sábado, 9 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: CAPITULO 13





Veinte minutos más tarde, Paula esperaba sentada en una mesa mientras Horacio hacía cola para pedir un capuchino, una infusión de poleo y unas tostadas en el Café Sookstore.


—Con el embarazo estás aún más hermosa que antes —musitó él, cuando llegó a su lado con una bandeja.


Paula se ruborizó.


—Vamos. La adulación nunca ha sido lo tuvo.


Horacio dejó la infusión delante de ella y le pasó una servilleta de papel.


—No, pero siempre he pensado eso de ti. Incluso de estudiantes, cuando ya salías con Simon —dejó las tostadas al lado de la infusión—. Él siempre salía con chicas guapas.


—Incluso después de casados —repuso ella.


Pero su sarcasmo contenía más humor que amargura. Había disfrutado de unos meses muy felices con Simon y no tenía quejas sobre su vida actual. Sin embargo, los años de duda e inseguridad, entre ambas cosas, habían sido un infierno y no deseaba recordarlos. Se colocó la servilleta delante y tomó un paquetito de mermelada de fresa.


—¿Por qué no me explicas la reunión de hace un rato? ¿Por qué has propuesto a Simon para reemplazarme?


Horacio tomó un sorbo de café.


—Sólo porque su reputación como psicólogo puede ayudar a la universidad. 


Paula untó una tostada con mermelada.


—Su reputación en otras áreas también podría perjudicarla. ¿El decano sabe por qué nos divorciamos?


—No es nada fijo todavía. Hill me pidió que le propusiera a alguien y Simon me dijo que quería entrar en la enseñanza. Era una coincidencia demasiado buena para pasarla por alto.


—¿La consulta privada no es lo bastante lucrativa? ¿Seguro que no busca sólo un lugar con muchas chicas jóvenes? —bajó la cabeza y mordió el bizcocho.


—Dale un respiro. Sé que te trató muy mal, pero es un buen psicólogo. Su historial con los pacientes es impecable —Horacio dejó la taza en la mesa y frunció el ceño—. Me dijo que tenía problemas económicos. No sé si el negocio estará bajando…


—¿No será debido a su reputación?


Horacio hizo una mueca.


—Ha cerrado la Clínica Chaves.


Paula lo miró atónita.


—¿Ha cerrado la clínica? ¿Con lo que trabajamos para conseguir que funcionara?


Años de investigación, años de ahorrar y correr riesgos. Años de trabajar y luchar con pacientes jóvenes… todo había desaparecido. El capítulo de más éxito de su vida había desaparecido.


—¿Por qué? —preguntó.


Horacio se encogió de hombros.


—No me lo dijo. Pero un trabajo estable en la universidad quedaría bien en su currículum y le permitiría buscar con tranquilidad otra clínica o un lugar donde investigar.


Paula tomó un sorbo de té y ponderó la noticia.


—Comprendo que quieras ayudar a un viejo amigo, pero Simon nunca ha dado clase. ¿Crees que es buena idea contratarlo?


—Claro que sí. Aunque no tenga experiencia en la enseñanza, tanto los donantes como los alumnos querrán verlo. Y la universidad siempre necesita mayores ingresos —dijo, y parecía empeñado en la idea de llevar allí a su viejo amigo—. Jeffers está deseando contratarlo.


Paula mordió otro trozo de bizcocho.


—A ti tampoco te hará daño —dijo—. Conseguir a Simon te ayudará con el comité de selección.



Horacio se atragantó con el café. Tosió, dejó la taza y se llevó una mano al corazón.


—Tú sabes que yo sólo pienso en el bien de la universidad.


La mujer hizo una mueca.


—No me vas a decir que no deseas el puesto de vicedecano tanto como yo.


—No te lo diré —rió él—. Y a ti tampoco te vendría mal probar que puedes trabajar con tu ex. Seguro que tendrías el ascenso chupado si convencieras a Simon de que aceptara la oferta.


Paula lanzó un gemido.


—¿Ahora quieres que me prostituya por la universidad para que el mentiroso de mi ex marido consiga la gloria de ocupar mi puesto?


—Temporalmente, no lo olvides.


—Temporalmente —concedió ella.


Tomó un trago de infusión, cerró los ojos e intentó convencerse de que sabía tan bien como el café. El sonido de la campanilla de la puerta interrumpió sus pensamientos.


Sintió una sensación extraña en la nuca que sólo podía explicarse de un modo: la estaban vigilando.


