sábado, 22 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 10




—¿Crees que puedes hacerlo? —le preguntó Brad Price.


Pedro estaba tomándose una pinta de cerveza con él en el club, discutiendo las ventajas y los inconvenientes, y el precio, de la reforma del Club de Ganaderos de Texas.


A Brad, que siempre había sido de constitución atlética, lo habían tratado bien los años.


Además, hasta alguien que no lo conociese enseguida se daría cuenta de que procedía de una familia adinerada, que había pertenecido al club desde hacía mucho tiempo.


—Por supuesto que puedo —le respondió Pedro—. Estamos trabajando en el proyecto, tal y como quedamos, y tendré el informe en cuanto lo hayan terminado.


Pienso que lo más acertado será que el club tenga unas instalaciones nuevas.


—Yo también. Quiero que nuestra generación deje huella en él. Cuando entro en el comedor me siento como si tuviese dieciséis años, y lo que quiero es que podamos sentir que el club nos pertenece.


—¿Debería preocuparme por las próximas elecciones? —le preguntó Pedro.


No quería matarse a trabajar en un proyecto para nada, si Brad no era elegido presidente.


—¿Por qué me lo preguntas? —quiso saber Brad.


—Por si no resultas elegido.


—Eso es una blasfemia —comentó Brad sacudiendo la cabeza—. Estamos en Royal, Texas, no en una gran ciudad como Dallas. Nuestros miembros no van a votar a una mujer. Ella solo es miembro porque todos queríamos mucho a Richard.


Pedro se frotó la nuca.


—Qué noticia.


—En serio. Aquí todos dependíamos de él. Para ti es diferente, Pedro, porque eres nuevo en el club, pero para los de siempre, que crecimos con un Langley en el club. No supimos qué hacer. La vieja guardia se puso sentimental.


—Así que decidió invitar a Abby a formar parte del club, sin sospechar que iba a ponerlo todo patas arriba y que iba a presentarse a las elecciones.


—Exacto —dijo Brad, dándole un sorbo a su cerveza—. ¡Mujeres!


Pedro levantó su vaso para brindar y luego bebió. A él le daban igual los cambios que las mujeres hiciesen en el club. Pensaba que ya iba siendo hora de que las mujeres también tuviesen sus derechos allí. Tal y como Brad había dicho, ya no estaban en la época de sus padres.


—Entonces, ¿tú estás bien? —le preguntó, pensando en la discusión que le había visto tener con Zeke la noche anterior.


A Brad pareció incomodarle la pregunta.


—Sí. ¿Por qué me lo preguntas?


—Porque anoche te vi discutir con Zeke a la hora de la cena. Y tú no sueles perder nunca los nervios…


Pedro no dijo más, no quería insistir, pero había sido amigo de Brad en la universidad y, si tenía algún problema, lo ayudaría.


—No fue nada. Una discrepancia sin importancia sobre un asunto que no tiene nada que ver con el club —le contestó Brad—. Yo también me fijé en que estabas cenando con una mujer.


—Paula Chaves.


—No sabía que estuviese completamente recuperada. Tuvo un accidente muy grave. Su padre se quedó destrozado cuando ocurrió. Pasó muchas noches bebiendo en el club —le contó—. La chica está muy bien.


—Ayer le quitaron las vendas después de la última operación. Lo celebramos cenando juntos. Y, sí, está muy bien.


—Me alegro, la verdad es que no he mantenido el contacto con ella a lo largo de los años, pero ya veo que tú sí —comentó Brad.


Nadie sabía que el padre de Paula la había obligado a dejar de salir con Pedro y este siempre había contado que se habían distanciado cuando él se había marchado a estudiar a Austin. ¿Cómo iba a ir contando por ahí que no era suficiente para ella?


—La verdad es que no. Nos encontramos por casualidad en el hospital —le dijo Pedro.


Brad asintió.


—Cuando fuiste a ver a tu madre, ¿no? ¿Ya está mejor?


—Los médicos siguen sin saber qué le pasa a su corazón. Me han sugerido que venga a verla más.


—Tal vez deberías hacerlo.


Pedro se encogió de hombros.


—Siempre he querido más de lo que Royal podía ofrecerme —comentó.


Y todavía era así. Aunque Paula le interesaba mucho y ella estaba allí.


—¿Y sigues queriendo más? —le preguntó Brad—. Esta ciudad está cambiando.


—Tú mismo acabas de decir que esto no es Dallas —le recordó Pedro.


A él le gustaba Dallas, que era más metropolitana que el resto del estado, sin duda, mucho más que Royal. Allí daba igual si procedías de una familia rica o pobre.


—Para ti la vida aquí sería diferente. Aunque no vayamos a tener a una mujer de presidente del club.


—Si tú lo dices.


En el fondo, Pedro sabía que había muchas cosas que no habían cambiado.


Todavía había personas como Hernan Chaves que estaban dispuestas a recordarle de dónde procedía y a echarlo del club.


Al fin y al cabo, aquello era Royal. Una ciudad que había sido rica en petróleo y donde los valores texanos eran muy importantes. Dudaba que alguien que no hubiese vivido nunca allí pudiese entenderlo, porque Texas era diferente. Los hombres seguían abriéndoles las puertas a las mujeres, las cuidaban y anteponían a Dios y el fútbol a todo lo demás.


Pedro sacudió la cabeza al pensarlo.


—Gracias por venir a hablar conmigo, Pedro —le dijo Brad.


—De nada. Tendré el coste aproximado de la reforma esta noche. El presupuesto de las instalaciones nuevas tardará un poco más.


—No pasa nada.


Se terminaron las cervezas y Pedro se marchó, dejando a Brad con otro miembro del club que se había acercado a hablar con él. A pesar de que le hubiesen dado todos los privilegios de un miembro honorario, Pedro seguía sintiéndose como un extraño.


Vio a Abby en la puerta y se preguntó si ella también se sentiría así. Le sonrió y le dijo adiós antes de marcharse.


Entonces pensó que la situación con Paula era parecida a la del club y Abby.


Paula quería creer que el mundo había cambiado a su alrededor y que, dado que él tenía dinero, su padre no volvería a interferir entre ambos, pero Pedro sospechaba que no iba a ser así.


Le sonó el teléfono móvil cuando se estaba sentando en el coche y miró la pantalla antes de responder. Era un número de Royal, pero no sabía de quién.


—¿Dígame?


—¿Pedro? Soy Paula.


—Hola. ¿Qué puedo hacer por ti?


—Yo… quería saber si te gustaría dar un paseo a caballo mañana por la mañana.


—¿En tu rancho?


—No, en los establos de Tomas. ¿Sabes dónde es?


—Sí. ¿A qué hora?


—A las seis de la mañana —le dijo ella.


—Es muy temprano, pero allí estaré.


—Adiós.


Paula colgó antes de que a Pedro le diese tiempo de despedirse. Se metió el teléfono en el bolsillo. Hacía años que no montaba a caballo, pero no iba a decírselo a Paula.


Aquello era lo que había querido que hiciese cuando habían salido juntos en el instituto. Que tomase la iniciativa en su relación.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario