sábado, 20 de enero de 2018
BAILARINA: CAPITULO 1
LA bailarina iba ataviada para la danza del vientre: llevaba un vaporoso vestido de estilo árabe de gasa que le dejaba el vientre desnudo, lleno de pliegues y adornado con joyas en la cintura. Sus movimientos eran muy sensuales, desde el balanceo de su negra melena hasta los ligeros pasos de sus pequeños pies.
Los mismos gestos, el mismo erotismo, la misma rutina... pero con cierta delicadeza añadida. Cada movimiento estaba hermosamente coordinado con el rítmico chasquido de sus dedos.
No sentía vergüenza sino otra cosa, algo que le hacía sentir distinta. Sí, se sentía distinta, fresca, nueva, lejana... Era como si estuviera muy lejos, a pesar de que, físicamente, se encontraba en el atestado bar de Spike O'Malley.
Pedro Alfonso había elegido una mesa junto al pequeño escenario circular, con la intención de verla bien, de observarla antes de aproximarse a ella. Estaba inclinado hacia delante, cautivado por completo, sin reparar en nada más que la seductora figura que se movía sobre el escenario. El provocativo movimiento del vientre de la bailarina, hizo que se le pusiera un nudo en la garganta.
Profirió un juramento entre dientes y se incorporó para echar un trago de whisky, y al hacerlo recordó las palabras de su tío: «¡Una zorra que sólo busca dinero! Le ha echado el guante al estúpido de mi nieto y quiere aprovecharse de él.»
—No sé hasta que punto, tío Juan —respondió Pedro, que sabía bien que el viejo controlaba con mano férrea la fortuna de los Goodrich. Del mismo modo que manejaba con dureza a su nieto Robbie, el cual, tal vez, había decidido liberarse—. Robbie es un buen muchacho, no creo que le siente mal echar una caña al aire.
—Si quiere echar una caña al aire no me importa, pero que no me hable de casarse.
—¿Casarse?
—Eso es lo que se propone ese tonto. ¡Y por ahí no paso! —dijo Juan Goodrick dando un puñetazo en la mesa de su despacho—. No estoy dispuesto a que mi nieto se case con una mujer que se gana la vida exhibiéndose en un bar delante de una panda de borrachos libertinos.
Pedro frunció los labios.
—¿Has ido a inspeccionarlo por ti mismo, tío?
—Eso jamás. Ni muerto me sorprenderían en un sitio de ésos. El tugurio se llama Spikes y la mujer... —dijo el señor Goodrich hojeando unos papeles—. Deedee Divine. Sólo por el nombre, ese mocoso debía darse cuenta de que es una buscona. Es tonto, pero sólo tiene veinte años, edad suficiente para salir de ésta. Quiero que acabes con el asunto.
—¿Yo?
—Tú eres periodista, sabes hablar, sabes convencer a la gente.
—Mira, tío, me limito a describir los hechos. Yo no...
—Me da igual —dijo Juan haciendo un gesto con la mano—. Los hechos son que Robbie se ha metido en un lío. Tienes que sacarle de ésta, Pedro.
Pedro no estaba muy sorprendido. Era diez años mayor que Robbie, pero el más cercano a él de toda la familia, y desde que Robbie había nacido había sido nombrado su protector.
—Hablaré con él, si quieres, pero dudo que sirva de algo.
—No servirá de nada. Habla con la fulana.
—Pero si ni siquiera la conozco.
—No importa, tu tarjeta de visita será dinero en mano.
Aquello tampoco debía sorprenderlo. Juan Goodrich pensaba que era el dinero lo que movía al mundo, y actuaba en consecuencia. Pedro pensó en su prima Yanina, la madre de Robbie. El dinero había impedido su precipitado matrimonio con un corredor de coches. Aquel tipo debía ser el sinvergüenza que Juan se temía, porque al amenazar a Yanina con quitarle la herencia, había desaparecido sin dejar rastro, después de recibir una cantidad de dinero a cambio.
Aunque de nada sirvió, ya que poco después murió en un accidente de coche. La madre de Pedro siempre decía que Yanina había muerto más por amor que por las dificultades en el nacimiento de Robbie.
