viernes, 28 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 30






Dos días después Paula seguía sin devolverle las llamadas y Pedro tenía que tomar una importante decisión. Podía seguir luchando por el proyecto de reforma del club y dejar que Paula pensase que eso le importaba más de lo que realmente le importaba, u olvidarse de él y encontrar la manera de recuperarla.


Sorprendente, fue una de las decisiones más fáciles que había tenido que tomar en toda su vida. Tomó el teléfono y llamó a Brad para contársela.


—Tengo demasiados compromisos y voy a tener que retirarme de este —le dijo.


—¿Puedo hacer algo para que cambies de opinión? —le preguntó Brad.


—Lo siento, pero no. Creo que Floyd hará un buen trabajo.


—Sí, pero es Abby quien lo ha encontrado.


—Y no permitirá que se te olvide.


—Seguro que no. Gracias por llamar —le dijo Brad antes de colgar.


Pedro llamó después a Hernan, pero le saltó el contestador, así que le dejó un mensaje pidiéndole que le devolviese la llamada.


Después llamó a la floristería y pidió que le enviasen una docena de rosas a Paula. Sabía que estaba en su casa porque se había pasado por allí la noche anterior, aunque no había llamado a la puerta.


Quería hacer las cosas bien y que la siguiente vez que se viesen, ella accediese a ser su esposa.


Intentó trabajar, pero supo que no podría hacerlo hasta que no hubiese recuperado a Paula.


Seis horas después por fin hablaba con el padre de Paula, que accedió a pasarse a verlo.


Tanja llamó a la puerta cuando acababa de colgar.


—Esto… acaban de traer una docena de rosas de la floristería. El chico dice que la señora a la que se las has mandado las ha rechazado.


—Maldita sea.


—Lo siento, Pedro. ¿Hay algo que pueda hacer? —le preguntó Tanja.


—Llevarte las rosas a casa —le dijo él—. Estoy esperando a Hernan Chaves. Hazlo pasar en cuanto llegue.


Unos minutos después aparecía Hernan.


—Aquí estoy. ¿Qué querías? —preguntó, cerrando las puertas tras de él.


—Tenemos que hablar y no quiero que nos oiga nadie.


—Me parece bien. ¿Has tenido noticias de Paula?


—No —respondió Pedro—. Y supongo que ha cumplido con su palabra y ha dimitido.


—Sí. Y se ha ido de mi casa también. Lo ha hecho mientras yo estaba trabajando —le contó Hernan.


—Lo sé. Ayer mandé a uno de mis hombres a buscarla, pero me lo mandó de vuelta después de referirse a mí con toda una sarta de insultos.


Pedro no pudo evitar echarse a reír.


—Quiero a su hija, Hernan, y voy a hacer lo que haga falta para que vuelva conmigo. Ya he rechazado el proyecto del club.


—Me lo había imaginado. En realidad, no necesitas el trabajo.


—Lo más importante para mí es Paula, y estoy dispuesto a demostrárselo.


—Bien. Siento haber insistido en lo de la fusión. Es solo… que Paula es lo único que tengo y quiero que la empresa sea para ella y para sus hijos. Y sé que si la dejo en manos de alguien que no sea de la familia, no irá tan bien como en tus manos.


—Gracias por el cumplido. Ya hablaremos de eso cuando Paula y yo llevemos casados cinco años.


—De eso nada —contestó el padre de Paula riendo.


—Hernan, será mejor que entiendas que Paula es mi única oportunidad de ser feliz en la vida. Ya me la estropeaste una vez y no voy a permitir que vuelva a ocurrir.


—Entendido, chico.


—No me llames chico. Ya no soy el hijo de un obrero de la petrolera. Estoy a la misma altura que tú y voy a ser tu yerno.


Hernan apoyó la espalda en su sillón y estudió a Pedro.


—¿Qué vas a hacer?


—Voy a volver a Dallas e intentar recuperarla desde aquí. Quiero que empecemos de cero.


—De acuerdo. Cuando la hayas convencido, llámame, Paula es lo único que tengo en este mundo y quiero estar a su lado.


