martes, 3 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 19





Paula debió conseguir dormir una hora como máximo. 


¿Estarían haciendo el amor? ¿O estaría ella durmiendo en sus brazos? Las tórridas imágenes seguían asaltándola y aunque no quería oírlos hacer el amor, sus oídos estaban alerta.


No tenía maquillaje en la bolsa para cubrir los estragos de la noche. El brillo de su piel no era tan luminoso como de costumbre, pero solo alguien muy crítico podría notar que había pasado las veinticuatro horas peores de su vida. Se puso una falda corta y un jersey de cachemir azul eléctrico y bajó a la cocina.


-Iba a llevarte el té -exclamó Rebecca cuando Paula entró cojeando en la cocina-. ¿Cómo has conseguido bajar con la escayola?


-Me deslicé sobre el trasero -confesó Paula. Sabía que Pedro la estaba mirando y se negó a dejarlo entrever que supiera cuánto la afectaba estar bajo el mismo techo que él-. He nadado mucho -bromeó.


-¿Quieres sumar el cuello roto a tu pierna rota?


-¿Preocupado por las indemnizaciones de tu seguro de nuevo, Pedro? Ya lo estoy demandando, ¿te lo ha contado?


-Pensé que estaba todo arreglado.


-Quizá quiera tener mi día en los tribunales.


No era verdad. Ella no quería demandarlo para nada, pero cuando Pedro había señalado que el dinero se perdería y era competencia de los seguros, no le había dejado mucha elección. Jonathan pondría el grito en el cielo cuando le dijera que lo entregara a asociaciones de caridad.


-Pensaba que ya habías tenido suficiente publicidad en un año.


Paula sonrió con malicia.


-No estoy segura de que mi agente haga distinciones como esa. Sueña con que esté todo el día en la prensa.


-¿Estás bromeando, ¿verdad?


Rebecca la miró con ansiedad.


-Esa es una cuestión interesante, Rebecca. Paula alterna entre tirarme mi dinero a mi cara e intentar sacarme todo lo que tengo.


-Hoy me siento vengativa.


Rebecca pareció bastante aliviada cuando sonó el timbre de la puerta.


-Ese debe ser mi taxi. Adiós, Paula. Sinceramente espero que te mejores. Y gracias, Pedro. Lo digo en serio.


Se puso entonces un abrigo forrado de piel sobre su traje negro. Aquella mañana, la mujer parecía haber recuperado la sofisticación. Ya no quedaba nada de la criatura romántica que había deseado darle el biberón al corderito la noche anterior.


-Te llevaré hasta la estación.


-No seas tonto, cariño.


-¿No había algo que querías contarle a Rebecca, Paula?


Paula parpadeó y le dirigió a Pedro una mirada de asombro. 


No había esperado que quisiera que lo descubriera. Era irónico. Aunque su velada amenaza solo había pretendido intimidarlo, Pedro era la única persona que parecía relajada en la habitación.


-Gracias, Rebecca, por tu amabilidad -su cerebro pareció empezar a funcionar de repente-. ¿Podría compartir tu taxi? Mi hermana vive al otro lado del pueblo.


-Rebecca tiene prisa. Perderá el tren -contestó Pedro por ella mientras la acompañaba fuera. Al salir, Pedro asomó la cabeza por el quicio de la puerta-. Admiro tu contención. Y solo te hubieras avergonzado a ti misma si se lo hubieras contado.


Cuando volvió, ella estaba sentada a la mesa tomando un café con un desenfado casual que estaba muy lejos de sentir.


-Ha sido una buena exhibición -observó él-. ¿Te pone la frustración siempre tan nerviosa, o eres naturalmente así? -Pedro metió unas rebanadas de pan en la tostadora-. Deberías comer.


-Raramente hago lo que debería.


-De eso ya me he dado cuenta.


-¿Dónde trabaja Rebecca?


-En Londres. Es banquera.


Debería habérsele ocurrido antes. Era la banquera que le había contado Ana. Y si Pedro acostumbrara a acostarse con otras mujeres, eso explicaba la tensión que había notado su hermana. Aunque Paula no había notado ninguna alteración en aquella mujer.


-¿Y es conveniente o inconveniente la distancia?


-Si estás intentando que haga una exhibición de culpabilidad o remordimiento, pierdes el tiempo. Tú no conocías la existencia de Rebecca la noche que pasamos juntos...


-¡Desde luego que no!


