martes, 30 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 19





Los días pasaron y Paula no consiguió que Matias volviera a hablar sobre Pedro aunque, para ser sincera, tampoco lo había intentado demasiado por miedo a estropear su relación. Juntos, habían creado su pequeño universo, una burbuja, entre la cabaña de madera y piedra y la pequeña ciudad de Hunter's Landing. Pero no tuvieron reparos en hablar sobre todo lo demás: los lugares a los que habían viajado, los lugares a los que les gustaría viajar, las personas interesantes que habían conocido en sus vidas…


Paula no encontró motivo para cambiar su opinión sobre la adicción al trabajo de Matias y su necesidad de aprender a relajarse, siendo las vacaciones forzosas en la cabaña de Anibal la ocasión ideal para bajar de revoluciones. Aunque se quejaba por no hacer nada, dormía hasta tarde cada mañana. Y dado que parecía no haberse tomado ni un día libre en los últimos años para ir al cine, ella consiguió animarlo a pasarse tardes enteras acurrucados en el sofá frente al televisor de plasma mientras repasaban la extensa colección de DVDs que había a su disposición.


Temblar, reír o llorar ante la pantalla era mucho más agradable junto al calor de su hombre. Él la abrazaba fuerte cada vez que ella escondía el rostro cuando aparecía el villano, cuchillo en mano. Los ojos de él brillaban cuando ella se partía de risa viendo una comedia, y él le enjugaba las lágrimas ante una historia de amor especialmente trágica, de una manera tan dulce que a Paula le daba un vuelco el
corazón.


—Cariño, no es más que una película —decía mientras le enjugaba otra lágrima.


—El amor verdadero no es cualquier cosa —había gimoteado ella.


—Te tomo la palabra —él la miraba divertido—, pero creo que nuestro héroe se sentiría mejor si se pusiera a trabajar, o saliera a tomarse unas cuantas cervezas, en lugar de lloriquear todo el rato con los enmohecidos camisones de su amada fallecida en la mano.


«Ponerse a trabajar. Salir a tomarse unas cervezas. Camisones enmohecidos».


Ella intentó apartarlo de su lado, pero él la levantó en vilo y la sentó en su regazo, obligándola a corresponder su beso.


Pero Paula empezó a preocuparse ante la impresión de que él no creía en el amor.


Quizás Pedro presintió su estado de ánimo porque de repente la retó a una de sus partidas de air-hockey. Se habían convertido en asiduos del salón de juegos y a ella le gustaba ver cómo se divertía Matias, y cómo parte de su espíritu competitivo había empezado a pegársele a ella.


Ella había conseguido ser la campeona entre los chicos menores de doce años, una hazaña de la que estaba vergonzosamente orgullosa, aunque si le habían permitido competir contra jugadores que tenían menos de la mitad de su edad había sido únicamente, tal y como habían precisado no sin falta de desprecio, «porque no era más que una chica».


Pero en aquellos momentos, esos preadolescentes se lamentaban de haber pronunciado esas palabras y ella no perdía ninguna oportunidad de perfeccionar su técnica para poder llegar a batir al grande y malvado campeón, Matias.


—No me gusta ese brillo despiadado en tu mirada —dijo Matias, desde el otro extremo de la mesa de air-hockey, mientras sostenía un mango en la mano—. Antes jugabas con esa mirada de «no me hagas daño porque soy una monada». Pero eso ha cambiado.


—Ya no pienso conformarme con esa actitud pusilánime y pasiva —ella arqueó las cejas y le dedicó su mirada más perversa—. Voy a empezar a hacer las cosas a tu manera.


—¿Eso significa que piensas ganar? —él la miró divertido.


—El perdedor invita a café.


Treinta minutos más tarde, ella se jactaba en la cola del Java & More.


—Lo conseguí. Lo conseguí —antes de pararse en seco—. No me dejaste ganar, ¿verdad? Prométeme que no me dejaste ganar.


—No te dejé ganar —él negó con la cabeza—. Me ganaste limpia y abrumadoramente, Ricitos de Oro.


Ella dio un saltito, encantada por haberlo logrado. Tal vez no fuera más que un logro estúpido, pero tenía un significado más profundo. Su reacción habitual ante la actitud agresiva de Matias hacia el air-hockey consistía en encontrar un modo más retorcido de ganarlo, o directamente rendirse. Pero en aquella ocasión, ella se había subido el listón y no había perdido de vista su objetivo.


