miércoles, 12 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 9





Diez minutos más tarde madre e hija caminaba por el sendero que llevaba al viñedo. Pasaron delante de un establo y Paula se preguntó si lo seguirían utilizando o estaría abandonado. Mientras Abril corría detrás del perro se fueron acercando a las viñas, que tendrían unos tres metros de altura y estaban alineadas en extensas filas.


Apenas había dado unos pasos cuando vio cómo Buff salía disparado.


Pedro estaba entre dos filas y sujetaba unas uvas con la mano, estudiándolas. Paula no tenía ganas de iniciar otra conversación con él, sobre todo de carácter personal. Pero no podía sencillamente ignorarlo y seguir andando.


Al verla acercarse, Pedro se puso de pie. Paula aspiró con fuerza el aire y se llenó los pulmones con el frío aire de febrero. Su chaqueta no le abrigaba lo suficiente, así que se frotó los brazos.


—¿Tienes frío? —le preguntó Pedro.


—Estoy bien.


Al menos lo estaba antes de hallarse tan cerca de él. Ahora el corazón le latía con fuerza y sentía las mejillas calientes. Era un fenómeno curioso que no había experimentado con anterioridad y que no le gustaba.


Pedro alzó las cejas ante aquella respuesta, como si no se la hubiera creído ni por un momento. Se bajó la cremallera de la cazadora y se la quitó. Antes de que Paula pudiera averiguar lo que iba hacer, él se la colocó por encima de los hombros. Estaba calentita y olía ligeramente a colonia y a una indiscutible virilidad que le atravesó el cuerpo en forma de oleada de calor.


—La necesitas —le ordenó cuando ella trató de quitarse la
cazadora—. Yo estoy acostumbrado al frío de Pensilvania, tú no.


Pedro le sujetaba las solapas alrededor de los hombros. 


Tenía las manos grandes, fuertes y callosas. Eran las manos de un hombre que trabajaba la tierra, no de un bioquímico.


—¿Siempre has ayudado a tu padre con el vino? —le preguntó por curiosidad.


—¿Por qué lo preguntas? —preguntó Pedro con expresión
sombría.


—Creciste aquí. Luego te hiciste bioquímico, así que supongo que en parte fue para trabajar la uva.


—Esa fue mi primera intención cuando me matriculé en la
universidad. Pero luego... las circunstancias me llevaron por un camino diferente. Mi padre era el que llevaba el viñedo hasta que murió hace un año.


Paula tuvo la sensación de que había algo más en aquella
historia. Si Pedro amaba aquella tierra, como parecía que así era, y le gustaba el proceso de fabricar vino, ¿por qué no había ayudado a su padre? ¿Por qué no había regresado hasta entonces?


Paula escuchó el sonido de la risa de Abril y se giró para mirarla.


La niña había encontrado una piedra muy bonita.


—Hace colección —murmuró al ver la mirada de curiosidad de Pedro.


—Mariana no es una entusiasta de la naturaleza. Supongo que se debe a que a pasado la mayor parte de su vida dentro de casa. La ciudad no es el mejor sitio para recoger las hojas que caen de los árboles o cuidar las flores del jardín. Cuando llegamos aquí le compré un pony para que pasara más tiempo fuera.


Paula había visto el establo pero en aquel momento no supo si estaba habitado.


—Le tiene miedo —explicó Pedro sacudiendo la cabeza—. No he conseguido que se suba a él. Y ahora...


Paula sabía lo que estaba pensando. Que podría perderla. Que nunca llegaría a montar en aquel pony.


—¿Has concertado cita con el médico? —le preguntó.


—Esta tarde a las tres.


Un grito proveniente de la casa interrumpió la conversación. 


Era Eleanora, que venía corriendo hacia ellos.


—¡Pedro! ¡Mariana tiene problemas para respirar!


—¡Llama a urgencias! —respondió él saliendo disparado—. Yo le pondré el oxígeno.


Paula se acercó a toda prisa a Abril y la tomó de la mano. Luego se apresuró hacia la casa con Buff pisándole los talones. Mientras caminaba, el corazón le latía con fuerza contra el pecho. Si Mariana era hija suya...


Tratando de mantener a raya sus pensamientos, Paula agarró en brazos a Abril y subió a toda prisa los escalones del porche. Siguió a Pedro y deseó poder ayudar de alguna manera, rezando para no perder a Mariana... ni a Abril.







¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 8





Paula estaba colocando dos lazos rosas en las trenzas de Abril a la mañana siguiente cuando oyó que llamaban a la puerta del dormitorio.


—Adelante —dijo con voz neutra mientras remataba el lazo.


La puerta se abrió y Pedro entró. Ella contuvo la respiración sin poder evitarlo. Estaba tan atractivo... En lugar del traje llevaba puestos pantalones vaqueros y una camisa de franela con las mangas remangadas a la altura de los codos. 