-Pero anoche sí -Paula se sonrojó bajo la intensidad de su mirada-. Y, sin embargo, me hubieras dejado hacerte el amor con ella bajo el mismo techo.


-¡Ni en tus sueños! -mintió ella con frenesí.


Pedro capturó la tostada cuando salió despedida.


-Quizá deberíamos compararlos alguna vez. Los sueños, me refiero -aclaró al ver la mirada de confusión de ella-. ¿Mermelada o miel?


-No tengo hambre.


-Miel, creo -respondió él como si no la hubiera oído-. Como diría mi madre, pareces floja.


-No lo parezco. Tengo buen aspecto.


-Eso desde luego. Realmente no te cuesta ningún esfuerzo, ¿verdad? Las mujeres te odiarían si sospecharan el poco trabajo que te tomas en tu aspecto físico -la cálida expresión de sus ojos al doblarse para dejarle el plato delante le produjo un vuelco en el estómago-. Come, de todas formas.


Paula dio un mordisco a la tostada.


-Pensé que tu madre estaba muerta, Pedro.


-¿Muerta? ¡No, de ninguna manera! Cuando el viejo la abandonó se fue a vivir a su casa de Yorkshire.


Apretó los labios ante el recuerdo y su mirada fue de resentimiento.


-Pero tú te quedaste a vivir con él.


-Era el que tenía el dinero. Mi madre pensó que sería mejor para mí.


-¿Y lo fue?


La conmovió pensar que lo habían separado de su madre a tan tierna edad. Había pasado mucho tiempo desde que ella había dado por sentada su feliz infancia. Ya sabía lo mágicos que habían sido aquellos años.


-La especulación es un ejercicio inútil. Prefiero reservar mi energía para las cosas que puedo cambiar


-¿Y la ves a menudo?


-No tanto como quisiera. Le he pedido que se venga a vivir aquí, pero es una dama muy obstinada.


-Debe haberle odiado mucho -murmuró Paula.


-Pues lo cierto es que nunca dejó de amarlo.


-¿Y tienes contacto con tu madrastra?


-¿Con Eva? -pareció divertido ante la pregunta-. Desde que vendí sus acciones en la compañía, ninguno.


-¿Pero no era muy... ?


-¿Malvada? ¿Cruel? -Pedro se rio con aspereza-. Odio tener que borrar esa mirada de simpatía de tus ojos, Paula, pero Eva apenas se daba cuenta siquiera de mi presencia. Al menos cuando era niño.


-¿Y es más amistosa ahora?


-Yo no quise un lazo de unión con ella, Paula. Pero apenas me convertí en adulto, empezó a interesarme más.


Paula abrió mucho los ojos con incredulidad.


-¿No querrás decir...?


-Quiero decir que Eva es una mujer que necesita constantemente que le aseguren que es atractiva. Y eso la hace intentar seducir a todos los varones de todas las especies que tiene alrededor.


-¿Y te...?


Avergonzada, Paula desvió la mirada.


-Me escapé por los pelos -para sorpresa de Paula parecía tomarlo con sentido del humor en vez de como un trauma psicológico-. Era una mujer muy atractiva y yo era solo un adolescente con las hormonas desatadas.- Mi madre me sacó la verdad y amenazó con informar a mi padre. Ya no tuve más problemas con Eva.


-¿Y lo descubrió tu padre alguna vez?


Pedro lanzó una carcajada.


-Mi padre estaba demasiado ocupado intentando agradarla y conseguir influencias entre la gente que importaba -observó con ironía-. De alguna manera, su preocupación por Eva me liberó bastante. Mi padre no era un hombre fácil de agradar. Después de trabajar para él durante algunos años, me fui a la universidad a estudiar diseño y de allí a Italia. Diseñar coches ha sido siempre mi primera pasión. ¡Dios bendito, mujer! -explotó de repente-.¿Cómo sobrevives en ese mundo de tiburones con el corazón tan tierno?


Ver la dulce simpatía en sus ojos lo enfureció. Cada vez que catalogaba a aquella mujer, se equivocaba. ¡Lo estaba volviendo loco!


-No sé qué...


-¿Es que te compadeces de todas las historias tristes
que oyes?


-¿Estás sugiriendo que me vuelva tan dura e impersonal como tú?


-Yo desde luego no acepto lo primero que me dice la gente.


-Tú empiezas suponiendo que todo el mundo te engaña -aquella actitud la horrorizaba-. La cautela está bien, pero la desconfianza patológica es ridicula. Yo no soy una idiota, Pedro, y sé que la mayoría de la gente no es una santa.


