domingo, 19 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 14





Paula lo miró totalmente confusa.


—¿Por qué estás aquí? Creí…


—De ser tú no trataría de ejercitar mi mente —le aconsejó Pedro—. No te favorece.


—Un poco de dulcificante no le vendría mal a tu ácida lengua —murmuró Paula echando chispas de resentimiento por los ojos.


—¿Eso crees? ¿Qué pasó con la tuya? A juzgar por tu acostumbrado estado de ánimo amargo, imagino que hace tiempo echaste el dulcificante a la papelera.


—Es el comentario burlón que debí suponer que harías —comentó molesta—. Con razón reñimos siempre. Eres altanero e intolerante y desprecias todo lo que yo hago. Permite que te diga que el sentimiento es mutuo. De hecho, creo que te odio.


—Hazlo con toda libertad porque es una pasión fuerte y poderosa. Al menos, con eso sabes quién soy —esbozó una sonrisa helada—. Al parecer tu punto fuerte no es ser discriminadora en cuanto a los hombres. Quizá convenga que te dé unas cuantas lecciones.


—¿Qué quieres decir?


Lo miró con recelo, consciente de la amenaza en sus palabras. Pedro era un hombre despiadado y arrogante que hacía lo que se le venía en gana, sin que le importaran las consecuencias y ella se dio cuenta de que estaba peligrosamente cerca de él. Trató de dar un paso atrás tanteando el terreno, pero Pedro le ciñó los brazos.


—Quiero decir que aún no termino contigo —sus ojos brillaron como el acero a la luz de la luna y Paula sintió que la piel se le quemaba debajo de los dedos que la aprisionaban—. Es evidente que la relación ilícita que llevas te resulta difícil. Me agradaría pensar, que el arrepentimiento te hizo llegar sollozando a los brazos de Adrian, pero no soy tan ingenuo como para creerlo. Viniste aquí para lloriquear por el hecho de que no pudisteis estar juntos como te hubiera agradado, pero cometiste el desafortunado error de toparte conmigo.


—No es cierto —negó con vehemencia—. No fue así, sólo que…


—¿Qué cosa? —alzó una ceja con insolencia y curiosidad—. ¿Un pacto de conmiseración entre los dos? ¡Por favor!


—No, te equivocas…


Su voz volvió a desvanecerse. ¿Cómo podía hablarle de la terrible nota, de lo que realmente la había orillado a llegar hasta ahí? Él querría saberlo todo para buscar en los recovecos ocultos de su mente y descubrir cómo había sido ella antes. Paula misma, no comprendía las enigmáticas palabras y fuera lo que fuera, él decidiría que ella tenía la culpa de lo que le ocurría. No necesitaba que él la censurara.


—De todas maneras eso nada tiene que ver contigo —declaró enfadada—. No te inmiscuyas.


—Buen consejo y creo que lo seguiré. Después de todo, me confundiste con otra persona y no debería importarme si cometes el mismo error dos veces. Quizá un pequeño recordatorio ayudará a que me plasme en tu memoria.


Al intuir una intención diabólica en la expresión masculina, ella hizo un intento por soltarse, pero fue tarde. Pedro fue más rápido y mostró mucha seguridad para que los esfuerzos de ella lograran su propósito. Paula abrió bien los ojos y se tragó su creciente pánico cuando él, con premeditación, la empujaba contra el árbol.


—Esto es una locura, no puedes hacerlo… —murmuró ronca.


—¿No? —masculló y se valió de la presión de su cuerpo para acorralarla—. Entonces detenme. ¿Por qué no lo haces?


Los sentidos de Paula giraron, pues la suavidad de sus curvas se fusionó de manera incandescente con la fuerza masculina y su mente se conmocionó por la calurosa intimidad del contacto. Había dejado de respirar y no podía moverse. Toda su conciencia estaba centrada en esa fricción desconocida y enervante.


Pedro deslizó la mano sobre la columna de ella.


—¿Te das cuenta de lo considerado que soy? —murmuró ronco—. No tendrás motivo para quejarte de tener cardenales.


Apoyó la otra mano contra el tronco, a un lado de la cabeza de ella mientras la observaba con ojos brillantes por la furia que había en sus profundidades. Su boca estaba a pocos centímetros de la de ella.


Paula trató de hablar, pero tenía la garganta seca y no pudo emitir sonido alguno. Los oídos le zumbaban, el pulso de su sangre le golpeaba las sienes mareándola y cualquier idea de que podría escapar, incluso en ese momento, se fragmentó en una explosión de sensualidad cuando él inclinó la cabeza y se apoderó de su boca. Fue un beso fiero y posesivo, exigente, que la hizo sentir una espiral de calor en todas las terminales nerviosas. Él se movió un poco y presionó su cadera contra la de ella. Una excitación vergonzosa le recorrió el cuerpo a Paula y una llama indeseada de deseo llenó todo su ser.


