domingo, 4 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 8





Pedro acababa de terminar de arreglar el marco de su puerta cuando llamó Javier para hablarle del resultado de la investigación sobre los Chaves. Abrió una lata de refresco y bebió un largo trago mientras escuchaba a su jefe. El aparato de aire acondicionado se esforzaba por combatir el calor sofocante, pero tenía la batalla perdida.


-Chaves Catering –le explicó Javier- se fundó hace treinta y cinco años. El dueño se llama Joel Chaves. Es una empresa familiar, con una plantilla fija de diez personas, aunque a veces contratan más personal para algunas fiestas.


Pedro se apretó la lata del refresco contra la frente, pensando en el potente aparato de aire acondicionado que tenía Javier en su despacho.


-¿Contratan trabajadores provisionales? ¿Cómo lo sabes?


-Los contrataron en la fiesta de graduación del hijo del alcalde, hace unos meses. He conseguido una copia detallada de la factura, y tiene los precios desglosados. Incluya los trabajadores contratados en el último momento.


-Esto se pone cada vez mejor. Si necesitaron más personal para una fiesta de graduación, también contratarán camareros para esta boda.


-Sí, las cosas parecen prometedoras. Joel Chaves no tiene antecedentes penales ni policiales. Ni siquiera tiene multas de tráfico. Lleva treinta y seis años casado, mantiene a su suegra viuda, vive en la casa que heredó de sus padres, y siempre paga a tiempo los impuestos. Por si fuera poco, su empresa trabaja gratis en la fiesta de Navidad del albergue para pobres.


-¿Cómo es posible que alguien tenga un historial tan limpio?


-Eso no es todo. La empresa también tiene una reputación excelente. El alcalde se quedó encantado con ellos.


-Por eso los elegiría Fitzpatrick para la boda de su hija.


-Exactamente.


Como de costumbre, Pedro se sorprendió por la rapidez con que Javier había conseguido la información, pero al parecer, Joel Chaves no tenía nada que ocultar.


-¿También has investigado a Paula?


-Es una ciudadana ejemplar, como su padre. Ninguna condena, ninguna detención y ninguna multa de tráfico. En abril cumplió veintiocho años. Nunca ha estado casada, y hace cinco años que trabaja en el negocio familiar.


-¿Algo más?


-No tengo tanta información sobre ella como me gustaría.


-Eso no significa que esté involucrada.


-Déjame seguir investigando antes de hablar con ella.


-No creo que encuentres nada importante. Si vamos a aprovechar esta oportunidad, tengo que darme prisa. Cuanto antes entre en la empresa…


-¿Tú? Nada de eso. Si vamos a colocar un camarero en la fiesta, será mejor que sea Bergstrom o Middleton.


-¿Por qué? Yo soy quien conoce a Paula, y conmigo estará más dispuesta a colaborar.


-Es demasiado arriesgado. Han descubierto la tapadera de Tindale, y puede que alguien te reconozca.


-Los hombres a los que detuviste por entrar en mi casa no estaban seguros de que fuera policía. No me vieron, y yo no intervine en su detención. Por lo que saben, soy un contable que quería llevarse trabajo a casa.


-Eso es cierto. Has hecho bien en desaparecer así.


-Además, pasarán unos meses muy ocupados, ¿no te parece?


-Probablemente, sí. Los dos tenían antecedentes, así que les caerá una buena condena por allanamiento de morada. Pero sigue siendo muy arriesgado.


-Fitzpatrick tiene por costumbre no intervenir personalmente en sus negocios sucios, y eso no puede venir bien en esta ocasión –insistió Pedro-. No puede reconocerme nadie, porque no va a invitar a la boda de su hija a ningún empleado de ese almacén. Ésa es su forma de funcionar.


-Bueno, ya veremos qué pasa. No voy a tomar una decisión hasta tener todos los detalles.


-Hasta el momento, Paula se ha mostrado muy dispuesta a colaborar, así que no estaría de más que la tanteara sobre el negocio de catering de su familia. Averiguaré en qué se basan para contratar camareros provisionales, y esas cosas.


-Sé que te gusta improvisar, pero no te pases. Recuerda que de momento sólo tienes que tantearla un poco.


-De acuerdo.



Pedro colgó el teléfono con impaciencia. Javier desempeñaba la mayor parte de su trabajo en el despacho, donde todo funcionaba con arreglo a un orden lógico. Era el mejor policía que Pedro había visto en lo relativo a la estrategia y la coordinación, pero a diferencia de su superior, Pedro tenía que adaptarse rápidamente a situaciones imprevistas y hacer planes sobre la marcha. A menudo intentaba seguir las instrucciones de javier, pero nunca descartaba su instinto.