La muerte de su hija pareció destrozar a Juan Goodrich, pero su actitud para con Robbie parecían demostrar que no había aprendido nada.
—Mira, tío Juan, puede que no sea la mejor manera de proceder.
El viejo no pensaba dar su brazo a torcer.
—No hay otra, Pedro. Déjale claro a esa buscona que Robbie no recibirá un céntimo si se casa con ella. Te garantizo que aceptará un trato. Puedes llegar hasta medio millón. Y mantenme al margen, ¿comprendes? Que Robbie no sepa ni siquiera que he hablado contigo.
Por eso se había dirigido a él en lugar de a su batería de abogados, pensó Pedro. Al menos había aprendido algo de su experiencia con Yanina. Su hija nunca le había perdonado, así que en circunstancias similares prefería dejar el trabajo sucio en manos de otra persona.
—Preferiría no verme envuelto en esto, señor.
—Y no lo estarás, si haces las cosas bien. Robbie estará una semana en el Este para una sesión de debates. Habla con ella mientras él no esté y dile que tenga la boca cerrada. Y no seas obstinado, Pedro, a Robbie no le haces ningún daño, lo que vas a hacer es impedir que arruine su vida. Quieres que lo atrape una mujer como ésa.
—Creo que la juzgas demasiado a la ligera, a lo mejor, Rob le importa mucho.
—¡Ja! Lo único que ve en él son los dólares de su bolsillo. Si no me crees... habla con ella.
De modo que Pedro consintió en seguir el plan de su tío. Robbie era joven, impulsivo. En realidad no sería malo conocer a la mujer y examinarla de una forma objetiva.
Por eso estaba allí, para examinar a aquella mujer objetivamente. Trató de tranquilizarse, de abandonar la euforia que lo había dominado, y la observó con frialdad. La danza finalizó y la vio abandonar el escenario entre una salva de aplausos y vítores. Luego volvió a salir para enviar besos al público. Observó sus ojos. Habían perdido su brillo seductor, su mirada era fría y dura.
El tío Juan podía tener razón. Aquella mirada tenía algo despiadado, casi atroz. ¿Avaricia? Algo más que avaricia... un ansia salvaje e insaciable. Una firme determinación de conseguir todo lo que se proponía.
BAILARINA: SINOPSIS
Aunque Paula era licenciada en economía, por las noches trabajaba como bailarina exótica... Hasta que Pedro Alfonso la acusó de seducir a su sobrino para casarse con él. La sobornó para que desapareciera y Paula, con graves problemas familiares, aceptó su dinero...
Pero al poco tiempo, Pedro descubrió que Paula le había engañado y quiso vengarse; esperaba que ella se convirtiera en su esclava...
viernes, 19 de enero de 2018
LA AMANTE DE LOS VIERNES: EPILOGO
Una vez anunciado su nombramiento en la fiesta de su padre, Pedro tardó siglos en llegar a la barra, ya que todo el mundo quería felicitar al nuevo presidente por el camino. Él buscó a Paula con la mirada, pensando que casi no la había visto desde los discursos. Rogelio la había tomado del brazo, dispuesto a presentarle a todos sus amigotes, tan orgulloso como si fuese su acompañante esa noche.
—Whisky con hielo —le pidió Pedro al camarero y comió algo de la bandeja que había encima de la barra. Julieta había hecho un trabajo excelente con la organización de la fiesta.
—Bueno, hermano, ésta es tu noche —comentó Adrian apareciendo entre la multitud con su copa levantada.
Pedro hizo lo propio y ambos hermanos se apoyaron en la barra para observar la fiesta.
—Parece que están a gusto —añadió Adrian señalando a su padre y a Paula.
—¿Cuándo vas a desvelar el secreto mejor guardado de la noche?
—Pronto. No quería quitarle protagonismo a papá esta noche.
—Supongo que tendré que volver para la boda.
La feliz pareja quería casarse lo antes posible, pero Eleonora les había confirmado que su marido querría la boda más lujosa que se hubiese celebrado jamás en Wellington, y no era posible organizar semejante acontecimiento antes de que Adrian se marchase a Inglaterra.
