domingo, 19 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 13





En la sala los invitados charlaban y Paula se desplazó entre ellos, deteniéndose una y otra vez para hablar con amigos. 


Tardó unos minutos en ver a Pedro concentrado en una conversación.


Estaba con una mujer, por supuesto. La misma mujer con quien lo había visto el sábado. Ella lo observaba con detenimiento y parecía preocupada, por lo que su bello rostro ovalado se afeaba un poco. Tenía los dedos aferrados a la manga de la chaqueta de Pedro como si estuviera implorándole que la escuchara.


"No pierdas tu tiempo", le aconsejó Paula en silencio. 


"Pedro no es de los que se dejan atrapar ni con el lazo más débil".


Pedro inclinaba más la cabeza hacia su compañera. La abrazó y le dio un apretoncito; fue un gesto de consuelo. 


Paula sintió que los músculos del estómago se le apretaban y se volvió.


Encontró a Adrian junto al bar mordisqueando una salchicha dentro de un panecillo y con su plato bien servido.


—Tienes el apetito de un caballo —comentó Paula y él le sonrió.


—Lo necesito —respondió y se quitó unas migajas de la boca—. Quemo muchas calorías.


—Se debe a que nunca te quedas quieto. Tratar de hablar contigo es como tratar de sostener una bolita de mercurio en la mano.


—Lo mismo me repite Emma —sonrió con tristeza—. Siempre hay mucho que hacer.


—Más bien estás obsesionado con el trabajo y no puedes resistir la tentación. Tómate cinco minutos y dime qué quieres que haga para Lynx. Cuando termine el programa, es posible que quedes tan organizado que incluso tendrás tiempo para tu esposa.


—Eso me parece deseable —levantó otra salchicha y con ella hizo un movimiento ceremonioso—. Permite que te dé una idea de lo que sucede en nuestra empresa para que puedas comenzar a planear.


Le dio una explicación detallada, sin dejar de comer y Paula lo escuchó atenta, asintiendo a momentos. La tarea no le pareció muy difícil.


—Dudo que encuentre muchos problemas —comentó ella—. Creo que podré presentarte un programa adecuado si me permiten ver los datos en tu oficina.


—Muy bien —le dio el último sorbo a su cerveza y observó el vaso vacío—. ¿Puedo traerte más vino?


—No, gracias —movió la cabeza—. Dejé mi copa en algún sitio.


Miró a su alrededor mientras Adrian se servía más cerveza, y sin querer, su vista se dirigió de nuevo hacia Pedro. La mujer de cabello oscuro había desaparecido, pero él no estaba solo.


Bailaba con Rebecca, le abrazaba la esbelta cintura con soltura y sus cuerpos se movían al ritmo de la música lenta. 


Rebecca sonreía, de seguro por algo que él había dicho. Los dos parecían tranquilos y en ese ambiente, que no era el de la oficina, parecían haber olvidado las restricciones que existen entre jefe y secretaria.


Los ojos de Paula se ensombrecieron. Tuvo razón al catalogarlo. Al hombre le gustaba flirtear. Las mujeres que lo acompañaban no tenían la culpa. Era peligrosamente atractivo, cualquiera podía verlo. Era alto y esbelto. El pantalón del traje oscuro le quedaba a la perfección y marcaba los músculos de sus muslos. Llevaba la chaqueta abierta y dejaba ver la camisa a rayas desabotonada del cuello de modo que Paula pudo apreciar el sano bronceado de su piel.


Apretó los dientes. Pedro era un libertino porque iba de una compañera a la siguiente y en ese momento desplegaba sus encantos ante Rebecca. ¿Qué relación llevaban ellos dos? ¿Era seria?


Paula cerró los dedos sobre la delicada tela de su vestido color llama y la estrujó. Desde luego, eso no la irritaba en lo personal. No estaba celosa, pero ¿cómo era posible que experimentara emociones tan profundas por un hombre que la irritaba con gran facilidad? Decidió que era enfado y desagrado lo que sentía.


Inquieta, desvió la vista. Adrian hablaba con un hombre que ella reconoció vagamente; era un financiero. Se preguntó cuándo podría ella irse sin ser descortés. No deseaba quedarse más tiempo para presenciar los flirteos de Pedro.