En aquel caso, tanto el instinto como el cerebro le decían que no se había equivocado con Paula Chaves. Podía ser la clave que los acercara a Fitzpatrick. Ahora que sabía que estaba involucrada en los preparativos de aquella boda, tenía motivos para volver a verla.


Abrió la guía telefónica y buscó su nombre. Lo marcó y dejó sonar el teléfono.


No sabía cuánto podía contarle, ni hasta qué punto podría confiar en ella. Lo mejor era mantenerla tan alejada del caso como fuera posible. Lo único que tenía que hacer era convencer a su padre, o a la persona encargada de contratar a los camareros en Chaves Catering, para que contara con él en la boda. O con algún compañero suyo.


El teléfono seguía sonando. Se volvió para mirar por la ventana y entonces la vio.


Paula estaba en la calle. Llevaba el pelo recogido, y se había puesto un vestido azul de tirantes, muy suelto, pero estaba tan atractiva como con el minúsculo camisón.


También estaba atractiva con una bata vieja. Tanto que había estado a punto de besarla en la puerta, antes de que los interrumpiera su madre.


Se quedó contemplando el atractivo balanceo de sus caderas mientras cruzaba la calle, y de repente reaccionó. 


Tomó una camisa y corrió a la puerta.


Cuando llegó al lugar donde había aparcado la furgoneta, Paula tenía el vestido pegado a la espalda. Lo primero que hizo fue encender el aire acondicionado. Después, salió del aparcamiento, y estaba esperando una oportunidad para incorporarse al tráfico, cuando vio que un hombre alto y moreno se acercaba a ella.


Su corazón dio un vuelco cuando se dio cuenta de que era Pedro.


-Hola –le dijo, mientras ella bajaba la ventanilla-. Estaba intentando llamarte.


Paula se dio cuenta de que se había sonrojado como una colegiala. Esperaba que Pedro atribuyera al calor el tono de sus mejillas.


-Ah, sí, me comentaste que me llamarías.


-Qué furgoneta más bonita. ¿Es tuya?


-Es de la empresa, pero la uso de vez en cuando. Jimmy dibujó las letras hace unas semanas.


-Vaya, es un chico con talento. ¿Vas al trabajo?



-En realidad, no. Sólo tengo que llevar una caja de copas de champán a la oficina. Mañana organizamos una fiesta de jubilación.


Pedro miró el reloj.


-¿Te importa que te acompañe?


-¿Para qué?


-Quería hablar contigo, pero si tienes otros planes, no te preocupes.


Paula se mordió el labio inferior. El único plan que tenía era el de pasar la velada repasando los menús que su madre y ella habían elaborado por la mañana. No le vendría mal tener compañía en el viaje al centro de la ciudad. No quería que ningún hombre entrase en su vida, pero no le importaba que un hombre entrase en su furgoneta.


A la luz del sol, los ojos de Paula tenían un azul muy intenso. 


Se había cambiado de camisa y, aunque llevaba desabrochados todos los botones menos los dos superiores, podía entrever su pecho.


Un claxon sonó a sus espaldas. Miró por el retrovisor y vio que otro coche esperaba para salir del aparcamiento.


Sin detenerse a analizar su decisión, Paula abrió la puerta del acompañante.


Cuando Pedro se sentó a su lado, no pudo evitar ser consciente de su cercanía. Intentó concentrarse en la conducción.


-Si aún te preocupa la posibilidad de que diga a alguien a qué te dedicas –le dijo sin preámbulos-, te aseguro que te equivocas.


-Te creo. Esta mañana, cuando ha venido tu madre, te has comportado con mucha naturalidad.


Paula suspiró.


-Parece que ella no opina lo mismo. Está convencida de que hay algo entre nosotros.


-No me extraña, teniendo en cuenta que era muy temprano y que aún no estabas vestida. Espero que eso no te cause problemas.


-No sé. Mi madre se considera muy moderna, así que no se ha escandalizado por encontrarte en mi casa. Tal vez todo lo contrario; casi habría preferido que se escandalizase.


-¿Qué quieres decir?


-Que no es tan moderna como piensa. Sigue convencida de que nadie puede ser feliz si no se casa y tiene una docena de hijos. Lleva varios años intentando emparejarme, y hasta ha conseguido la complicidad de mis cuñadas. Ahora que ha visto lo que cree que ha visto, albergará esperanzas para nada.


-¿Significa eso que no estás deseando casarte?


-Desde luego. Es lo último que haría en la vida.


-Bueno, por lo menos no va a venir tu padre para obligarme a que te lleve al altar a punta de pistola.



-No creo –contestó Paula, riendo-. Mi padre nunca haría algo así. Para eso están los gemelos.