-Pero piensas que hay algunos que lo son, ¿verdad?


-Puedes reírte si quieres, pero prefiero concederle a la gente el beneficio de la duda.


-¡Dios mío! Si casi eres una romántica.


-¡No lo soy!


-Lo somos.


Los dos rieron al unísono y a Paula le encantó la expresión juvenil de él al relajarse. Estaba tan amistoso que sería fácil olvidar...


-¿Y cómo sabes que no te he contado la triste historia de mi infancia para llevarte a la cama?


La risa se borró al instante de los labios de Paula. 


-Me sorprendería que te tomaras tantas molestias. Yo pensaba que tu arrogancia era tan suprema que creerías que con solo mover el dedo meñique conseguirías lo que quisieras. Además, ¿qué hay de la pértiga?


Pedro la miró sorprendido.


-La pértiga con la que ni siquiera me tocarías.


-¡ Ah! Me había olvidado.


-Me alegro de oírlo. Llamaré a Alejo para que me recoja -dijo apartando la tostada a medio comer.


-No hace falta. Yo voy al pueblo de todas formas. Tendré que parar a comprar suministros; la última vez que tuvimos una tormenta grande, el río se desbordó y me quedé incomunicado tres días. Pero primero tendré que alimentar a los pájaros -se dio la vuelta y sacó un plato de carne del frigorífico-. ¿A menos que quieras donar a Daphne para que les sirva de desayuno?


El recuerdo del cruel pico y las garras hizo estremecer a Paula.



-¿Tienes más de un pájaro?


-Además del halcón, tengo una lechuza y un buho. Un amigo mío tiene un criadero de halcones y ha organizado un santuario para todos los depredadores enfermos y heridos que encuentra. Te sorprendería saber cuántos hay. Me convenció de que fuera un día a cazar con él hace tiempo y ahora tengo tres huérfanos. Como tú con Daphne.


-Para nada. Es cruel.


-¿El qué? ¿Tener criaturas salvajes o cazar con ellas? La cetrería es un arte muy antiguo. Los pájaros estarían muertos si Jim no los hubiera recogido. No hay relación amo esclavo con los pájaros depredadores, eso es lo que me gusta de ellos. Podrían sobrevivir en parajes naturales, pero deciden quedarse porque les va bien. ¿Por qué no vienes a verlo por ti misma?


Pedro pareció sorprendido él mismo de haberla invitado.


-De acuerdo.


La curiosidad superó a la cautela.


Las largas estructuras de madera estaban en el patio protegido de los edificios de piedra traseros.


-Cuidado con el hielo -advirtió Pedro mientras la ayudaba a cruzar por las placas de hielo.


Paula observó cómo alimentaba a los pájaros. Sus garras parecían enormemente largas comparadas con los esbeltos cuerpos al rasgar la comida. Eran crueles, pero preciosos.


-El que conociste es Héctor, este Próspero y este Merlin.


-Es tan pequeño -se maravilló ella.


-¡En, ponte esto!


Paula quedó parada de la sorpresa cuando Pedro se quitó el guantelete de cuero y se lo puso, pero no estaba demasiado alarmada: los dos pájaros estaban en sus albergues.


-Apóyate en mí -Paula obedeció-. Tienes frío. Deberías haberte puesto un abrigo.


Paula se quedó sin respiración.


-No es que me dieras mucho tiempo.


-Ahora, levanta la mano por encima de la cabeza. Un pájaro siempre aterrizará en el punto más alto y no querrás que sea tu pelo.


Paula miró con asombro cómo Pedro alzaba la mano.


El tamaño la pilló por sorpresa. Nunca había visto un buho tan de cerca. Las alas se abrieron como un manto de nieve hacia ella mientras contenía el aliento. La criatura no emitió un solo sonido.



-No he oído nada.


-Las plumas son suaves, por eso es mortalmente silencioso. Pesa mucho -la advirtió Pedro cuando los talones aterrizaron en el cuero.


-¿De dónde ha salido? -susurró Paula sin poder apartar los ojos de la magnífica criatura.


-Vuela por la noche, pero anida donde quiere. La otra noche en la casa. Le ofreceré un poco de comida. ¿Estás bien?


-¡Es preciosa, Pedro! -susurró ella maravillada.


-Ya lo sé.


Pero sus ojos no estaban mirando a la criatura salvaje.




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