Se llevó instintivamente una mano al vientre para proteger a su niña de aquella observación no buscada. Como era una mujer inteligente y racional, volvió la cabeza y examinó el local. Estudiantes, profesores, camareros, vecinos. A algunos los reconocía, muchos eran extraños.


Todos parecían inmersos en conversaciones o en periódicos. 


Nadie parecía observarla. Y sin embargo…


La campanilla volvió a sonar y miró la puerta y al hombre alto de hombros anchos que llenaba el umbral.


Pedro Alfonso.


Sus miradas se encontraron. Él se quitó los guantes y la saludó con una leve inclinación de la cabeza.


Paula suspiró aliviada. La sensación de ser observada dio paso a otra de calor que le sonrojó la piel. Había llegado su caballero andante.


Quizá ella lo miró mucho rato o quizá su anhelo se reflejaba en sus ojos verdes, porque él entornó los suyos azules y le preguntó en silencio:
—¿Qué ocurre?




PRINCIPIANTE: CAPITULO 12





—¡Paula! ¡Adelante! —el decano Guillermo Jeffers salió de detrás de su imponente escritorio, de madera de cerezo, y se acercó a estrecharle la mano—. ¿Cómo estás?


Ella sonrió.


—Muy bien, gracias.


El hombre la miró con preocupación.


—Mi hija espera su segundo niño para abril y dice que lo está pasando mal con los tobillos hinchados. Siéntate, por favor.


La condujo hasta el sofá.


—Estoy bien —le aseguró ella, que no quería que la preocupación por su salud influyera en la designación del vicedecano—. El médico dice que todo marcha bien. La niña está bien.


Suspiró.


—Mi artículo sobre los efectos de la depresión postparto en madres adolescentes saldrá en el próximo número de El Diario Norteamericano de Psicología. Me gustaría tratar el mismo tema con mujeres en la veintena y en la treintena.


—Sí, eso está muy bien. Hay que publicar o perecer en el intento —se sentó en un sillón enfrente de ella—. Sabes que nunca he dudado de tus méritos y agradezco qué hayas decidido trabajar hasta el último momento. Pero no te he llamado por eso.


Paula lo miró de frente.


—Y ¿de qué se trata? Ha dicho que era importante.


—Bueno, he estado estudiando el resto del semestre… —una llamada en la puerta lo interrumpió. Se levantó—. Le he pedido a Horacio Norwood que venga también, si no te importa.


—No, claro.


Horacio y ella eran viejos amigos, de la época en que ambos estudiaban juntos. Y cuando ella solicitó su puesto actual, él estaba ya en la universidad y habló en su favor.


Se levantó.


—Buenos días, Horacio.


—Hola, Paula.


Horacio era un hombre alto y delgado, guapo a su modo, de ojos almendrados suaves que reflejaban inteligencia y cabello castaño que llevaba muy corto para disminuir el efecto de su calvicie incipiente y realzar sus rasgos bien cincelados.


Le hizo seña de que volviera a sentarse y se acomodó a su lado. Paula frunció el ceño al ver la sonrisa de malicia que iluminaba sus ojos. Horacio sabía algo. Le molestó ser la única que estaba en la ignorancia.


—Espero que alguien me cuente lo que pasa —dijo.


El decano carraspeó y se sentó de nuevo en el sillón.


—Sé que tu hija nacerá el mes que viene —dijo.


—A finales de marzo —asintió ella.


—Sí, y sé que trabajarás hasta el último momento, pero tenemos que pensar en tu sustitución. Tú no te reincorporarás hasta septiembre.


Paula se echó hacia delante en el sofá.


—Yo creía que el plan era desviar temporalmente mis pacientes a otras personas y que uno de los profesores auxiliares se ocupara de mis clases.


—En principio sí —el decano sonrió y miró a Horacio, que mostraba una expresión de disculpa.


Paula miró a los dos.


—¿Qué ocurre?



El decano Jeffers se echó hacia atrás en su asiento.


—Ésta es una oportunidad maravillosa. Y yo sólo pienso en el interés de la universidad.


—Eso no lo dudo.


—Horacio ha recomendado a un doctor que podría terminar tu semestre y hacerse cargo de las clases de verano.


—¿Y quién es? —preguntó Paula.


Horacio se sentó en el borde del sofá y tomó las manos de ella en las suyas.


—El doctor Simon Chaves.


Paula lo miró un rato sin comprender. Bajó la vista a sus manos unidas y las observó como si fueran objetos extraños. 


Luego parpadeó y apartó las manos.


—Simon.