-Dos de tus hermanos, supongo.


-Jeronimo y Christian –confirmó-. Espero que no te causen problemas si a mi madre le da por hacer de casamentera. No estás casado, ¿verdad?


-No, ya tengo bastante con el trabajo –cambió de postura para no seguir admirando las piernas de la conductora-. Esta furgoneta tiene un buen sistema de aire acondicionado.


Paula se dio cuenta de que quería cambiar de tema, y decidió que era una buena idea. No le gustaba pensar en el matrimonio.


-A veces la usamos para transportar comida, así que el aire acondicionado es imprescindible. Imagina cómo llegarían las cosas con este calor.


-¿Te encargas tú de preparar la comida?


-Hago de todo, pero me gusta la cocina. A veces me quedo en casa a probar nuevas recetas o a intentar mejorar las que ya tengo.


-Eso explica los olores.


-¿Qué olores?


-Desde que me mudé a tu lado, muchas veces he notado los olores deliciosos que salían de tu piso. Por eso he sabido que estabas en casa y despierta cuando he ido a verte por la mañana.


La idea de que a Pedro le gustara el olor de su comida le parecía demasiado íntima, sobre todo después de lo que había dicho su madre sobre los olores.


-Supongo que en tu trabajo es imprescindible ser muy buen observador.


-Nunca se sabe cuándo un detalle aparentemente insignificante puede ser la clave para resolver un caso.


-¿Cómo es eso de trabajar de incógnito?


-A mí me gusta, excepto por el papeleo. Y a ti, ¿te gusta trabajar para tu padre?


-No está mal, aunque es un perfeccionista y está obsesionado con el éxito de la empresa. Por lo menos, paga buenos sueldos.


-Parece el jefe ideal.


-Bueno, lo es, pero…


-¿Qué pasa?


-En realidad, nada. El único inconveniente de trabajar para mi padre es que es muy difícil dejar de trabajar para él –lo miró de reojo-. Cuando me vaya de la empresa tendré que romper una regla familiar, pero me gustaría tener mi propio negocio.


-¿Qué clase de negocio?


Mientras conducía, Paula, le habló de sus planes de abrir un restaurante. Pedro sabía escuchar; le hacía preguntas acertadas y parecía verdaderamente interesado en lo que ella decía.



Le resultaría muy fácil sentirse halagada por la atención de Pedro, y más aún dejarse llevar por su aspecto arrebatador, pero apenas lo conocía, de modo que sentía cierta desconfianza. Le había dicho que quería hablar con ella, pero hasta el momento, sólo había estado escuchándola.


-Bueno, aquí estamos –dijo mientras entraba en aparcamiento subterráneo.


Como era domingo, le resultó muy fácil encontrar un sitio vacío cerca del ascensor. Le señaló una furgoneta verde que estaba cerca. Un cuerno de la abundancia rebosante de fruta y pasteles, cortesía de su sobrino el pintor, ocupaba el lateral.


-Es de mi hermano Armando, el padre de Jimmy. Hemos quedado en la sala de reuniones, en el piso cuarenta y cinco. No tardaré mucho, así que si quieres esperarme aquí…


-Yo te llevare la caja –dijo Pedro.


Se apeó de la furgoneta y la rodeó, para sacar las copas de la parte trasera. Paula miró de reojo el carrito que había utilizado el día anterior cuando fue a buscar la pesada caja, pero Pedro no daba muestras de necesitarlo.


-Gracias –murmuró.


-De nada –contestó Pedro, mientras se dirigían al ascensor.


-Normalmente son mis hermanos los que se encargan de estas cosas –le comentó mientras esperaban-, pero últimamente hemos tenido mucho trabajo.


-¿Por qué no contratáis a más gente?


-Ya me gustaría, sobre todo con esa boda que tenemos por delante.


-Conozco a un par de tipos que buscan trabajo. ¿Te parece bien que les diga que llamen a tu padre?


-No serviría de nada.


-No creo que tengan experiencia como camareros o cocineros, pero podrían encargarse de las entregas como ésta.


-Estoy segura de que nos resultarían muy útiles, pero no tienen ninguna posibilidad si no se apellidan Chaves.


-¿Qué?


-Es una empresa familiar, y mi padre contrata sólo a parientes suyos. Normalmente somos bastantes, pero hemos tenido problemas unas cuantas veces que una crisis familiar nos ha dejado sin personal.


Por fin se abrieron las puertas del ascensor. Paula entró y esperó a que Pedro la siguiera antes de pulsar el botón.


-Ya sé que es una tontería –continuó-, pero así funcionan mi familia. De hecho, a muchos les gusta que no contratemos a nadie de fuera.


-No me lo puedo creer –dijo lentamente-. Es una empresa de catering con sistema de seguridad incorporado.



