sábado, 22 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 11





Paula se despertó a las cinco de la madrugada, se vistió para ir montar y fue a los establos a por su casco. Montar a caballo era una de las actividades que había podido seguir haciendo a pesar de las cicatrices. Atravesó Royal en coche. 


El tiempo era cálido, pero a esas horas todavía no hacía calor.


Llegó al aparcamiento y vio a Pedro apoyado en su Porsche. Era un coche llamativo, y ese debía ser el motivo por el que lo había llevado. Le sentaba bien el éxito y ella se arrepintió de haber permitido que su padre la convenciese para que dejase de salir con él. Si hubiesen seguido juntos, habría tomado otro camino en la vida, con él.


—Buenos días —lo saludó al salir del coche.


Tuvo un bonito Audi descapotable, pero en esos momentos tenía un enorme Cadillac que le había regalado su padre. Era un coche pesado y uno de los más seguros del mercado.


—Buenos días. Hace años que no monto a caballo —confesó Pedro acercándose a ella—. Tú vas vestida como para un pase de modelos.


—De eso nada —respondió ella—. Espera, voy a sacar el casco y la fusta del maletero.


—Tómate tu tiempo. Nos están preparando los caballos. Mi madre nos ha puesto algo de desayuno para que hagamos un picnic.


Pedro estaba muy sexy esa mañana. Paula había soñado con él esa noche, con el beso que se habían dado delante de los flamencos. Quería mucho más que besos de su parte, pero no sabía qué pensaba él.


Probablemente, que era solo una vieja amiga con la que podía pasar algo de tiempo antes de marcharse de Royal. Seguro que no la veía como a una mujer con la que tener una relación. Y eso se debía en parte a su pasado y a cómo lo había tratado ella.


—Qué detalle —comentó, sacando sus cosas y volviendo al lado de Pedro.


—Creo que tiene la esperanza de que nos enamoremos y le demos nietos.


A Paula se le cayó la fusta de la mano al oír aquello.


—¿Qué? Si ni siquiera salimos juntos.


Pedro se echó a reír.


—Lo mismo le he dicho yo. Ella me ha dicho que de esperanza también se vive, y luego me ha guiñado un ojo y se ha echado a reír.


Paula rio también, aunque en el fondo tenía miedo. No quería pensar en el futuro. Había pasado una época muy dura y en esos momentos solo quería disfrutar del momento con él.


Una parte de ella quería encerrarse en casa de su padre, en su habitación. Cerrar la puerta con cerrojo para no correr riesgos. Tal vez para cualquier otra persona, que un hombre tan sexy le hablase de amor y bebés fuese lo ideal, pero para ella, no.


Todavía no estaba del todo recuperada y, en ocasiones, tenía la sensación de que nunca iba a estarlo.


—Yo no… —empezó.


—No te preocupes. No voy a intentar convencerte de que te cases conmigo.


Paula lo miró. Llevaba unos vaqueros ajustados y una camiseta lisa de color negro, anodina y, al mismo tiempo, reveladora del hombre que era en realidad.


Podía ir en Porsche y tener una empresa que, según su padre, valía mil millones de dólares, pero en el fondo seguía siendo su hombre.


Si hubiesen pasado seis meses desde su recuperación, probablemente habría hecho todo lo que hubiese estado en su mano para conseguir casarse con él, pero en esos momentos no estaba preparada.


—No es por ti. Es que todavía no puedo creerme que haya recuperado mi vida.


—Y no estás preparada para comprometerte. Lo sé. Solo estamos viéndonos y recuperando un poco nuestra amistad —le dijo él.


Paula intentó leer su lenguaje corporal y ver si él quería algo más que una amistad, pero le fue imposible.


Un caballo relinchó y ambos se giraron y vieron a Tomas, el dueño de los establos, acercándose a ellos con un caballo color castaño.


—Señor Alfonso, su caballo ya está listo.


—Gracias, Tomas.