Aunque el día anterior, ella se había percatado de su fuerza y su buena forma física, no habían sido tan evidentes. Tenía los brazos musculosos. Las piernas, embutidas en los pantalones, parecían poderosas. Sus caderas estrechas, los hombros anchos y aquel mechón de cabello oscuro que le caía sobre la frente provocaban sensaciones extrañas en la boca del estómago de Paula.


Aquel Pedro Alfonso parecía... menos civilizado. Más primitivo.


—¿Ya está? —preguntó Abril.


Paula sabía que no le gustaba estarse quieta ni siquiera un
momento.


—¿Te gustaría conocer a un persona? —le preguntó Pedro a la niña con una sonrisa.


—¿A quién? —inquirió Abril.


—A mi hija. Es de tu edad. Le he dicho que teníamos visitas.


—¿Podemos verla? —le preguntó la niña a su madre.


—Claro. Pero Mariana ha estado malita y necesita estar
tranquila, así que no puedes andar corriendo por ahí.


—Vamos —dijo Pedro tendiéndole la mano—. Te enseñaré donde está.


Para sorpresa de Paula, Abril le agarró la mano a Pedro y se fue con él. Al parecer, ya no era un extraño para ella. 


Confiaba en él lo suficiente como para seguirlo.


Cuando llegaron al cuarto de Mariana, la niña estaba tendida encima de la cama, tapada con una manta y apoyada sobre tres almohadas. Cuando los vio llegar sonrió.


—Mariana, esta es la amiguita de la que te hablé —dijo
acercándose con Abril todavía de la mano—. Abril, te presento a Mariana.


Sin preguntar siquiera, Abril se subió encima de la cama al lado de la otra niña.


—Tal vez no deberías... —intervino Paula acercándose al
instante.


—No pasa nada —respondió Pedro—. Se cansa enseguida y por eso tiene que estar en la cama la mayoría del tiempo. Pero puede estar acompañada.


Abril miró con timidez a su nueva amiga y agarró uno de los
peluches que había encima de la cama.


—Epi —dijo con una risa.


Mariana le devolvió la sonrisa. Estaba claro que las niñas
habían encontrado un punto de conexión.


—Y esta es Paula, la madre de Abril —le dijo Pedro a su hija.


La niña ladeó ligeramente la cabeza y la estudió con curiosidad.


—Hola, cariño. Vamos a quedarnos un tiempo aquí con tu padre y con tu abuela.


—¿Mientras estoy en el hospital? —preguntó de un modo tan adulto que a Paula casi se le olvidó que tenía tres años.


—Sí. Mientras estás en el hospital.


En aquel momento entró Eleanora con la bandeja del desayuno de Mariana y Buffington pisándole los talones.


—¡Oh! —exclamó con sorpresa al toparse de frente con Paula—. ¿No es un poco pronto para que Mariana tenga tantas emociones? — preguntó mirando a su hijo.


—Está harta de estar en el dormitorio. Y está harta de vernos a nosotros las caras. Creo que Abril y Paula le vendrán muy bien.


—Pero ahora es la hora de desayunar —insistió Eleanora dejando la bandeja sobre la mesilla de noche.


—Yo también tengo hambre, mamá —aseguró Abril aspirando el olor de los huevos fritos y el beicon—. ¿Puedo comer también?


—Claro —respondió Pedro— Aquí hay suficiente para las dos. Sólo hace falta otro vaso de leche y más zumo.


—Iré a buscarlo —se ofreció Eleanora—. También traeré algo más de beicon. Luego me quedaré con ellas un rato para asegurarme de que Mariana no se cansa demasiado.


—¿A ti te parece bien, Abril? —le preguntó Pedro a la niña
cuando Eleanora desapareció por las escaleras—. Quiero llevar a tu madre abajo para que desayune un poco.


—Podemos jugar con Epi —dijo la niña con entusiasmo tras mirar largamente a Mariana y después a Eleanora, que acababa de subir con otra bandeja.


—Me parece muy bien —aseguró Pedro agarrando suavemente a Paula del brazo—. Bajemos a la cocina. Luego subiremos a ver cómo están.


—¿A qué hora la operan el lunes? —preguntó ella cuando
estuvieron abajo.


—La ingresan sobre las seis de la tarde.


—Tengo la sensación de que tu madre no quiere que toque nada por aquí.


—No está acostumbrada a tener visitas en casa. Pero tengo la sensación de que tú no eres el tipo de mujer que permite que le digan lo que tiene que hacer y lo que no.


—¿Me estás comparando con alguien? —preguntó Paula sin
poder evitar pensar qué veía Pedro en ella cuando la miraba.