-Nunca lo había pensado en esos términos, pero supongo que tienes razón.


-¿Vuestros clientes conocen vuestra política de contratación?


-Desde luego, mi padre habla de ella siempre que puede. Siento no poder ayudar a tus amigos. Puedo preguntar a nuestros proveedores si tienen algún puesto vacante.


Pedro dejó la caja en el suelo y se volvió a mirarla.


-¿Estás segura de que es imposible que alguien que no esté emparentado con vosotros trabaje para Chaves Catering?


-Completamente, a no ser que sea un cónyuge o un familiar. Como Thomas, el menor de mis hermanos, se casó hace poco, ya no quedan solteros.


-Excepto tú.


-Bueno, sí, pero…


Pedro pulsó el botón de parada. El ascensor se detuvo bruscamente.


-¡Por favor, Pedro! ¿Qué haces? –preguntó Paula, alarmada.


-Si te casaras con alguien, esa persona podría trabajar en la empresa de tu familia, ¿verdad?


-¿Se puede saber por qué has parado el ascensor?


-Contéstame y te lo diré.


-De acuerdo. Si quisiera, podría.


-Un matrimonio sería demasiado repentino y complicado –dijo Pedro, frunciendo el ceño-. ¿Y un compromiso? ¿Podría trabajar para vosotros si estuviéramos comprometidos?


-Supongo que sí. Una de mis cuñadas ser puso a encargar flores para las fiestas inmediatamente después de la pedida de mano. Pero esto es ridículo. ¿Qué importancia puede tener…?


-No quiero involucrarte más en esta investigación, pero me parece inevitable. Creo que puedo confiar en ti. Necesito tu ayuda.


Paula sacudió la cabeza, intentando comprender las palabras de Pedro.


-Necesito tu ayuda –repitió él-. Tenemos que colocar a un miembro de mi equipo en la empresa de tu padre.


Aquello fue tan inesperado que Paula tardó unos segundos en entenderlo.


-¿Qué?


-No es necesario que hagas nada. Basta con que digas a tus parientes que estamos comprometidos. Ya improvisaremos a partir de ahí.


-¡Estás loco! Mi padre es la persona más honrada del mundo. No tienes ningún motivo para espiarlo.


-No me has entendido. Tu padre no tiene nada que ver con esto. Simplemente, queremos meter a alguien en tu empresa de catering para conseguir información sobre uno de vuestros clientes.



-Así que era eso. Por eso querías llamarme, por eso has venido conmigo y por eso te interesa tanto mi trabajo. Quieres utilizarme como parte de tu próxima tapadera.


-Será algo provisional, y tu familia no correrá ningún peligro. Nadie sabrá la verdad. Cuando tengamos lo que necesitamos, todo terminará.


-No puedo…


-Antes de tomar una decisión, escúchame. Estamos intentando conseguir pruebas contra un hombre que está fomentando todo tipo de negocios sucios, desde el tráfico de armas hasta la prostitución. Como su organización…


-¿Una organización? ¿Cómo en el crimen organizado? ¿Quieres decir que uno de nuestros clientes es una especie de… padrino?


-Tranquila. Se dedica sobre todo al blanqueo de dinero. Utiliza una complicada serie de transacciones para legitimar las ganancias de los delitos ajenos. En pocas palabras, nos puede conducir a una serie de delincuentes muy buscados.


-Esto es increíble.


-Pediré a Javier que te prepare un informe antes de empezar. Es el teniente con el que hablaste anoche.


-¿Cuál de nuestros clientes es el que blanquea dinero?


-¿Nos vas a ayudar?


Paula pasó por alto la pregunta, concentrada.


-Si lava el dinero de tanta gente, debe de ser muy rico –murmuró.


Aquello eliminaba a los Dubheck, que los había contratado para su reunión familiar. También podía descartar al jefe de la empresa de seguros que organizaba su fiesta de jubilación porque era amigo de Armando. Y ya habían terminado el trabajo para el alcalde. Por tanto, al margen de la reunión de antiguos compañeros de clase que tendrían una semana después y la reunión de padres de un campamento de un campamento de verano, sólo quedaba…


-Por supuesto –anunció-. La boda de Fitzpatrick.


Pedro guardó silencio.


-Larry Fitzpatrick –insistió Paula-. Es él, ¿verdad?


Pedro no contestó. De todas formas, estaba segura de que era él a quien estaban investigando. Pedro había demostrado un gran interés por ella desde el momento en que mencionó la boda del mes siguiente.


Aunque en realidad, no estaba interesado por ella. Desde el principio, estaba interesado sólo en el caso.


Le sorprendió sentir una punzada de decepción.