—Ana saldrá con el tuyo enseguida, Paula —le dijo a ella—. Estás muy bien sin todas esas vendas.


—Gracias, Tomas —respondió ella.


—De nada. Mi esposa Ana ha rezado mucho por ti. Se va a alegrar al ver que estás completamente recuperada.


—Muchas gracias, no sabes cuánto significa eso para mí.


Tomas asintió y se alejó.


Paula se abrazó por la cintura y se dio cuenta de que, a pesar de haberse sentido muy sola durante los tres últimos años, no lo había estado en realidad.


Pedro montó a su caballo como si llevase haciéndolo toda la vida, luego le dio un paseo por allí y volvió a acercarse a Paula justo cuando Anne llegaba con su caballo, Buttercup.


Paula lo acercó al escalón, se puso el casco y lo montó. No necesitaba el casco para dar un paseo, pero los médicos le habían dicho que debía protegerse y ella ya se había acostumbrado a hacerlo. Formaba parte de su rutina.


—Ve tú delante —le dijo Pedro.


Paula lo miró por encima del hombro e hizo avanzar al animal. Pedro la siguió por un camino que había entre los árboles, detrás de los establos, y cuando hubo el espacio suficiente, se puso a su lado.


—¿Vienes mucho aquí? —le preguntó con sincero interés.


—Tres veces por semana. Durante un tiempo, ha sido lo único que podía hacer. Tomas y Ana no me miraban raro. Y me ayudaban a subir al caballo cuando todavía no era capaz de hacerlo sola.


—¿Y no era peligroso? —quiso saber Pedro, preocupado.


—¿El qué?


—Montar a caballo, si todavía no podías andar bien.


Ella negó con la cabeza y pensó en lo débil que había estado al principio.


—Tomas me seguía a una cierta distancia.


—¿Por qué no iba directamente a tu lado?


—Porque necesitaba estar sola —le contestó Paula, estirando de las riendas para detener a Buttercup.


Pedro se detuvo a su lado y Paula recordó los primeros paseos, cuando había pasado todo el tiempo llorando, embargada por la emoción de poder estar al aire libre, haciendo algo normal.


Pedro alargó la mano para tomar la suya.


—Siento que tuvieses que pasar por todo eso sola.


—Tenía que hacerlo. O me demostraba a mí misma que era capaz, o desaparecía del mundo y me quedaba encerrada en casa de mi padre durante el resto de mi vida.


—Pero ahora ya estás bien, ¿cuándo te vas a marchar de allí? —le preguntó Pedro.


—Tienes razón, estoy bien y volveré a mi casa en un par de semanas. No quiero que pienses que soy débil. Los médicos me dijeron que no me fuese a vivir sola cuando me dieran el alta… y papá tampoco quería perderme de vista. Es normal, estuve a punto de morir.


Pedro se inclinó y la abrazó. La besó apasionadamente. 


Luego volvió a ponerse recto y golpeó al caballo con los talones para que se pusiese a trotar. Ella lo vio alejarse e hizo que Buttercup lo siguiese.


Tenía la sensación de que a Pedro no le gustaba oír lo que había estado a punto de pasarle. No se lo había contado a nadie, pero Pedro era la primera persona que la había hecho sentir que la habría echado de menos si hubiese muerto en el hospital después del accidente.


Y a pesar de lo que se había dicho a sí misma un rato antes, se dio cuenta de que, en realidad, sí que quería tener una relación seria con él. Se sentía casi segura soñando con un futuro a su lado, y tal vez con hijos. Y todo eso era gracias a Pedro.








NUEVO ROSTRO: CAPITULO 10




—¿Crees que puedes hacerlo? —le preguntó Brad Price.


Pedro estaba tomándose una pinta de cerveza con él en el club, discutiendo las ventajas y los inconvenientes, y el precio, de la reforma del Club de Ganaderos de Texas.


A Brad, que siempre había sido de constitución atlética, lo habían tratado bien los años.


