sábado, 10 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 26





Los guardias que estaban en la puerta eran los mismos de la última vez. Habían sustituido las cazadoras caqui por elegantes trajes negros, con un clavel blanco en la solapa. Sin duda, se habían vestido así por motivos de seguridad. Así pasarían inadvertidos entre los invitados de la boda, aunque todos tenían un bulto debajo del brazo izquierdo. Paula se preguntaba si también habrían limpiado las armas para la ocasión.


-Conduce hasta el final del camino sin detenerte en ningún sitio –dijo Pedro.


Paula no pudo evitar un estremecimiento mientras oía cómo se cerraba la gran puerta de acero de la finca a sus espaldas. Hacía todo aquello para obtener el dinero suficiente para abrir su propio restaurante. Empezó a imaginarse el lugar donde estaría el restaurante de sus sueños. Ahora era necesario que Pedro tuviera éxito y que ella consiguiese mantener los nervios bajo control.


-Este sitio parece salido de una revista. Mira esas flores, Paula.


En el asiento del acompañante, Esther estaba inclinada hacia delante y su cara esbozaba una sonrisa de asombro.


-Marion Fitzpatrick es una fanática de la jardinería. Por eso quería celebrar la boda en los jardines.


-Lo comprendo perfectamente. Esas rosas son maravillosas.


-Sí, la verdad es que son preciosas.


Paula intentó no mirar hacia la cámara que Pedro le había señalado la última vez que había estado allí. Al tomar la curva del camino vislumbró unas tiras blancas y azules.


-¡Perfecto! Está todo muy bonito. Parece que ya han terminado –dijo Esther-. Estaba preocupada porque Fitzpatrick no nos ha dado mucho tiempo para prepararlo.


Paula redujo la marcha mientras subían la colina. En la terraza de la fuente habían colocado varias filas de elegantes sillas blancas, protegidas bajo una enorme lona. Observó a Agustin y a Jimmy, que trasladaban las mesas desde el patio, y a Judith, sobre una alta escalera que colocaba luces en el marco de la puerta principal, pero no había ni rastro de Pedro.



Había llegado dos horas atrás para ayudar con la organización. Paula se había sorprendido cuando él le dijo que no deberían llegar juntos, y que ella debería presentarse allí con el resto de su familia.


Paula se preguntaba dónde estaría Pedro. Quizás había decidido intentar fisgonear otra vez. No quería pensar qué pasaría si lo descubrían.


Su corazón dio un vuelco cuando por fin lo vio. 


Estaba de pie, en la puerta trasera de la casa, y llevaba puesto un traje negro, igual que el de los hombres de seguridad. Parando el coche detrás de la furgoneta de Armando, Paula echó el freno de mano y abrió la puerta.


-¿A dónde vas? –preguntó Esther-. Tenemos que llevar estos canapés a la cocina.


-Ahora mismo vuelvo –contestó Paula mientras se dirigía hacia Pedro.


Paula escuchó el final de lo que parecía una conversación acerca de las cubiteras para los hielos, un instante antes de que el guardia girase, se encogiera de hombros y se marchara.


Pedro vio pasar a Paula, alzó la mirada y sonrió.


-Cariño, me estaba preguntando cuándo ibas a llegar.


Paula se detuvo frente a él.


-¿Cómo marchan las cosas? –preguntó-. ¿Va todo bien?


-Sí, no hay ningún problema.


Pedro la tomó de la cintura y, sin vacilaciones, le dio un beso en la boca.


Estupefacta, Paula no pudo hacer nada más que abrazarse a él y sentir cómo su beso le colmaba los sentidos. Incluso entonces, sabiendo que era sólo una mera actuación, porque toda la familia los miraba, la sensación de los labios de Pedro sobre los suyos hizo que sus nervios se alterasen.


Le gustaban las sensaciones que Pedro le provocaba. Odiaba ser incapaz de evitarlas. No sabía qué hacer.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario