lunes, 20 de noviembre de 2017
MI UNICO AMOR: CAPITULO 15
El anexo era un ala pequeña que salía del fondo de la casa.
Pedro abrió la puerta de roble y al entrar, encendió la luz. Al seguirlo, Paula notó que era una habitación de trabajo.
—Nunca me dices la verdad —dijo molesta—. Siempre me ocultas algo.
—No me preguntas —repuso—. ¿Qué más quieres saber? Las sábanas son de seda y en la primavera son frescas, no uso…
—Cállate —gimió y con un gesto infantil se cubrió las orejas—. No quiero saberlo. ¿Por qué sigues atormentándome? Sabes muy bien a qué me refería.
—¿Lo sé? —sus ojos azules brillaron con burla—. Supongo que podría tratar de adivinarlo. Eres una mezcla extraña, Paula, una combinación intrigante de inocencia y sensualidad.
—No cambies de tema —se quejó frustrada—. Eres un hombre irritante, Pedro Alfonso. No sé por qué permito que me enfurezcas de esta manera.
—Estás furiosa porque no puedes aceptar que disfrutaste mis besos —murmuró.
—No es cierto —sus mejillas se encendieron—. Estoy molesta porque piensas que puedes agregarme a una fila larga de mujeres que tienes atadas al cinto. Tu "ego" se alimenta al flirtear conmigo, ¿no? Así puedes decirte que me arrebataste de los brazos de otro —respiró profundo—. Y eso es otra cosa —continuó incitada por la indignación—. Te colocaste como juez y jurado, pero ¿quién eres para decidir cualquier cosa, cuando te pasaste la velada galanteando a tu secretaria?
—No fue toda la velada, Paula —contradijo quedo y las mejillas de ella, de por sí encendidas, se acaloraron más. Él la observó interesado—. ¿Te molesta mi relación… Con mi secretaria?
—De ninguna manera —rechazó de inmediato—. Haz lo que quieras cuando quieras, siempre que te mantengas alejado de mí. Pero me sorprendió ver que alguien que asegura ser muy moral, flirtee con una mujer casada. Noté que ella usa anillo de matrimonio.
—Rebecca hace años que se ha divorciado —explicó él—. No hay razón para que se quite el anillo. Creo que ella siente que le da cierta posición y que la protege.
—Es evidente que no la protege de ti —replicó, y Pedro esbozó una sonrisa.
—¿Qué encubres con ese enfado? Si no se relaciona con lo que siente por mí, ¿qué otra cosa tratas de evitar? Desde luego, me dijiste muy claramente que yo no había perturbado una cita amorosa cuando estuvimos en el lago. Por lo mismo, tengo curiosidad por saber qué te hizo correr tan agitada.
Paula frunció la frente. Había olvidado eso y debió saber que Pedro lo mencionaría en algún momento; era muy perceptivo. Tendría que ser más cuidadosa y dominar mejor su lengua.
—Un ataque de melancolía —respondió con cierta timidez—. Me ocurre a veces y no siempre por algún motivo en especial.
—Lo dudo —la miró de manera especulativa—. Algo te tenía perturbada la primera vez que nos vimos y también ocultaste el motivo. Supongo que pudo ser que pensabas en Adrian, pero comienzo a creer que hay algo más que eso.
—Te agradecería que olvidaras el asunto porque nada tienes que ver en ello.
—No dudo que eso te agradaría —sonrió sin diversión—. Eres una damita misteriosa, llena de secretos que esperan ser descubiertos, pero eso no es problema. Encontraré la llave, sólo es cuestión de tiempo.
—¿Para qué molestarse con eso?
La calma de Pedro la ponía más nerviosa, pero le dio gusto haber podido hablar tranquila.
—Siempre me han intrigado los misterios —declaró, sin dejar de observarla.
Paula se volvió y corroboró el hecho de que estaban en una habitación de trabajo. No tan definida como la oficina de Pedro, más bien era como un estudio con escritorio, archivador, un librero en la pared… Y debajo de una gran ventana, había una tabla repleta de diferentes piezas. Se acercó para verlos mejor, contenta de tener la oportunidad de alejarse un poco de la perturbadora presencia de ese hombre.