-La boda de la hija de Fitzpatrick –murmuró, abatida-. Va a ser una fiesta por todo lo alto, sin reparar en gastos. Mi madre estuvo ayer en la casa. Dice que era una mansión enorme, con una verja de hierro y guardas en la puerta. Oh, no. Tengo que poner a mi familia sobre aviso. Hay que cancelar el trabajo.


-No, Paula, por favor. Nadie corre ningún peligro, mientras todo el mundo se comporte con normalidad. Si Chaves Catering rechaza un encargo tan importante como ése, sólo conseguiréis despertar las sospechas de Fitzpatrick.


Paula fue a pulsar de nuevo el botón del piso cuarenta y cinco, pero Pedro la detuvo sujetándole la muñeca.


-Escúchame, por favor –insistió-. No haríamos nada que pudiera poner en peligro a tu familia. Lo único que queremos hacer en la fiesta es observar. Pero si revelas a alguien lo que he dicho, todos estaremos en peligro.


-Pero…


-Siento habértelo dicho así, pero el tiempo es esencial. Cuanto antes coloquemos a alguien en Chaves Catering, más sólida será su tapadera.


-¿Estás seguro de que no le puede pasar nada a mi familia?


-Completamente. Para ellos será una fiesta como cualquier otra. En esta etapa, todavía no queremos que Fitzpatrick sepa que lo estamos investigando. Lo único que tienes que hacer es permitir que uno de nosotros vaya a la boda de Marion Fitzpatrick.


-Vaya, veo que no niegas que Fitzpatrick era el cliente al que te referías.


-¿De qué me serviría? Veo que eres suficientemente inteligente para deducirlo por ti misma.


-Si es tan importante que os metáis en la boda, estoy segura de que habrá otra manera.


-Lo hemos intentado, pero era imposible hasta que ha surgido esta oportunidad.


-¿Y si te digo que no?


-Si para ti no es suficiente recompensa el que se haga justicia, tienes otra cosa que considerar. Una de las principales compañías de seguros del país ofrece una recompensa de cincuenta mil dólares por cualquier información que conduzca a la detención de Fitzpatrick.


-¿Qué?


-Si nos ayudas, puedes solicitar la recompensa. El dinero no te vendría mal para montar ese restaurante que me decías.


Paula pensó en ello. Con cincuenta mil dólares podría dejar inmediatamente la empresa familiar para abrir ese restaurante.


-Todo es tan… increíble.


-Anoche, cuando entendiste la situación te comportaste mucho mejor de lo que cabía esperar. No te dejas llevar por el pánico, y piensas deprisa. Por eso me he dejado llevar por el instinto y he confiado en ti lo suficiente para pedirte ayuda ahora. Estoy seguro de que eres capaz de hacerlo.


-Aunque accediera, creo que no funcionaría.



-¿Por qué no?


-Es imposible que mi familia me crea si de repente anuncio que estoy comprometida con un completo desconocido.


-Tu madre ha parecido alegrarse mucho cuando me ha visto en tu casa.


-Sí, pero…


-Entonces, ya está todo resuelto. Javier quería enviar a otro agente, pero si queremos que esto funcione, no tenemos elección. Tengo que hacerlo yo, no hay más remedio.


-¿Tú?


-Seré tu prometido. Teniendo en cuenta que tu madre nos ha visto en una situación bastante comprometida, no costará mucho trabajo convencerla de que vamos en serio. ¿Qué te parece?


-No me gusta la idea de mentir a todos.


-Es algo provisional. Les diremos la verdad cuando el caso haya terminado.


-Necesito un poco de tiempo para pensar en…


Antes de que pudiera terminar la frase el ascensor se puso en marcha.


-Lo ha activado alguien.


-Habrá sido Armando. Seguro que se ha dado cuenta de que pasaba algo raro.


-¿Tu hermano? Dices que has quedado aquí con él, ¿no?


-Sí.


-No tenemos más tiempo. Necesito una respuesta. 
¿Estamos comprometidos o no?


-¿Mi familia no corre peligro?


-Ninguno.


-¿Y me ayudarás a pedir la recompensa?


-Desde luego.


-¿Y el compromiso es completamente ficticio?


-Completamente. ¿Sí o no? Tengo que saberlo ya.


Paula no sabía qué hacer. Hasta la noche anterior, sólo se había acercado a las investigaciones policiales desde las páginas de los libros que le gustaban. Pero había una gran diferencia entre leerlo y hacerlo. Claro que por el bien de la justicia y por los cincuenta mil dólares que asegurarían su independencia…


-De acuerdo –susurró.


Pedro se acercó a ella y tomó sus mejillas entre las manos.


-¿Qué haces? –susurró Paula.


