martes, 17 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 31





Paula se había asomado al porche, en busca de un poco de aire fresco que le calmara los nervios. Escuchó que alguien tocaba la puerta, pero no se molestó en girarse.


—Está abierto —dijo.


Cuando nadie contestó, entró de nuevo en la habitación. 


Pedro estaba apoyado en el quicio de la puerta. Como de costumbre el corazón de Paula dio un vuelco y la boca se le secó.


—Sé que soy la última persona en el mundo a la que te gustaría ver —dijo Pedro mientras examinaba las maletas.


—Tienes razón —contestó ella sin dejar de sentir escalofríos.


—He hablado con mis padres. Tenías razón.


Paula se encogió de hombros. El rostro de Pedro estaba desencajado y su voz rota. Sus miradas se encontraron.


En aquel momento Paula se dio cuenta de que aún lo amaba, que nunca lo había dejado de amar y que lo amaría hasta el final de sus días.


—Siento mucho que interfirieran. Tienes que creerme cuando te digo que yo no tenía ni idea de toda la basura que estaban soltándote a mis espaldas.


De repente, Paula vio un rayo de esperanza en su corazón y consideró la posibilidad de tragarse el orgullo, como su madre la había aconsejado. Volver a empezar. Si es que eso era lo que él quería, claro.


—Pero eso no justifica lo que tú hiciste, Paula.


En un instante Pedro borró brutalmente cualquier rastro de aquel rayo de esperanza.


—¿Y que querías que hubiera hecho?


—Cuando me dejaste, te casaste con el primer tipo que encontraste y te lanzaste a sus brazos.


Paula se quedó sin palabras durante un buen rato. El dolor y la humillación eran tan grandes que no podía hablar.


—¿Cómo te atreves a decirme eso? ¿Es que no tienes vergüenza? —dijo finalmente.


—Dime que no es cierto y lo retiraré.


—Por supuesto que no es cierto.


—¡Maldita sea! ¿Entonces cuál es la verdad? —preguntó atormentado.


—Yo nunca me he casado. Inventé esa historia sólo para protegernos a Teo y a mí —le soltó Paula sorprendida ante sus propias palabras.


—Vale, no te casaste. ¡Solo te tiraste a los brazos de alguien!


—¡No! —gritó Paula furiosa.


—Es obvio que le entregaste a alguien tu cuerpo —dijo él con desdén.


Paula se sintió más rabiosa que nunca. ¿Cómo podía ser que el hombre al que amaba le dijera aquellas cosas tan horribles?


—¡Tú eres el único hombre que me ha tocado en mi vida! —le gritó acalorada y fuera de control.


Por Dios, ¿por qué había pronunciado aquellas palabras? Se llevó la mano a la boca para tratar de impedir el desastre que ya había cometido. Había prometido llevarse su secreto a la tumba, pero las palabras habían brotado irremediablemente de su boca. 


El daño ya estaba hecho.


Se quedó paralizada y miró a Pedro. Parecía asombrado pero Paula era incapaz de averiguar lo que estaba pensando. 


¿Estaría tramando cómo arrebatarle a Teo? 


Pedro tenía el dinero y el poder suficiente para hacerlo si se lo proponía.


—Por Dios, Paula, dime la verdad. ¿Es Teo hijo mío? —preguntó con suavidad—. Y aunque no lo sea, me da igual. Yo no puedo seguir viviendo sin ti.


Sin pensárselo dos veces, Paula tomó el rostro de Pedro entre sus manos y lo miró a los ojos.


—Teo y yo vamos siempre juntos.


—¿Entonces es mi hijo? —preguntó visiblemente emocionado.


—Sí. Teo es tu hijo —susurró ella.


Pedro se quedó paralizado y respiró con dificultad. 


Instintivamente, Paula, tomó su mano.


—¿Pedro?


—¿De verdad que Teo es mío? —insistió con los ojos llenos de lágrimas. 


Paula lo acarició.


—Sí, sí, sí.


—Por Dios, Paula, no puedo creerlo.


—¿Me odias por habértelo ocultado todos estos años?


—Yo nunca podría odiarte. Te amo demasiado para poder odiarte. Eres la única mujer que he amado en toda mi vida —contestó Pedro sin dudar un instante.


—Y tú eres el único hombre que yo he amado en mi vida —añadió Paula casi sin aliento.


