martes, 19 de septiembre de 2017

UNA PROPOSICIÓN: EPILOGO





—Pregunta por ti, Paula.


La joven levantó la vista del presupuesto que estudiaba y miró a su secretaria.


—¿Quién es?


Cheryl se encogió de hombros y desapareció de la puerta.


Paula miró su reloj y después su agenda. Sólo llevaba dos semanas dirigiendo Golden Ability y tenía aún miedo de perderse algo importante. Pero la agenda estaba limpia y Fiona había hecho ya su visita diaria a la agencia. 


En realidad había estado menos de una hora, porque insistía en que Paula lo hacía muy bien y ella tenía un instructor de yoga nuevo, un joven llamado Juan.


Paula dejó el presupuesto en la mesa, encantada de dejar los números unos minutos.


Se frotó las manos en su vestido de punto color granate y salió a la zona de administración.


Sonrió al ver a Pedro y se acercó a él.


—¡Qué sorpresa! —se puso de puntillas para besarlo—. No te esperaba. ¿No tienes que estar trabajando?


—Prerrogativas del jefe —sonrió él—. Te he traído algo —le mostró una caja alargada.


—Me mimas demasiado —rió Paula.


—Prerrogativas de la prometida.


Ella movió la cabeza y abrió la caja. Dentro había una pulsera de plata con tres margaritas brillantes colgando de ella.


—¿Otra?


—Por alguna razón, siento la necesidad de llenar tu vida de flores —él le puso la pulsera en la muñeca—. Además, hace juego con el colgante.


—Y con los pendientes —río ella. Miró la pulsera—. Es preciosa. Gracias.


Pedro sonreía todavía.


—Tengo algo más para ti.


Ella resopló.


—¡Pedro! Tengo collar, pulsera y pendientes. ¿Qué queda?


—Esto —él sacó unos papeles del bolsillo de la chaqueta de ante y se los tendió.


—¿Qué es eso?


—Lee.


Ella desdobló los papeles. El primero era una carta escrita a mano.


—Es de Stephanie.


—Está de acuerdo en enviar a los niños antes de Acción de Gracias y dejar que se queden hasta el verano —musitó Pedro—. Lo demás es un acuerdo de visitas modificado; me da la custodia física de Ivan y Valentina durante todo el curso escolar.


Paula dio un respingo. Le entregó los papeles.


—No me lo puedo creer. Cuando el juez Gainer aplazó su decisión y Ernesto y Stephanie se llevaron a los niños a Suiza, temí que no los dejara volver —ésa era la única mancha en la perfección de las dos últimas semanas. La despedida había sido una tortura, pero Pedro y ella hablaban y veían a los niños, gracias a un invento maravilloso llamado webcam, todos los días. No era como estar con ellos, pero hacía más soportable la situación—. ¿Por qué ha cambiado de idea?


—Le dije a Ray que retirara mi petición.


Paula, sorprendida, se sentó en el borde de un escritorio vacío.


—¿Cuándo? ¿Por qué no me lo dijiste?


—La semana pasada. Y no te lo dije porque no quería que pensaras que me había rendido.


—Yo jamás pensaría eso —le aseguró ella. Le tocó la mano—. Tú nunca te rendirías.


Pedro le apretó la mano.


—Le dije a Ray que comunicara a Stephanie que no tenía intención de seguir arrastrando a los niños a nuestras batallas. Que los quiero lo suficiente para dejarlos con ella si eso es lo mejor para ellos.


Paula enarcó las cejas.


—Pero tú nunca has creído que fuera lo mejor para ellos.


—Puede que no, pero hasta yo he tenido que empezar a aceptar que, a pesar de todos sus defectos, Stephanie los quiere —tiró de la coleta de ella—. Una mujer muy lista me hizo darme cuenta de eso.


Paula sonrió.


—Estoy atónita.


—Supongo que, cuando yo dejé de presionar, ella ha podido permitirse empezar a dar.


—Eso parece. Personalmente, creo que Ernesto ha debido ablandarla.


—¿Ernesto?


—Bueno, no es estúpido o no estaría trabajando para la empresa del tío Abel, ¿verdad?


Él achicó los ojos.


—Tú no…


—Claro que no. Pero yo no tengo la culpa de que quisiera saberlo todo del hombre con el que me voy a casar. Abel es muy protector a veces.


—¿Y qué le has dicho?


—Que podrá juzgarte por ti mismo cuando nos veamos en Navidad.


—¿Nada más?


—Nada más —le aseguró ella—. Pero te advierto que se achaca el mérito de que estemos juntos. Parece pensar que, si no me hubiera pedido que le enseñara Seattle a Omar Boering, tú y yo no nos habríamos conocido.


—Fiona se habría asegurado de lo contrario —musitó Pedro divertido. Rió—. O sea, que Stephanie ha cambiado de idea de verdad.


—Evidentemente —Paula tiró de las solapas de su chaqueta y lo atrajo hacia sí—. ¿Y los niños estarán aquí antes de Acción de Gracias? Eso nos deja una semana y media.


—¿Para qué?


—Para buscar un lugar decente para vivir. La casita del jardín es demasiado pequeña para los cuatro y tu apartamento no es muy hogareño.


—¿Estás sugiriendo que vivamos juntos? —él unió las manos detrás de la espalda de ella—. Me escandalizas.


—Eso lo dudo —se rió ella.


—Vale, buscaremos un lugar de alquiler hasta que decidamos algo más permanente. Quizá compremos un terreno y nos hagamos una casa. ¿Satisfecha?


Ella asintió. ¿Una casa con Pedro? ¿Qué más podía desear?


—Mucho.


—Y entretanto, ¿por qué no planeas una boda para cuando lleguen los niños?


Paula lo miró.


—¿Te quieres casar inmediatamente?


—El matrimonio suele ser el resultado final del compromiso —le recordó él.


Ella sonrió. Sólo entonces se dio cuenta de que todo el mundo en la oficina los miraba con curiosidad.


—Cheryl, si llama alguien, estaré fuera el resto del día.


Su secretaria sonrió con indulgencia.


—Desde luego.


Paula miró a Pedro sonriente.


—Prerrogativas de la jefa —susurró.


Salieron juntos de la agencia.


—¿Adónde vamos ahora? —preguntó él.


—A empezar el resto de nuestras vidas, claro.


Pedro la abrazó.


—Eso empezó el día que nos conocimos.


Ella le echó los brazos al cuello.


—Entonces vamos a ver a mamá y llamar a mis hermanas —sonrió con picardía—. Porque si hay alguien que puede organizar una boda en unas semanas, son las mujeres Chaves.


Pedro la alzó en vilo.


—¿Crees que podéis planear una boda para antes de que acabe el año y no llevarte una decepción?


Paula le tomó la mano.


—Casarse contigo no puede resultar nunca decepcionante —le aseguró.


Sonrió animosa—. Y sí, estoy segura de que podemos.


Y lo hicieron.




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