Vio un surtido de equipo y reconoció algunas piezas; un teclado unido a una impresora captó su atención y lo observó pensativa.
—¿Es algún tipo de amplificador? —preguntó mientras lo examinaba con cuidado—. No sabía que Lynx vendiera esta clase de equipo.
—Por lo general, no. Lo desarrollo por interés personal.
—Muéstrame cómo funciona —exigió.
—Primero tienes que ponerte esto —dijo, señalando unos audífonos.
Paula obedeció y marcó unas palabras en el teclado. Hubo una pausa pequeña, luego oyó la oración que había mecanografiado, en el auricular derecho. Parpadeó sorprendida y con lentitud colocó los audífonos sobre la mesa.
—La diseñé para que los ciegos puedan usarla —explicó—. Está ligada a una cinta magnetofónica que llega a través del auricular izquierdo y el sonido del ordenador está conectado al otro.
—¿Tú diseñaste esto?
Abrió enormes los ojos.
Él asintió distraído porque estaba atento a las palabras impresas.
—¿Y éste? —preguntó Paula, al ver otro aparato.
Señaló otro teclado conectado a un artefacto hecho de palancas y poleas.
—Es sólo un modelo —presionó un botón sobre el cojinete con teclas que desencadenó varios movimientos sincronizados—. El aparato verdadero es mucho más grande. Espero que ayude a las personas incapacitadas a salir del baño sin tener que depender del apoyo de otra persona.
Pasmada, Paula movió la cabeza y extendió la palma para señalar todo el equipo.
—Es fantástico. ¿Por qué no los pones a la venta?
—Todavía necesitan una que otra modificación.
—Pero funcionan perfectamente.
—No tanto como podrían hacerlo.
Ella lo miró anonadada. El hombre tenía unos inventos maravillosos en las manos, pero no estaba listo para darlos a conocer. Pedro se tomaba su tiempo mientras ideaba más operaciones, a pesar de que lo que ya había creado era estupendo.
La mente que había ideado esos diseños tenía que ser genial, a pesar de ser molesta, engañosa y tendiente a las fantasías.
—¿Sabes que estos diseños podrían valer miles de libras esterlinas?
—Es posible —se encogió de hombros—. El dinero no es importante. Vivo cómodo y Lynx está a la vanguardia de sus competidores. No veo la necesidad de apresurar las cosas.
Paula parpadeó varias veces seguidas. ¿Cuántas capas tenía ese hombre? Cada vez ella se veía obligada a cambiar de opinión con respecto a él. Cada vez que creyó haberlo comprendido, él resultaba ser tan nebuloso como la bruma marina. Era evidente que Neptuno trabajaba horas extras con ese ciudadano de las profundidades.
—Creo que hay motivos para darlos a conocer lo antes posible insistió—. No debes ocultar algo tan importante.
—Puesto que no participaste en este proyecto, no tienes que preocuparte por él —murmuró tensó.
A Paula le dolió ese rechazo, sin embargo contempló los documentos esparcidos a lo largo de la mesa de trabajo.
—¿No debe archivarse todo eso? —preguntó—. Si tuvieras todo en orden llegarías a la etapa de la producción con más rapidez.
—Es posible que a ti te agrade esa clase de trabajo —dijo bastante irritado—, pero yo tengo asuntos más importantes, que ordenar unos papeles.
—¿Sugieres que yo lo haga? —preguntó con voz dulce.
—No necesito tu interferencia —masculló—. Sé muy bien dónde está todo y puedo trabajar a la perfección sin que alguien meta su cuchara.
Paula miró las tazas usadas que estaban sobre la mesa y respiró con disgusto.
—Un lavavajillas sería útil. ¿Nunca lavas tus tazas?
—Olvido hacerlo —la miró distraído—. Es más fácil tomar una limpia y dedicarme a lavarlas todas durante el fin de semana.