—Tal vez sí —respondió él tras una pausa en la que pareció
sorprendido—. Fran se mantenía siempre en un segundo plano. Por encima de todo pensaba que lo mejor era no crear problemas.


—¿Con tu madre?


—Sólo estuvimos una vez en Willow Creek. Yo tenía un asunto de negocios por la zona y ella quería ver los viñedos.


—Pero esta es tu casa.


—No, no lo era. Mi hogar estaba en Washington.


—Pero...


—Tengo mucho trabajo —la interrumpió él—. Sólo quería
asegurarme de que desayunabas antes de irme. ¿Quieres huevos revueltos y todo eso o...?


—Café con tostadas es suficiente —lo atajó Paula esta vez.


—A las nueve llamaré al médico para ver cuándo podemos hacer la prueba del ADN —dijo Pedro sacando el zumo de naranja de la nevera—. Puedes recorrer los viñedos tranquilamente con Abril. Así se entretendrá. Y si quieres llévate a Buff. Le encanta correr por el campo. Pero no paséis cerca del riachuelo que hay detrás de la casa. Es peligroso.


Pedro señaló la cafetera que había en la encimera y la tostada de pan casero que había al lado sobre un plato.


—Intenta sentirte cómoda aquí, Paula —dijo agarrando la
cazadora de cuero que había dejado en el respaldo de la silla—. Quiero que Abril y tú os sintáis como en casa.


Y dicho aquello salió por la puerta de atrás. Paula se preguntó si lo que Pedro quería realmente era que ella se sintiera como en casa o estaba más interesado en que fuera Abril la que se sintiera así.


Y ese pensamiento la asustó.


Cuando terminó de desayunar subió y estuvo un rato charlando y jugando con las niñas mientras Eleanora estaba abajo. Paula tuvo la sensación de que Mariana estaba muy pálida aquella mañana. Sus pensamientos estaban ocupados por la idea de la prueba de ADN mientras las dos niñas jugaban como si se conocieran de toda la vida.


A media mañana, Eleanora entró en la habitación, miró a
Mariana y dijo:
—Creo que será mejor que descanses, cariño.


—¿Tenemos que irnos? —preguntó Abril.


—Un ratito —respondió la mujer sonriendo—. ¿Por qué no vas a dar un paseo con Buff? Creo que necesita estirar las patas —dijo mirando a Paula.


—¿Podemos ir a ver los viñedos? —preguntó ella.


—Supongo que sí. Aunque no hay mucho que ver en esta época del año.


Paula estuvo a punto de sonreír al escuchar los gruñidos de
Eleanora. Parecía como si en su interior hubiera una mujer agradable a la que no supiera cómo dar salida.


—Para nosotras todo será nuevo.


—La nieve y el hielo se habrán mezclado con el sol, así que estará todo embarrado.


—Tendremos cuidado por donde pisamos.


—Será mejor que Abril se ponga uno de los abrigos de Mariana. Fuera hace frío. Si tú quieres uno de los míos...


—No hace falta —aseguró Paula—. No estaremos fuera mucho tiempo.






¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 7




Mientras caminaba al lado de Pedro por el pasillo, Paula sintió que estaba en un sueño. Nada de todo lo que había ocurrido aquel día le parecía real. Ni la aparición de aquel hombre en el parque, ni la historia que le había contado ni el vuelo. Le resultaba imposible imaginarse que en unos segundos tal vez conociera a su propia hija.


De uno de los dormitorios que había a la derecha salía una luz tenue, y cuando Pedro se detuvo, ella lo imitó.


—Está ahí —dijo él en voz baja.


Paula pudo ver el amor que sentía por Mariana y también el
dolor en sus ojos. Pedro tenía miedo de perder a su hija en la operación o como consecuencia de su enfermedad.


Él se echó a un lado para permitir que Paula entrara primero en la habitación. Ella apenas se fijó en los muebles blancos, las paredes rosas y los muñecos de peluche, probablemente más grandes que la propia niña.


Entonces vio la bombona de oxígeno en el rincón y se quedó
paralizada.


Luego cayó en la cuenta de que a los pies de la cama había un perro. El animal la miró con los ojos brillantes. No estaba durmiendo, sino guardando el sueño de su ama. La niña tenía el pelo castaño, más liso que Abril. A la luz de la lamparita parecía muy frágil.


Paula no pudo evitar acercarse más a la cama y ponerse de
rodillas. Entonces vio el intercomunicador para bebés y una especie de monitor en la mesilla de noche.


—El monitor es una medida de precaución. Si su ritmo cardíaco cambia suena la alarma —susurró Pedro en la oscuridad con una voz que parecía de terciopelo.


Aunque Paula sólo tenía ojos para Mariana, él siguió hablando.