Además, hasta alguien que no lo conociese enseguida se daría cuenta de que procedía de una familia adinerada, que había pertenecido al club desde hacía mucho tiempo.


—Por supuesto que puedo —le respondió Pedro—. Estamos trabajando en el proyecto, tal y como quedamos, y tendré el informe en cuanto lo hayan terminado.


Pienso que lo más acertado será que el club tenga unas instalaciones nuevas.


—Yo también. Quiero que nuestra generación deje huella en él. Cuando entro en el comedor me siento como si tuviese dieciséis años, y lo que quiero es que podamos sentir que el club nos pertenece.


—¿Debería preocuparme por las próximas elecciones? —le preguntó Pedro.


No quería matarse a trabajar en un proyecto para nada, si Brad no era elegido presidente.


—¿Por qué me lo preguntas? —quiso saber Brad.


—Por si no resultas elegido.


—Eso es una blasfemia —comentó Brad sacudiendo la cabeza—. Estamos en Royal, Texas, no en una gran ciudad como Dallas. Nuestros miembros no van a votar a una mujer. Ella solo es miembro porque todos queríamos mucho a Richard.


Pedro se frotó la nuca.


—Qué noticia.


—En serio. Aquí todos dependíamos de él. Para ti es diferente, Pedro, porque eres nuevo en el club, pero para los de siempre, que crecimos con un Langley en el club. No supimos qué hacer. La vieja guardia se puso sentimental.


—Así que decidió invitar a Abby a formar parte del club, sin sospechar que iba a ponerlo todo patas arriba y que iba a presentarse a las elecciones.


—Exacto —dijo Brad, dándole un sorbo a su cerveza—. ¡Mujeres!


Pedro levantó su vaso para brindar y luego bebió. A él le daban igual los cambios que las mujeres hiciesen en el club. Pensaba que ya iba siendo hora de que las mujeres también tuviesen sus derechos allí. Tal y como Brad había dicho, ya no estaban en la época de sus padres.


—Entonces, ¿tú estás bien? —le preguntó, pensando en la discusión que le había visto tener con Zeke la noche anterior.


A Brad pareció incomodarle la pregunta.


—Sí. ¿Por qué me lo preguntas?


—Porque anoche te vi discutir con Zeke a la hora de la cena. Y tú no sueles perder nunca los nervios…


Pedro no dijo más, no quería insistir, pero había sido amigo de Brad en la universidad y, si tenía algún problema, lo ayudaría.


—No fue nada. Una discrepancia sin importancia sobre un asunto que no tiene nada que ver con el club —le contestó Brad—. Yo también me fijé en que estabas cenando con una mujer.


—Paula Chaves.


—No sabía que estuviese completamente recuperada. Tuvo un accidente muy grave. Su padre se quedó destrozado cuando ocurrió. Pasó muchas noches bebiendo en el club —le contó—. La chica está muy bien.


—Ayer le quitaron las vendas después de la última operación. Lo celebramos cenando juntos. Y, sí, está muy bien.


—Me alegro, la verdad es que no he mantenido el contacto con ella a lo largo de los años, pero ya veo que tú sí —comentó Brad.


Nadie sabía que el padre de Paula la había obligado a dejar de salir con Pedro y este siempre había contado que se habían distanciado cuando él se había marchado a estudiar a Austin. ¿Cómo iba a ir contando por ahí que no era suficiente para ella?


—La verdad es que no. Nos encontramos por casualidad en el hospital —le dijo Pedro.


Brad asintió.


—Cuando fuiste a ver a tu madre, ¿no? ¿Ya está mejor?


—Los médicos siguen sin saber qué le pasa a su corazón. Me han sugerido que venga a verla más.


—Tal vez deberías hacerlo.


Pedro se encogió de hombros.


—Siempre he querido más de lo que Royal podía ofrecerme —comentó.


