miércoles, 4 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 21




Conducir su propio coche era una bendición. Era maravilloso no depender de nadie. La mañana estaba despejada y fresca, ella era joven y saludable y tenía toda la vida por delante. Solo una cosa empañaba la imagen perfecta. Por mucho que lo intentara, no podía evitar que el recuerdo de Pedro nublara un momento perfecto como aquel.


Aparcó en el patio de la granja. Solo había un coche más aparcado. No podía recordar quién tenía que trabajar ese día. Las nuevas moquetas se pondrían el viernes y esperaba que todo se cumpliera según los planes. El calendario había sido muy apretado.


Había sido un trabajo de titanes coordinar a los fontaneros, electricistas, escayolistas y carpinteros para reparar todo antes de que sus padres volvieran del crucero. Se había desesperado al intentarlo, pero justo cuando estaba a punto de patalear, Alejo había obrado cierta magia. Sospechaba que la magia habría consistido en una buena suma, pero en ese momento no le había importado.


La puerta principal estaba entornada.


-Hola, ¿hay alguien?


No hubo respuesta, así que se acercó en la dirección del ruido. La escayola del techo del recibidor se había quitado ya y pudo ver un par de botas entre las vigas. Pasó por delante de una estufa eléctrica y se alegró de que los electricistas hubieran terminado.


-Esto es lo que me gusta ver: trabajo duro.


La figura se dobló de entre las vigas con impresionante agilidad.


-Estamos para servir.


Paula sintió un fuerte sonrojo. Miró a su alrededor con expectación, pero estaba sola.


-¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?


-Había un problema con las vigas.


-Eso no contesta a mi pregunta.


-Estoy siendo un buen vecino. ¿Qué pasa? ¿No crees que esté a la altura del trabajo?


-Estoy segura de que tienes cosas mejores que hacer.


-Lo cierto es que agradezco la oportunidad de mancharme las manos. No encuentro nada deshonroso en el trabajo manual.


Alzó sus grandes manos y Paula sintió de nuevo aquella sensación prohibida despertar en su estómago.


-No estaba sugiriendo que lo fuera.


Apartó la mirada, pero eso no consiguió que recuperara el equilibrio. La camisa verde que llevaba estaba desabrochada por encima de la cintura y hasta ese momento ella había conseguido ignorar aquella vasta extensión de pecho salpicado de vello. Los músculos delineados de su torso brillaban con un velo de humedad y los oídos empezaron a retumbarle para cuando llegó a la altura de sus ojos.


-A veces me rebelo contra los horarios, planes de ventas y reuniones interminables -continuó él- Hago novillos y me voy a los talleres. Una de las cosas en las que insistía mi padre era en que aprendiera desde abajo. Aprendí todas las fases de la producción y puede que no sea tan rápido como esos hombres en la actualidad, pero todavía puedo construir un coche entero con mis propias manos si hace falta. No hay nada como ver los resultados de tu trabajo aparecer ante tus ojos.


El orgullo y la capacidad brillaban en su cara.


-¿Y no se sienten incómodos tus hombres cuando trabajas con ellos?


-Yo nunca he llevado un estilo de dirección de distanciamiento. Es contraproducente e ineficaz. Además, ellos no reaccionan ante mi cuerpo sudoroso como tú. Si lo hicieran, podría sentirme inquieto.


Paula lanzó un gemido y sintió una punzada de humillación.


-Los hombres miran, ¿por qué no pueden hacerlo las mujeres? ¡No pensaba que se me notara tanto! De todas formas, tienes un cuerpo bonito. No era nada personal.


Paula se sintió orgullosa de lo fría que había sonado.


-Una dama muy decidida -susurró él con admiración-. Y ya no tienes la escayola para estropear tu estilo.


Pedro bajó la mirada hacia sus piernas enfundadas en unas finas medias negras. Sus ojos siguieron la curva de sus pantorrillas y la elegante delgadez de sus muslos que desaparecían bajo el dobladillo de la falda de cuero negro.


-Ya podré llevar vaqueros de nuevo. Ha sido un alivio librarme de la escayola, casi tanto como lo será librarme de ti.