—Imaginé que eso pensarías —frunció la nariz con disgusto y mentalmente contó las tazas—. Por lo que veo, eres adicto al café.
—Me mantiene alerta —respondió—. Y me ayuda a pensar mejor.
—Hay otras maneras —le informó con vigor espartano—. Como caminar rápido o nadar. También estarías en mejor condición física.
En silencio aceptó que su musculoso cuerpo no daba muestras de debilidad alguna. El hombre estaba preparado como un atleta.
—¿Eso haces tú? —preguntó pensativo—. ¿Haces ejercicio cada mañana? —la observó despacio y después asintió como si acabara de tomar una decisión—. Supongo que podríamos intentarlo juntos. La idea conjura algunas connotaciones interesantes.
—Pedro —Paula soltó el aire—. No tengo intenciones en participar contigo en ninguna clase de deporte.
—Me decepcionas, Paula —sonrió burlón—. ¿Tú único vicio son los hombres casados?
—Sumergirte en aceite hirviendo podría convertirse en otro vicio.
Pedro mostró los dientes. El ambiente era tenso, mientras ambos se valoraban. De pronto se escuchó el inconfundible sonido de una tosecita. Se volvieron y vieron que Adrian se asomaba a la puerta.
—¿Interrumpo una riña? —preguntó interesado—. ¿Hay posibilidad de que me siente cerca del cuadrilátero?
Paula no comprendió por qué Pedro gruñía, pero Adrian lo aceptó de buen talante.
—¿No? —murmuró Adrian—. Entonces, será en otra ocasión. De hecho, Becky preguntó por ti, Pedro. Parece que ofreciste llevarla a su casa y ella le prometió a la cuidadora de su criatura, que regresaría a una hora razonable. Además, ya monopolizaste bastante tiempo a Paula —sonrió—. Parece que necesita una compañía más agradable, por ejemplo, la mía.
Paula esbozó una sonrisa y permitió que Adrian la tomara de la mano y la condujera fuera de la habitación. Mientras regresaban a la parte principal de la casa, Paula se dijo que no se había equivocado en cuanto a Rebecca y Pedro. Eran algo más que secretaria y jefe, pero ¿hasta qué grado?
domingo, 19 de noviembre de 2017
MI UNICO AMOR: CAPITULO 14
Paula lo miró totalmente confusa.
—¿Por qué estás aquí? Creí…
—De ser tú no trataría de ejercitar mi mente —le aconsejó Pedro—. No te favorece.
—Un poco de dulcificante no le vendría mal a tu ácida lengua —murmuró Paula echando chispas de resentimiento por los ojos.
—¿Eso crees? ¿Qué pasó con la tuya? A juzgar por tu acostumbrado estado de ánimo amargo, imagino que hace tiempo echaste el dulcificante a la papelera.
—Es el comentario burlón que debí suponer que harías —comentó molesta—. Con razón reñimos siempre. Eres altanero e intolerante y desprecias todo lo que yo hago. Permite que te diga que el sentimiento es mutuo. De hecho, creo que te odio.
—Hazlo con toda libertad porque es una pasión fuerte y poderosa. Al menos, con eso sabes quién soy —esbozó una sonrisa helada—. Al parecer tu punto fuerte no es ser discriminadora en cuanto a los hombres. Quizá convenga que te dé unas cuantas lecciones.
—¿Qué quieres decir?
Lo miró con recelo, consciente de la amenaza en sus palabras. Pedro era un hombre despiadado y arrogante que hacía lo que se le venía en gana, sin que le importaran las consecuencias y ella se dio cuenta de que estaba peligrosamente cerca de él. Trató de dar un paso atrás tanteando el terreno, pero Pedro le ciñó los brazos.
—Quiero decir que aún no termino contigo —sus ojos brillaron como el acero a la luz de la luna y Paula sintió que la piel se le quemaba debajo de los dedos que la aprisionaban—. Es evidente que la relación ilícita que llevas te resulta difícil. Me agradaría pensar, que el arrepentimiento te hizo llegar sollozando a los brazos de Adrian, pero no soy tan ingenuo como para creerlo. Viniste aquí para lloriquear por el hecho de que no pudisteis estar juntos como te hubiera agradado, pero cometiste el desafortunado error de toparte conmigo.
