miércoles, 12 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 8





Paula estaba colocando dos lazos rosas en las trenzas de Abril a la mañana siguiente cuando oyó que llamaban a la puerta del dormitorio.


—Adelante —dijo con voz neutra mientras remataba el lazo.


La puerta se abrió y Pedro entró. Ella contuvo la respiración sin poder evitarlo. Estaba tan atractivo... En lugar del traje llevaba puestos pantalones vaqueros y una camisa de franela con las mangas remangadas a la altura de los codos. 


Aunque el día anterior, ella se había percatado de su fuerza y su buena forma física, no habían sido tan evidentes. Tenía los brazos musculosos. Las piernas, embutidas en los pantalones, parecían poderosas. Sus caderas estrechas, los hombros anchos y aquel mechón de cabello oscuro que le caía sobre la frente provocaban sensaciones extrañas en la boca del estómago de Paula.


Aquel Pedro Alfonso parecía... menos civilizado. Más primitivo.


—¿Ya está? —preguntó Abril.


Paula sabía que no le gustaba estarse quieta ni siquiera un
momento.


—¿Te gustaría conocer a un persona? —le preguntó Pedro a la niña con una sonrisa.


—¿A quién? —inquirió Abril.


—A mi hija. Es de tu edad. Le he dicho que teníamos visitas.


—¿Podemos verla? —le preguntó la niña a su madre.


—Claro. Pero Mariana ha estado malita y necesita estar
tranquila, así que no puedes andar corriendo por ahí.


—Vamos —dijo Pedro tendiéndole la mano—. Te enseñaré donde está.


Para sorpresa de Paula, Abril le agarró la mano a Pedro y se fue con él. Al parecer, ya no era un extraño para ella. 


Confiaba en él lo suficiente como para seguirlo.


Cuando llegaron al cuarto de Mariana, la niña estaba tendida encima de la cama, tapada con una manta y apoyada sobre tres almohadas. Cuando los vio llegar sonrió.


—Mariana, esta es la amiguita de la que te hablé —dijo
acercándose con Abril todavía de la mano—. Abril, te presento a Mariana.


Sin preguntar siquiera, Abril se subió encima de la cama al lado de la otra niña.


—Tal vez no deberías... —intervino Paula acercándose al
instante.


—No pasa nada —respondió Pedro—. Se cansa enseguida y por eso tiene que estar en la cama la mayoría del tiempo. Pero puede estar acompañada.


Abril miró con timidez a su nueva amiga y agarró uno de los
peluches que había encima de la cama.


—Epi —dijo con una risa.


Mariana le devolvió la sonrisa. Estaba claro que las niñas
habían encontrado un punto de conexión.


—Y esta es Paula, la madre de Abril —le dijo Pedro a su hija.


La niña ladeó ligeramente la cabeza y la estudió con curiosidad.


—Hola, cariño. Vamos a quedarnos un tiempo aquí con tu padre y con tu abuela.


—¿Mientras estoy en el hospital? —preguntó de un modo tan adulto que a Paula casi se le olvidó que tenía tres años.


—Sí. Mientras estás en el hospital.


En aquel momento entró Eleanora con la bandeja del desayuno de Mariana y Buffington pisándole los talones.


—¡Oh! —exclamó con sorpresa al toparse de frente con Paula—. ¿No es un poco pronto para que Mariana tenga tantas emociones? — preguntó mirando a su hijo.


—Está harta de estar en el dormitorio. Y está harta de vernos a nosotros las caras. Creo que Abril y Paula le vendrán muy bien.


—Pero ahora es la hora de desayunar —insistió Eleanora dejando la bandeja sobre la mesilla de noche.


—Yo también tengo hambre, mamá —aseguró Abril aspirando el olor de los huevos fritos y el beicon—. ¿Puedo comer también?


—Claro —respondió Pedro— Aquí hay suficiente para las dos. Sólo hace falta otro vaso de leche y más zumo.


—Iré a buscarlo —se ofreció Eleanora—. También traeré algo más de beicon. Luego me quedaré con ellas un rato para asegurarme de que Mariana no se cansa demasiado.