Que la hubiera pillado admirándolo como una adolescente hambrienta era demasiado para su orgullo. Él tenía más masculinidad en su dedo meñique que la mayoría de los hombres en todo el cuerpo.


-¿No estás satisfecha con mi trabajo?


Pedro agarró un trapo de la escalera y lentamente empezó a limpiarse las manos. Los músculos de sus antebrazos se tensaron.


-Estoy segura de que es ejemplar, pero no es... apropiado que estés trabajando aquí.


-¿Te importa explicar eso un poco? Soy un poco lento.


Si lo fuera, la vida sería mucho más simple.


-¡Si quieres saberlo, estoy harta de que me cuides! -explotó ella sin pensar.


-¿Miedo a las consecuencias?


El brillo de sus ojos le hizo preguntarse qué tipo de consecuencias tendría en mente y sintió una punzada de excitación en el estómago.


-Yo no tengo miedo de ti ni de nada de lo que puedas hacer. Solo vete.


Hizo un gesto amplio con la mano.


-Le dije a Alejo que echaría una mano.


-Esta no es la casa de Alejo.


-Tampoco es la tuya -señaló él con irritante lógica-. Ya te he dicho que solo estoy siendo buen vecino. Tus padres son mis vecinos. He pasado página en mi vida.


-¿Y por qué?


Pedro suspiró.


-Fuiste tú la que dijiste que era un vecino raro, que nunca me pasaba a tomar el té y esas cosas.


-Ya, y yo me lo creo.


-Quizá lo esté haciendo por amor.


Oírlo bromear con aquello le dolió, pero el orgullo la hizo mantener una expresión imperturbable.


-Por perversidad, diría yo. Más para irritarme a mí.


-¿Crees que me tomaría tantas molestias por ti? Además, si no hubieras aparecido por sorpresa hoy, no te hubieras enterado.


-Hubiera tenido tu factura.


Su respuesta pareció irritarlo considerablemente.


-¿Es que todo lo reduces al dinero?


-¿Qué quieres decir? -preguntó Paula con peligrosa calma. Ella estaba disfrutando de los frutos de su trabajo, pero ni su peor enemigo la llamaría nunca avariciosa-. Tú esperas siempre que te recompensen por lo que haces. ¿Por qué debería ser yo diferente?


-Supongo que es deformación profesional en ti -murmuró Pedro mirándola con una superioridad que la hizo apretar los dientes-. Tú te quitas la ropa para deslumbrar a los hombres por dinero...


A Paula le aletearon las fosas nasales de la rabia y alzó la barbilla.


-¡Yo nunca me he quitado la ropa! -gritó. De hecho había rechazado una fortuna por hacerlo varias veces-. Me pagan por ponerme ropa, no por quitármela.


¿Cómo se atrevía a poner su profesión de una manera tan sórdida? Ella era la primera en admitir que había tenido mucha suerte, pero había trabajado muy duro y oírlo denigrarla así la puso furiosa.


-¿No encuentras despreciable posar desnuda con la única intención de inflamar a los hombres?


Pedro miró su cara sofocada con los ojos entrecerrados.


-¡Con la única intención de vender ropa y casi siempre a mujeres! -lo contradijo ella con ardor-. Y lo único despreciable de todo lo que he hecho en mi vida ha sido acostarme contigo. Lo demás ha sido duro trabajo -lanzó una áspera carcajada-, y eso incluye a acostarme contigo también.


No había podido evitar el veneno, pero se había pasado y se maldijo a sí misma en silencio.


-Tu recuerdo de la ocasión parece ser más vivido que el mío.


-Eso es mentira -jadeó ella.


Pedro esbozó una sonrisa burlona.


-Mentira por mentira -murmuró con voz ronca-. Tu empezaste primero.


-Lo retiro si lo haces tú -admitió Paula con una oleada de excitación en las venas-. No fue un duro trabajo acostarme contigo.


La satisfacción brilló en los ojos masculinos.


-Y yo no he olvidado ni el menor detalle de cómo fue hacerte el amor.


El aire casi crujió con la electricidad.


Paula se aclaró la garganta.


-Bien... bueno. Está bien dejar las cosas claras.