Pedro lo entendió. Su madre era igual que él.


—De acuerdo, pero quiero que traigas a mi madre contigo. Desayunaremos todos juntos el día después de que Paula haya accedido a casarse conmigo.


—Si es que accede —dijo Hernan.


—Eso espero. Ahora, necesito hablar con alguien a quien Paula vaya a escuchar.


—Entonces, necesitas a Abigail Langley. Paula confía en ella.


—Me odia —comentó Pedro.


—A mí no. La llamaré y veré qué podemos hacer —le dijo Hernan.


—¿Por qué me ayudas? —le preguntó Pedro.


—Porque durante las últimas semanas, Paula ha estado más feliz que nunca contigo. Sé que encontrarás la manera de recuperarla y quiero formar parte de ello.


—¿Por qué'?


—Porque vas a ser el padre de mis nietos y voy a querer verlos.


Pedro se echó a reír al oír aquello. Estaba decidido a recuperar a Paula, pero no lo veía tan claro como su padre.



*****


Paula rechazó el cuarto ramo de flores de los últimos días y volvió a ponerse a trabajar. Seguía enfadada a pesar de echar mucho de menos a Pedro.


No dormía por las noches porque soñaba con él. Era lo más duro. Por el día, buscaba trabajo y organizaba el desfile que tendría lugar en el hospital en diciembre.


No había ido a ver a Maggie para no encontrarse con Pedro, pero tenía que dar su aprobación a los nuevos diseños. Se miró el reloj e imaginó que, a esas horas, Pedro estaría trabajando.


Así que se subió al coche y fue a ver a Maggie, que la recibió con una sonrisa.


—Hola, Paula, cuánto me alegra que hayas venido a verme.


—He venido a ver los diseños nuevos, pero tenemos que darnos prisa, no quiero estar aquí cuando Pedro vuelva del trabajo.


—Ah, pero si Pedro se ha vuelto a Dallas —le contó Maggie—. Pensé que ese era el motivo por el que venías a verme hoy.


—No lo sabía. ¿Y su trabajo en el club?


—Lo ha rechazado. Al parecer, está demasiado ocupado —le dijo Maggie.


Paula no supo qué decir ni cómo actuar. Estaba confundida. Maggie fue a por los dibujos y ella se dijo que había estado esperando con la esperanza de que Pedro fuese a pedirle perdón.


Pero ella no había querido responder a sus llamadas ni había aceptado sus flores. Y al enterarse de que se había marchado deseó hablar con él, pero era demasiado tarde.


—Aquí están —dijo Maggie, volviendo al salón y dejando los bocetos encima de la mesa del comedor.


—¿Y por qué se ha marchado así? —le preguntó Paula.


—No lo sé. Dijo que volvería para el desfile de Navidad.


Paula no quería tener que esperar hasta diciembre para verlo, pero tendría que hacerlo. No se podía conformar con una disculpa y un ramo de flores. Pedro le había hecho mucho daño.


—Todo me parece bien, Maggie. Me encantaría quedarme un rato a charlar contigo, pero he quedado en ir al hospital.


Salió de casa de la madre de Pedro y se subió al coche. 


Pedro se había marchado de Royal sin decírselo.


Sacó el teléfono móvil, lo desbloqueó y le dio sin querer al álbum fotográfico. La imagen de Pedro y ella el día que habían hecho el amor ocupó toda la pantalla.


Ambos parecían felices.


¿Cómo podían haber llegado a ese punto? ¿Se habría precipitado? ¿Debía ir a hablar con su padre?


Suspiró y se inclinó hacia delante para apoyar la cabeza en el volante.


Luego arrancó el coche. El teléfono móvil le sonó justo cuando iba a salir a la carretera.


—Hola. ¿Qué pasa?


—Necesito que me ayudes otra vez con los flamencos.


—No puedo.


—Si todavía no te he dicho lo que tenemos que hacer con ellos —protestó Abby.


Pedro se ha marchado a Dallas.


