viernes, 21 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 9




Cuando Paula había despertado por primera vez en el hospital, tres años atrás, no había querido vivir. No podía describir el dolor que había sentido a alguien que no hubiese pasado por algo semejante, solo sabía que había querido morirse. Y había pasado los primeros días envuelta en una agonía de lágrimas y melancolía. Entonces, el doctor Webb le había sugerido que saliese de su habitación y fuese a la unidad infantil de quemados.


Con una visita había sido suficiente para dejar de sentirse tan mal. Se había quedado sorprendida con cómo los niños, algunos en peor estado que ella, aguantaban al pie del cañón. Desde entonces, iba a verlos al menos una vez por semana.


Paula entró en la zona de quemados del hospital como siempre, sintiéndose como si llegase a casa. Tenía un trabajo de verdad, era analista financiera en Chaves Construction, pero allí era realmente adonde pertenecía.


Fue primero a la zona de juegos, donde los niños podían jugar sin que nadie los mirase. Sara, que con doce años se había quemado todo el lado izquierdo del cuerpo en el incendio de su casa, fue la primera en ver a Paula. El pelo no volvería a crecerle, a pesar de las operaciones por las que había pasado, pero Paula había llegado al hospital mucho peor que ella.


—Eres preciosa —comentó la niña sonriendo de oreja a oreja—. Decías que antes habías sido guapa, pero ahora eres mucho más que guapa, Paula.


—Gracias. La verdad es que antes de que me quitasen las vendas tenía mucho miedo. Tanto, que casi no podía ni mirarme al espejo.


—El doctor Webb me ha dicho que si tú podías recuperarte, yo también podría hacerlo.


Paula sabía que la niña había esperado nerviosa a ver el resultado de su operación para saber si ella también podría superar aquello.


—Qué bien. Seguro que al final terminas todavía más guapa que yo, porque ya lo eres —le dijo a la niña, acariciándole la cabeza.


Sara sonrió y le dio un abrazo.


—Te he traído unas revistas de moda.


—¡Bien! Tengo una amiga nueva: Jen. Llegó ayer y está muy triste, Paula.


—Lo siento mucho. ¿Cómo piensas que podríamos animarla?


—Tal vez con una sesión de belleza, como hiciste conmigo —le sugirió Sara.


Paula asintió.


Casi un año antes, cuando estaba anímicamente en su peor momento, había tenido un momento de inspiración. O tal vez, de pura testarudez. En vez de sentirse horrible, había decidido pasar la tarde divirtiéndose con las niñas. Había llamado a una clínica de belleza y había pedido que les hiciesen la pedicura a todas.


—Tardaré un par de días en organizarlo. ¿Cuándo le darán en alta?


—Va a estar aquí al menos tres semanas. Y yo también —le contó Sara.


—Estupendo, lo organizaré.


—Gracias, Paula. Ahora, ¿vemos esas revistas?


Paula le dio el montón de revistas a la niña y se sentó a su lado en el sofá mientras esta las hojeaba. Hablaron de ropa y eso le dio la idea de hacer también un pequeño desfile en la unidad. Cualquier cosa sería mejor que los horribles pijamas de hospital que todos los niños llevaban puestos.


Entonces se acordó de que la madre de Pedro era costurera y decidió pedirle ayuda para diseñar la ropa. Tendrían que ser ligera y amplia para que cupiesen los vendajes. Y así fue como Paula empezó a entusiasmarse con la idea.


Ojalá a la madre de Pedro también le gustase.


Dejó la unidad una hora después y salió al calor de la calle.


—Paula —la llamó Pedro justo antes de que llegase a su coche.


—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó ella, girándose a mirarlo.


Iba vestido con pantalones de pinzas, camisa y corbata.


—He venido a recoger a mi madre. Le han dado el alta.


Parecía muy contento de que su madre se estuviese recuperando, lo que era normal. Paula sabía que estar en el hospital no era nada divertido. Y tener que ir de visita, tampoco.


—Qué noticia tan buena —le dijo.


Se miró el reloj y se dijo que podría entretenerse otra hora más, así ayudaría a Pedro con su madre.


—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó, volviendo a cerrar el coche con el mando.


Pedro inclinó la cabeza.


—Esta mañana he tenido una fuerte discusión con tu padre.


—¿Ha tenido algo que ver conmigo? —preguntó ella, con la esperanza de que no fuese así.