-Sí, desde luego. Quizá deberíamos repetirlo si tienes un hueco en tu agenda.


Una forma agradable de pasar el rato, eso era lo único que había sido para él. Eso ya lo sabía Paula, pero le dolía que le confirmaran sus miedos.


-Buena idea, pero me vuelvo a Londres pronto. Ahora mismo, de hecho. No hay nada que me entretenga aquí.


Dobló las rodillas para mostrarle el estado de su pierna.


-¿Y qué vas a hacer en Londres? -preguntó él con curiosidad.


-Trabajo, amigos, ya sabes. Además, voy a hacer un papel en uno de los teatros del West End.


-Paula Chaves conquista el mundo.


Ella no quería conquistar el mundo. Solo quería conquistar a un hombre. Quería que un hombre le rogara que se quedara.


Quería oírlo declarar que no podía vivir sin ella, pero era una fantasía y lo sabía. Ella no significaba nada para Pedro. La deseaba, eso seguro, pero no era suficiente.


-Eso es un poco prematuro. Quizá el próximo año.


-Entonces esto es un adiós.


«No llores, idiota», se dijo a sí misma con fiereza. «¡No llores!».


-Adiós.


Parpadeó y cuando estaba dándose la vuelta, una mano la asió por el antebrazo.


-¿No te has olvidado algo?


-¿Qué?


-Mi factura...


-Ana tiene mi dirección -dijo ella empezando a darse la vuelta de nuevo.


No podía soportar una larga despedida. Si no salía de allí en aquel mismo momento, haría una locura como declararle su amor.


-No creo que necesitemos un intermediario.


Pedro la atrajo más hacia sí y Paula lanzó un gemido al ver el explícito brillo de sus ojos.


-¿No estarás sugiriendo que me acueste contigo en pago a los servicios prestados? ¡Vaya con la gratitud! Nunca me habían pasado una factura tan cara.


Intentó sonar burlona, pero el temblor de la voz le estropeó el efecto.


Lo miró entonces con furia desesperada por ocultar que encontraba aquella sugerencia increíblemente excitante.


-No estoy sugiriendo que hagas nada por gratitud -murmuró él atrayéndola más a sus brazos-. La necesidad es el incentivo aquí, la necesidad mutua. He intentado ignorarlo y racionalizarlo, pero no puedo pensar con cordura -sus ojos brillaron de deseo-. ¿Crees que te dejaría irte así? ¿A conquistar nuevos territorios? ¿Así sin más?


-Lo cierto, Pedro, es que no puedes hacer gran cosa para detenerme.


El deseo y el desprecio que notaba en sus ojos la hizo sentirse enferma. En medio de su confusión, no fue capaz de distinguir que el blanco de su desprecio era él mismo. Paula dejó de forcejear para librarse de sus brazos porque sus esfuerzos solo hacían que él la asiera con más fuerza.


-¿Te hace sentirte segura mantener la distancia de tus amantes?


-No sé de qué estás hablando.


La intensidad de las emociones que emanaban de él le produjo un mareo.


-¿Te has parado alguna vez a pensar que podrías tener suficiente con un solo hombre?


Aquello era lo último que esperaba oír de él.


-¿Tú?


La expresión de Pedro se puso más sombría al interpretar mal su incredulidad.


-No me gusta compartir a la mujer que está en mi cama con otros hombres.


Ninguna ternura, solo protección de su territorio. Sus esperanzas volaron.


-Yo no soy propiedad tuya, Pedro Alfonso. Una noche, eso es todo lo que hemos tenido o tendremos nunca susurró-. ¡De todas formas, ¡vaya valor que tienes! ¿Qué hay de Rebecca?


-Rebecca es una amiga, no tiene nada que ver con nosotros.


-Bueno, Leandro es mi amigo...


-¿Llamas a un ex amante, amigo, Paula? Entonces debes tener muchos amigos.


-Leandro no es mi ex amante, es...


-Bueno, por su propio bien, será mejor que lo pases a la otra lista aprisa -la cortó él con salvajismo-. No lo necesitas mientras me tengas a mí.


-La cuestión es si te quiero a ti. Estoy segura de que muchas chicas se sienten rendidas por ese machismo, pero personalmente encuentro patética esa exhibición de virilidad desbocada.