—No me digas. Pensé que seguía mandándote flores todos los días.


—Y lo hace, pero tal vez hoy haya sido el último día. No sé qué hacer.


—Para empezar, sal de casa —le aconsejó Abby.


—Nos besamos delante de los flamencos, no puedo ayudarte con eso —le contó Paula.


—De acuerdo. Deja que piense un poco y ahora te vuelvo a llamar.


Paula colgó y unos minutos después llegaba a su casa. Entró, cerró la puerta y entonces se dio cuenta de que se estaba aislando del mundo igual que después del accidente. 


Esa tarde era la primera vez que salía de casa desde que había dejado el trabajo y le había dicho a Pedro que no iba a casarse con él.


Había vuelto a convertirse en la mujer que había sido antes de que Pedro llegase a Royal y no quería ser era persona. 


Le gustaba salir.


Tenía que decidir que Pedro formase parte de su vida. Se inclinó y se miró en el espejo del pasillo.


Tenía un rostro nuevo y su cuerpo estaba completamente recuperado. No había trabajado tan duro para luego darle la espalda al amor.


Necesitaba un plan nuevo y una lista nueva. Una lista que la condujese hasta la única cosa que deseaba de verdad: que el hombre al que amaba fuese su marido.


Solo tenía que averiguar cómo encontrarlo en Dallas. Seguro que Maggie la ayudaba cuando le dijese lo mucho que quería a su hijo.







jueves, 27 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 29





Paula estaba indignada. Se había pasado el día pensando que Pedro era un tipo genial y nada más entrar al club lo había sorprendido haciendo negocios con su padre.


—No puedo creerlo.


—¿Qué te pasa, cielo? —le preguntó su padre.


—Tranquilízate, Paula. Tu padre y yo por fin hemos llegado a un acuerdo.


Eso la enfadó todavía más.


—Me da igual a qué acuerdo habéis llegado. No voy a formar parte de vuestros negocios. Pensé que lo habías entendido, Pedro.


—No sé a qué te refieres… ¿a qué te refieres? —le preguntó él.


—Mi padre te está ofreciendo algún tipo de soborno.


—Bueno, es cierto que he negociado un poco con Pedro, pero no es culpa suya, Paula —le dijo su padre.


—Papá, estoy cansada de que intentes siempre organizarme la vida.


Hernan se levantó y se acercó a ella.


—Escúchame, hija, no estoy intentando organizarte la vida.


—Claro que sí, aunque creo que no te das cuenta. En parte ha sido culpa mía porque he permitido que me des un trabajo y estoy viviendo en tu casa, pero voy a dejar de hacerlo.


—Me alegro, hija, pero no tienes por qué enfadarte conmigo. Solo quiero lo mejor para ti y sé cómo…


—No, papá, no sabes nada. Dimito. No voy a seguir trabajando para ti ni viviendo en tu casa.


—No deberías dejar tu trabajo sin haber encontrado otro antes —le dijo su padre.


—No es tu problema, papá. Voy a recuperar las riendas de mi vida y a tomar mis propias decisiones a partir de ahora.


Hernan sacudió la cabeza.


—Mira que eres cabezota. Habla con ella, Pedro.


—Paula —dijo este.


—Ahora no quiero hablar contigo.


—Cariño, estás exagerando —añadió él.


Paula no estaba de acuerdo.


—No estoy exagerando. Si hubieses sido tú el que nos hubieses sorprendido a tu madre y a mí haciendo lo mismo, también te habrías enfadado. ¿Por qué los hombres pensáis que podéis organizarme la vida a mis espaldas?


—No pensamos eso —le dijo Pedro.


—Entonces, ¿por qué te estabas tomando una copa con mi padre y diciéndole que ibas a pedirme que me casara contigo? —inquirió.


—Porque quiero que seas mi esposa —respondió Pedro—. Es evidente. Y sé que tú también lo quieres, porque no eres de las mujeres que se acuesta con un hombre si no quiere casarse con él —añadió, acercándose para que solo lo oyese ella.