Paula contempló a Matias de reojo. De algo había servido que él se mostrara distraído durante la partida. Pero eso no cambiaba el hecho de que algo había aprendido de la victoria, y de él.


—Oye —ella se giró y apoyó una mano en su brazo.


—¿Qué? —él la miró inquisitivo.


—Eres bueno para mí.


—Paula… —los músculos de él se tensaron.


—¿Qué van a tomar? —preguntó la persona tras el mostrador.


—Para mí un café mediano —contestó Matias—, y para Paula…


—¿Paula? —el hombre al otro lado del mostrador pestañeó mientras su mirada iba de Matias a ella. Sus cabellos rubios, quemados por el sol, colgaban hasta los hombros y sus ojos azules resaltaban en su rostro bronceado—. ¿Eres tú? ¿Paula Chaves?


Tras fijarse detenidamente en el empleado, el calor inundó el rostro de Paula y sintió un aguijonazo. «Madre mía», pensó Paula mientras se sobresaltaba. «Madre mía y maldita sea». 


Su feliz y pequeña burbuja acababa de explotar.


A su lado, Matias carraspeó.


Debería hacer algo. Decir algo.


¿Presentarlos? ¿Soltarle un bofetón al chico que debería estar preparándoles los cafés? ¿Hacerse un ovillo y fallecer, presa de un repentino ataque de la vieja humillación?


—Matias Alfonso… el prometido de Paula —dijo él mientras alargaba la mano derecha que, hasta entonces, había acariciado la nuca de ella.


—Eh… Trevor Clark… el primer novio de Paula —el dependiente saludó a Matias.


La vergüenza del rechazo volvió a inundar a Paula, igual de fuerte que el día en que descubrió que se había marchado de luna de miel sin ella. Ella estaba en su dormitorio, probándose la falda de paja, cuando llegó la nota. Sabía que la boda volvería loca a su madre y por eso sonreía al reflejo del espejo cuando Catalina entró para entregarle una hoja de papel escrita con la caligrafía casi indescifrable de Trevor.


Durante un instante, Paula había pensado que se trataría de una sugerencia para practicar nudismo durante la ceremonia, pero tras no pocos esfuerzos y pasar por alto los errores ortográficos, había quedado claro que la había abandonado. Ella todavía sentía el tacto del papel entre sus manos. Todavía recordaba el murmullo de la falda de paja al desplomarse sobre la cama. La lista de invitados era pequeña, pero ya habían llegado algunos regalos y ella aún recordaba cada ardiente lágrima derramada mientras envolvía de nuevo, para ser devueltos, cada batidora de diez velocidades y cada resplandeciente juego de cuchillos de cocina. Sola.


Indeseada.


Sin amor.


Trevor se había girado para buscar los cafés y ella aún sentía la mortificación, sin saber qué hacer. Intentó fingir que no se encontraba en el establecimiento.


¿Funcionaría? ¿Podría hacer creer a todo el mundo que Matias y ella estaban de vuelta en la casa, sobre el sofá, en su pequeño mundo para dos y que ese embarazoso encuentro nunca había tenido lugar?


Salvo que la otra mitad del pequeño mundo para dos le acariciaba la nuca y se inclinaba para mirarla a los ojos.


—¿Estás bien? —preguntó con dulzura no exenta de preocupación.


Ella no estaba bien. No sólo resultaba incómodo encontrarse cara a cara con el primer hombre que la había dejado tirada, sino que… Aunque pocos días antes ella había pretendido que Matias conociera todo sobre sus compromisos fracasados para que él tuviera claro que elegirla a ella sería un error, en ese momento no pensaba igual. En ese momento, lo último que quería era que su cuarto novio fuera
consciente de por qué ella no había sido capaz de agradar ni a un dependiente desgreñado


La mejor opción era que salieran de Java & More y volvieran a su burbuja lo antes posible. Cuando Trevor regresó con los cafés, ella hizo amago de quitárselos de las manos. ¿Cómo iba a saber que él decidiría retenerlos con fuerza si no había tenido esas mismas intenciones con ella diez años antes?


—Escucha. Creo que debería explicar… —comenzó a decir Trevor.