Pudo ver su cara entre una nube de furia, pero no era solo furia lo que empañaba sus sentidos; había un fuerte elemento de anticipación y excitación.


-¿Es eso un hecho?


-Lo es.


-Entonces, ¿por qué estás temblando?


-Tengo... tengo frío -susurró ella con voz ronca.


-¿Y si te vas de mi lado, quién te mantendrá caliente?


-Me compraré una bolsa de agua caliente -sugirió ella con debilidad-. ¡Dios, Pedro! Esto es estúpido. Déjame irme. Sé que no vas a forzarme.


-¿Me concedes tanta decencia? Me sorprendes -murmuró él con sarcasmo.


-No estamos hechos el uno para el otro. Si ni siquiera te caigo bien.


Un impaciente vaivén de su cabeza cortó las objeciones.


-Estamos hechos el uno para el otro en la cama. Ni siquiera necesitamos una cama -se corrigió Pedro con voz aterciopelada-. No te hagas la dura, Paula. Es un infierno.


-¿Qué opción nos queda, Pedro?


Él posó las manos a ambos lados de su cara y atrajo sus labios hacia sí. Como un hombre privado demasiado tiempo del agua, bebió toda su dulzura.


-¡Dios, he pensado en esto cada segundo del día! -jadeó al levantar la cabeza-. ¿Y tú?


-¡Oh, sí! -con un suave grito, Paula enroscó los brazos alrededor de su cuello y le cubrió la boca con besos ansiosos-. Esto es una locura.


Pero una locura maravillosa. Su fuerza contenida, el aroma masculino de su cuerpo, la potencia de su excitación al apretarle las caderas contra él, ¿cómo podría privarse de aquellos salvajes placeres?


Un suave y hambriento bramido reverberó en su garganta mientras empezaba a quitarle la ropa con manos impacientes. Paula se retorció y empezó a ayudarlo.


-Eres tan preciosa que duele -dijo con un beso cargado de desesperación-. ¿Sabes lo que me haces solo con mirarte?


-Deseo... -casi balbuceó al intentar desabrocharle el botón de los pantalones. La fuerza se evaporó de sus piernas en el mismo momento en que su falda cayó al suelo-. ¡No puedo hacerlo! -gimió con frustración mientras caían ambos de rodillas.


Su deseo no era suave ni controlado; era torpe y áspero y rugía por sus venas como un río desbordado.


Paula deslizó las manos bajo su camisa abierta. Su piel mojada era como el satén y no podía juntar los dedos en su espalda. Apretó la cara contra él y empezó a darle besos con los labios abiertos en el torso, mordisqueándole la piel tensa.


Paula no se enteró de cuándo él extendió su abrigo sobre el suelo. Fue un alivio encontrarse tendida de espaldas. Agarró las solapas de su camisa abierta y tiró hacia atrás, antes de que rodaran juntos de medio lado.


Pedro apartó el encaje que cubría uno de sus senos. Tenía los ojos entrecerrados al deslizar la mirada por la cálida carne temblorosa.


-¿Es el frío el que hace eso? -preguntó al ver los pezones rosas temblar e inflamarse-. ¿O yo?


-Ya lo sabes.


Los dedos de Paula se enroscaron contra los duros contornos de sus nalgas mientras la boca de él descendía hacia sus senos temblorosos. Paula alzó una pierna sobre su cadera y lo sintió palpitar contra el nido de su pelvis. 


Lanzó un grito cuando la hebilla la pinchó en el vientre.


-¿Qué es?


Pedro tenía la piel de la cara tensa, su boca parecía más jugosa y sus ojos... ¡Oh, Dios! Solo con mirarlo a los ojos se derretía.


-Es solo el cinturón.


El bajó los dedos por su muslo y le movió un poco la pierna.


-Solo un minuto -prometió mientras se desabrochaba la hebilla con una sola mano.


