miércoles, 20 de septiembre de 2017
AMIGO O MARIDO: CAPITULO 1
¿MAÑANA? ¿Tan pronto? Paula Chaves cerró los ojos, horrorizada, y deseó poder despertarse de aquella pesadilla.
Pero su plan tenía un pequeño fallo... No, un gran fallo: ya estaba despierta, y temblando como si tuviera cuarenta de fiebre. Junto con el aluvión de adrenalina, un pánico cegador que le retorcía las entrañas fluía por todo su cuerpo.
La mano floja que se llevó a la sien tenía los dedos trémulos y gélidos. Chloe decidió pasar por alto el tono de súplica de su tía. Solía hacer caso omiso de todo lo que la incomodaba; además, no tenía motivos para sentirse culpable. Si Paula se molestaba, Ian apoyaría a Chloe. Y Paula lo escucharía... todo el mundo lo escuchaba. Era el hombre más inteligente que Chloe había conocido... y era todo suyo. Una sonrisa soñadora de satisfacción curvó sus labios realzados con colágeno y pintados de rojo.
—Ian se muere por conocer al pequeño Benja —Chloe apretó los labios con exasperación cuando la pedicura empezó a pintarle las uñas—. Espera un segundo, tía Paula...
Que la llamara tía siempre daba a Paula la sensación de que había toda una generación de diferencia entre ella y la hija única de su hermana mayor, en lugar de siete años escasos.
—Se ha equivocado de color.
Paula oyó la voz amortiguada de Chloe al informar a la desafortunada joven que la atendía que no tenía intención de aparecer en público con un tono de esmalte pasado de moda.
—Y dime —prosiguió Chloe, en cuanto se cercioró de que le estaban aplicando el color adecuado—. ¿Ya tiene más pelo?
La pregunta dejó perpleja a Paula.
—¿Por qué lo preguntas?
—Bueno, siempre dices que le va a crecer —respondió Chloe en un tono agrio que daba a entender que Paula la había estado engañando—. Y esa pelusa no es muy favorecedora, ¿no crees? Y de color cereza, además —añadió con preocupación, como si no hubiera nada peor en la vida que un niño pelirrojo.
Paula cerró los ojos e inspiró hondo... A veces, sentía el vergonzoso deseo de zarandear a su hermosa sobrina hasta que le castañetearan los dientes.
—Sí, Chloe —respondió con rigidez—, Benja tiene algo de pelo, y te agradará saber que es de un precioso tono rubio cobrizo.
—¿Has dicho rojizo...?
—No, rubio cobrizo.
—Excelente —repuso Chloe con alivio—. Ah, tía Paula, y por lo que más quieras, ponle algo decente. ¿Qué tal ese bonito conjunto que le envié desde Milán?
Las visitas fugaces de Chloe nunca habían sido frecuentes, pero en los últimos meses, en los que había despegado en su profesión de actriz gracias a varios papeles pequeños pero bien acogidos, las visitas eran casi inexistentes. Paula sintió una punzada de culpabilidad por no haber lamentado su ausencia, pero la vida era mucho más sencilla sin el estrés y el revuelo producidos por las visitas de Chloe. El problema era que su sobrina quería ser el centro de atención, y no le agradaba compartirla con nadie... ni siquiera con un bebé.
—Se le ha quedado pequeño.
—Vaya, qué lástima... Al menos, asegúrate de que no se ha pringado de mermelada o algo así —a Chloe le costaba trabajo aceptar que los niños no olían a limpio y a jabón en su estado normal—. Quiero que lan se lleve una buena impresión.
«Si la tuviera aquí delante, la estrangularía», pensó Paula, y la voz le tembló de indignación contenida al responder:
—Esto no va a ser una audición, Chloe.
—No, será el comienzo del resto de mi vida —fue la respuesta melodramática y vibrante, como si estuviera ensayando una frase de su último papel. El tono de Chloe cambió con brusquedad—. Tengo que dejarte, tía Paula... Tengo clase de yoga dentro de media hora, y no puedo perdérmela. Deberías probarlo... Es increíble la armonía interior que he desarrollado. Hasta pronto —y colgó.
Paula pensó que jamás volvería a sentir armonía, ni interior ni de ninguna otra clase, cuando las náuseas que sentía la impulsaron a subir las escaleras de dos en dos hasta el baño. Llegó justo a tiempo. Cuando su estómago se vació, se lavó la cara con agua fría. El rostro que la miraba desde el espejo tenía una palidez cerosa, y estaba dominado por unos enormes ojos verdes. La desesperación y el pánico que sentía se reflejaban claramente en las profundidades esmeralda y, aunque siempre que hablaba con Chloe se sentía mucho más vieja, ni siquiera aparentaba tener sus casi treinta años. Sus pies la llevaron automáticamente a la puerta entreabierta de uno de los dos dormitorios de la casa.