—De todos modos, tendrás que volver en los próximos meses —le dijo Pedro, pero su hermano no estaba escuchándolo. Siguió su mirada y se encontró con su secretaria.
Pedro suspiró. Su hermano no había apartado la mirada de Julieta en toda la tarde. Si de verdad tenía pensado estabilizarse, la elección no podía ser mejor, pero Julieta era demasiado buena persona, demasiado valiosa como empleada, como para dejar que su hermano le rompiese el corazón.
Lo agarró del brazo y le hizo girarse.
—Me gustaría presentarte a un par de ejecutivas, Sandra y Melanie —dijo señalando a un par de jóvenes muy atractivas que estaban charlando al lado del ponche.
Adrian ni las miró.
—Creo que voy a lanzarme —dijo sin separar los ojos de Julieta.
—Adrian, vas a marcharte dentro de un par de días. No empieces nada con ella.
Su hermano pequeño lo miró.
—Ya sabes que no puedo hacer disfrutar a una mujer sin romperle el corazón.
—Sólo estoy intentando evitar que hagas una tontería —insistió él, aunque sabía que su hermano era demasiado testarudo para convencerle—. Una mujer como Julieta jamás te dará una oportunidad. No eres su tipo.
—¿Quieres apostar algo? —preguntó Adrian antes de ir en dirección a ella.
Pedro olió el perfume de Paula y volvió la cabeza.
—Creo que tu hermano acaba de romper el corazón de todas las solteras de la fiesta —comentó.
—A estas alturas, debería saber que prohibirle algo es como incitarle todavía más a hacerlo.
Paula arqueó las cejas.
Pedro pasó un brazo alrededor de su cintura y la apretó con fuerza.
—Da igual. Tenemos cosas mucho más importantes en las que pensar. Como… —le mordisqueó la oreja—. ¿Cuándo nos marchamos?
—¿Adónde vamos a ir? —le preguntó Paula.
—Tengo una habitación reservada en un hotel.
—Pensé que habíamos quedado en dejar de ir al hotel los viernes.
—¿Por qué?
—Porque contaminan demasiado, con tanta limpieza, tanta luz y esas cosas.
Pedro observó su sonrisa y dio gracias en silencio a los cascarrabias de sus padres.
—Además, de todos modos, ya pasamos la mitad de la semana en tu casa, y la otra mitad en la mía.
—Sí, pero todavía no estamos casados. Y, hasta ese día, seguirás siendo mi amante de los viernes.
Fin
LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 29
Paula no podía mirarlo, pero sentía que él tenía sus ojos clavados en ella. Se sintió muy triste.
—Mamá me llevó a un especialista ayer para que me hiciese un análisis de sangre y dio negativo. Tenía que volver dentro de un par de días a hacerme otro análisis, pero me ha venido el periodo esta noche.
—Pero te encontrabas mal…
Ella se encogió de hombros, todavía sin mirarlo.
—Los nervios. La tensión. Un virus…
Se quedaron los dos en silencio un minuto. En realidad, debería sentirse aliviada, pero sólo sentía dolor, como si se le hubiese muerto alguien querido y ya nada fuese a ser igual.
Pedro se aclaró la garganta.
—Así que no hay niño —comentó, como si no pudiese creerlo.
Paula se atrevió a levantar la vista, por increíble que fuese, Pedro parecía decepcionado.
¿Decepcionado?
—Supongo que te sientes aliviado.
Y se arrepintió de sus palabras al verlo tragar saliva y apartar la vista.
—¿Aliviado? No lo sé. Es sorprendente lo pronto que me había hecho a la idea de tener un hijo contigo.
Era un sentimiento inesperado, aunque quizás tuviese que ver con el descubrimiento de que no era el hijo de sus padres. Puso un dedo debajo de la barbilla de Paula y la miró con preocupación.
—¿Cómo estás tú?
—Triste —susurró ella. Ya le había dicho que lo quería. No tenía nada que ocultar—. Era algo nuestro. O, al menos, eso pensé durante unas horas.
Pedro la abrazó. Y Paula se tranquilizó al apoyar la cara en su pecho. Cerró los ojos.
—Ya te quedarás embarazada —murmuró Pedro contra su pelo—. Eso no cambia lo que siento por ti.