Paula dio un grito ahogado y retrocedió antes de darle una bofetada. ¡Cómo se atrevía!


—No puedo creer que me hayas dicho eso. No quiero seguir hablando contigo. Cena con mi padre y cerrad el trato con respecto al club, pero a mí dejadme fuera, Pedro Alfonso.


Y dicho aquello se dio la media vuelta y salió del club. Una vez fuera, estuvo a punto de derrumbarse. Estaba cansada, enfadada y tan dolida que solo quería hacerse un ovillo y morirse.


Oyó que la puerta se abría tras de ella. Se giró con la esperanza de ver a Pedropero en su lugar apareció un hombre moreno al que no conocía.


Fue hasta su coche y lo puso en marcha. No sabía adónde ir y terminó en un hotel de carretera. Alquiló una habitación y se sentó en la cama intentando no llorar.


Ni siquiera después del accidente se había sentido tan rota por dentro.


Se tumbó, se abrazó a la almohada y empezó a llorar.


Pero pronto se dijo que no podía quedarse allí sin hacer nada. Tenía que poner en marcha un plan. Al día siguiente se llevaría las cosas de casa de su padre y llamaría a su jefe de Starwood. Era una empresa internacional, así que seguro que podía ofrecerle trabajo fuera de Royal, porque había llegado el momento de marcharse.


Aquella sería la única manera de que su padre se diese cuenta de que iba en serio y de que no iba a permitir que siguiese dirigiendo su vida.


Tomó el cuaderno que había en la mesita de noche y empezó a hacer una lista, pero su mente pronto pasó a pensar en Pedro.


¿Por qué no le había pedido directamente que se casase con él? Quería desenamorarse de él, pero sabía que aquella herida iba a tardar un tiempo en cerrarse.


NUEVO ROSTRO: CAPITULO 28




Era casi la hora de la comida cuando Paula oyó el teléfono.


Deseó que fuese Pedro para decirle que la reunión había terminado y que podían comer juntos.


—Hola, Paula, soy Margarita Alfonso. Quería hablar contigo de las chaquetas que estoy haciendo para el siguiente desfile, ¿tienes algo de tiempo?


—La verdad es que tengo la hora de la comida libre. ¿Te viene bien? —le preguntó Paula a la madre de Pedro.


—Sí. He hablado con Norma Jones, que está en la junta del hospital, y le gustaría que ampliásemos el desfile a todos los niños, no solo a los de la unidad de quemados —le contó Maggie.


—Me parece bien. Hablaremos con ella también.


—Había pensado en llamarla hoy y preguntarle si puede venir a vernos.


—De acuerdo. ¿Quedamos en el Royal Dinner dentro de cuarenta y cinco minutos?


—Perfecto, espero que no te moleste que haya preparado esta reunión.


—En absoluto. El otro día salió todo fenomenal y todo el mundo disfrutó mucho, así que quería organizar otro desfile —le dijo Paula—. Tengo un par de ideas que podríamos utilizar para la próxima vez.


—Estoy deseando oírlas —le contestó Maggie—. Hasta dentro de un rato.


Paula colgó el teléfono pensando en lo ocupada que estaba últimamente. Había cambiado mucho desde la operación, de la que solo hacía unas semanas. Antes de esta, se había limitado a trabajar desde el despacho de casa y a montar a caballo sola.


Su vida nueva le encantaba.


Trabajó un rato más y luego tomó el coche para ir a comer.


Aparcó, pero cuando iba a entrar, recordó que alguien de allí había hecho correr el rumor de que Pedro solo quería vengarse de ella y dudó un instante antes de decirse que no iba a permitir que un cotilleo la disgustase.


Se puso bien recta y entró en la cafetería con la cabeza alta. 


Pidió una mesa cerca de la ventana para poder ver a Maggie cuando llegase.


Una de las camareras la miró fijamente y ella le aguantó la mirada hasta que la chica se acercó a ella y le dijo:
—Me suena tu cara, pero no sé quién eres. ¿Nos conocemos?


—No lo sé, soy Paula Chaves.