Entró sin hacer ruido. Había corrido las cortinas para resguardar la estancia del sol de la tarde, y se acercó en silencio a la cuna en la que una pequeña figura dormía la siesta. Llevaba puesto un peto... y estaba profundamente dormido. El alborotado pelo rubio cubría su cabeza con mechones terminados en punta. Tenía el rostro sonrosado y sus largas pestañas reposaban sobre la pronunciada curva de su mejilla de bebé.
Paula cerró los ojos y una lágrima resbaló por su mejilla. Si, meses atrás, alguien le hubiera dicho que era posible amar tanto a una persona que incluso causaba dolor, ella, que había vivido tan entregada a su profesión, se habría reído.
Pero así era. Amaba a aquel niño con toda su alma. Sintió el deseo de tomarlo en brazos y huir con él a algún lugar seguro, a algún lugar en el que Chloe no pudiera encontrarlos. La figura dormida abrió los ojos, vio a Paula y, con una somnolienta sonrisa, volvió a cerrarlos. Paula reprimió los sollozos hasta que salió a trompicones de la habitación.
AMIGO O MARIDO: SINOPSIS
Paula estaba a punto de perder la custodia de su pequeño sobrino, ¿y quién mejor para consolarla que Pedro Alfonso?
Para el resto de las mujeres, Pedro era la personificación del sexo, para ella, sólo era su mejor amigo, bromista y encantador... Pero, cuando Pedro le propuso que se casaran con el fin de mantener la custodia, su amistad empezó a ser algo más íntima y sensual. Ninguno de los dos sabía cómo comportarse como marido y mujer, pero donde parecían entenderse sin ningún problema era en el dormitorio.
martes, 19 de septiembre de 2017
UNA PROPOSICIÓN: EPILOGO
—Pregunta por ti, Paula.
La joven levantó la vista del presupuesto que estudiaba y miró a su secretaria.
—¿Quién es?
Cheryl se encogió de hombros y desapareció de la puerta.
Paula miró su reloj y después su agenda. Sólo llevaba dos semanas dirigiendo Golden Ability y tenía aún miedo de perderse algo importante. Pero la agenda estaba limpia y Fiona había hecho ya su visita diaria a la agencia.
En realidad había estado menos de una hora, porque insistía en que Paula lo hacía muy bien y ella tenía un instructor de yoga nuevo, un joven llamado Juan.
Paula dejó el presupuesto en la mesa, encantada de dejar los números unos minutos.
Se frotó las manos en su vestido de punto color granate y salió a la zona de administración.
Sonrió al ver a Pedro y se acercó a él.
—¡Qué sorpresa! —se puso de puntillas para besarlo—. No te esperaba. ¿No tienes que estar trabajando?
—Prerrogativas del jefe —sonrió él—. Te he traído algo —le mostró una caja alargada.
—Me mimas demasiado —rió Paula.
—Prerrogativas de la prometida.
Ella movió la cabeza y abrió la caja. Dentro había una pulsera de plata con tres margaritas brillantes colgando de ella.
—¿Otra?
—Por alguna razón, siento la necesidad de llenar tu vida de flores —él le puso la pulsera en la muñeca—. Además, hace juego con el colgante.
—Y con los pendientes —río ella. Miró la pulsera—. Es preciosa. Gracias.
Pedro sonreía todavía.
—Tengo algo más para ti.
Ella resopló.
—¡Pedro! Tengo collar, pulsera y pendientes. ¿Qué queda?
—Esto —él sacó unos papeles del bolsillo de la chaqueta de ante y se los tendió.
—¿Qué es eso?
—Lee.
Ella desdobló los papeles. El primero era una carta escrita a mano.
—Es de Stephanie.
—Está de acuerdo en enviar a los niños antes de Acción de Gracias y dejar que se queden hasta el verano —musitó Pedro—. Lo demás es un acuerdo de visitas modificado; me da la custodia física de Ivan y Valentina durante todo el curso escolar.
Paula dio un respingo. Le entregó los papeles.
—No me lo puedo creer. Cuando el juez Gainer aplazó su decisión y Ernesto y Stephanie se llevaron a los niños a Suiza, temí que no los dejara volver —ésa era la única mancha en la perfección de las dos últimas semanas. La despedida había sido una tortura, pero Pedro y ella hablaban y veían a los niños, gracias a un invento maravilloso llamado webcam, todos los días. No era como estar con ellos, pero hacía más soportable la situación—. ¿Por qué ha cambiado de idea?