-No, déjame -dijo ella cubriéndole la mano con la suya. Paula se puso de rodillas para montarlo y, con la lengua entre los dientes, terminó el trabajo que él había empezado. Pedro la miraba con los párpados entrecerrados y el pecho le palpitaba como si no pudiera meter suficiente aire en los pulmones. Paula pudo sentir los leves temblores que sacudían su cuerpo y le dirigió miradas cargadas de deseo mientras terminaba de quitarle la hebilla.


Estaba tan absorta que el sonido de su propio nombre no penetró en su conciencia al instante.


-Paula, ¿dónde estás? He traído el almuerzo, pero no he traído suficiente para dos -el segundo escalón siempre había crujido. ¡El segundo escalón! ¡Ana! Paula bajó la vista hacia su cuerpo medio desnudo y dirigió la mirada horrorizada a la cara de Pedro.


-¡Oh, Dios!


Agarrando su ropa salió corriendo hacia la habitación más próxima, que resultó ser el cuarto de baño. Con una prisa febril, se puso la ropa




martes, 3 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 20





-HAS acabado?- Paula abrió un ojo y miró esperanzada a su cuñado.


-Por completo.


-¡No he sentido nada! -se maravilló Paula mirando con ojos críticos su pierna pálida y la sierra antes de agitar los dedos-. Esa cosa hace un ruido horrible.


-Ya eres una niña grande -bromeó Alejo-, y espero que comprendas que normalmente no me dedico a tareas tan mundanas.


-Me siento honrada.


-Eres una paciente terrible. Debe ser genético.


-Ana es mucho peor.


-Ya te lo he dicho. Debe ser genético. ¿Vas a ir directamente a Londres?


-Te mueres de ganas de deshacerte de mí, ¿verdad? -bromeó Paula.


-Encima échame mi hospitalidad a la cara


Paula sonrió.


-Lo cierto es que ya he hecho el equipaje, pero pensaba parar por la granja para ver cómo van las obras. Mañana leo mi papel.


-Al West End, ¿eh? ¿No estás nerviosa?


-Aterrada -confesó ella-. Pero excitada. La idea de trabajar en los escenarios es algo con lo que siempre he soñado. Todavía no puedo creerme que me hayan dado una oportunidad así.


-¿Y no sería más habitual que la suplente se metiera en el papel de la estrella? -preguntó con curiosidad Alejo.


-Normalmente sí y lo está haciendo ahora mismo, pero tiene unas náuseas matutinas muy fuertes, de esas que duran veinticuatro horas. Apenas se puede mantener en pie, cuando menos hacer el papel principal. Puede que esté cometiendo un gran error -musitó en voz alta-. No contenta con sustituir a una actriz tan famosa, voy a meterme en una compañía en la que todos se conocen. ¡Yo! ¡Qué no tengo ninguna experiencia en los escenarios! Debo haberme vuelto loca. Al menos me sé el guión; la compañía dramática local hizo una producción el último año que estuve con ellos.


-Lo harás bien -dijo Alejo con la seguridad del que no tiene que hacerlo él mismo-. No sabía que habías hecho teatro en el colegio.


-No exactamente. Era la suplente de todos. Era demasiado alta para los chicos cuando tenía trece años, pero me aprendí los papeles de todos con la esperanza de que hubiera una epidemia de gripe -confesó con timidez-. Y también me tropezaba mucho.


«Es de esperar que eso no me pase ya», pensó con una sonrisa. Pero solo había una manera de averiguarlo.



RUMORES: CAPITULO 19





Paula debió conseguir dormir una hora como máximo. 


¿Estarían haciendo el amor? ¿O estaría ella durmiendo en sus brazos? Las tórridas imágenes seguían asaltándola y aunque no quería oírlos hacer el amor, sus oídos estaban alerta.


No tenía maquillaje en la bolsa para cubrir los estragos de la noche. El brillo de su piel no era tan luminoso como de costumbre, pero solo alguien muy crítico podría notar que había pasado las veinticuatro horas peores de su vida. Se puso una falda corta y un jersey de cachemir azul eléctrico y bajó a la cocina.


-Iba a llevarte el té -exclamó Rebecca cuando Paula entró cojeando en la cocina-. ¿Cómo has conseguido bajar con la escayola?


