…
-¿La gente no hace el amor?
-No es eso. Me refiero a que estaremos trabajando. No podríamos…
-Lo que importa es lo que el guardia piense. Espera aquí y no te muevas.
Pedro cerró los ojos, esperando unos minutos para dejar que su vista se adaptase a la oscuridad. Después salió de la habitación con cuidado.
La escasa luz que se filtraba por debajo de la puerta del vestíbulo y un rayo de luz que entraba por la ventana le bastaban para verse la mano.
Alargando el brazo, palpó la pared con las yemas de los dedos. Creía recordar que el respiradero más cercano se encontraba a un metro y medio de la esquina de la sala de reuniones, justo en el borde del enorme espejo.
Con gran meticulosidad, moviéndose unos centímetros pasó la palma de la mano por la pared.
Dos minutos después rozó con los dedos una rejilla metálica. Aspiró una bocanada de aire, y aguzó el oído para intentar escuchar algo de lo que se decía en la sala de reuniones. Del otro lado de la pared llegó una débil voz.
Desgraciadamente, era demasiado débil y apenas pudo entender un par de palabras. El suelo crujió tras él, justo en el momento en que una mano se posaba lentamente en su hombro.
Su preocupación se transformó en placer cuando descubrió que la mano era de Paula.
Debería haber imaginado que no se quedaría donde él le había dicho. Girando lentamente, la tomó por la mano. El único ruido que hacían era el de su propia respiración.
Pedro retomó su posición y puso el oído de nuevo en el hueco de la ventilación. Ahora pudo reconocer la voz de Fitzpatrick, pero hablaba en un tono de voz muy bajo, y no podía entender todas sus palabras. Frustrado, se desplazó unos centímetros más a la derecha cuando, de repente, se hizo un silencio seguido de un ruido de sillas y el sonido de la puerta de la sala de reuniones que se abría.
De forma instintiva, Pedro se incorporó y abrazó a Paula. Tomándola del brazo, la llevó hacia la ventana. Echó una ojeada a la antigua manilla y se dio cuenta de que no tenía tiempo suficiente para abrirla. Girando rápidamente, se deslizó contra el marco de la ventana, empujando a Paula hacia sí. Pasando el brazo por detrás de ella, tiró del borde de las cortinas de terciopelo y las extendió a lo largo de la ventana.
Segundos después, la puerta se abrió desde el pasillo.
-Podemos hablar aquí en privado, mientras los demás toman café, Ben.
-No creo que los otros estén de acuerdo con esta idea, Larry.
Pudo oír el sonido de la luz y el de la puerta que se cerraba tras ellos. La luz se filtraba por los bordes de la cortina.
-Es evidente que, si Emilio no está de acuerdo, es seguro que perderás Green, y quizás también Dryden.
-No te preocupes por Emilio Falco. Ya hablaré con él.
-No parecía muy convencido con tu oferta.
-Le haré una oferta que no podrá rechazar.
Ambos hombres soltaron una carcajada. Se oyó el ruido de fuertes pisadas y el arrastrar de las sillas al sentarse.
-Si él se queda fuera del asunto, ¿cómo piensas convencer al resto?
-Depende de lo que me espere.
-Déjame que te lo explique, y verás que mi plan es beneficioso para los dos.
Pedro se esforzó por respirar lentamente. El borde de la ventana se le clavaba en la cadera.
Tenía los hombros apretados contra el cristal.
Sus piernas estaban doloridas, con la punta de los zapatos peligrosamente cerca del borde de las cortinas, pero no se podía mover ni siquiera unos centímetros.
Paula comenzaba a tambalearse a causa de la difícil postura. Intentaba mantenerse de pie, apoyando las manos contra el marco de la ventana. Si no fuera por la mano que le sujetaba la espalda, se habría caído ya hacia atrás.
No había suficiente sitio para que pudiera cambiar de postura sin que lo notaran. Pedro le rozó con los dedos la cadera, en un silencioso aviso.
Estaba asombrado de que ella no hiciese el menor ruido, a pesar de que podía sentir su temblor. El pelo de Paula le rozó la mejilla cuando ella giró la cabeza para apoyarse en él.
La postura de ambos era muy forzada. Él mantenía el peso de ella sobre la pierna derecha, pero ni siquiera se movió.
Haciendo caso omiso del dolor de sus músculos, se concentró en la conversación que tenía lugar a menos de un metro de distancia.
