sábado, 9 de diciembre de 2017
PRINCIPIANTE: CAPITULO 12
—¡Paula! ¡Adelante! —el decano Guillermo Jeffers salió de detrás de su imponente escritorio, de madera de cerezo, y se acercó a estrecharle la mano—. ¿Cómo estás?
Ella sonrió.
—Muy bien, gracias.
El hombre la miró con preocupación.
—Mi hija espera su segundo niño para abril y dice que lo está pasando mal con los tobillos hinchados. Siéntate, por favor.
La condujo hasta el sofá.
—Estoy bien —le aseguró ella, que no quería que la preocupación por su salud influyera en la designación del vicedecano—. El médico dice que todo marcha bien. La niña está bien.
Suspiró.
—Mi artículo sobre los efectos de la depresión postparto en madres adolescentes saldrá en el próximo número de El Diario Norteamericano de Psicología. Me gustaría tratar el mismo tema con mujeres en la veintena y en la treintena.
—Sí, eso está muy bien. Hay que publicar o perecer en el intento —se sentó en un sillón enfrente de ella—. Sabes que nunca he dudado de tus méritos y agradezco qué hayas decidido trabajar hasta el último momento. Pero no te he llamado por eso.
Paula lo miró de frente.
—Y ¿de qué se trata? Ha dicho que era importante.
—Bueno, he estado estudiando el resto del semestre… —una llamada en la puerta lo interrumpió. Se levantó—. Le he pedido a Horacio Norwood que venga también, si no te importa.
—No, claro.
Horacio y ella eran viejos amigos, de la época en que ambos estudiaban juntos. Y cuando ella solicitó su puesto actual, él estaba ya en la universidad y habló en su favor.
Se levantó.
—Buenos días, Horacio.
—Hola, Paula.
Horacio era un hombre alto y delgado, guapo a su modo, de ojos almendrados suaves que reflejaban inteligencia y cabello castaño que llevaba muy corto para disminuir el efecto de su calvicie incipiente y realzar sus rasgos bien cincelados.
Le hizo seña de que volviera a sentarse y se acomodó a su lado. Paula frunció el ceño al ver la sonrisa de malicia que iluminaba sus ojos. Horacio sabía algo. Le molestó ser la única que estaba en la ignorancia.
—Espero que alguien me cuente lo que pasa —dijo.
El decano carraspeó y se sentó de nuevo en el sillón.
—Sé que tu hija nacerá el mes que viene —dijo.
—A finales de marzo —asintió ella.
—Sí, y sé que trabajarás hasta el último momento, pero tenemos que pensar en tu sustitución. Tú no te reincorporarás hasta septiembre.
Paula se echó hacia delante en el sofá.
—Yo creía que el plan era desviar temporalmente mis pacientes a otras personas y que uno de los profesores auxiliares se ocupara de mis clases.
—En principio sí —el decano sonrió y miró a Horacio, que mostraba una expresión de disculpa.
Paula miró a los dos.
—¿Qué ocurre?
El decano Jeffers se echó hacia atrás en su asiento.
—Ésta es una oportunidad maravillosa. Y yo sólo pienso en el interés de la universidad.
—Eso no lo dudo.
—Horacio ha recomendado a un doctor que podría terminar tu semestre y hacerse cargo de las clases de verano.
—¿Y quién es? —preguntó Paula.
Horacio se sentó en el borde del sofá y tomó las manos de ella en las suyas.
—El doctor Simon Chaves.
Paula lo miró un rato sin comprender. Bajó la vista a sus manos unidas y las observó como si fueran objetos extraños.
Luego parpadeó y apartó las manos.
—Simon.
Repitió el nombre en voz alta para ver cómo sonaba en su lengua, porque hacía tiempo que no usaba el nombre de su ex marido.
La sorpresa empezaba a dar paso a la rabia y la incredulidad.
—¿Quieren que me sustituya mi ex marido?
El decano Jeffers levantó las manos ante sí en un gesto conciliador.
—Temporalmente. El puesto será de nuevo tuyo en septiembre. Pero si él está disponible, creo que sería un buen tanto para la universidad. Y Horacio piensa que le interesaría un puesto temporal. La consulta privada que compartíais los dos tenía una reputación impecable, por eso te contratamos a ti —movió las manos en el aire—. Quiero llamarle esta tarde para hacerle una oferta.
Paula lo miró con la sensación de sentirse arrinconada. En los años pasados desde su divorcio, había aprendido a considerar a Simon como un error de juventud. Lo sabía amado con todo su corazón, pero había descubierto rápidamente que era muy doloroso amar así. Con los años había aprendido a contenerse, se había entrenado para no sentir mucho.
Tal vez por eso se había vuelto tan importante tener un hijo.
Necesitaba querer a alguien incondicionalmente. Quería estar segura de que ese amor sería aceptado, valorado… necesario.
¿Podía alterar Simon su vida por segunda vez? ¿Seguía teniendo el poder de hacer daño? ¿O aquello era precisamente una oportunidad para demostrarse que ya no tenía ninguna influencia sobre su vida?
No sabía muy bien lo que le pedía el decano.
—¿Quiere mi aprobación? ¿Es eso?
El hombre negó con la cabeza.
—Sólo quiero comunicarte el cambio de planes —se puso en pie—. Sea cual sea vuestra relación a nivel personal, profesionalmente hay pocos como Simon Chaves.
Abrió la puerta y Horacio colocó una mano en la espalda de Paula para ayudarla a levantarse.
—Hablaré con ella los pros y los contras como hicimos tú y yo, Guille —dijo Horacio.
¿Horacio hablaba en privado con el decano? ¿Se tuteaban?
Paula se apartó de él con recelo y salió de la estancia.
Cuando la puerta se cerró tras ellos se volvió a mirarlo.
—¿Ahora le haces el trabajo sucio al decano? ¿Quieres ganar puntos para el ascenso? —preguntó en voz baja.
El hombre miró la oficina para comprobar que ninguna de las dos secretarias estaba pendiente de ellos.
—Sólo quiero ayudarte.
—¿Recomendando que me sustituya Simon?
Horacio entrecerró los ojos.
—¿Por qué no hablamos de esto mientras tomamos una taza de café en lugar de aquí?
—Yo ya no bebo café.
—Por favor.
Paula levantó las manos en el aire con frustración. Se tocó el estómago.
—Podría comer algo.
—Invito yo —sonrió él—. Vamos en mi coche.
Paula había ido esa mañana al trabajo en taxi y aún no había tenido tiempo de hacer nada respecto al coche. Pedro Alfonso había prometido ponerle la rueda esa mañana, pero no le había dado las llaves.
Miró a Horacio, que esperaba todavía su respuesta.
—De acuerdo —dijo.
Pero le costó mucho más sonreírle a él que a Pedro la noche anterior.
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