Repitió el nombre en voz alta para ver cómo sonaba en su lengua, porque hacía tiempo que no usaba el nombre de su ex marido.


La sorpresa empezaba a dar paso a la rabia y la incredulidad.


—¿Quieren que me sustituya mi ex marido?


El decano Jeffers levantó las manos ante sí en un gesto conciliador.


—Temporalmente. El puesto será de nuevo tuyo en septiembre. Pero si él está disponible, creo que sería un buen tanto para la universidad. Y Horacio piensa que le interesaría un puesto temporal. La consulta privada que compartíais los dos tenía una reputación impecable, por eso te contratamos a ti —movió las manos en el aire—. Quiero llamarle esta tarde para hacerle una oferta.


Paula lo miró con la sensación de sentirse arrinconada. En los años pasados desde su divorcio, había aprendido a considerar a Simon como un error de juventud. Lo sabía amado con todo su corazón, pero había descubierto rápidamente que era muy doloroso amar así. Con los años había aprendido a contenerse, se había entrenado para no sentir mucho.


Tal vez por eso se había vuelto tan importante tener un hijo. 


Necesitaba querer a alguien incondicionalmente. Quería estar segura de que ese amor sería aceptado, valorado… necesario.


¿Podía alterar Simon su vida por segunda vez? ¿Seguía teniendo el poder de hacer daño? ¿O aquello era precisamente una oportunidad para demostrarse que ya no tenía ninguna influencia sobre su vida?


No sabía muy bien lo que le pedía el decano.


—¿Quiere mi aprobación? ¿Es eso?


El hombre negó con la cabeza.


—Sólo quiero comunicarte el cambio de planes —se puso en pie—. Sea cual sea vuestra relación a nivel personal, profesionalmente hay pocos como Simon Chaves.


Abrió la puerta y Horacio colocó una mano en la espalda de Paula para ayudarla a levantarse.



—Hablaré con ella los pros y los contras como hicimos tú y yo, Guille —dijo Horacio.


¿Horacio hablaba en privado con el decano? ¿Se tuteaban?


Paula se apartó de él con recelo y salió de la estancia. 


Cuando la puerta se cerró tras ellos se volvió a mirarlo.


—¿Ahora le haces el trabajo sucio al decano? ¿Quieres ganar puntos para el ascenso? —preguntó en voz baja.


El hombre miró la oficina para comprobar que ninguna de las dos secretarias estaba pendiente de ellos.


—Sólo quiero ayudarte.


—¿Recomendando que me sustituya Simon?


Horacio entrecerró los ojos.


—¿Por qué no hablamos de esto mientras tomamos una taza de café en lugar de aquí?


—Yo ya no bebo café.


—Por favor.


Paula levantó las manos en el aire con frustración. Se tocó el estómago.


—Podría comer algo.


—Invito yo —sonrió él—. Vamos en mi coche.


Paula había ido esa mañana al trabajo en taxi y aún no había tenido tiempo de hacer nada respecto al coche. Pedro Alfonso había prometido ponerle la rueda esa mañana, pero no le había dado las llaves.


Miró a Horacio, que esperaba todavía su respuesta.


—De acuerdo —dijo.


Pero le costó mucho más sonreírle a él que a Pedro la noche anterior.




PRINCIPIANTE: CAPITULO 11





Pedro sacó su teléfono móvil y marcó el número que le había dado A.J. Rodríguez. Se había quedado sentado en el coche, con el motor en marcha, hasta que se apagó la luz en el piso de Paula. Parecía tardar mucho en acostarse. 


¿Sentiría la misma atracción perturbadora que lo invadía a él? ¿O era él el único que se veía asaltado por impulsos prohibidos?


En algún momento de esa noche, sus sentimientos de protección y apreciación estética de Paula Chaves se habían mezclado con una tensión sexual que resultaba a un tiempo irresistible, curiosa y muy inconveniente.


Había sentido deseos de tocarla, de besarla, de acariciar su vientre y sentir la vida que latía en su interior.


Sabía que lo de la fiesta a la que había admitido ir la había decepcionado. Quizá eso había hecho que lo incluyera en el mismo grupo de Daniel Brown y sus amigos borrachos.


Porque ella no sabía cómo luchaba él para que los jóvenes no tomaran drogas. Cómo arriesgaba su futuro y quizá incluso su vida para aclarar la muerte de Billy Matthews, retirar la droga de las calles y proteger a los chicos de aquel tipo de infierno.