El lugar correcto en el momento correcto, como había dicho Bergstrom. El haber podido escuchar lo que se había dicho en la mesa de la habitación contigua habría sido muy útil, pero aquello era mejor aún. Larry Fitzpatrick y Ben Hasenstein en una reunión privada. Javier se reiría si viera aquello.
Pedro escuchó con gran atención, memorizando todos los nombres y fechas que Patrick nombraba con explícitos detalles sobre cómo quería ampliar su negocio de blanqueo de dinero durante los siguientes tres años. Fitzpatrick le explicaba los progresos que estaba haciendo para establecer una red que atravesara la frontera de Canadá, donde los bancos no tenían límite para las transacciones. Desde allí, los fondos se filtrarían por medio de compañías fantasmas y luego regresarían al país en forma de venta de acciones de varias empresas. Él quería una comisión del treinta por ciento sobre las inversiones que hicieran sus socios.
Si aquel plan llegaba a realizarse, la actividad de la banda llegaría hasta la costa oeste. Pero disponiendo de aquella información, la policía estaría al corriente y, cuando terminasen con la principal fuente de ingresos de Fitzpatrick, el resto de sus negocios caería como fichas de dominó. Cuando Pedro relatase lo que había oído, conseguirían atraparlo.
EN LA NOCHE: CAPITULO 26
Los guardias que estaban en la puerta eran los mismos de la última vez. Habían sustituido las cazadoras caqui por elegantes trajes negros, con un clavel blanco en la solapa. Sin duda, se habían vestido así por motivos de seguridad. Así pasarían inadvertidos entre los invitados de la boda, aunque todos tenían un bulto debajo del brazo izquierdo. Paula se preguntaba si también habrían limpiado las armas para la ocasión.
-Conduce hasta el final del camino sin detenerte en ningún sitio –dijo Pedro.
Paula no pudo evitar un estremecimiento mientras oía cómo se cerraba la gran puerta de acero de la finca a sus espaldas. Hacía todo aquello para obtener el dinero suficiente para abrir su propio restaurante. Empezó a imaginarse el lugar donde estaría el restaurante de sus sueños. Ahora era necesario que Pedro tuviera éxito y que ella consiguiese mantener los nervios bajo control.
-Este sitio parece salido de una revista. Mira esas flores, Paula.
En el asiento del acompañante, Esther estaba inclinada hacia delante y su cara esbozaba una sonrisa de asombro.
-Marion Fitzpatrick es una fanática de la jardinería. Por eso quería celebrar la boda en los jardines.
-Lo comprendo perfectamente. Esas rosas son maravillosas.
-Sí, la verdad es que son preciosas.
Paula intentó no mirar hacia la cámara que Pedro le había señalado la última vez que había estado allí. Al tomar la curva del camino vislumbró unas tiras blancas y azules.
-¡Perfecto! Está todo muy bonito. Parece que ya han terminado –dijo Esther-. Estaba preocupada porque Fitzpatrick no nos ha dado mucho tiempo para prepararlo.
Paula redujo la marcha mientras subían la colina. En la terraza de la fuente habían colocado varias filas de elegantes sillas blancas, protegidas bajo una enorme lona. Observó a Agustin y a Jimmy, que trasladaban las mesas desde el patio, y a Judith, sobre una alta escalera que colocaba luces en el marco de la puerta principal, pero no había ni rastro de Pedro.
Había llegado dos horas atrás para ayudar con la organización. Paula se había sorprendido cuando él le dijo que no deberían llegar juntos, y que ella debería presentarse allí con el resto de su familia.
Paula se preguntaba dónde estaría Pedro. Quizás había decidido intentar fisgonear otra vez. No quería pensar qué pasaría si lo descubrían.
Su corazón dio un vuelco cuando por fin lo vio.
Estaba de pie, en la puerta trasera de la casa, y llevaba puesto un traje negro, igual que el de los hombres de seguridad. Parando el coche detrás de la furgoneta de Armando, Paula echó el freno de mano y abrió la puerta.
-¿A dónde vas? –preguntó Esther-. Tenemos que llevar estos canapés a la cocina.
-Ahora mismo vuelvo –contestó Paula mientras se dirigía hacia Pedro.
Paula escuchó el final de lo que parecía una conversación acerca de las cubiteras para los hielos, un instante antes de que el guardia girase, se encogiera de hombros y se marchara.
Pedro vio pasar a Paula, alzó la mirada y sonrió.
-Cariño, me estaba preguntando cuándo ibas a llegar.
Paula se detuvo frente a él.
-¿Cómo marchan las cosas? –preguntó-. ¿Va todo bien?