Y todavía era así. Aunque Paula le interesaba mucho y ella estaba allí.


—¿Y sigues queriendo más? —le preguntó Brad—. Esta ciudad está cambiando.


—Tú mismo acabas de decir que esto no es Dallas —le recordó Pedro.


A él le gustaba Dallas, que era más metropolitana que el resto del estado, sin duda, mucho más que Royal. Allí daba igual si procedías de una familia rica o pobre.


—Para ti la vida aquí sería diferente. Aunque no vayamos a tener a una mujer de presidente del club.


—Si tú lo dices.


En el fondo, Pedro sabía que había muchas cosas que no habían cambiado.


Todavía había personas como Hernan Chaves que estaban dispuestas a recordarle de dónde procedía y a echarlo del club.


Al fin y al cabo, aquello era Royal. Una ciudad que había sido rica en petróleo y donde los valores texanos eran muy importantes. Dudaba que alguien que no hubiese vivido nunca allí pudiese entenderlo, porque Texas era diferente. Los hombres seguían abriéndoles las puertas a las mujeres, las cuidaban y anteponían a Dios y el fútbol a todo lo demás.


Pedro sacudió la cabeza al pensarlo.


—Gracias por venir a hablar conmigo, Pedro —le dijo Brad.


—De nada. Tendré el coste aproximado de la reforma esta noche. El presupuesto de las instalaciones nuevas tardará un poco más.


—No pasa nada.


Se terminaron las cervezas y Pedro se marchó, dejando a Brad con otro miembro del club que se había acercado a hablar con él. A pesar de que le hubiesen dado todos los privilegios de un miembro honorario, Pedro seguía sintiéndose como un extraño.


Vio a Abby en la puerta y se preguntó si ella también se sentiría así. Le sonrió y le dijo adiós antes de marcharse.


Entonces pensó que la situación con Paula era parecida a la del club y Abby.


Paula quería creer que el mundo había cambiado a su alrededor y que, dado que él tenía dinero, su padre no volvería a interferir entre ambos, pero Pedro sospechaba que no iba a ser así.


Le sonó el teléfono móvil cuando se estaba sentando en el coche y miró la pantalla antes de responder. Era un número de Royal, pero no sabía de quién.


—¿Dígame?


—¿Pedro? Soy Paula.


—Hola. ¿Qué puedo hacer por ti?


—Yo… quería saber si te gustaría dar un paseo a caballo mañana por la mañana.


—¿En tu rancho?


—No, en los establos de Tomas. ¿Sabes dónde es?


—Sí. ¿A qué hora?


—A las seis de la mañana —le dijo ella.


—Es muy temprano, pero allí estaré.


—Adiós.


Paula colgó antes de que a Pedro le diese tiempo de despedirse. Se metió el teléfono en el bolsillo. Hacía años que no montaba a caballo, pero no iba a decírselo a Paula.


Aquello era lo que había querido que hiciese cuando habían salido juntos en el instituto. Que tomase la iniciativa en su relación.






viernes, 21 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 9




Cuando Paula había despertado por primera vez en el hospital, tres años atrás, no había querido vivir. No podía describir el dolor que había sentido a alguien que no hubiese pasado por algo semejante, solo sabía que había querido morirse. Y había pasado los primeros días envuelta en una agonía de lágrimas y melancolía. Entonces, el doctor Webb le había sugerido que saliese de su habitación y fuese a la unidad infantil de quemados.


Con una visita había sido suficiente para dejar de sentirse tan mal. Se había quedado sorprendida con cómo los niños, algunos en peor estado que ella, aguantaban al pie del cañón. Desde entonces, iba a verlos al menos una vez por semana.


Paula entró en la zona de quemados del hospital como siempre, sintiéndose como si llegase a casa. Tenía un trabajo de verdad, era analista financiera en Chaves Construction, pero allí era realmente adonde pertenecía.