Ella sonrió al recordar.
—Tu lujo —aunque sabía que ya nada podría ser lo mismo. Todo había cambiado—. Nuestros viernes ya forman parte del pasado —dijo con firmeza, como para convencerse a sí misma. ¿Sentiría alguna vez aquel deseo por otro hombre?
Tal vez la compañía y unos objetivos comunes fuesen una apuesta más segura para la siguiente vez.
—Estoy de acuerdo —confirmó Pedro apretándola con más fuerza—, pero sigo queriendo casarme contigo.
Paula se apretó contra él, despidiéndose mentalmente de los viernes por la tarde. Las palabras de Pedro tardaron una eternidad en calarle. La falta de sueño, de comida y de alegrías desde el último fin de semana que habían estado juntos le había atrofiado el cerebro.
¿Acababa de decir que quería casarse con ella?
Retrocedió un poco y lo miró a los ojos. El corazón le dio un vuelco.
Pedro estaba muy serio. Entrelazó los dedos con los suyos.
—Te quiero, Paula, y sigo queriendo casarme contigo, aunque no estés embarazada.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta. Asintió con impaciencia. ¿Cómo iba a llorar, si acababa de escuchar las palabras que más había querido oír? ¿Cuando estaba entre los brazos del hombre al que amaba a más que nada en el mundo? ¿Cuando veía sinceridad y amor en sus ojos?
—¿De verdad? —le preguntó, todavía confundida.
—De verdad —murmuró él—. De verdad, te quiero, Paula.
Ella se estremeció. Se habría pasado el día escuchando esas palabras.
—Era inevitable —continuó Pedro—, cuando te conocí y vi lo generosa y desprendida que eras. Tan sexy, que deberías ser ilegal —le fue besando los nudillos uno a uno—. Y me aceptaste, a pesar de lo poco que te ofrecí. Odio haber tardado tanto tiempo en darme cuenta de cómo me sentía. Y siento haberte disgustado tanto.
Una lágrima corrió por el rostro de Paula.
—Oh, Pedro, te quiero tanto que duele.
—Tal vez esto alivie tu dolor.
La besó. Nada más sentir el roce de sus labios el deseo la invadió, hizo que se le acelerase el corazón, pero aquél era un beso sanador, un beso para pedirle perdón. Se relajó e intentó apretarse más contra él, le gustaba su olor a limpio, su calor, y la fuerza de sus brazos alrededor del cuerpo.
—Todavía queda algo —le dijo él un minuto más tarde, cuando dejó de besarla—. No sé cómo va a tomarse esto tu padre.
—A mamá le gustas. Es una mujer sorprendente —Paula seguía sin creer que hubiese hecho que la siguiesen—. Y acabo de darme cuenta de que es ella la que lleva los pantalones en casa —sonrió a Pedro—. ¿Y tu padre?
—En estos momentos, haría cualquier cosa por tenerme contento —contestó él, besándola en las comisuras de los labios—. Le conté que estaba enamorado de la hija del demonio y me dijo que la llevase a su fiesta de cumpleaños de la semana que viene.
—¿Me protegerás? —preguntó ella. Después, se quedó pensativa—. ¿No sería estupendo que volviesen a ser amigos algún día?
Él le mordisqueó la mandíbula hasta llegar al lóbulo de la oreja.
—Te sorprenderías de lo mucho que une un nieto. Es nuestra obligación trabajar para mejorar la relación entre los dos viejos más testarudos de Nueva Zelanda. ¿Te casarás conmigo para conseguirlo, Paula Chaves? El viernes que tú quieras.
Paula tomó su rostro con ambas manos, incapaz de contener una sonrisa de oreja a oreja.
—A mí este viernes me viene bien.
Unieron sus frentes y se quedaron así, sonriéndose, disfrutando de un amor que iba a sobrevivir a todo.
—A mí también —murmuró Pedro—. Siempre y cuando pueda tenerte todos los días de aquí en adelante.
LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 28
Pedro se quedó preocupado. ¿Qué significaba eso? ¿Se referiría Eleonora a las náuseas matutinas o a algo peor?