-Sí, no hay ningún problema.
Pedro la tomó de la cintura y, sin vacilaciones, le dio un beso en la boca.
Estupefacta, Paula no pudo hacer nada más que abrazarse a él y sentir cómo su beso le colmaba los sentidos. Incluso entonces, sabiendo que era sólo una mera actuación, porque toda la familia los miraba, la sensación de los labios de Pedro sobre los suyos hizo que sus nervios se alterasen.
Le gustaban las sensaciones que Pedro le provocaba. Odiaba ser incapaz de evitarlas. No sabía qué hacer.
EN LA NOCHE: CAPITULO 25
Pedro se secó la frente con el dorso de la mano y sacó el brazo por la ventanilla.
-¿Cuándo te vas a decidir a instalar aire acondicionado en este montón de chatarra? –preguntó a Piers Bergstrom.
-Eres incapaz de apreciar la belleza –Bergstrom pasó la mano por el volante del Mercury antiguo que acababa de adquirir-. Lo encontré en un taller de Waukegan el mes pasado. Ha tenido varios dueños, pero aún le quedan muchos kilómetros por recorrer. Escucha el sonido del motor. Ocho cilindros y cuatrocientos cuarenta y un centímetros cúbicos.
-Y chupa gasolina como un loco.
Bergstrom conseguía todo lo que quería. Tenía una sonrisa capaz de enamorar a cualquiera, y lo sabía. Alto, rubio y bronceado, era la viva imagen de típico chico de portada. Pero, al mirarlo detenidamente a los ojos, se podía ver en ellos un brillo calculador.
-Es un coche que responde muy bien. Igual que una mujer cuando la fulminas con la mirada.
Pedro se apoyó en el respaldo del asiento y se dispuso a contemplar el paisaje. Desde la semana anterior no estaba de humor para soportar la forma en que Bergstrom hablaba de sus coches y sus mujeres. Era un buen hombre, pero su mentalidad le alteraba los nervios.
-¿Hay noticias sobre la gente que va a venir a la ciudad? –preguntó Pedro.
-Lo último que he oído es que Hasenstein, Packard, Gallo y Dryden son ya definitivos. Green y Falco figuran como posibles.
-¿Emilio Falco? Creía que sus relaciones con Fitzpatrick eran muy malas desde hacía muchos años.
-Efectivamente, aunque no creo que lo hayan invitado a la boda por motivos de amistad –confirmó Bergstrom.
-Fitzpatrick es muy ambicioso. Quizás esté pensando en alguien para consolidar su posición. Tal vez quiera volver a definir las líneas de poder.
-Ah. Veo que has estado hablando con nuestro amigo Javier.
-No desde el jueves. ¿Por qué? –inquirió Pedro.
-Él piensa lo mismo. Ese trabajo encubierto que estáis montando puede tener más éxito del que esperamos. Todo lo que tienes que hacer es estar en el lugar correcto a la hora correcta.
Bergstrom levantó el pie del acelerador al aproximarse a una curva y se introdujo en un sendero estrecho y bordeado de árboles.
-Lo siento, cariño –dijo a su coche al pasar por un bache.
El sendero se fue estrechando hasta llegar a una pequeña explanada rodeada de árboles, en la cima de la colina. Bersgtrom paró bajo la sombra de un roble, sacó unos prismáticos que estaban bajo el asiento y se los ofreció a Pedro.
-Echa un vistazo.
Pedro dirigió los prismáticos hacia la mansión de ladrillo cubierta de hiedra que había a lo lejos.
-Entiendo a qué te refieres, Berg. Es un lugar estratégico.
-Más vale que lo sea. Le he hecho varios arañazos al coche para llegar hasta aquí –apostilló Bergstrom.
-¿Cuáles son los que le has hecho tú? –preguntó Pedro, sorprendido.
-No le hagas caso, cariño –murmuró Berg dirigiéndose al coche-. Yo te quiero de todas formas.
-Tiene previsto celebrar la ceremonia ahí, en la terraza en la que está la fuente –Pedro dirigió los prismáticos unos grados hacia la izquierda-. Nosotros estaremos colocando las sillas y las carpas mañana por la mañana.
-¿De qué tamaño son las carpas? ¿Ocultarán las vistas?
-Desde este ángulo, no mucho. Ahora que sé dónde estarás colocado, te puedo asegurar que no –dijo Pedro.