—Paula... —susurró él tomándola entre sus brazos. Permanecieron mucho tiempo abrazados. Pedro la miró—. Te quiero. Te deseo. Pero por encima de todas las cosas, te amo y no permitiré que volvamos a separarnos.


Pedro le dio a Paula un beso apasionado y eterno beso. Sus cuerpos estaban tan unidos que Paula no podía distinguir el latido de su corazón del de Pedro. Los dos cuerpos se convirtieron en uno solo.




PLACER: CAPITULO 30




—¿Mamá?


Monica sonrió y tomó las manos de su hija.


—No me has llamado así desde hace un tiempo. Normalmente utilizas el «mamá» cuando estás enfadada por algo.


—Creo que ha llegado el momento de marcharnos —dijo Paula mientras terminaba de hacer la cama de Monica, quien acababa de fruncir el ceño.


—Está bien, cariño. Yo estoy mucho mejor. De hecho estaba pensando en...


—No. El trato es éste: sólo me marcharé si me dejas contratar a una enfermera privada.


—No necesito una, ya tengo al fisioterapeuta —dijo Monica.


—Si yo me voy, necesitarás a los dos. Y Pedro tendrá que contratar a un ama de llaves temporal. Debes decírselo y no habrá ningún problema.


—Está claro que crié a una niña testaruda —comentó Monica tras un suspiro.



—Es verdad. Bueno, menos mal que las inyecciones en la espalda y la rehabilitación han hecho maravillas. Has tenido una recuperación prodigiosa. Volverás a ser la de antes, es sólo cuestión de tiempo.


—Pero aún no lo soy, ¿verdad?


—Eso es —le confirmó Paula.


—La verdad es que no soporto la idea de que tú y Teo os marchéis. Ya sabes que te entiendo. Aunque en el fondo no sé si te entiendo.


—Es que tengo que volver a la consulta —explicó Paula.


—Yo creo que hay algo más. Es por Pedro, ¿verdad?


Paula sólo pudo asentir con la cabeza. Tenía un nudo en la garganta.


—Si te vuelve a hacer daño, yo misma me encargaré de estrangularle con mis propias manos —dijo Monica.


—No pasa nada. Es sólo que ha llegado el momento de que Teo y yo nos marchemos. A ti te encanta vivir aquí. A Pedro le encanta que estés en el rancho y yo no quiero ponerlo todo patas arriba.


—Yo sigo pensando que vosotros dos os tenías que haber casado.


—Bueno, ya es demasiado tarde para pensar en eso —admitió Paula con amargura.


—Nunca es demasiado tarde para ser feliz, querida. Si es una cuestión de orgullo, olvídalo. El orgullo puede llegar a arrasar lo más hermoso.


—Mamá.


—Ya no te digo nada más. Cuando estés preparada para hablar, yo estaré aquí para escucharte. Nada de lo que hayas hecho o de lo que hagas, será imperdonable para mí. No lo olvides. Te quiero más que a mi propia vida.


—Oh, mamá —dijo Paula antes de echarse a llorar sobre su madre—. Tú has sido mi mayor apoyo y siempre lo serás. Quizás ya haya llegado el momento de abrirte mi corazón.


—Te escucho, mi amor —dijo Monica tras limpiar una lágrima de la mejilla de Paula.


Paula ya había hecho las maletas y estaba lista para emprender la marcha.


Todavía no había avisado a Teo que estaba jugando con Tamy en el campo.




lunes, 16 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 29




—Hijo, qué alegría verte —dijo Ramon al abrir la puerta y encontrarse con Pedro —. Llegas justo a tiempo, estábamos a punto de cenar.


—No vengo a...—la voz de Pedro desapareció al ver asomarse a su madre con una sonrisa radiante en el rostro.


—Qué sorpresa más agradable, cariño —dijo Eva mientras lo invitaba a sentarse en el sofá que estaba junto a la estufa—. Tengo la intuición de que has venido a darnos una buena noticia. ¿Qué quieres beber?


—Nada, madre. Por favor, siéntate y deja ya de hablar.


—Creo que ésa no es una forma muy adecuada de hablarle a tu madre —dijo Eva consternada.


Pedro miró a su padre que ya había perdido la calidez de la mirada con la que lo había recibido. Era como si intuyera que se acercaba una tormenta.


—Tú también, por favor, papá, siéntate.


Eva tenía los ojos como platos.


—¿Qué demonios te pasa? No pareces el mismo. No puedes llegar aquí y empezar a dar órdenes. Estás en nuestra casa —le dijo enfadada.