Recordó que le había dicho en la limusina que Paula se enamoraba y se desenamorada todas las semanas. ¿Y si había querido decirle que su hija estaba enamorada de otro hombre, o embarazada de otro?
Necesitaba obtener la respuesta a esas preguntas de Paula y de nadie más. La conocía. No le mentiría. Él haría lo que tuviese que hacer, pero no iba a permitirle que estropease su vida, su talento, su bondad, con un hombre como Jeronimo Cook.
Asintió brevemente y fue hacia las escaleras.
Al llegar arriba, se abrió una puerta y Paula apareció en el pasillo. Los dos se quedaron inmóviles, mirándose. Ella parecía haber perdido peso, llevaba el pelo suelto.
Parecía agotada. Tenía los ojos enrojecidos y los labios muy pálidos. Pedro avanzó, preocupado por si se caía y no le daba tiempo a sujetarla.
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
Ella abrió mucho los ojos cuando lo vio acercarse, y separó los labios, pero no dijo nada. Pedro le acarició el brazo, necesitaba tocarla, asegurarse de que no iba a desvanecerse.
Paula se apartó.
—¿Qué quieres, Pedro? Si mi padre…
Él sacudió la cabeza, dolido por su tono.
—He estado en tu casa.
—Y como no me has encontrado allí, has dado por hecho que estaba con otro.
—Pasase lo que pasase la semana pasada, tenemos que olvidarlo —dijo él.
Paula tragó saliva y apartó la mirada. Se mordió el labio inferior y Pedro se imaginó que lo hacía porque se sentía culpable, pero entonces se acordó de su objetivo. Lo primero era el bebé. A pesar de los errores que ambos hubiesen cometido, podrían perdonarse.
—No te culpo por nada, pero no dejaré que malgastes tu vida con un perdedor como él.
—¿Como… quién?
—¡Jeronimo! Tu ex…
—¿De verdad piensas que he ido por ahí acostándome con cualquiera?
Sí. No. Lo único que quería Pedro era que ella se lo negase.
—¿No te has dado cuenta de que a las revistas les da igual si es verdad o mentira? Si vomito, es porque estoy borracha o he tomado drogas. Si saludo a alguien por la calle, ya estoy prometida.
—Anoche dijiste… insinuaste…
—Oh, Pedro, ¿es que no te das cuenta de cuando una mujer está enamorada de ti?
Pedro la miró fijamente. Entonces, lo amaba. No había nadie más en su vida.
La tenía delante, tambaleándose ligeramente, pero al menos empezaba a tener color en las mejillas. Todavía era la mujer más bella que había visto nunca. Se sintió aliviado y feliz.
—No negué tus acusaciones —continuó ella—, porque me hiciste demasiado daño. Desapareciste sin más y yo no sabía qué había hecho. Y cuando me miraste así ayer… —se le quebró la voz—. ¿Por qué, Pedro? ¿Por qué me apartaste así de tu vida?
Él cerró los ojos y una serie de emociones desconocidas lo golpearon. Estaba contento porque ella lo amaba, aliviado porque no quería a otro, se sentía culpable por haberla hecho sufrir. Se dejó llevar por el instinto y le agarró ambas manos.
—¿No te ha contado tu madre lo que pasó?
—Me ha contado que te pidió que dejases de verme. Y que fue ella quien me hizo seguir —le dijo con un hilo de voz.
Parecía realmente agotada. Pedro señaló con la cabeza la puerta que había detrás de ella.
—¿Podemos sentarnos?
Paula lo condujo a su habitación, que era muy grande y femenina. Estaba decorada en tonos melocotón y verde y las ventanas daban al jardín. Pedro observó los trofeos deportivos y de baile alineados en la enorme librería, y varias fotografías de cuando era niña. Quería verlo todo más de cerca, pero ella ya se había sentado en la enorme cama, que estaba deshecha, y había abrazado un cojín.
—Estuve fuera —empezó él.
—En Sydney —asintió Paula.
—Me enteré de que no soy el hijo de Rogelio, ni de mi madre… Me compraron.
Pedro todavía no lo había asimilado. Sabía que Rogelio y Melanie siempre lo habían querido. Con respecto a su madre biológica, había dado el primer paso, y le agradecía que hubiese querido que creciese en una familia con más posibilidades.