—No es cierto —negó con vehemencia—. No fue así, sólo que…
—¿Qué cosa? —alzó una ceja con insolencia y curiosidad—. ¿Un pacto de conmiseración entre los dos? ¡Por favor!
—No, te equivocas…
Su voz volvió a desvanecerse. ¿Cómo podía hablarle de la terrible nota, de lo que realmente la había orillado a llegar hasta ahí? Él querría saberlo todo para buscar en los recovecos ocultos de su mente y descubrir cómo había sido ella antes. Paula misma, no comprendía las enigmáticas palabras y fuera lo que fuera, él decidiría que ella tenía la culpa de lo que le ocurría. No necesitaba que él la censurara.
—De todas maneras eso nada tiene que ver contigo —declaró enfadada—. No te inmiscuyas.
—Buen consejo y creo que lo seguiré. Después de todo, me confundiste con otra persona y no debería importarme si cometes el mismo error dos veces. Quizá un pequeño recordatorio ayudará a que me plasme en tu memoria.
Al intuir una intención diabólica en la expresión masculina, ella hizo un intento por soltarse, pero fue tarde. Pedro fue más rápido y mostró mucha seguridad para que los esfuerzos de ella lograran su propósito. Paula abrió bien los ojos y se tragó su creciente pánico cuando él, con premeditación, la empujaba contra el árbol.
—Esto es una locura, no puedes hacerlo… —murmuró ronca.
—¿No? —masculló y se valió de la presión de su cuerpo para acorralarla—. Entonces detenme. ¿Por qué no lo haces?
Los sentidos de Paula giraron, pues la suavidad de sus curvas se fusionó de manera incandescente con la fuerza masculina y su mente se conmocionó por la calurosa intimidad del contacto. Había dejado de respirar y no podía moverse. Toda su conciencia estaba centrada en esa fricción desconocida y enervante.
Pedro deslizó la mano sobre la columna de ella.
—¿Te das cuenta de lo considerado que soy? —murmuró ronco—. No tendrás motivo para quejarte de tener cardenales.
Apoyó la otra mano contra el tronco, a un lado de la cabeza de ella mientras la observaba con ojos brillantes por la furia que había en sus profundidades. Su boca estaba a pocos centímetros de la de ella.
Paula trató de hablar, pero tenía la garganta seca y no pudo emitir sonido alguno. Los oídos le zumbaban, el pulso de su sangre le golpeaba las sienes mareándola y cualquier idea de que podría escapar, incluso en ese momento, se fragmentó en una explosión de sensualidad cuando él inclinó la cabeza y se apoderó de su boca. Fue un beso fiero y posesivo, exigente, que la hizo sentir una espiral de calor en todas las terminales nerviosas. Él se movió un poco y presionó su cadera contra la de ella. Una excitación vergonzosa le recorrió el cuerpo a Paula y una llama indeseada de deseo llenó todo su ser.
Después de un momento, la primera tormenta de pasión enfadada pareció desvanecerse y los labios de Pedro comenzaron a explorar. Con la mano que tenía en su espalda delineó el cuerpo femenino hasta detenerse en la curva de la cadera. La debilidad la invadió cuando Pedro deslizó la lengua por sus labios llenos y la introdujo para probar la dulce humedad de su boca. Paula emitió un sonido incoherente, se aferró a él para apoyarse y estrujó con los dedos la camisa de seda.
Paula percibió el golpeteo del corazón de Pedro y comprendió que él estaba más allá del enfado, más allá de la simple necesidad de dominar. En ese momento un deseo sensual lo impulsaba, un deseo de satisfacer un profundo y poderoso instinto contra el cual ella no tenía las fuerzas ni el deseo de luchar. Se alarmó por la facilidad con que Pedro había provocado su tumultuosa reacción. ¿Cómo podía él ejercer ese efecto en ella? ¿Por qué no se defendía de ese asalto a sus sentidos? Con desesperación trató de soltarse. Respirando con agitación, Pedro levantó la cabeza y la observó.