-De acuerdo. Según las previsiones no lloverá, así que tan pronto como la gente esté fuera y la banda de música empiece a tocar, sacaré fotos muy interesantes de los asistentes y de quién habla con quién. Me situaré detrás de aquel montículo. Javier colocará gente cerca de la entrada y en el lado del oeste del edificio. El problema es que el garaje oculta la vista de la parte de la casa en la que crees que tendrá lugar la reunión.
-Sí, eso era lo que yo me temía –lamentó Pedro.
-Intentaremos controlar todo lo posible.
-Quiero recordarte una vez más que deberéis tener cuidado de que ninguno de los guardias de Fitzpatrick descubra el brillo de vuestros juguetes.
-Juguetes, ¿eh? –rió Bergstrom-. Lo último en tecnología fotográfica y lo llamas juguete. ¿Qué pasa, Alfonso? Vamos, hombre, relájate –le dijo suavizando la voz-. ¿Te da envidia mi equipo?
Pedro bajó los prismáticos, se quitó la correa del cuello y miró a su acompañante. Bergstrom dedicaba a su cuerpo tantos cuidados como a su coche, y si la mitad de los rumores que circulaban por ahí era cierta, no estaba muy escaso de equipo.
-Lo que cuenta no es el equipo que se tenga, sino cómo se utilice –dijo-. Algunos no necesitamos tecnología para realizar nuestro trabajo.
-Ah, ¿sí? Vale, pues la próxima vez serás tú quien se encargue de tomar fotos y yo me encargaré de la mujer. ¿Qué te parece? Por cierto, cuéntame cómo es.
-¿Quién?
Bergstrom dibujó con sus manos en el aire lo que quería decir.
-Tu prometida.
-La señorita Chaves ha colaborado mucho.
-A las personas tranquilas les suelen gustar los policías. Debe ser por el riesgo. Las armas siempre les parecen excitantes. ¿Le has enseñado ya la tuya?
-Déjalo, Bergs. Es sólo un asunto de trabajo.
-Sí –sonrió Bergstrom-. Seguro.
Pedro gruñó. La relación que había entre Paula y él sólo estaba relacionada con el trabajo. Si continuaba repitiéndoselo durante el tiempo suficiente, quizás su cerebro acabara enviando el mensaje a su cuerpo.
Bergstrom se giró y tomó una pequeña bolsa de plástico del asiento trasero.
-Hablando de equipo, aquí está tu transmisor.
-Olvídalo. Si Fitzpatrick refuerza la seguridad mañana, descubrirán mi tapadera. Ya he hablado con Javier y le he dicho que no quiero llevar nada encima.
-Javier sigue quejándose de que estés tú solo en el interior de la finca.
Pedro tomó la bolsa que Bergstrom le ofrecía y echó una ojeada en su interior.
-¿Por qué? Ya sabes que así es como trabajo.
-Sí, y tú sabes cómo le gusta estar preparado por si algo saliera mal. Quiere que seamos capaces de movernos rápido. Si algo falla, vas a necesitar respaldo.
Pedro negó con la cabeza, devolviéndole la bolsa a Bergstrom.
-Llevaré un teléfono móvil. Entre el teléfono y la vigilancia que podréis tendremos suficiente.
-¡Bien! Sabía que acabarías utilizando uno de mis juguetes. Por cierto, la señorita Chaves es la única que lo sabe, ¿no es así? Debemos asegurarnos de que no se entere nadie más. De lo contrario, sería una pena que su familia tuviera problemas.
-¿Sabes algo más? –preguntó Pedro.
-Ya te lo he dicho todo.
-Si hay algo más, necesito saberlo.
-No, no hay nada más.
-Si prevés que vamos a tener problemas, dímelo. No me gusta jugar con la seguridad de las personas. Le diré a Joel Chaves que cancele el trabajo y nos olvidamos de buscar pruebas.
-¿Qué pasa? Nadie piensa que vaya a haber problemas. Deja a los Chaves hacer su trabajo. Tú haz el tuyo y todos estaremos contentos –tomó los prismáticos, los guardó cuidadosamente dentro de su caja y los dejó de nuevo bajo el asiento-. Tranquilo, que mañana por la noche todo habrá terminado.
-Sí.
Pedro vio cómo la finca desaparecía tras los árboles mientras Bergstrom dirigía el coche nuevamente hasta la carretera. Todo acabaría pronto. El caso Fitzpatrick, el contrato, su relación con Paula…
Debería estar contento de que todo estuviera saliendo como lo había planeado. Por tanto, no entendía a qué podía deberse aquel sentimiento de pesar.
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