Pero él lo que necesitaba era estar con Paula. Necesitaba su amor para estar completo.
Sintió la presión de su mano en el hombro, como reconfortándolo y aceptó su compasión.
—Estuve diez días en Australia, buscando a mis padres biológicos. Pensé en ti, mucho, pero todo era demasiado complicado. No quería contártelo por teléfono.
—¿Los encontraste?
—A mi madre, sí. A mi padre, no, pero tengo algunas pistas que intentaré seguir.
—¿Qué te pareció ella?
—Es agradable. Ahora tiene su propia familia. Le gustaría que nos mantuviésemos en contacto —aunque había una cosa que él tenía clara—. Tal vez ella me trajese al mundo, pero Melanie era mi madre.
Paula quitó la mano de su hombro y él la echó de menos inmediatamente.
—¿Cómo se ha tomado Rogelio todo eso?
—Supongo que se lo esperaba, o se lo temía, desde hacía años. E imagino que se siente aliviado.
Paula bajó la mirada, tragó saliva.
—Es algo muy importante. Deberías habérmelo contado.
Era cierto, y Pedro lo sabía, pero tal vez se había temido que, con todas las dificultades que les impedían estar juntos, aquélla fuese la gota que colmase el vaso.
—Pedro, necesito saber si lo planeaste todo para conseguir un ascenso.
Él se esperaba aquella pregunta.
—Nos conocimos, nos acostamos, seguimos conociéndonos, Paula, yo vivía para nuestros viernes. Cuando empezó el juicio, Adrian me sugirió que una unión entre ambos podría ser la solución. Ese comentario cayó en terreno fértil porque yo ya estaba predispuesto a ello. Porque estamos muy bien juntos. Todo lo que ha salido de eso, ha sido real.
Paula lo miró pensativa.
—De todos modos, mi padre va a nombrarme presidente la semana que viene.
—Enhorabuena —dijo ella sonriendo con timidez.
Pedro no había esperado demasiado entusiasmo por su parte, pero, no obstante, le apretó la mano y buscó sus ojos.
—Paula, siento mucho lo de ayer, y la falta de comunicación. No quise hacerte daño.
Ella siguió con la mirada en las manos de ambos.
—Nunca me había sentido tan… triste.
—Supongo que son las hormonas —sugirió Pedro, pensando en el embarazo—. Todo ha cambiado —le puso un mechón de pelo detrás de la oreja—. Quiero que nuestro hijo sea un hijo legítimo, no como yo. Quiero que le demos un buen hogar, una buena casa… ¿Por qué lloras?
—No debí decirte nada —dijo ella por fin—, al menos, hasta que no estuviese segura. Pero me encontraba mal y el test de embarazo que me había hecho en casa había dado positivo, dos veces… Y como me enfadaste tanto… —apartó las manos de las de él y se tapó la cara.
Él se quedó inmóvil, sintiéndose como un tonto, no entendía nada.
—No estoy embarazada, Pedro —dijo Paula por fin—. Nunca lo he estado.
LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 27
Pedro llamó al timbre de la mansión de los Chaves con aire decidido. Entrar en la guarida del león el día después del veredicto no era demasiado sensato, pero no había encontrado a Paula en su apartamento.
El ama de llaves le abrió la puerta justo cuando Eleonora llegaba a la entrada en su silla de ruedas.
—Gracias, Helen —dijo ésta sin dejar de mirar a Pedro. Parecía cansada, como si no hubiese pegado ojo en toda la noche.
—¿Está aquí? —le preguntó él, preparado para la batalla.
—Está arriba. Pedro…
Él dudó, aliviado. Si estaba allí, su madre debía de estar al corriente del embarazo.
—¿Y Saul? Tengo que hablar con él.
—Se ha marchado temprano a trabajar, ahora que ha terminado el juicio.
Pedro asintió y miró hacia las escaleras.
—¿En qué habitación está?
—En la segunda de la derecha. Pedro…
Él se detuvo, estaba impaciente.
Eleonora suspiró, su rostro estaba cubierto de tristeza.
—Está… muy frágil en estos momentos. Sé indulgente con ella.
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