—Le dije a Ray que retirara mi petición.
Paula, sorprendida, se sentó en el borde de un escritorio vacío.
—¿Cuándo? ¿Por qué no me lo dijiste?
—La semana pasada. Y no te lo dije porque no quería que pensaras que me había rendido.
—Yo jamás pensaría eso —le aseguró ella. Le tocó la mano—. Tú nunca te rendirías.
Pedro le apretó la mano.
—Le dije a Ray que comunicara a Stephanie que no tenía intención de seguir arrastrando a los niños a nuestras batallas. Que los quiero lo suficiente para dejarlos con ella si eso es lo mejor para ellos.
Paula enarcó las cejas.
—Pero tú nunca has creído que fuera lo mejor para ellos.
—Puede que no, pero hasta yo he tenido que empezar a aceptar que, a pesar de todos sus defectos, Stephanie los quiere —tiró de la coleta de ella—. Una mujer muy lista me hizo darme cuenta de eso.
Paula sonrió.
—Estoy atónita.
—Supongo que, cuando yo dejé de presionar, ella ha podido permitirse empezar a dar.
—Eso parece. Personalmente, creo que Ernesto ha debido ablandarla.
—¿Ernesto?
—Bueno, no es estúpido o no estaría trabajando para la empresa del tío Abel, ¿verdad?
Él achicó los ojos.
—Tú no…
—Claro que no. Pero yo no tengo la culpa de que quisiera saberlo todo del hombre con el que me voy a casar. Abel es muy protector a veces.
—¿Y qué le has dicho?
—Que podrá juzgarte por ti mismo cuando nos veamos en Navidad.
—¿Nada más?
—Nada más —le aseguró ella—. Pero te advierto que se achaca el mérito de que estemos juntos. Parece pensar que, si no me hubiera pedido que le enseñara Seattle a Omar Boering, tú y yo no nos habríamos conocido.
—Fiona se habría asegurado de lo contrario —musitó Pedro divertido. Rió—. O sea, que Stephanie ha cambiado de idea de verdad.
—Evidentemente —Paula tiró de las solapas de su chaqueta y lo atrajo hacia sí—. ¿Y los niños estarán aquí antes de Acción de Gracias? Eso nos deja una semana y media.
—¿Para qué?
—Para buscar un lugar decente para vivir. La casita del jardín es demasiado pequeña para los cuatro y tu apartamento no es muy hogareño.
—¿Estás sugiriendo que vivamos juntos? —él unió las manos detrás de la espalda de ella—. Me escandalizas.
—Eso lo dudo —se rió ella.
—Vale, buscaremos un lugar de alquiler hasta que decidamos algo más permanente. Quizá compremos un terreno y nos hagamos una casa. ¿Satisfecha?
Ella asintió. ¿Una casa con Pedro? ¿Qué más podía desear?
—Mucho.
—Y entretanto, ¿por qué no planeas una boda para cuando lleguen los niños?
Paula lo miró.
—¿Te quieres casar inmediatamente?
—El matrimonio suele ser el resultado final del compromiso —le recordó él.
Ella sonrió. Sólo entonces se dio cuenta de que todo el mundo en la oficina los miraba con curiosidad.
—Cheryl, si llama alguien, estaré fuera el resto del día.
Su secretaria sonrió con indulgencia.
—Desde luego.
Paula miró a Pedro sonriente.
—Prerrogativas de la jefa —susurró.
Salieron juntos de la agencia.
—¿Adónde vamos ahora? —preguntó él.
—A empezar el resto de nuestras vidas, claro.
Pedro la abrazó.
—Eso empezó el día que nos conocimos.
Ella le echó los brazos al cuello.
—Entonces vamos a ver a mamá y llamar a mis hermanas —sonrió con picardía—. Porque si hay alguien que puede organizar una boda en unas semanas, son las mujeres Chaves.
Pedro la alzó en vilo.
—¿Crees que podéis planear una boda para antes de que acabe el año y no llevarte una decepción?
Paula le tomó la mano.
—Casarse contigo no puede resultar nunca decepcionante —le aseguró.
Sonrió animosa—. Y sí, estoy segura de que podemos.
Y lo hicieron.
UNA PROPOSICIÓN: CAPITULO 28
Paula caminaba por el pasillo fuera de la sala del tribunal. Lo único que podía pensar era en escapar.
—Tiene razón sobre HuntCom.