-Me deslicé sobre el trasero -confesó Paula. Sabía que Pedro la estaba mirando y se negó a dejarlo entrever que supiera cuánto la afectaba estar bajo el mismo techo que él-. He nadado mucho -bromeó.


-¿Quieres sumar el cuello roto a tu pierna rota?


-¿Preocupado por las indemnizaciones de tu seguro de nuevo, Pedro? Ya lo estoy demandando, ¿te lo ha contado?


-Pensé que estaba todo arreglado.


-Quizá quiera tener mi día en los tribunales.


No era verdad. Ella no quería demandarlo para nada, pero cuando Pedro había señalado que el dinero se perdería y era competencia de los seguros, no le había dejado mucha elección. Jonathan pondría el grito en el cielo cuando le dijera que lo entregara a asociaciones de caridad.


-Pensaba que ya habías tenido suficiente publicidad en un año.


Paula sonrió con malicia.


-No estoy segura de que mi agente haga distinciones como esa. Sueña con que esté todo el día en la prensa.


-¿Estás bromeando, ¿verdad?


Rebecca la miró con ansiedad.


-Esa es una cuestión interesante, Rebecca. Paula alterna entre tirarme mi dinero a mi cara e intentar sacarme todo lo que tengo.


-Hoy me siento vengativa.


Rebecca pareció bastante aliviada cuando sonó el timbre de la puerta.


-Ese debe ser mi taxi. Adiós, Paula. Sinceramente espero que te mejores. Y gracias, Pedro. Lo digo en serio.


Se puso entonces un abrigo forrado de piel sobre su traje negro. Aquella mañana, la mujer parecía haber recuperado la sofisticación. Ya no quedaba nada de la criatura romántica que había deseado darle el biberón al corderito la noche anterior.


-Te llevaré hasta la estación.


-No seas tonto, cariño.


-¿No había algo que querías contarle a Rebecca, Paula?


Paula parpadeó y le dirigió a Pedro una mirada de asombro. 


No había esperado que quisiera que lo descubriera. Era irónico. Aunque su velada amenaza solo había pretendido intimidarlo, Pedro era la única persona que parecía relajada en la habitación.


-Gracias, Rebecca, por tu amabilidad -su cerebro pareció empezar a funcionar de repente-. ¿Podría compartir tu taxi? Mi hermana vive al otro lado del pueblo.


-Rebecca tiene prisa. Perderá el tren -contestó Pedro por ella mientras la acompañaba fuera. Al salir, Pedro asomó la cabeza por el quicio de la puerta-. Admiro tu contención. Y solo te hubieras avergonzado a ti misma si se lo hubieras contado.


Cuando volvió, ella estaba sentada a la mesa tomando un café con un desenfado casual que estaba muy lejos de sentir.


-Ha sido una buena exhibición -observó él-. ¿Te pone la frustración siempre tan nerviosa, o eres naturalmente así? -Pedro metió unas rebanadas de pan en la tostadora-. Deberías comer.


-Raramente hago lo que debería.


-De eso ya me he dado cuenta.


-¿Dónde trabaja Rebecca?


-En Londres. Es banquera.


Debería habérsele ocurrido antes. Era la banquera que le había contado Ana. Y si Pedro acostumbrara a acostarse con otras mujeres, eso explicaba la tensión que había notado su hermana. Aunque Paula no había notado ninguna alteración en aquella mujer.


-¿Y es conveniente o inconveniente la distancia?


-Si estás intentando que haga una exhibición de culpabilidad o remordimiento, pierdes el tiempo. Tú no conocías la existencia de Rebecca la noche que pasamos juntos...


-¡Desde luego que no!


-Pero anoche sí -Paula se sonrojó bajo la intensidad de su mirada-. Y, sin embargo, me hubieras dejado hacerte el amor con ella bajo el mismo techo.


-¡Ni en tus sueños! -mintió ella con frenesí.


Pedro capturó la tostada cuando salió despedida.


-Quizá deberíamos compararlos alguna vez. Los sueños, me refiero -aclaró al ver la mirada de confusión de ella-. ¿Mermelada o miel?


-No tengo hambre.


-Miel, creo -respondió él como si no la hubiera oído-. Como diría mi madre, pareces floja.


-No lo parezco. Tengo buen aspecto.