-Más trabajo de campo –murmuró contra sus labios.



EN LA NOCHE: CAPITULO 7




Durante un increíble segundo, Paula pensó que Pedro iba a besarla. Tenía los dedos entrelazados en su pelo, la miraba con una mezcla de sorpresa y alegría, y estaba sonriendo.


Pero la locura duró poco, porque de repente se oyeron unos golpes en la puerta.


Paula apretó los labios, intentando asimilar lo que acababa de ocurrir. O lo que no había llegado a ocurrir.


Volvieron a llamar a la puerta.


-¿Paula?


-Es mi madre –explicó a Pedro.


-No le digas nada, ¿de acuerdo?


-Ya te he dicho que no le voy a decir nada.


-Te llamaré esta tarde. Tenemos que hablar.


-Creía que ya habíamos hablado.


Pedro le apretó la mano y, antes de que ella pudiera detenerlo, abrió la puerta.


Constanza Chaves, cargada de cuadernos, ya estaba hablando antes de entrar en la casa.


-He traído las cosas de Geraldine –decía.


De repente, se detuvo junto a tiempo para no chocar con Pedro, y se quedó mirándolo asombrada.


-Te presento a Pedro Alfonso –dijo Paula, tomando los cuadernos que llevaba su madre-. Pedro, te presento a Constanza Chaves, mi madre.


Constanza inclinó la cabeza para mirarlo por encima de las gafas y le tendió la mano.


-Encantada. No me había dado cuenta de que mi hija tuviera compañía.


Lo miró detenidamente antes de volverse para observar a su hija.


-Es mi vecino –le dijo Paula-. Ha venido a tomar un café.


-Ah. ¿Interrumpo algo?


No era necesario ser investigador para entender la mirada de Constanza. Pedro llevaba la camisa desabrochada e iba sin afeitar, y Paula tenía el aspecto de alguien que acaba de levantarse.


-No interrumpes nada, mamá. ¿Quieres desayunar?


-No, gracias, cariño. Bueno, Pedro, no recuerdo haberte visto antes. ¿Cuánto hace que vives aquí?


-Unos meses.


-¿Y a qué te dedicas?


-¿Quieres un café? –interrumpió Paula, con la esperanza de detener el interrogatorio.


Pedro dio un paso hacia la puerta.



-Ha sido un placer conocerte, Constanza, pero veo que tenéis mucho trabajo, así que no os entretengo más. Te llamaré por la tarde, Paula.


Paula asintió, ausente, y se quedó mirándolo mientras se dirigía a la puerta. No quería pensar en su mirada, ni en el momento en que había tenido la impresión de que iba a besarla. Un hombre como Pedro era una buena materia prima para las fantasías, pero no quería llegar más allá. No estaba dispuesta a mantener ninguna relación, y mucho menos ahora que estaba a punto de conseguir su anhelada independencia.


-Bueno –dijo Constanza.


No añadió nada más, pero como todas las madres del mundo, consiguió cargar aquella palabra de significados.


Paula cerró la puerta y se dirigió al salón.


-Aquí tendremos más espacio para trabajar –dijo, mientras recogía apresuradamente la bandeja del desayuno-. Voy a acercar un poco el ventilador. El aire acondicionado sigue roto. Me han prometido que mañana vendrán a arreglarlo. A ver si es verdad. Supongo que en la empresa de reparación tienen más trabajo que nunca por culpa de la ola de calor.


-Qué joven más atractivo –dijo su madre, siguiéndola-. ¿Por qué no me habías hablado nunca de él?


-¿Quién? ¿El técnico de aire acondicionado?


Constanza rió.


-No, tu vecino.


-¿Te refieres a Pedro?


-¿Cuánto hace que os veis?


-No nos vemos, como tú dices. Sólo somos vecinos.


-Mmm…


Paula hizo una mueca y dejó la bandeja en la encimera. 


Mientras tanto, Constanza tomó un rollito de canela de la bandeja y lo probó.


-Nunca consigo que me salgan tan bien como a ti –comentó-. Tienes un don especial para la pastelería.


-Gracias.


-El mes pasado leí un artículo sobre la reacción de los hombres a determinados olores. ¿Sabías que el de la canela es de los que más despiertan su interés?


-¡Mamá!


-Al parecer, es mucho más eficaz que el perfume. Actúa directamente en el centro cerebral del apetito.


Paula se dijo que un hombre tan atractivo como Pedro no sentiría ningún interés por ella aunque se cubriera de canela y se colgara un jamón en cada oreja. Además, se recordó que no le interesaba despertar su interés.


-Por favor, mamá, ya sé lo que te imaginas, pero Pedro y yo sólo somos vecinos, ¿comprendido?