Ramon la miró frunciendo el ceño.


—Madre, tranquilízate —dijo Pedro tratando de aplicarse el consejo.


Tenía que tratar de contener sus emociones. No se podía dejar llevar por la ira. Después de todo, era posible que Paula estuviera mintiendo para guardarse las espaldas. Pero la intuición de Pedro le decía lo contrario. Si no, ella no lo hubiera instado a hablar con sus padres.


Pedro había tocado fondo. No había ningún lugar al que huir ni nadie dispuesto a rescatarlo. Tenía que afrontar él solo la situación.


—Supongo que al final no te vas a presentar a la candidatura, hijo —dijo Ramon finalmente rompiendo el incómodo silencio.


—La candidatura no es la razón por la que estoy aquí.


—¿Entonces para qué has venido? —preguntó Eva fríamente—. Para venir con esa actitud tan desagradable...


Tomó un pañuelo de papel y se limpió los ojos. Pedro cerró los suyos.


—Ese gesto está de más, madre. No estás triste, sólo te has vuelto loca.


—Deja de hablarme de esa forma, Pedro Alfonso. Te he enseñado a respetar a tus mayores, sobre todo a tus padres. ¿Qué demonios te hemos hecho para que nos mires con ese desprecio?


—¿Te da alguna pista el nombre de Paula? —preguntó Pedro.


—¿Qué pasa con ella, hijo? —dijo Ramon con reserva.


—Oh, por favor —añadió Eva con dramatismo—. ¿Tenemos que hablar sobre ella otra vez?


—Pues sí, tenemos que hablar de ella.


—¿El qué? —preguntó Eva resignada.


—¿Tuvisteis una conversación con ella antes de que se marchara aquel verano?


Se hizo tal silencio que parecía que estuviera pasando un funeral por el salón de la casa.


—No sé de qué estás hablando —dijo Eva finalmente con suavidad—. Mantuvimos varias conversaciones con esa chica.


—Esa chica, como tú dices, era mi prometida —repuso Pedro controlando su creciente ira. Eva agitó las manos, que tenían hecha una impecable manicura.


—Oh, Pedro, por el amor de Dios. No era más que un juguete para ti y lo sabíamos.


Pedro apretó los dientes y se recordó a sí mismo que era su madre, aunque en aquel momento hubiera deseado no haber tenido por padres a aquella pareja de egoístas engreídos.


El pasado no se podía cambiar. Lo que podía cambiar era el presente. Y el futuro. No estaba dispuesto a que nadie se volviera a entrometer en su vida.


—¿Hablasteis con ella? —insistió mirándolos a ambos—. No quiero mentiras de ninguno.


Eva miró a Ramon quien había palidecido. Pedro vio cómo asentía a su esposa.


Eva miró a su hijo, su boca estaba tensa y sus ojos echaban chispas.


—Sí, hablamos con ella —admitió.


—¿Qué le dijisteis? Quiero las palabras exactas —exigió poniéndose de pie sin dejar de mirarlos.


—¿Te importaría volver a sentarte? —le pidió Eva con las manos en el regazo—. Pareces una pantera a punto de atacar, y la verdad es que me pone bastante nerviosa.


—¡Madre!


—De acuerdo —contestó y levantó la mirada hacia su hijo—. Le dijimos que en realidad no la querías y que no te querías casar con ella.


Una palabrota salió por boca de Pedro.


—Continúa —añadió Pedro. Tenía la boca tan seca que apenas si podía hablar.


—Bueno, le dijimos que ella no era suficiente para ti, pero que tú no te atrevías a decírselo y que nos habías pedido a nosotros que lo hiciéramos.


Se escuchó otra ristra de palabras malsonantes.


Eva y Ramon estaban conteniendo la respiración sin dejar de mirar a su hijo, quien se estaba convirtiendo en un monstruo al que no reconocían.


—Nosotros... nosotros pensamos que estábamos haciendo lo mejor para ti —dijo Eva a punto de echarse a llorar—. Pensábamos que ella no era lo bastante...


—Tu madre tiene razón —intervino Ramon—. Pensábamos que lo que mejor te venía era...


—¡Callaos! Los dos —gritó Pedro.


Eva y Ramon se quedaron boquiabiertos, pero se callaron.


Pedro se inclinó y habló en un tono bajo pero severo.


—Yo amaba a Paula y quería casarme con ella. Gracias a lo que hicisteis, los dos hemos estado sufriendo durante cinco años. Merecerías una paliza.