—Yo entro dos o tres veces por la noche para comprobar que todo va bien. También lo hacía cuando no tenía ningún síntoma. Tenemos la bombona de oxígeno por si acaso hay una emergencia. Esperemos que después de la operación ya no haga falta.


Paula cayó entonces en la cuenta de lo duro que debía resultar todo aquello para Pedro. No lo demostraba, y tenía la sospecha de que tampoco hablaba mucho de ello. 


Seguramente tampoco sería de los que expresaban abiertamente sus sentimientos.


No lo sabía pero tampoco importaba. Lo único que importaba
eran aquellas dos niñas.


El perro la miraba con desconfianza. Y cuando estiró la mano para tocar a Mariana, Pedro le dijo:
—No pasa nada, Buff. No le hará daño.


Aquella bola de pelo pareció tranquilizarse y colocó la cabeza sobre las patas delanteras.


—A Mariana le encantan los animales —murmuró Pedro—.
Tiene a Buffington desde que cumplió un año y medio. Él ha sido su compañero cuando yo no podía estar con ella.


Paula le apartó a la niña un mechón de cabello que tenía en la cara. Era una criatura preciosa.


Entonces se puso de pie, abrumada por un cúmulo de sensaciones contradictorias, de sensaciones extrañas, por una confusión que parecía no tener fin. Las vidas de todos iban a cambiar.


A menos que Mariana no fuera su hija.


Una vez de vuelta en el pasillo, Paula dibujó el rostro de Abril en su cabeza. Siempre había pensado que era una mezcla de Eric y de ella.


Pero ahora... ¿No podría su nariz ser de la esposa de Pedro?


Cuando había mirado a Mariana; con un poco de esfuerzo, pudo ver en ella algo de sí misma y también de Eric.


Paula estaba tan sumida en sus emociones que no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que Pedro la detuvo colocándole el brazo en el hombro.


—Tienes que pensar que todo va a salir bien.


—No puedo renunciar a Abril —dijo ella sinceramente negando con la cabeza—. No renunciaré a ella. Ella es mi hija.


Apartándose de Pedro, Paula se sintió más sola que en toda su vida.


—Las niñas merecen conocer la verdad —respondió él
agarrándola de nuevo suavemente—. Y nosotros también. Si no te enfrentas a ella regresará para perseguirte.


Paula se sentía como si acabara de regresar de la guerra. 


Quería volver al lado de Abril. Necesitaba dormir un poco para poder pensar con más claridad. Por la mañana vería las cosas con otra perspectiva.


Las palabras de Pedro le retumbaban en la cabeza. A veces
pensaba que habría sido mejor que nunca se hubiera enterado de la aventura de Eric. Haber vivido en la ignorancia. Entonces tal vez no se le habría roto el corazón. 


Entonces tal vez no le costara tanto confiar.


—Pareces agotada —comentó Pedro mirándola como si realmente le importara su cansancio.


—Sólo necesito acostarme al lado de Abril y dormir toda la noche de un tirón.


Era totalmente ilógico y no venía al caso para nada con lo que estaba pensando en aquellos momentos, pero Paula se preguntó si Pedro habría tenido alguna relación con alguien desde que su mujer murió. Era tan guapo, tan sensual... tan seguro de sí mismo.


—¿En qué estás pensando? —le preguntó él.


—En nada importante —respondió Paula sonrojándose.


—Mientes fatal.


—No estoy mintiendo —contestó ella con indignación—. Pero tú no tienes ningún derecho sobre mis pensamientos.


Se quedaron mirándose el uno al otro durante varios segundos.


El silencio se hizo tan audible como los latidos del corazón de Paula.


—Cierto —reconoció Pedro con sequedad—. No tengo ningún derecho. Soy consciente de que lo único que nos ocupa es conocer la verdad. Mañana llamaré a nuestro médico para hacer cuanto antes la prueba de ADN.


Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Paula vio cómo
Pedro miraba de reojo hacia dentro. Las circunstancias los unían a los hijos del otro, al menos momentáneamente, hasta que estuvieran los resultados de las pruebas de paternidad. Luego sus vidas serían más simples o mucho más complicadas. Lo mejor para ella sería guardar en lo posible las distancias con Pedro Alfonso. No podía dejarse llevar por las emociones. No podía permitir que la electricidad que sentía que había entre ellos se convirtiera en auténtica corriente.


—Está dormida —comentó él con expresión indescifrable.


—Duerme como un tronco. Seguramente no se despertará hasta por la mañana.


—Os veré mañana —se despidió Pedro dirigiéndose a las
escaleras.


Al verlo bajar, Paula entró en el dormitorio, cerró la puerta y sacó un camisón de la maleta. Se desvistió a toda prisa y se lo puso antes de deslizarse al lado de su hija.


Rodeándola con el brazo, apoyó la cabeza contra el sedoso cabello de la niña y rezó para quedarse dormida.