—¿Recordarás quién soy? —inquirió severo—. Soy Pedro, ¿lo comprendes?
—No necesito ningún recordatorio para saber tu nombre. Va paralelo con el mal trato, la arrogancia y un franco machismo —repuso.
—Creo que ya lo habías dicho antes. Al menos, ya establecimos algo. La próxima vez que corras a mis brazos no tendrás dificultad en distinguirme de mi socio.
—¿La próxima vez? —preguntó en tono casi histérico—. No te ilusiones —se soltó y lo miró con furia, a pesar de queja boca seguía doliéndole de manera dulce por el impacto de sus besos—. No habrá otra vez.
—De ser tú no estaría tan seguro —se burló de ella con la mirada y un estremecimiento debido a una emoción indefinible la sacudió y le puso la carne de gallina.
—Algún día recibirás el castigo que te mereces y yo seré la primera en aplaudir —declaró temblorosa.
Con lentitud se frotó los brazos porque sintió frío.
—Te cansaras de esperar —rió y al alejarse un poco de ella flexionó los músculos de los hombros, se estiró y miró a su alrededor—. Vine a respirar aire fresco, pero creo que es hora de que regresemos. Una brisa emerge del lago. Vamos te acompañaré a la casa.
—No regresaré allí —señaló decidida.
—Aquí hace frío y no tienes chaqueta —murmuró.
—No importa, aún no quiero regresar.
—¿Sigues esperando que Adrian venga? —habló con frialdad y entornó los párpados.
—Adrian no iba a reunirse conmigo —replicó—. Sólo quiero quedarme aquí y me agradaría estar sola.
Le dirigió una mirada ominosa.
—¿Tienes que ser tan perversa todo el tiempo? —torció la boca—. No es lógico, porque es evidente que tienes frío.
—Más bien me estremezco por la conmoción —le informó—. Como consecuencia de tu ataque. No quiero entrar para que me vean. ¿Cómo podría enfrentarme con la gente si de seguro tengo aspecto de haber tenido un encuentro de diez rondas con un luchador?
Tentativamente, se tocó los labios hinchados con la punta de la lengua.
—Me doy cuenta de que tiendes a exagerar —habló divertido—. Tu aspecto es inmejorable y si no quieres ver a nadie, puedes entrar por el anexo. Es privado. Te lo mostraré.
Le extendió una mano y ella la rechazó dándole un golpe.
No deseaba que él la tocara. La ponía muy nerviosa y la acaloraba. No era justo que él le alterara los sentidos de manera devastadora.
—¿Cómo le explicaré a Adrian mi repentina desaparición? —preguntó tensa—. Quizá en este momento él no es tu persona favorita, pero él me invitó; esta es su casa.
—Te equivocas —la miró pensativo—. Adrian te invitó, pero la casa es mía.
—¿Tuya?
Quedó boquiabierta por la incredulidad.
—Mía —le levantó la barbilla con un dedo y le cerró la boca—. No me importa qué parte de la misma casa quieras explorar, pero te recomiendo la alcoba. Tiene delicados tonos azules y una gran cama doble, mullida y cómoda.
Con los ojos bien abiertos por la conmoción, Paula soltó un gritito y se alejó dando un brinco.
—¿Fue eso una respuesta negativa?
Pedro sonrió.
—Esto no es gracioso —le dirigió una mirada fulminante—. No sé por qué siempre me provocas así.
—Eres un blanco muy fácil. ¿Cómo podría resistirme?
Pedro se volvió y caminó hacia la casa; después de titubear, ella lo siguió. ¿Por qué era ese hombre un enigma? ¿Por qué podía irritarla de esa manera? No era justo.
MI UNICO AMOR: CAPITULO 13
En la sala los invitados charlaban y Paula se desplazó entre ellos, deteniéndose una y otra vez para hablar con amigos.
Tardó unos minutos en ver a Pedro concentrado en una conversación.