-Muy bien, no me meteré en tu vida. Pero ten cuidado de que ninguno de tus hermanos vea a tu chico salir de aquí por la mañana. Ya sabes lo pesados que son.


-Gracias por el consejo, pero no es mi chico.


-Claro que no, cariño.


Paula apretó los labios y se llevó el ventilador al salón. 


Aunque Pedro no le hubiera pedido que guardara silencio, ella ya sabía que lo peor que podría hacer sería hablar de él a su madre.


Pero permitir que llegara a conclusiones equivocadas podría ser aún peor.



EN LA NOCHE: CAPITULO 6





Entraron en el salón. Él se quedó de pie mientras esperaba a que Paula volviese de la cocina con el café que había ido a preparar. Mantuvo su mirada en ella hasta que la perdió de vista, y después, dejó escapar todo el aire de los pulmones.


Mientras tanto, Paula no podía dejar de preguntarse cómo un hombre podía parecer tan inocente y tan tentador al mismo tiempo.


Iba cubierta de la cabeza a los pies con una larga bata color melocotón, sencilla y cómoda, como toda la ropa que solía utilizar. Sacudiendo la cabeza, Pedro se propuso concentrarse sólo en los asuntos de trabajo. Tenía la intención de descansar antes de mantener aquella entrevista con ella. Llevaba día y medio sin dormir. Pero, cuando pasó por delante de su puerta, cambió inmediatamente sus planes.


Miró a su alrededor, fijándose con más detalle en la habitación que la noche anterior apenas pudo percibir. Igual que su piso, aquél era pequeño pero Paula había sacado más partido del espacio. Gran cantidad de libros llenaban las estanterías. En una esquina de la habitación, entre un mullido sofá y una sólida butaca, había un gran cesto de mimbre con periódicos, y en el centro, una gran mesa de madera. Una alfombra clara cubría casi por completo el suelo de la habitación.


Parecía una casa agradable y acogedora.



Pero tenía que olvidar todo aquello. Sabía que Paula no era del tipo de mujeres que le gustaban, y la visión de su casa reforzaba aún más aquella idea. Paula vivía sola, pero había muchos detalles en su casa que reflejaban su gusto por la familia y el hogar. Estirando el brazo hacia el centro de la mesa, alcanzó un libro abierto. Levantó las cejas al contemplar la imagen de un cadáver envuelto en sangre que ilustraba la portada. Nunca habría imaginado que a Paula le gustaran aquel tipo de lecturas, aunque tampoco imaginó nunca la belleza de su pelo o de su cuerpo hasta que pudo comprobarlo unas horas antes.


Al ver que su anfitriona se aproximaba por el pasillo, Pedro depositó de nuevo el libro sobre la mesa. Llevaba una bandeja con dos tazas de café humeante, una jarra de leche, un azucarero y un plato de dulces.


-No era necesario que te molestaras –comentó Pedro.


-No es ninguna molestia. Estaba a punto de prepararme el desayuno. Te invito a compartirlo conmigo.


Él se acomodó en el sofá junto a ella, observando cómo se cubría las piernas cuidadosamente con la bata. Se preguntaba si aún llevaría el camisón casi transparente bajo la bata. O quizás no llevase nada. Cualquiera de las dos ideas lo atraía por igual.


-Paula, me gustaría pedirte un favor –dijo después de tomar un trago de café.


Durante un momento estuvo a punto de perder el control y besarla. Se preguntaba cómo reaccionaría Paula, cómo sería su sabor, qué sentiría al atravesar el espacio que los separaba y rozar sus labios.


-Pedro


La voz de Paula lo devolvió a la realidad. Tragó atropelladamente el café y dejó su taza en la bandeja.


-Se trata de lo que sucedió anoche. Casi siempre trabajo de incógnito –explicó.


-Sí, ya me lo habías dicho. Por eso te enmascaras detrás de la imagen de un contable. ¿No es así?


-Normalmente, trato de limitar al máximo el número de personas que saben de mis investigaciones.


-Por motivos de seguridad, me figuro. No querrás que nadie pueda descubrir tu tapadera cuando estés investigando un caso.


-Así es. Aunque no estás obligada por ley a mantener en secreto todo lo que sucedió aquí anoche, te estaría muy agradecido si no hablaras nada con nadie sobre mí.


-Por supuesto –respondió Paula de inmediato-. Cuantas menos personas sepan que eres policía, menos riesgo correrás.


-Me alegro de que lo comprendas. Eso simplificará las cosas en mi trabajo.



-Me pregunto qué sucederá con los otros inquilinos del edificio. Alguien habrá oído el escándalo que se organizó cuando arrestaron a esos hombres.