Fue primero a la zona de juegos, donde los niños podían jugar sin que nadie los mirase. Sara, que con doce años se había quemado todo el lado izquierdo del cuerpo en el incendio de su casa, fue la primera en ver a Paula. El pelo no volvería a crecerle, a pesar de las operaciones por las que había pasado, pero Paula había llegado al hospital mucho peor que ella.


—Eres preciosa —comentó la niña sonriendo de oreja a oreja—. Decías que antes habías sido guapa, pero ahora eres mucho más que guapa, Paula.


—Gracias. La verdad es que antes de que me quitasen las vendas tenía mucho miedo. Tanto, que casi no podía ni mirarme al espejo.


—El doctor Webb me ha dicho que si tú podías recuperarte, yo también podría hacerlo.


Paula sabía que la niña había esperado nerviosa a ver el resultado de su operación para saber si ella también podría superar aquello.


—Qué bien. Seguro que al final terminas todavía más guapa que yo, porque ya lo eres —le dijo a la niña, acariciándole la cabeza.


Sara sonrió y le dio un abrazo.


—Te he traído unas revistas de moda.


—¡Bien! Tengo una amiga nueva: Jen. Llegó ayer y está muy triste, Paula.


—Lo siento mucho. ¿Cómo piensas que podríamos animarla?


—Tal vez con una sesión de belleza, como hiciste conmigo —le sugirió Sara.


Paula asintió.


Casi un año antes, cuando estaba anímicamente en su peor momento, había tenido un momento de inspiración. O tal vez, de pura testarudez. En vez de sentirse horrible, había decidido pasar la tarde divirtiéndose con las niñas. Había llamado a una clínica de belleza y había pedido que les hiciesen la pedicura a todas.


—Tardaré un par de días en organizarlo. ¿Cuándo le darán en alta?


—Va a estar aquí al menos tres semanas. Y yo también —le contó Sara.


—Estupendo, lo organizaré.


—Gracias, Paula. Ahora, ¿vemos esas revistas?


Paula le dio el montón de revistas a la niña y se sentó a su lado en el sofá mientras esta las hojeaba. Hablaron de ropa y eso le dio la idea de hacer también un pequeño desfile en la unidad. Cualquier cosa sería mejor que los horribles pijamas de hospital que todos los niños llevaban puestos.


Entonces se acordó de que la madre de Pedro era costurera y decidió pedirle ayuda para diseñar la ropa. Tendrían que ser ligera y amplia para que cupiesen los vendajes. Y así fue como Paula empezó a entusiasmarse con la idea.


Ojalá a la madre de Pedro también le gustase.


Dejó la unidad una hora después y salió al calor de la calle.


—Paula —la llamó Pedro justo antes de que llegase a su coche.


—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó ella, girándose a mirarlo.


Iba vestido con pantalones de pinzas, camisa y corbata.


—He venido a recoger a mi madre. Le han dado el alta.


Parecía muy contento de que su madre se estuviese recuperando, lo que era normal. Paula sabía que estar en el hospital no era nada divertido. Y tener que ir de visita, tampoco.


—Qué noticia tan buena —le dijo.


Se miró el reloj y se dijo que podría entretenerse otra hora más, así ayudaría a Pedro con su madre.


—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó, volviendo a cerrar el coche con el mando.


Pedro inclinó la cabeza.


—Esta mañana he tenido una fuerte discusión con tu padre.


—¿Ha tenido algo que ver conmigo? —preguntó ella, con la esperanza de que no fuese así.


No quería que su padre se inmiscuyese en su vida privada y, si lo hacía, tendría que hablar seriamente con él.


—No. Ha sido por un tema de trabajo. No quería que me olvidase de que le había dicho que le echaría un vistazo a sus ofertas —le contó Pedro.


—Entonces, me da igual. Yo solo le hago las hojas de cálculo y le doy las cifras que necesita… Oh, no, espero que ninguna de esas cifras le haya hecho perder un concurso.