Durante unos minutos se incorporó al numeroso grupo, hablando aquí y allá. Adrian tuvo razón en cuanto a los contactos que ella podría lograr, pero su mente no pensaba en el negocio. Se terminaría su copa de vino y escaparía. 


Dentro de más o menos media hora estaría libre…



* * *


El invernadero seguía vacío, las lámparas emitían una tenue luz, la luna creaba largas sombras plateadas sobre la terraza, más allá de las amplias puertas del patio. Las estrellas titilaban como si fueran joyas contra un fondo de terciopelo.


Se dirigió al armario donde había dejado su copa y se acongojó al verla estrellada. Los añicos brillaban de manera maligna bajo la luz ámbar. El vino se había derramado y formaba un diminuto charco rojo y oscuro, como una mancha de sangre extendida sobre la madera pulida. Había un sobre blanco, apoyado contra la pared. Lo observó un buen rato y se estremeció.


Finalmente, levantó el sobre y lo rasgó; sacó una hoja de papel.


La mano le tembló y se la llevó al pecho hasta que el ataque de nervios disminuyera. Después de uno o dos minutos, al sentirse más fuerte, extendió el papel y fijó los ojos en el mensaje impreso.


"Rechazas lo que las estrellas predican y te arriesgas. El peligro acecha aquí y sólo tú eres su presa. Regresa al sitio de donde viniste, Paula Chaves, o lee tu destino en el vino derramado".


Paula estrujó el papel. De pronto, no pudo respirar. El aire que tenía en los pulmones, la ahogaba por el temor que le subía por la garganta como si fueran miles de mariposas pugnando por salir. La amenaza en las siniestras líneas, pendía sobre ella como una sentencia, como un ominoso presagio de muerte y destrucción.


Fue presa del pánico. Tenía que salir de ahí. Corrió hacia las puertas de cristal y debido a su prisa tardó en abrirlas. Tenía que salir del invernadero, de la casa, porque de lo contrario se sofocaría.


Finalmente las pesadas hojas de la puerta cedieron y salió a la terraza, la cruzó y corrió por el césped. El papel se le cayó de las manos y una ligera brisa lo hizo volar, pero ella no le prestó atención. Huía de los demonios que la perseguían respirando grandes bocanadas de aire frío como si fueran las últimas. Sintió una punzada en un costado y se detuvo para presionar las palmas en el sitio que le dolía. Poco a poco se enderezó y enfocó el ambiente oscuro que la rodeaba.


Un lago. Las hojas de un sauce que se mecían suavemente. 


Y Adrian. No podía verlo bien, pero era Adrian ¿no? Era un cuerpo alto y oscuro, en las sombras, apoyado contra el tronco del árbol. Ella lo había sobresaltado con su huida.


—¿Paula? —preguntó él en voz amortiguada—. ¿Qué haces aquí? ¿Sucede algo?


Ella no contestó y las lágrimas de alivio se deslizaron por sus mejillas. Corrió hacia él, lo abrazó y apoyó una mejilla contra el cómodo pecho masculino. Durante un momento, él se mantuvo quieto, luego la abrazó como si estuviera protegiéndola de una tormenta. No dijo nada y mientras le acariciaba los sedosos rizos en la nuca, permitió que Paula desahogara su congoja.


Poco después el pánico de Paula disminuyó, dejó de sollozar y se frotó las mejillas húmedas con las puntas de los dedos.


—Lo… Lamento —murmuró junto a la camisa de él—. Te la mojé. No suelo desmoronarme así.


En vano trató de secar la fina tela.


—Tranquila, Paula. Sea lo que sea puede resolverse.


La voz fue grave, profunda, segura y definitivamente no la que ella esperaba.


—¿A… Adrian? —titubeó y se apartó unos mechones húmedos del rostro y levantó la cabeza para mirar al hombre.


Se dijo que eso no podía ser real. Alucinaba. La conmoción de ver la copa rota y la carta le habían encendido el cerebro al grado de que su mente la engañaba con crueldad. Esa era la respuesta. No era posible que eso estuviera sucediendo. 


No podía permitir que Pedro Alfonso la abrazara, ni siquiera en sus sueños más alocados.


—El hombre equivocado —dijo Pedro con severidad y torció la boca—. El amante querido está ocupado en otro sitio. Tendrás que conformarte conmigo.





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