—Yo, Lucy Bell, creo que fuimos al instituto juntas.


—Sí —respondió Paula—. Estuvimos juntas en el grupo de animadoras.


—Es verdad. Acabo de volver a Royal.


Estuvieron charlando unos minutos más y decidieron quedar a tomar algo.


Lucy estaba en contacto con las demás animadoras y quedaban todas las semanas, e invitó a Paula a unirse a ellas la siguiente vez que se reunieran.


Lucy se marchó cuando llegó Maggie.


—Vamos a pedir y luego te enseñaré los dibujos que he hecho. Creo que podría haberlo hecho mejor la vez anterior si hubiese sabido cómo eran los vendajes — comentó Maggie.


—Fue perfecto.


Las dos mujeres pidieron una ensalada y una Coca-Cola light y hablaron de moda. Decidieron ponerse en contacto con los padres de los niños que estaban en la unidad de quemados y en la de oncología.


—¿Quieres que los llame yo? —sugirió Maggie.


—Sería estupendo, porque yo tengo mucho trabajo.


—¿A qué te dedicas?


—Soy analista financiero en Chaves Construction —contestó Paula, sintiéndose avergonzada por trabajar para su padre—. Trabajaba en una cadena hotelera, pero después del accidente.


—No hace falta que me des explicaciones. Es impresionante todo lo que haces, teniendo en cuenta todo lo que has pasado.


Paula se ruborizó.


—Tú también acabas de salir del hospital.


—Es diferente, no tiene nada que ver con recuperarse de un accidente tan grave. Espero que no te importe que te lo diga así.


Paula sonrió. Maggie le recordaba mucho a Pedro. Ambos eran igual de directos.


—No. Pedro se parece mucho a ti.


—Estoy de acuerdo en eso. Y odio que viva tan lejos de aquí. Lo echo mucho de menos.


—Seguro que sí. Podríamos intentar encontrar la manera de que venga más a menudo.


—¿Las dos?


—Sí. Yo también quiero que pase más tiempo aquí —le dijo Paula—. Sé que no lo traté como se merecía en el instituto, pero he cambiado y tu hijo me importa mucho.


—Me alegro. Tenía la esperanza de que surgiese algo entre vosotros —comentó Maggie.


—Yo también.


Las dos disfrutaron del resto de la comida y Paula se dio cuenta de lo segura que se sentía de sí misma y de su nueva relación con Pedro. Había tenido que pasarlo muy mal para llegar hasta aquel momento de su vida, pero había merecido la pena.



****


Era la reunión más complicada en la que había estado Pedro.


Abby había hecho algún que otro comentario negativo acerca de todos los puntos de su proyecto y se preguntó si lo hacía solo porque le gustaba llevar la contraria en todo o porque pensaba que estaba allí para aprovechar la ocasión y vengarse por su amiga.


Prefirió darle el beneficio de la duda e intentó pensar que Abby solo quería lo mejor para el club, pero tuvo la sensación de que tanto ella como el resto de las mujeres deseaban tanto tener los mismos derechos que los hombres en el club que iban a convertir cualquier decisión en una guerra.


Cuando la reunión hubo terminado, fue a tomar una copa al bar con Brad. No hacía ni un minuto que este se había marchado cuando se le acercó Hernan.


—¿Qué estás tomando? —le preguntó.


—Whisky solo —respondió él.


—Yo me tomaré otro… que sea doble, por favor —le dijo Hernan al camarero—. Vamos a alguna parte donde podamos hablar sin interrupciones.


Pedro supo que, al menos, le tenía que decir a Hernan que,
independientemente de lo que él dijese, le iba a pedir a Paula que se casase con él.


De manera que asintió y lo siguió hacia una zona más resguardada de la vista de los demás en la que había varios sillones de cuero marrón y se sentó de espaldas a la puerta.


Hernan lo siguió poco después.


—Qué infierno de reunión —comentó.


—Estoy de acuerdo. Dudo que después de hoy todas las personas que querían formar parte del club sigan haciéndolo.