Después de un momento, la primera tormenta de pasión enfadada pareció desvanecerse y los labios de Pedro comenzaron a explorar. Con la mano que tenía en su espalda delineó el cuerpo femenino hasta detenerse en la curva de la cadera. La debilidad la invadió cuando Pedro deslizó la lengua por sus labios llenos y la introdujo para probar la dulce humedad de su boca. Paula emitió un sonido incoherente, se aferró a él para apoyarse y estrujó con los dedos la camisa de seda.


Paula percibió el golpeteo del corazón de Pedro y comprendió que él estaba más allá del enfado, más allá de la simple necesidad de dominar. En ese momento un deseo sensual lo impulsaba, un deseo de satisfacer un profundo y poderoso instinto contra el cual ella no tenía las fuerzas ni el deseo de luchar. Se alarmó por la facilidad con que Pedro había provocado su tumultuosa reacción. ¿Cómo podía él ejercer ese efecto en ella? ¿Por qué no se defendía de ese asalto a sus sentidos? Con desesperación trató de soltarse. Respirando con agitación, Pedro levantó la cabeza y la observó.


—¿Recordarás quién soy? —inquirió severo—. Soy Pedro, ¿lo comprendes?


—No necesito ningún recordatorio para saber tu nombre. Va paralelo con el mal trato, la arrogancia y un franco machismo —repuso.


—Creo que ya lo habías dicho antes. Al menos, ya establecimos algo. La próxima vez que corras a mis brazos no tendrás dificultad en distinguirme de mi socio.


—¿La próxima vez? —preguntó en tono casi histérico—. No te ilusiones —se soltó y lo miró con furia, a pesar de queja boca seguía doliéndole de manera dulce por el impacto de sus besos—. No habrá otra vez.


—De ser tú no estaría tan seguro —se burló de ella con la mirada y un estremecimiento debido a una emoción indefinible la sacudió y le puso la carne de gallina.


—Algún día recibirás el castigo que te mereces y yo seré la primera en aplaudir —declaró temblorosa.


Con lentitud se frotó los brazos porque sintió frío.


—Te cansaras de esperar —rió y al alejarse un poco de ella flexionó los músculos de los hombros, se estiró y miró a su alrededor—. Vine a respirar aire fresco, pero creo que es hora de que regresemos. Una brisa emerge del lago. Vamos te acompañaré a la casa.


—No regresaré allí —señaló decidida.


—Aquí hace frío y no tienes chaqueta —murmuró.


—No importa, aún no quiero regresar.


—¿Sigues esperando que Adrian venga? —habló con frialdad y entornó los párpados.


—Adrian no iba a reunirse conmigo —replicó—. Sólo quiero quedarme aquí y me agradaría estar sola.


Le dirigió una mirada ominosa.


—¿Tienes que ser tan perversa todo el tiempo? —torció la boca—. No es lógico, porque es evidente que tienes frío.


—Más bien me estremezco por la conmoción —le informó—. Como consecuencia de tu ataque. No quiero entrar para que me vean. ¿Cómo podría enfrentarme con la gente si de seguro tengo aspecto de haber tenido un encuentro de diez rondas con un luchador?


Tentativamente, se tocó los labios hinchados con la punta de la lengua.


—Me doy cuenta de que tiendes a exagerar —habló divertido—. Tu aspecto es inmejorable y si no quieres ver a nadie, puedes entrar por el anexo. Es privado. Te lo mostraré.


Le extendió una mano y ella la rechazó dándole un golpe.


No deseaba que él la tocara. La ponía muy nerviosa y la acaloraba. No era justo que él le alterara los sentidos de manera devastadora.


—¿Cómo le explicaré a Adrian mi repentina desaparición? —preguntó tensa—. Quizá en este momento él no es tu persona favorita, pero él me invitó; esta es su casa.


—Te equivocas —la miró pensativo—. Adrian te invitó, pero la casa es mía.


—¿Tuya?


Quedó boquiabierta por la incredulidad.


—Mía —le levantó la barbilla con un dedo y le cerró la boca—. No me importa qué parte de la misma casa quieras explorar, pero te recomiendo la alcoba. Tiene delicados tonos azules y una gran cama doble, mullida y cómoda.


Con los ojos bien abiertos por la conmoción, Paula soltó un gritito y se alejó dando un brinco.


—¿Fue eso una respuesta negativa?


Pedro sonrió.


—Esto no es gracioso —le dirigió una mirada fulminante—. No sé por qué siempre me provocas así.


—Eres un blanco muy fácil. ¿Cómo podría resistirme?


Pedro se volvió y caminó hacia la casa; después de titubear, ella lo siguió. ¿Por qué era ese hombre un enigma? ¿Por qué podía irritarla de esa manera? No era justo.




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