—Por Dios, Pedro. ¿Estás escuchando lo que estás diciendo? —le preguntó Eva.


—Pero, porque sois mis padres, espero poder encontrar algún rincón de mi corazón que sea capaz de perdonaros. Por ahora, no os quiero ver a ninguno de los dos. Así que manteneos lejos de mí, ¿entendido?


Pedro se dio la vuelta, echó andar y cuando atravesó la puerta, pegó tal portazo que supuso que había roto el cristal.


¿Qué más daba? No se había sentido mejor en toda su vida. 


Sin embargo, aún le quedaba realizar la tarea más complicada.


Paula.


A pesar de que empezaba a refrescar, Pedro estaba sudando y le temblaban las rodillas. Tenía que encontrar a Paula y hacer las cosas bien.




PLACER: CAPITULO 28





Pedro cabalgó sobre su caballo hasta que los dos estuvieron exhaustos.


Montar a caballo era una actividad que templaba sus nervios cuando estaba a punto de estallar. En aquel momento se encontraba muy confundido. Estaba metido en un buen lío.


Pedro le echó la culpa a Paula. Desde el momento en el que había pisado el rancho, se le había metido en la cabeza y no le había dejado pensar. Y después del revolcón del día anterior, estaba aún más confuso. Esa mujer lo estaba volviendo loco.


No era verdad, y Pedro lo sabía. Lo que habían vivido no había sido un simple revolcón. Habían hecho el amor, y había sido un amor verdadero.


Pedro no sabía cómo iba a poder contenerse tras haber vuelto a probar el cuerpo terso y suculento de Paula.


Había sido fabuloso y quería más. Pero Paula ya había dejado claro que no iba a haber una segunda oportunidad.


Pronto se marcharía. Aquel pensamiento llevó a Pedro a espolear de nuevo al caballo y a galopar. Pero ni aun así, se olvidaba del sabor de Paula, de su olor y de la sensación de estar cuerpo a cuerpo con ella. Era como si estuviera muy dentro de él.


Si eso era cierto, Pedro tenía un problema serio. Paula se iba a marchar y no iba a volver nunca. ¿Qué podía hacer él para evitarlo? Su voz interior le dijo que debía pedirle que se quedara, pero era una locura. No confiaba en ella. Por Dios, ya había huido una vez. ¿Qué razón había para que no lo hiciera de nuevo?


Ninguna.


Pedro no podía arriesgarse otra vez a abrir su corazón para que se lo volvieran a romper. Tenía que dejarla marchar. Y él debía retomar su vida.


En el mundo había cosas que podían cambiar y cosa que no podían.


La relación con Paula encajaba en la segunda categoría.



****


—Teo, es hora de lavarse las manos para cenar —dijo Molly desde el porche.


El niño estaba emocionado jugando al balón y pareció no escucharla. Ya había atardecido y a Paula no le gustaba que estuviera fuera solo. Tamy ya se había marchado.


—Mamá, quiero jugar un rato más.


—Teo.


—Yo le echo un ojo.


Como siempre la inesperada voz de Pedro la sobresaltó. 


Maldito fuera, cuándo iba a dejar de surgir de la nada.


—¡Mami! ¿Puedo quedarme con Pedro?


A Paula le hubiera gustado responder que no, pero no lo hizo. Una vez más, ¿por qué castigar a su hijo por sus propias equivocaciones? ¿Qué más daba? En poco tiempo se marcharían. Monica se encontraba más fuerte cada día.


Pero aquella marcha iba a llegar demasiado tarde porque Paula ya había empezado a recorrer el camino de la culpa. 


Se estaba fustigando a sí misma, a pesar de que había prometido no hacerlo. Teo necesitaba un padre y Paula lo sabía.


Todos los niños necesitaban un padre.


Teo tenía uno al que nunca conocería. Aquel pensamiento atormentaba a Paula, sobre todo al comprobar que al niño le encantaba vivir en el rancho. No sólo lo estaba privando de su herencia sino que le estaba negando un padre.


Pero si decía la verdad, perdería a su hijo.


Y no estaba dispuesta a que eso ocurriera.


—¡Mamá!


—Vale, Teo. Puedes quedarte con Pedro hasta que la cena esté lista.


Con aquella respuesta rondando en su cabeza, Paula entró en la casa. Esperaba que aquella decisión no se volviera en su contra.