-Eso desde luego. Realmente no te cuesta ningún esfuerzo, ¿verdad? Las mujeres te odiarían si sospecharan el poco trabajo que te tomas en tu aspecto físico -la cálida expresión de sus ojos al doblarse para dejarle el plato delante le produjo un vuelco en el estómago-. Come, de todas formas.


Paula dio un mordisco a la tostada.


-Pensé que tu madre estaba muerta, Pedro.


-¿Muerta? ¡No, de ninguna manera! Cuando el viejo la abandonó se fue a vivir a su casa de Yorkshire.


Apretó los labios ante el recuerdo y su mirada fue de resentimiento.


-Pero tú te quedaste a vivir con él.


-Era el que tenía el dinero. Mi madre pensó que sería mejor para mí.


-¿Y lo fue?


La conmovió pensar que lo habían separado de su madre a tan tierna edad. Había pasado mucho tiempo desde que ella había dado por sentada su feliz infancia. Ya sabía lo mágicos que habían sido aquellos años.


-La especulación es un ejercicio inútil. Prefiero reservar mi energía para las cosas que puedo cambiar


-¿Y la ves a menudo?


-No tanto como quisiera. Le he pedido que se venga a vivir aquí, pero es una dama muy obstinada.


-Debe haberle odiado mucho -murmuró Paula.


-Pues lo cierto es que nunca dejó de amarlo.


-¿Y tienes contacto con tu madrastra?


-¿Con Eva? -pareció divertido ante la pregunta-. Desde que vendí sus acciones en la compañía, ninguno.


-¿Pero no era muy... ?


-¿Malvada? ¿Cruel? -Pedro se rio con aspereza-. Odio tener que borrar esa mirada de simpatía de tus ojos, Paula, pero Eva apenas se daba cuenta siquiera de mi presencia. Al menos cuando era niño.


-¿Y es más amistosa ahora?


-Yo no quise un lazo de unión con ella, Paula. Pero apenas me convertí en adulto, empezó a interesarme más.


Paula abrió mucho los ojos con incredulidad.


-¿No querrás decir...?


-Quiero decir que Eva es una mujer que necesita constantemente que le aseguren que es atractiva. Y eso la hace intentar seducir a todos los varones de todas las especies que tiene alrededor.


-¿Y te...?


Avergonzada, Paula desvió la mirada.


-Me escapé por los pelos -para sorpresa de Paula parecía tomarlo con sentido del humor en vez de como un trauma psicológico-. Era una mujer muy atractiva y yo era solo un adolescente con las hormonas desatadas.- Mi madre me sacó la verdad y amenazó con informar a mi padre. Ya no tuve más problemas con Eva.


-¿Y lo descubrió tu padre alguna vez?


Pedro lanzó una carcajada.


-Mi padre estaba demasiado ocupado intentando agradarla y conseguir influencias entre la gente que importaba -observó con ironía-. De alguna manera, su preocupación por Eva me liberó bastante. Mi padre no era un hombre fácil de agradar. Después de trabajar para él durante algunos años, me fui a la universidad a estudiar diseño y de allí a Italia. Diseñar coches ha sido siempre mi primera pasión. ¡Dios bendito, mujer! -explotó de repente-.¿Cómo sobrevives en ese mundo de tiburones con el corazón tan tierno?


Ver la dulce simpatía en sus ojos lo enfureció. Cada vez que catalogaba a aquella mujer, se equivocaba. ¡Lo estaba volviendo loco!


-No sé qué...


-¿Es que te compadeces de todas las historias tristes
que oyes?


-¿Estás sugiriendo que me vuelva tan dura e impersonal como tú?


-Yo desde luego no acepto lo primero que me dice la gente.


-Tú empiezas suponiendo que todo el mundo te engaña -aquella actitud la horrorizaba-. La cautela está bien, pero la desconfianza patológica es ridicula. Yo no soy una idiota, Pedro, y sé que la mayoría de la gente no es una santa.


-Pero piensas que hay algunos que lo son, ¿verdad?


-Puedes reírte si quieres, pero prefiero concederle a la gente el beneficio de la duda.