—Yo creo que esas mujeres están convencidas de que ha llegado su momento. Me han gustado tus ideas. Parece que sabes qué es lo que necesita el club.


—Gracias, señor —le dijo Pedro, que había pensado que Hernan iría directo al grano y le hablaría de Paula.


—Sigo queriendo participar en el proyecto.


—Lo sé, todavía no hemos llegado a ese punto, pero lo tendré en mente cuando ocurra, no lo olvidaré.


—Bien. Ahora tenemos que hablar de Paula y tú.


—¿Qué pasa con nosotros? Somos adultos. Tengo un buen trabajo y, sin duda alguna, puedo mantener su nivel de vida.


—Se rumorea que solo has venido a Royal a vengarte.


—No es cierto. Ya he hablado de eso con Paula. Cuando me marché de Royal lo hice enfadado, es cierto, pero soy un hombre al que le gusta mirar al futuro, no al pasado.


Hernan asintió.


—Yo quiero creerte, hijo. De hecho, te creo, pero no sé si Paula también lo hará.


—Lo hace —le aseguró él, contento de haber hablado ya con ella—. ¿Es esa tu única preocupación?


—No. Aunque no hayas venido a vengarte, sé que vives en Dallas. Así que quiero que me des tu palabra de que no la vas a engañar.


—Hernan, esta conversación denota lo poco que me conoces. No voy a prometerte nada.


Se guardaba todas las promesas para Paula. Dio un trago a su copa y se frotó la nuca.


—He accedido a hablar contigo porque voy a casarme con ella, con o sin tu permiso, y quería asegurarme de que no hubiera rencor entre ambos.


—Eso me gusta. Si te casas con Paula podríamos pensar en fusionar nuestras empresas. Me gusta como suena, Chaves-Alfonso Builders.


—No me interesa fusionar nuestras empresas —le contestó Pedro, que había trabajado muy duro para llegar donde estaba y quería seguir siendo su propio jefe.


—Podría ponéroslo muy difícil si no aceptas mis condiciones —le advirtió Hernan.


Pedro no daba crédito a lo que acababa de oír y estaba empezando a enfadarse.


—No me fusionaría con tu empresa ni aunque me ofrecieses a Paula en bandeja de plata.


Hernan asintió y luego se echó hacia delante y le hizo un gesto a Pedro para que se acercase a él.


—Ahora ya veo que eres sincero y que Paula te importa. ¿La quieres?


—Eso se lo tengo que decir a ella antes que a nadie, pero te aseguro que la cuidaré —Pedro añadió—. Voy a pedirle que se case conmigo esta noche.


—En ese caso, cenaré con vosotros —dijo Hernan.


Pedro no daba crédito.


—No, quiero pedírselo en privado —le contestó Pedro.


—Está bien, pero me pasaré a veros cuando vayáis por el postre. Y el tema de la fusión no está zanjado —le advirtió Hernan.


Pedro puso los ojos en blanco. Harrison iba a ser un suegro insoportable.


—¿Esto es lo que hiciste con Paula hace catorce años, presionarla y presionarla hasta que obedeció?


—Sí —admitió Hernan sonriendo.


Pedro se quedó pensativo un minuto, luego se terminó la copa y dejó el vaso en la mesa que tenía delante.


—Supongo que si me has dado la mano de tu hija, lo menos que podemos hacer es hablar de la fusión.


—Sabía que acabarías viéndolo como yo —dijo Hernan, tendiéndole la mano—. Comercialmente tiene sentido y siempre fuiste muy cariñoso con Paula, así que, con mi aprobación, lo tendrás más fácil para que te diga que sí.



****


Pedro oyó un grito ahogado.


Levantó la cabeza y vio a Paula vestida con un vestido negro ajustado, llevaba el pelo recogido y los labios pintados de rojo.


—Eh, nena, qué sexy estás esta noche.


—No me hables así.


Era evidente que estaba enfadada, pero Pedro no sabía por qué. Había pensado que le alegraría ver que su padre y él empezaban a llevarse bien.