Estaba con una mujer, por supuesto. La misma mujer con quien lo había visto el sábado. Ella lo observaba con detenimiento y parecía preocupada, por lo que su bello rostro ovalado se afeaba un poco. Tenía los dedos aferrados a la manga de la chaqueta de Pedro como si estuviera implorándole que la escuchara.
"No pierdas tu tiempo", le aconsejó Paula en silencio.
"Pedro no es de los que se dejan atrapar ni con el lazo más débil".
Pedro inclinaba más la cabeza hacia su compañera. La abrazó y le dio un apretoncito; fue un gesto de consuelo.
Paula sintió que los músculos del estómago se le apretaban y se volvió.
Encontró a Adrian junto al bar mordisqueando una salchicha dentro de un panecillo y con su plato bien servido.
—Tienes el apetito de un caballo —comentó Paula y él le sonrió.
—Lo necesito —respondió y se quitó unas migajas de la boca—. Quemo muchas calorías.
—Se debe a que nunca te quedas quieto. Tratar de hablar contigo es como tratar de sostener una bolita de mercurio en la mano.
—Lo mismo me repite Emma —sonrió con tristeza—. Siempre hay mucho que hacer.
—Más bien estás obsesionado con el trabajo y no puedes resistir la tentación. Tómate cinco minutos y dime qué quieres que haga para Lynx. Cuando termine el programa, es posible que quedes tan organizado que incluso tendrás tiempo para tu esposa.
—Eso me parece deseable —levantó otra salchicha y con ella hizo un movimiento ceremonioso—. Permite que te dé una idea de lo que sucede en nuestra empresa para que puedas comenzar a planear.
Le dio una explicación detallada, sin dejar de comer y Paula lo escuchó atenta, asintiendo a momentos. La tarea no le pareció muy difícil.
—Dudo que encuentre muchos problemas —comentó ella—. Creo que podré presentarte un programa adecuado si me permiten ver los datos en tu oficina.
—Muy bien —le dio el último sorbo a su cerveza y observó el vaso vacío—. ¿Puedo traerte más vino?
—No, gracias —movió la cabeza—. Dejé mi copa en algún sitio.
Miró a su alrededor mientras Adrian se servía más cerveza, y sin querer, su vista se dirigió de nuevo hacia Pedro. La mujer de cabello oscuro había desaparecido, pero él no estaba solo.
Bailaba con Rebecca, le abrazaba la esbelta cintura con soltura y sus cuerpos se movían al ritmo de la música lenta.
Rebecca sonreía, de seguro por algo que él había dicho. Los dos parecían tranquilos y en ese ambiente, que no era el de la oficina, parecían haber olvidado las restricciones que existen entre jefe y secretaria.
Los ojos de Paula se ensombrecieron. Tuvo razón al catalogarlo. Al hombre le gustaba flirtear. Las mujeres que lo acompañaban no tenían la culpa. Era peligrosamente atractivo, cualquiera podía verlo. Era alto y esbelto. El pantalón del traje oscuro le quedaba a la perfección y marcaba los músculos de sus muslos. Llevaba la chaqueta abierta y dejaba ver la camisa a rayas desabotonada del cuello de modo que Paula pudo apreciar el sano bronceado de su piel.
Apretó los dientes. Pedro era un libertino porque iba de una compañera a la siguiente y en ese momento desplegaba sus encantos ante Rebecca. ¿Qué relación llevaban ellos dos? ¿Era seria?
Paula cerró los dedos sobre la delicada tela de su vestido color llama y la estrujó. Desde luego, eso no la irritaba en lo personal. No estaba celosa, pero ¿cómo era posible que experimentara emociones tan profundas por un hombre que la irritaba con gran facilidad? Decidió que era enfado y desagrado lo que sentía.
Inquieta, desvió la vista. Adrian hablaba con un hombre que ella reconoció vagamente; era un financiero. Se preguntó cuándo podría ella irse sin ser descortés. No deseaba quedarse más tiempo para presenciar los flirteos de Pedro.