No quería que su padre se inmiscuyese en su vida privada y, si lo hacía, tendría que hablar seriamente con él.


—No. Ha sido por un tema de trabajo. No quería que me olvidase de que le había dicho que le echaría un vistazo a sus ofertas —le contó Pedro.


—Entonces, me da igual. Yo solo le hago las hojas de cálculo y le doy las cifras que necesita… Oh, no, espero que ninguna de esas cifras le haya hecho perder un concurso.


—Por supuesto que no. Y creo que es buena idea que no te impliques más. Tu padre es como un toro en todo lo que se refiere a su empresa de construcción —le dijo Pedro—. Yo me mantendría al margen si pudiera. Tenía que haberme dado cuenta de que volver a Royal no iba a ser tan fácil como pensaba.


—Sí. Además, el club es en estos momentos un tema controvertido. Cada cual tiene sus ideas acerca de lo que se debería hacer con él —le dijo Paula—. Pregúntaselo a Abby. Está esforzándose mucho en hacer cambios en el club, pero
nunca pensó que sería tan difícil.


—Bueno, yo solo he venido a hacer una oferta. No sé si soportaría a la vieja guardia si fuese ella.


—Tiene su manera de manejarlos —comentó Paula.


Abby era una mujer perseverante y no pararía hasta conseguir que las mujeres pudiesen ser miembros del club.


—¿Con firmeza y tenacidad?


Paula se echó a reír. Sí, así era su amiga.


—No va a retroceder.


—Me recuerda a otra persona que conozco.


—¿A quién?


—A ti —le respondió él, dándole la mano y llevándola hacia el hospital—. Nunca te has rendido.


—¿Te refieres a las operaciones?


—Sí, y al hecho de no haber permitido que todo lo ocurrido te amargase la vida. No sabes lo loable que me parece eso —le dijo Pedro.


A Paula le conmovió oír aquello. Había habido ocasiones en las que había deseado encerrarse en su habitación y no volver a salir, pero siempre había tenido un motivo para no hacerlo. Sobre todo, desde que el doctor Webb le había pedido que fuese a la unidad infantil de quemados. Esos niños le daban muchas fuerzas. No obstante, no quería contarle eso a Pedro. Todavía no. Aún estaban intentando
conocerse otra vez.


Lo siguió hasta la habitación de su madre, que estaba sentada en la cama, vestida con unos vaqueros y una camiseta sin mangas.


—Ya era hora de que vinieras.


—Lo siento, mamá. Me he entretenido en el trabajo y luego, con Paula. Va a hacerte un poco de compañía mientras yo voy a por el informe de alta —le dijo él, dándole un beso en la mejilla antes de volver a salir de la habitación.


—Tienes buen aspecto —le dijo Margarita a Paula en tono un tanto frío.


—Gracias. Me encuentro bien —respondió ella—. ¿Y tú?


—Mucho mejor. El médico está preocupado por mi corazón, pero estoy bien.


—¿Seguro? —preguntó Paula, sabiendo que Pedro se quedaría destrozado si le ocurría algo a su madre.


—Sí.


Era evidente que Margarita no la había perdonado por haber dejado a su hijo como lo había hecho. Y Paula estaba empezando a darse cuenta de las consecuencias de sus actos. La vieja Paula habría tirado la toalla, pero la nueva estaba decidida a conseguir que Margarita volviese a confiar en ella.


—Me vendría bien tu ayuda. Creo recordar que te gustaba coser.


—Y sigue gustándome —respondió Margarita, poniéndose a la defensiva—. No sé qué tiene eso que ver contigo.


—Bueno, tengo unos amigos en la unidad infantil de quemados y necesito que alguien que sepa coser me ayude. ¿Te interesaría?


—Tal vez. Cuéntame más.


—Quiero organizar un día de belleza en la unidad y creo que podríamos copiar algunos vestidos de las revistas. No puedo comprar directamente la ropa porque esos niños tienen la piel muy sensible. Si te interesa, hablaré con el doctor Webb y con algún otro especialista para ver qué tipo de tela podemos utilizar.


—Me encantaría ayudaros —admitió Margarita—. Necesito tener algo que hacer en casa.


—Estupendo.


Pedro volvió unos segundos después con un camillero y una silla de ruedas y se marcharon del hospital. Cuando le preguntó a Paula que si podían cenar juntos de nuevo esa noche, ella le respondió que sí.







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