—Por supuesto que no. Y creo que es buena idea que no te impliques más. Tu padre es como un toro en todo lo que se refiere a su empresa de construcción —le dijo Pedro—. Yo me mantendría al margen si pudiera. Tenía que haberme dado cuenta de que volver a Royal no iba a ser tan fácil como pensaba.


—Sí. Además, el club es en estos momentos un tema controvertido. Cada cual tiene sus ideas acerca de lo que se debería hacer con él —le dijo Paula—. Pregúntaselo a Abby. Está esforzándose mucho en hacer cambios en el club, pero
nunca pensó que sería tan difícil.


—Bueno, yo solo he venido a hacer una oferta. No sé si soportaría a la vieja guardia si fuese ella.


—Tiene su manera de manejarlos —comentó Paula.


Abby era una mujer perseverante y no pararía hasta conseguir que las mujeres pudiesen ser miembros del club.


—¿Con firmeza y tenacidad?


Paula se echó a reír. Sí, así era su amiga.


—No va a retroceder.


—Me recuerda a otra persona que conozco.


—¿A quién?


—A ti —le respondió él, dándole la mano y llevándola hacia el hospital—. Nunca te has rendido.


—¿Te refieres a las operaciones?


—Sí, y al hecho de no haber permitido que todo lo ocurrido te amargase la vida. No sabes lo loable que me parece eso —le dijo Pedro.


A Paula le conmovió oír aquello. Había habido ocasiones en las que había deseado encerrarse en su habitación y no volver a salir, pero siempre había tenido un motivo para no hacerlo. Sobre todo, desde que el doctor Webb le había pedido que fuese a la unidad infantil de quemados. Esos niños le daban muchas fuerzas. No obstante, no quería contarle eso a Pedro. Todavía no. Aún estaban intentando
conocerse otra vez.


Lo siguió hasta la habitación de su madre, que estaba sentada en la cama, vestida con unos vaqueros y una camiseta sin mangas.


—Ya era hora de que vinieras.


—Lo siento, mamá. Me he entretenido en el trabajo y luego, con Paula. Va a hacerte un poco de compañía mientras yo voy a por el informe de alta —le dijo él, dándole un beso en la mejilla antes de volver a salir de la habitación.


—Tienes buen aspecto —le dijo Margarita a Paula en tono un tanto frío.


—Gracias. Me encuentro bien —respondió ella—. ¿Y tú?


—Mucho mejor. El médico está preocupado por mi corazón, pero estoy bien.


—¿Seguro? —preguntó Paula, sabiendo que Pedro se quedaría destrozado si le ocurría algo a su madre.


—Sí.


Era evidente que Margarita no la había perdonado por haber dejado a su hijo como lo había hecho. Y Paula estaba empezando a darse cuenta de las consecuencias de sus actos. La vieja Paula habría tirado la toalla, pero la nueva estaba decidida a conseguir que Margarita volviese a confiar en ella.


—Me vendría bien tu ayuda. Creo recordar que te gustaba coser.


—Y sigue gustándome —respondió Margarita, poniéndose a la defensiva—. No sé qué tiene eso que ver contigo.


—Bueno, tengo unos amigos en la unidad infantil de quemados y necesito que alguien que sepa coser me ayude. ¿Te interesaría?


—Tal vez. Cuéntame más.


—Quiero organizar un día de belleza en la unidad y creo que podríamos copiar algunos vestidos de las revistas. No puedo comprar directamente la ropa porque esos niños tienen la piel muy sensible. Si te interesa, hablaré con el doctor Webb y con algún otro especialista para ver qué tipo de tela podemos utilizar.


—Me encantaría ayudaros —admitió Margarita—. Necesito tener algo que hacer en casa.


—Estupendo.


Pedro volvió unos segundos después con un camillero y una silla de ruedas y se marcharon del hospital. Cuando le preguntó a Paula que si podían cenar juntos de nuevo esa noche, ella le respondió que sí.