miércoles, 12 de julio de 2017
¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 7
Mientras caminaba al lado de Pedro por el pasillo, Paula sintió que estaba en un sueño. Nada de todo lo que había ocurrido aquel día le parecía real. Ni la aparición de aquel hombre en el parque, ni la historia que le había contado ni el vuelo. Le resultaba imposible imaginarse que en unos segundos tal vez conociera a su propia hija.
De uno de los dormitorios que había a la derecha salía una luz tenue, y cuando Pedro se detuvo, ella lo imitó.
—Está ahí —dijo él en voz baja.
Paula pudo ver el amor que sentía por Mariana y también el
dolor en sus ojos. Pedro tenía miedo de perder a su hija en la operación o como consecuencia de su enfermedad.
Él se echó a un lado para permitir que Paula entrara primero en la habitación. Ella apenas se fijó en los muebles blancos, las paredes rosas y los muñecos de peluche, probablemente más grandes que la propia niña.
Entonces vio la bombona de oxígeno en el rincón y se quedó
paralizada.
Luego cayó en la cuenta de que a los pies de la cama había un perro. El animal la miró con los ojos brillantes. No estaba durmiendo, sino guardando el sueño de su ama. La niña tenía el pelo castaño, más liso que Abril. A la luz de la lamparita parecía muy frágil.
Paula no pudo evitar acercarse más a la cama y ponerse de
rodillas. Entonces vio el intercomunicador para bebés y una especie de monitor en la mesilla de noche.
—El monitor es una medida de precaución. Si su ritmo cardíaco cambia suena la alarma —susurró Pedro en la oscuridad con una voz que parecía de terciopelo.
Aunque Paula sólo tenía ojos para Mariana, él siguió hablando.
—Yo entro dos o tres veces por la noche para comprobar que todo va bien. También lo hacía cuando no tenía ningún síntoma. Tenemos la bombona de oxígeno por si acaso hay una emergencia. Esperemos que después de la operación ya no haga falta.
Paula cayó entonces en la cuenta de lo duro que debía resultar todo aquello para Pedro. No lo demostraba, y tenía la sospecha de que tampoco hablaba mucho de ello.
Seguramente tampoco sería de los que expresaban abiertamente sus sentimientos.
No lo sabía pero tampoco importaba. Lo único que importaba
eran aquellas dos niñas.
El perro la miraba con desconfianza. Y cuando estiró la mano para tocar a Mariana, Pedro le dijo:
—No pasa nada, Buff. No le hará daño.
Aquella bola de pelo pareció tranquilizarse y colocó la cabeza sobre las patas delanteras.
—A Mariana le encantan los animales —murmuró Pedro—.
Tiene a Buffington desde que cumplió un año y medio. Él ha sido su compañero cuando yo no podía estar con ella.
Paula le apartó a la niña un mechón de cabello que tenía en la cara. Era una criatura preciosa.
Entonces se puso de pie, abrumada por un cúmulo de sensaciones contradictorias, de sensaciones extrañas, por una confusión que parecía no tener fin. Las vidas de todos iban a cambiar.
A menos que Mariana no fuera su hija.
Una vez de vuelta en el pasillo, Paula dibujó el rostro de Abril en su cabeza. Siempre había pensado que era una mezcla de Eric y de ella.
Pero ahora... ¿No podría su nariz ser de la esposa de Pedro?
Cuando había mirado a Mariana; con un poco de esfuerzo, pudo ver en ella algo de sí misma y también de Eric.
Paula estaba tan sumida en sus emociones que no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que Pedro la detuvo colocándole el brazo en el hombro.
—Tienes que pensar que todo va a salir bien.
—No puedo renunciar a Abril —dijo ella sinceramente negando con la cabeza—. No renunciaré a ella. Ella es mi hija.
Apartándose de Pedro, Paula se sintió más sola que en toda su vida.
—Las niñas merecen conocer la verdad —respondió él
agarrándola de nuevo suavemente—. Y nosotros también. Si no te enfrentas a ella regresará para perseguirte.
Paula se sentía como si acabara de regresar de la guerra.
Quería volver al lado de Abril. Necesitaba dormir un poco para poder pensar con más claridad. Por la mañana vería las cosas con otra perspectiva.
Las palabras de Pedro le retumbaban en la cabeza. A veces
pensaba que habría sido mejor que nunca se hubiera enterado de la aventura de Eric. Haber vivido en la ignorancia. Entonces tal vez no se le habría roto el corazón.
Entonces tal vez no le costara tanto confiar.
—Pareces agotada —comentó Pedro mirándola como si realmente le importara su cansancio.
—Sólo necesito acostarme al lado de Abril y dormir toda la noche de un tirón.
Era totalmente ilógico y no venía al caso para nada con lo que estaba pensando en aquellos momentos, pero Paula se preguntó si Pedro habría tenido alguna relación con alguien desde que su mujer murió. Era tan guapo, tan sensual... tan seguro de sí mismo.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó él.
—En nada importante —respondió Paula sonrojándose.
—Mientes fatal.
—No estoy mintiendo —contestó ella con indignación—. Pero tú no tienes ningún derecho sobre mis pensamientos.
Se quedaron mirándose el uno al otro durante varios segundos.
El silencio se hizo tan audible como los latidos del corazón de Paula.
—Cierto —reconoció Pedro con sequedad—. No tengo ningún derecho. Soy consciente de que lo único que nos ocupa es conocer la verdad. Mañana llamaré a nuestro médico para hacer cuanto antes la prueba de ADN.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Paula vio cómo
Pedro miraba de reojo hacia dentro. Las circunstancias los unían a los hijos del otro, al menos momentáneamente, hasta que estuvieran los resultados de las pruebas de paternidad. Luego sus vidas serían más simples o mucho más complicadas. Lo mejor para ella sería guardar en lo posible las distancias con Pedro Alfonso. No podía dejarse llevar por las emociones. No podía permitir que la electricidad que sentía que había entre ellos se convirtiera en auténtica corriente.
—Está dormida —comentó él con expresión indescifrable.
—Duerme como un tronco. Seguramente no se despertará hasta por la mañana.
—Os veré mañana —se despidió Pedro dirigiéndose a las
escaleras.
Al verlo bajar, Paula entró en el dormitorio, cerró la puerta y sacó un camisón de la maleta. Se desvistió a toda prisa y se lo puso antes de deslizarse al lado de su hija.
Rodeándola con el brazo, apoyó la cabeza contra el sedoso cabello de la niña y rezó para quedarse dormida.
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