-Eso no será un problema. Los Sanwchuk están de vacaciones, y Rohan está de guardia en el cementerio esta semana. Así que tú eres la única persona de este descansillo que estaba en casa. El vigilante del edificio piensa que se trató de un simple robo con allanamiento de morada. No sabe que yo también trabajo en la policía.


-Así que soy la única persona que sabe lo que realmente ha sucedido aquí.


-Sí.


-Bien, no tengo intención de decírselo a nadie.


-No sabes cuánto te lo agradezco.


-Comprendo que te preocupes, pero tengo mis propias razones para mantener este secreto. Mi familia puede llegar a ser demasiado protectora, y si alguien descubre la forma en que entraste anoche en mi casa… -se aclaró la garganta-. Bueno, sería mejor para los dos que nadie se entere.


-¿Tan protectores son tus hermanos?


-Más de lo que imaginas.


-La vuestra debe ser una familia muy unida.


-Sí, podría decirse que sí –asintió sin demasiada convicción-. Además de mis padres, tengo seis hermanos, y varios tíos, tías y sobrinos. Diecisiete sobrinos en total.


-¿Incluyendo a Jimmy, el pintor?


-Sí, incluyendo a Jimmy –dijo observando los pantalones cortos que Pedro llevaba puestos-. Tuviste suerte de que no fuese su hermana quien me ayudase a pintar –bromeó.


-Yo, sin embargo, pienso en la mala suerte que me lleva acompañando en todo este caso.


-Mi familia es bastante… especial. No nos vemos mucho y me vuelven loca, pero los quiero de todas formas. Ya sabes cómo son estas cosas.


Pedro sintió que su sonrisa se desvanecía. En realidad, aquélla era una experiencia que no había vivido nunca. No había tenido familia. Una imagen cruzó rápidamente por su mente. Una imagen de una puerta cerrada. Ecos de risas borrachas. El llanto sofocado de un niño que comprende que está completamente solo. Tuvo que esforzarse para hacer memoria, sorprendido al ver que había olvidado casi todo. 


Había enterrado su pasado el día que consiguió su placa, de modo que ya no tenía por qué pensar en ello.


Se dijo que debía ser la fatiga. O quizás aquel lugar acogedor y hogareño, y Paula con su aureola de inocencia, tan diferente de él. Aquél no era su sitio. Ahora que ella estaba de acuerdo en no revelar su identidad, no encontraba ninguna razón para prolongar la visita. Debería volver a casa, descansar y dejar las jóvenes inocentes para los jóvenes inocentes.



-Gracias por el desayuno, pero tengo que marcharme –dijo-. Mi jefe me ha pedido un informe de todo el asunto para mañana.


-Oh –dijo ella, levantándose con rapidez-. Por supuesto. Yo también tengo trabajo. Mi madre va a venir para que preparemos juntas la próxima boda.


Pedro se dirigía hacia la puerta cuando se volvió, sorprendido.


-¿Se va a casar alguien de la familia?


-Oh, no. Aparte de mis sobrinos pequeños, yo soy la única soltera de la familia y no tengo ninguna intención de casarme.


Pedro se quedó sorprendido por la firmeza de su tono.


-Entonces, ¿qué boda es ésa que vas a planificar con tu madre?


-Es nuestro próximo trabajo. Normalmente es mi cuñada Geraldine la que se encarga de confeccionar los menús preliminares, pero ahora está embarazada y últimamente no se encuentra demasiado bien, así que nos encargaremos mi madre y yo.


-¿Menús para bodas? –preguntó Pedro, sorprendido.


-Sí, es uno de nuestros servicios de catering –asintió ella.


-Así que trabajas para una empresa de catering. ¿Qué te hizo elegir una profesión así?


-Bueno, siendo mi padre el propietario de la empresa, la opción era bastante natural. Estoy convencida de que puede parecer un trabajo bastante mediocre comparado con el tuyo, pero todo tiene sus momentos.


-¿Trabajas en muchas bodas?


-Casi siempre en primavera. El contrato para esta boda se ha firmado hace sólo dos días, lo que nos deja muy poco tiempo para los preparativos. Va a ser una locura organizarlo todo para el mes que viene.


Fitzpatrick había elegido la empresa de catering hacía sólo dos días, y la boda de su hija se celebraría el mes próximo. Pedro se apoyó en el marco de la puerta, mirando a Paula con incredulidad.


-¿Cómo se llama la empresa de tu padre?


-Catering Chaves.


De forma impulsiva, Pedro sonrió y deslizó la mano por el cabello de Paula. Varias veces había pensado que ya era hora de encontrarse con un poco de buena suerte, pero nunca habría imaginado que le llegaría de aquella forma. Era como si le tocase la lotería sin haber comprado siquiera el décimo.