Durante unos minutos se incorporó al numeroso grupo, hablando aquí y allá. Adrian tuvo razón en cuanto a los contactos que ella podría lograr, pero su mente no pensaba en el negocio. Se terminaría su copa de vino y escaparía.
Dentro de más o menos media hora estaría libre…
* * *
Se dirigió al armario donde había dejado su copa y se acongojó al verla estrellada. Los añicos brillaban de manera maligna bajo la luz ámbar. El vino se había derramado y formaba un diminuto charco rojo y oscuro, como una mancha de sangre extendida sobre la madera pulida. Había un sobre blanco, apoyado contra la pared. Lo observó un buen rato y se estremeció.
Finalmente, levantó el sobre y lo rasgó; sacó una hoja de papel.
La mano le tembló y se la llevó al pecho hasta que el ataque de nervios disminuyera. Después de uno o dos minutos, al sentirse más fuerte, extendió el papel y fijó los ojos en el mensaje impreso.
"Rechazas lo que las estrellas predican y te arriesgas. El peligro acecha aquí y sólo tú eres su presa. Regresa al sitio de donde viniste, Paula Chaves, o lee tu destino en el vino derramado".
Paula estrujó el papel. De pronto, no pudo respirar. El aire que tenía en los pulmones, la ahogaba por el temor que le subía por la garganta como si fueran miles de mariposas pugnando por salir. La amenaza en las siniestras líneas, pendía sobre ella como una sentencia, como un ominoso presagio de muerte y destrucción.
Fue presa del pánico. Tenía que salir de ahí. Corrió hacia las puertas de cristal y debido a su prisa tardó en abrirlas. Tenía que salir del invernadero, de la casa, porque de lo contrario se sofocaría.
Finalmente las pesadas hojas de la puerta cedieron y salió a la terraza, la cruzó y corrió por el césped. El papel se le cayó de las manos y una ligera brisa lo hizo volar, pero ella no le prestó atención. Huía de los demonios que la perseguían respirando grandes bocanadas de aire frío como si fueran las últimas. Sintió una punzada en un costado y se detuvo para presionar las palmas en el sitio que le dolía. Poco a poco se enderezó y enfocó el ambiente oscuro que la rodeaba.
Un lago. Las hojas de un sauce que se mecían suavemente.
Y Adrian. No podía verlo bien, pero era Adrian ¿no? Era un cuerpo alto y oscuro, en las sombras, apoyado contra el tronco del árbol. Ella lo había sobresaltado con su huida.
—¿Paula? —preguntó él en voz amortiguada—. ¿Qué haces aquí? ¿Sucede algo?
Ella no contestó y las lágrimas de alivio se deslizaron por sus mejillas. Corrió hacia él, lo abrazó y apoyó una mejilla contra el cómodo pecho masculino. Durante un momento, él se mantuvo quieto, luego la abrazó como si estuviera protegiéndola de una tormenta. No dijo nada y mientras le acariciaba los sedosos rizos en la nuca, permitió que Paula desahogara su congoja.
Poco después el pánico de Paula disminuyó, dejó de sollozar y se frotó las mejillas húmedas con las puntas de los dedos.
—Lo… Lamento —murmuró junto a la camisa de él—. Te la mojé. No suelo desmoronarme así.
En vano trató de secar la fina tela.
—Tranquila, Paula. Sea lo que sea puede resolverse.
La voz fue grave, profunda, segura y definitivamente no la que ella esperaba.
—¿A… Adrian? —titubeó y se apartó unos mechones húmedos del rostro y levantó la cabeza para mirar al hombre.
Se dijo que eso no podía ser real. Alucinaba. La conmoción de ver la copa rota y la carta le habían encendido el cerebro al grado de que su mente la engañaba con crueldad. Esa era la respuesta. No era posible que eso estuviera sucediendo.
No podía permitir que Pedro Alfonso la abrazara, ni siquiera en sus sueños más alocados.
—El hombre equivocado —dijo Pedro con severidad y torció la boca—. El amante querido está ocupado en otro sitio. Tendrás que conformarte conmigo.
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