—¿A ti te parece bien, Abril? —le preguntó Pedro a la niña
cuando Eleanora desapareció por las escaleras—. Quiero llevar a tu madre abajo para que desayune un poco.


—Podemos jugar con Epi —dijo la niña con entusiasmo tras mirar largamente a Mariana y después a Eleanora, que acababa de subir con otra bandeja.


—Me parece muy bien —aseguró Pedro agarrando suavemente a Paula del brazo—. Bajemos a la cocina. Luego subiremos a ver cómo están.


—¿A qué hora la operan el lunes? —preguntó ella cuando
estuvieron abajo.


—La ingresan sobre las seis de la tarde.


—Tengo la sensación de que tu madre no quiere que toque nada por aquí.


—No está acostumbrada a tener visitas en casa. Pero tengo la sensación de que tú no eres el tipo de mujer que permite que le digan lo que tiene que hacer y lo que no.


—¿Me estás comparando con alguien? —preguntó Paula sin
poder evitar pensar qué veía Pedro en ella cuando la miraba.


—Tal vez sí —respondió él tras una pausa en la que pareció
sorprendido—. Fran se mantenía siempre en un segundo plano. Por encima de todo pensaba que lo mejor era no crear problemas.


—¿Con tu madre?


—Sólo estuvimos una vez en Willow Creek. Yo tenía un asunto de negocios por la zona y ella quería ver los viñedos.


—Pero esta es tu casa.


—No, no lo era. Mi hogar estaba en Washington.


—Pero...


—Tengo mucho trabajo —la interrumpió él—. Sólo quería
asegurarme de que desayunabas antes de irme. ¿Quieres huevos revueltos y todo eso o...?


—Café con tostadas es suficiente —lo atajó Paula esta vez.


—A las nueve llamaré al médico para ver cuándo podemos hacer la prueba del ADN —dijo Pedro sacando el zumo de naranja de la nevera—. Puedes recorrer los viñedos tranquilamente con Abril. Así se entretendrá. Y si quieres llévate a Buff. Le encanta correr por el campo. Pero no paséis cerca del riachuelo que hay detrás de la casa. Es peligroso.


Pedro señaló la cafetera que había en la encimera y la tostada de pan casero que había al lado sobre un plato.


—Intenta sentirte cómoda aquí, Paula —dijo agarrando la
cazadora de cuero que había dejado en el respaldo de la silla—. Quiero que Abril y tú os sintáis como en casa.


Y dicho aquello salió por la puerta de atrás. Paula se preguntó si lo que Pedro quería realmente era que ella se sintiera como en casa o estaba más interesado en que fuera Abril la que se sintiera así.


Y ese pensamiento la asustó.


Cuando terminó de desayunar subió y estuvo un rato charlando y jugando con las niñas mientras Eleanora estaba abajo. Paula tuvo la sensación de que Mariana estaba muy pálida aquella mañana. Sus pensamientos estaban ocupados por la idea de la prueba de ADN mientras las dos niñas jugaban como si se conocieran de toda la vida.


A media mañana, Eleanora entró en la habitación, miró a
Mariana y dijo:
—Creo que será mejor que descanses, cariño.


—¿Tenemos que irnos? —preguntó Abril.


—Un ratito —respondió la mujer sonriendo—. ¿Por qué no vas a dar un paseo con Buff? Creo que necesita estirar las patas —dijo mirando a Paula.


—¿Podemos ir a ver los viñedos? —preguntó ella.


—Supongo que sí. Aunque no hay mucho que ver en esta época del año.


Paula estuvo a punto de sonreír al escuchar los gruñidos de
Eleanora. Parecía como si en su interior hubiera una mujer agradable a la que no supiera cómo dar salida.


—Para nosotras todo será nuevo.


—La nieve y el hielo se habrán mezclado con el sol, así que estará todo embarrado.


—Tendremos cuidado por donde pisamos.


—Será mejor que Abril se ponga uno de los abrigos de Mariana. Fuera hace frío. Si tú quieres uno de los míos...


—No hace falta —aseguró Paula—. No estaremos fuera mucho tiempo.






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