Media hora después Paula se asomó de nuevo al porche, pero sólo vio a Pedro. Se sintió inquieta.


—¡Pedro! —exclamó. El se paró en seco al escucharla—. ¿Dónde está Teo?


—No lo sé —contestó él acercándose.


—¿Qué quieres decir con no lo sé?


—Tranquilízate. Seguro que está bien. Me he dado la vuelta un momento y cuando me he querido dar cuenta, ya no estaba. Lo estoy buscando.


—¿Dónde has buscado? —preguntó Paula mientras salía corriendo de la casa.


—En todas partes menos en el granero, que es donde iba ahora.


—¡Teo! —gritó Paula una y otra vez, pero no obtuvo respuesta.


Cuando quisieron llegar al granero, Paula ya estaba descompuesta. Su mente se había convertido en su peor enemiga. Sin contar a Pedro. Le hubiera gustado estrangularlo, pero como no era posible, se limitó a quedarse callada conteniendo la ira.


—Lo siento, Paula —susurró él cuando entraron en el granero.


Paula lo fulminó con la mirada y se calló. Pedro palideció, pero también se mantuvo en silencio.


Los cuatro ojos se dirigieron directamente a la parte alta de la nave donde estaba el pajar. Teo estaba asomado al borde de la barandilla. El miedo invadió el cuerpo de Paula, quien miró a Pedro. Él también parecía asustado aunque logró mantener la calma.


—Quédate donde estás. No te muevas —dijo en un tono tranquilo.


—¿Queréis ver cómo camino? —preguntó el niño.


—¡No! —exclamaron Paula y Pedro a lo unísono. El niño se quedó helado.


—Voy a subir por ti. Mientras tanto no te muevas de donde estás, ¿vale? —dijo Pedro.


—No, ya bajo yo —respondió Teo.


—¡No, Teo!


El niño no hizo caso. Se dio la vuelta y resbaló. 


Milagrosamente cayó directamente en los brazos de Pedro.


En aquel momento nadie dijo nada. Se habían quedado paralizados.


—¿Estás enfadada conmigo, mamá?


—Déjalo en el suelo, Pedro —dijo ella con la voz rota. Pedro la obedeció. Paula miró a su hijo—. Vete directamente a tu habitación y lávate las manos. Yo voy enseguida.


—Vale, mamá.


—Vete, yo te estaré mirando desde aquí hasta que entres en casa —le pidió. 


El niño se marchó contento.


Una vez que el niño entró en la casa, se hizo un silencio incómodo en el granero. Pedro se decidió a romperlo.


—Estás enfadada y entiendo por qué.


—Enfadada es una forma suave de describir mi estado de ánimo.


—El niño está bien, Paula. Es un crío y los chiquillos necesitan hacer ese tipo de cosas.


—No me des lecciones sobre niños. Y menos sobre el mío.


—Vale, perdóname. Ya te he pedido disculpas, ¿qué más quieres que haga?


—No quiero que hagas nada. Tu comportamiento es la prueba de que sigues faltando a tu palabra tanto como cuando me pediste matrimonio hace cinco años.


—¿De qué demonios me estás hablando?


—Creo que ya no estamos para fingir, ¿no?


—Si tienes algo que decir, suéltalo, porque yo aún no sé a qué demonios te estás refiriendo.


—A tus padres.


—¿Qué pasa con mis padres?


—¿Acaso estás negando que me enviaste a tus padres para que trataran de comprarme?


Pedro dio un paso atrás como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.


—Yo no los envié a ninguna parte y menos aún a que hablaran contigo.


—Me dijiste que me amabas y que querías casarte conmigo, pero luego te echaste atrás.


—Yo no me eché atrás. Fuiste tú la que se cansó y se fue huyendo.


—Pero fue por tus padres. Vinieron a hablar conmigo para contarme tus verdaderos sentimientos. Me dijeron que no me querías, pero que no te atrevías a decírmelo por no herir más mis sentimientos.


La expresión del rostro de Pedro se ensombreció.


—Y además, para humillarme aún más, me ofrecieron dinero, mucho dinero, para que desapareciera de tu vista —añadió Paula.


—Es mentira. Te estás inventando toda esa historia para tranquilizar a tu conciencia.


—¿Me estás llamando mentirosa? —repuso acalorada.


—Por el amor de Dios, Paula...


—Pregúntales —le dijo en un tono desafiante. Lo miró con desprecio—. Si es que te atreves, claro.