Se detuvo al oír la voz de Ernesto. Él era el único que había guardado silencio en la sala y ahora la miraba con expresión de pesar mientras acariciaba la cabeza de Valentina.
—Todos los que trabajamos allí lo hacemos por nuestros propios méritos, y eso es lo único que ha importado siempre. He intentado decírselo a Stephanie, pero ella no atiende a razones cuando se trata de Pedro.
Paula alzó las manos.
—Lo siento.
—¿Paula? —Valentina la miraba preocupada—. ¿Ese juez va a decir que ya no podremos ver más a papá?
—No se trata de eso, querida —le aseguró Ernesto con suavidad.
Paula apretó los labios un momento.
—Ernesto tiene razón —consiguió decir al fin. Miró también a Ivan—. Siempre podréis ver a vuestro padre. Él se asegurará de eso, aunque os vayáis a Suiza —cosa que sería inevitable gracias a su terrible actuación ante el juez.
Besó a Valentina en la frente y después a Ivan.
—Os quiere más que a nada. Y no permitirá que nada se interponga entre él y las personas que quiere —y como ya no podía reprimir más las lágrimas, se enderezó.
Y se encontró con Pedro.
Inhaló con fuerza.
—¿Tú no tienes que estar en la sala?
—El juez ha dictado un descanso —él tenía las manos en los bolsillos—. No has mentido.
Por la mejilla de ella bajó una lágrima.
—Te dije que no lo haría.
—No podrías aunque quisieras.
Paula fue vagamente consciente de que Ernesto alejaba a Valentina e Ivan de allí.
—Quería hacerlo —susurró.
—¿Para qué yo no supiera que me quieres?
Paula sintió un dolor nuevo.
—No —señaló la sala con la barbilla—. Para hacerles creer que lo nuestro es real.
—Ya lo creen —repuso él.
—Pero yo no les he dicho eso.
—No hacía falta —él sacó las manos de los bolsillos y le acarició la cara—. Lo único que tenías que hacer era ser tú —la miró—. Sabía desde el principio que eras una mujer increíble, pero no me he permitido pensar en lo mucho que significas para mí hasta que te he visto salir de la sala y me ha entrado miedo de que siguieras andando y no pararas. Dios sabe que te he dado motivos.
A Paula se le nubló la vista. El corazón se le subió a la garganta. Intentóhablar, pero sólo pudo decir:
—Pedro.
Él le acarició la mejilla.
—Siento mucho haberte puesto en la posición de tener que justificarte.
—Tú no lo sabías —repuso ella.
—Debería haberlo sabido. Pero pase lo que pase en esa sala, puedo lidiar con ello si sé que no te he perdido a ti —la miró a los ojos con intensidad, como si quisiera ver todo el camino hasta su alma—. ¿Te he perdido?
Ella le cubrió las manos con las suyas. Las atrajo hacia sí y le besó las palmas. Lo miró y esa vez era ella la que veía su alma.
Estaba allí, abierta y desnuda e igual de insegura de ser amada como se había sentido ella.
Sus miedos se calmaron. Se adelantó a abrazarlo.
—No me has perdido.
—¿Seguro? Tú te mereces más que un hombre como yo. Te lo mereces todo.
Su incertidumbre la conmovía.
—Entonces te merezco a ti —se puso de puntillas y lo besó en los labios—. Y estoy más segura de lo que he estado de nada en toda mi vida —susurró.
Él la estrechó con fuerza.
—Te quiero —dijo en voz baja—. Y creía que no volvería a amar nunca.
—Yo también te quiero —Paula respiró hondo—. Cuando te dije que resultaras convincente, no me esperaba esto.
Él se echó a reír. Metió una mano en el bolsillo de la chaqueta.
—Y el hombre afortunado se llevó a la princesa —tendió la mano con una horquilla pequeña en la palma.
A Paula se le oprimió el corazón.
—Yo llevaba ésas la noche de la fiesta de Fiona.
—Parece que haga una vida entera de eso —él levantó uno de sus rizos y le puso la horquilla.
Paula lloraba de nuevo, pero no le importó.
—Esa vida está delante de nosotros —susurró.
—¿Un cuento de hadas distinto? —él le alzó la mano y le besó el dedo con el anillo—. ¿Uno con vestido blanco y anillo de boda a juego?
Paula contuvo el aliento. Asintió con la cabeza.
—Sí. Y estaremos juntos en todos los capítulos.
Y cuando él sonrió con lentitud y la tomó en sus brazos una vez más, ella supo en el fondo de su corazón que escribirían un final feliz.
Lo escribirían juntos.
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