Rió en voz alta, burlándose de sus ideales. Encendió los faros y miró si se acercaba algún coche. Sabía que no podía salvar a todos los chicos, pero era un Alfonso y tenía que poner sus objetivos muy altos.


Salió a la calle desierta y se dirigió a su apartamento temporal en la calle 63, cerca de Swope Park. El barrio carecía de la historia y la personalidad de la zona del City Market, donde se había criado, pero por el momento era su hogar. Estaba más cerca de la universidad y tenía una cama. 


Y a las dos de la mañana no necesitaba nada más.


Después del segundo timbrazo de su móvil, oyó una serie de maldiciones en español.


—¿Qué pasa?


Al parecer, al inspector Rodríguez no le gustaba que lo despertaran.


—Soy Pedro —dijo.


—¿Qué ocurre? —el tono de A.J. cambió de plano en el tiempo que tardó en sentarse en la cama.


—Puede que no sea nada, pero quiero que me investigues algo mañana por la mañana.


Oyó unos ruidos apagados. Seguramente A.J. buscaba bolígrafo y papel.



—Dame los nombres.


—Daniel Brown, Lucio Arnold y Sergio Parrish. Son estudiantes. Me he peleado con ellos.


—¿Te has peleado con ellos?


—Se estaban metiendo con alguien más pequeño.


—¿De verdad quieres esa fama? ¿Estás bien?


Pedro se encogió de hombros y lamentó en el acto ese movimiento. Lanzó una maldición entre dientes.


—¿Es muy malo?


—Sólo unas costillas doloridas. Me las han vendado.


—¿Quién?


—No tengo que informarte de todo.


El inspector se echó a reír.


—Eres el único hombre que conozco al que pueden darle una paliza y salir contento. ¿Ella es guapa?


—Guapísima. ¿Me vas a investigar esos nombres?


—Desde luego. ¿Qué tal la fiesta de esta noche?


—Nada. En la parte de atrás tenían marihuana, no anfeta.


—No te preocupes. El noventa por cien de lo que hacemos es aburrido, preparar el terreno para la gran final. Esta noche habrás hecho contactos y ya es algo.


—Si tú lo dices.


—Lo digo. Cuando metas la pata, también te lo diré.


Pedro movió la cabeza.


—Si no lo haces tú, lo hará el teniente Cutler.


—Hablando de lo cual, Cutler también quiere que investigues tú un nombre. Kevin Washburn. Está en primer curso. Lo han detenido dos veces por posesión de anfetamina. Hazte amigo de él y puede que te lleve hasta su suministrador.


Pedro anotó el nombre y la dirección familiar del estudiante en el suburbio de Mission Hills.


—Lo tengo. No está en mi clase, pero encontraré el modo de contactar con él.


Guardó la libreta de notas. Su siguiente petición era extraoficial.


—¿Puedes hacerme otro favor?


—Claro.


—Quiero que averigües lo que puedas sobre la profesora Paula Chaves. Está en el Departamento de Psicología.


—¿Es sospechosa?


—Es la razón por la que me he metido en la pelea.


—¡Madre de Dios! —siguió un largo silencio—. Sabes que no debes tener relaciones personales cuando estás en un caso. Eso también las pone a ellas en peligro.


—¿Y qué querías que hiciera? ¿Que les dejara atacar a una mujer embarazada?


—¿Ha sido un robo? ¿Un intento de violación?


Pedro suspiró.


—No. Pero había un peligro real.


—No te metas en eso, Pedro.


—Es evidente que no puedo denunciarlos, pero ella sí debería comunicar lo ocurrido. Así habría antecedentes si la cosa se repite.


—Pues deja que lo haga ella —le aconsejó A.J.—. Podemos dejar tu nombre fuera.


—No lo hará. Tampoco quiere publicidad.


—Entonces es su elección.


Pedro movió la cabeza.


—El tipo que la ha atacado es un maníaco. No creo que la deje en paz. Ella no está segura.


—Está bien, lo investigaré y veré qué relación puedo encontrar. Si es necesario, designaré a alguien para que la vigile.


—Lo es.


—Veremos. Yo me ocuparé de la profesora, pero tú vuelve a lo tuyo. Tal vez la pelea acabe beneficiándote. Demostrará que eres un chico malo. Quizá así los ilegales se acerquen más a ti. Los traficantes siempre necesitan protección muscular.


—Veré lo que puedo hacer.


—Pero no olvides que a veces los malos no quieren competencia. Recuerda a Randall Pittmon y cuídate.


—Bien.


Colgó el teléfono con la firme intención de cuidar también de la hermosa Paula Chaves.