-¡Dios mío! Si casi eres una romántica.


-¡No lo soy!


-Lo somos.


Los dos rieron al unísono y a Paula le encantó la expresión juvenil de él al relajarse. Estaba tan amistoso que sería fácil olvidar...


-¿Y cómo sabes que no te he contado la triste historia de mi infancia para llevarte a la cama?


La risa se borró al instante de los labios de Paula. 


-Me sorprendería que te tomaras tantas molestias. Yo pensaba que tu arrogancia era tan suprema que creerías que con solo mover el dedo meñique conseguirías lo que quisieras. Además, ¿qué hay de la pértiga?


Pedro la miró sorprendido.


-La pértiga con la que ni siquiera me tocarías.


-¡ Ah! Me había olvidado.


-Me alegro de oírlo. Llamaré a Alejo para que me recoja -dijo apartando la tostada a medio comer.


-No hace falta. Yo voy al pueblo de todas formas. Tendré que parar a comprar suministros; la última vez que tuvimos una tormenta grande, el río se desbordó y me quedé incomunicado tres días. Pero primero tendré que alimentar a los pájaros -se dio la vuelta y sacó un plato de carne del frigorífico-. ¿A menos que quieras donar a Daphne para que les sirva de desayuno?


El recuerdo del cruel pico y las garras hizo estremecer a Paula.



-¿Tienes más de un pájaro?


-Además del halcón, tengo una lechuza y un buho. Un amigo mío tiene un criadero de halcones y ha organizado un santuario para todos los depredadores enfermos y heridos que encuentra. Te sorprendería saber cuántos hay. Me convenció de que fuera un día a cazar con él hace tiempo y ahora tengo tres huérfanos. Como tú con Daphne.


-Para nada. Es cruel.


-¿El qué? ¿Tener criaturas salvajes o cazar con ellas? La cetrería es un arte muy antiguo. Los pájaros estarían muertos si Jim no los hubiera recogido. No hay relación amo esclavo con los pájaros depredadores, eso es lo que me gusta de ellos. Podrían sobrevivir en parajes naturales, pero deciden quedarse porque les va bien. ¿Por qué no vienes a verlo por ti misma?


Pedro pareció sorprendido él mismo de haberla invitado.


-De acuerdo.


La curiosidad superó a la cautela.


Las largas estructuras de madera estaban en el patio protegido de los edificios de piedra traseros.


-Cuidado con el hielo -advirtió Pedro mientras la ayudaba a cruzar por las placas de hielo.


Paula observó cómo alimentaba a los pájaros. Sus garras parecían enormemente largas comparadas con los esbeltos cuerpos al rasgar la comida. Eran crueles, pero preciosos.


-El que conociste es Héctor, este Próspero y este Merlin.


-Es tan pequeño -se maravilló ella.


-¡En, ponte esto!


Paula quedó parada de la sorpresa cuando Pedro se quitó el guantelete de cuero y se lo puso, pero no estaba demasiado alarmada: los dos pájaros estaban en sus albergues.


-Apóyate en mí -Paula obedeció-. Tienes frío. Deberías haberte puesto un abrigo.


Paula se quedó sin respiración.


-No es que me dieras mucho tiempo.


-Ahora, levanta la mano por encima de la cabeza. Un pájaro siempre aterrizará en el punto más alto y no querrás que sea tu pelo.


Paula miró con asombro cómo Pedro alzaba la mano.


El tamaño la pilló por sorpresa. Nunca había visto un buho tan de cerca. Las alas se abrieron como un manto de nieve hacia ella mientras contenía el aliento. La criatura no emitió un solo sonido.



-No he oído nada.


-Las plumas son suaves, por eso es mortalmente silencioso. Pesa mucho -la advirtió Pedro cuando los talones aterrizaron en el cuero.


-¿De dónde ha salido? -susurró Paula sin poder apartar los ojos de la magnífica criatura.


-Vuela por la noche, pero anida donde quiere. La otra noche en la casa. Le ofreceré un poco de comida. ¿Estás bien?


-¡Es preciosa, Pedro! -susurró ella maravillada.


-Ya lo sé.


Pero sus ojos no estaban mirando a la criatura salvaje.