—No hace falta —Paula tiró de los vasos, lo bastante fuerte como para que parte de la espuma saliera por el agujero de la tapa. A lo mejor, si tiraba con bastante fuerza, se derramaría la cantidad de café suficiente como para que Trevor soltara los vasos. Paula aumentó la presión de los dedos.


Otro par de manos agarró los vasos de papel.


—Ya los tengo yo, Ricitos de Oro —un cálido pecho se apoyó contra la espalda de ella—. Vayámonos, nena.


«Nena». Él nunca la había llamado así. Sonaba sexy. Así llamaría un hombre a la mujer que le daba placer en la cama. Sonaba a intimidad. Tal y como hablaría un hombre a la mujer con la que no le importaría pasar el resto de su vida. Parte de la humillación se esfumó. Sus dedos se aflojaron alrededor de los vasos mientras Matias permanecía como una cálida presencia junto a ella.


—¿Y bien, Trevor? —dijo él—. ¿Qué querías decirle a mi futura esposa?


Paula quería desaparecer, o al menos cerrar los ojos y fingir de nuevo que no estaba allí, pero con Matias a su espalda no tenía ninguna escapatoria. Fingir tampoco daba resultado. El único consuelo que tenía era que Trevor parecía más desdichado de lo que se sentía ella.


—Paula, llevo años sintiéndome culpable por aquello —se sacudió el pelo hacia atrás—. No debería haberme marchado de ese modo. Con una simple nota y…


—¿Y con esos billetes de avión que Paula había pagado por adelantado? — Matias sonaba exageradamente amable.


—Te los devolveré algún día, lo juro —Trevor se sonrojó violentamente—. Ahora mismo no dispongo de esa cantidad, pero no se me dio mal como instructor de esquí el invierno pasado. A lo mejor, si consigo el trabajo con los kayak para este verano…


Él continuó con sus promesas, que sonaban muy poco convincentes, y Paula no supo qué responder. Hubo un tiempo en que Trevor había sido el amor de su vida, pero en esos momentos parecía más bien…


—Patético —afirmó Matias mientras abandonaban Java & More—. Cielos. Si ése es un ejemplo de la clase de hombre con la que te gustaría casarte, empiezo a sospechar que tus elecciones anteriores no fueron más que una manera de rebelarte contra tus padres. De seguro que no pensabas con la cabeza. ¿Qué viste en ese patoso y grandullón Peter Pan?


—¡Lo amaba! —Paula se escuchó a sí misma espetarle a Matias—. Él era… un espíritu libre.


—Un gorrón, querrás decir. ¿Captaste la parte en que explicó que vivía con una chica cuyo papá era el dueño de un centro turístico?


—Sí —contestó ella con voz sombría.


—Dime que ya no estás enamorada de él —tras un tenso silencio, Matias la tomó por el brazo y la obligó a mirarlo de frente.


¿Enamorada de Trevor? Paula miró a lo lejos. Por supuesto que había estado enamorada de Trevor hacía mucho tiempo, pero no resultaba fácil recuperar la emoción. Era mucho más sencillo recordar la falda de paja, la vergüenza del rechazo y el alivio de sus padres al ver que no iba a casarse con un hombre, un niño, con tan pocas perspectivas y ambiciones.


En esos momentos contemplaba a su prometido, que mostraba un gesto de irritación. Ella supuso que estaba enfadado con su primer novio por lo que le había hecho. Le había soltado la indirecta sobre devolver el dinero de la luna de miel, de pie y detrás de ella, como una sólida presencia.


Sólido y cálido. Esa era la descripción de Matias, aunque no hacía referencia a lo ardiente y sexy que era. Y también dulce y divertido, añadió mentalmente al recordar los besos compartidos mientras reían sobre el sofá, y todos esos dulces momentos que ella había pasado contemplando su rostro relajado y, finalmente, dormido.


De repente, la burbuja en la que habían estado viviendo, la que había estallado al ver a Trevor, estaba de vuelta. Ella sentía cómo llenaba su pecho, tanto que el corazón se vio empujado hacia la garganta y su estómago quedó aplastado. 


De repente fue consciente de que la burbuja era su corazón que se expandía hasta ocupar todo el espacio en su interior, porque… porque el amor ocupaba mucho espacio.


Amor.


Ella tragó con dificultad y miró a los oscuros ojos del hombre que sus padres habían elegido para ella.


—¿Y bien? —la apremió él.


—¿Y bien, qué? —susurró Paula con voz aguda. Su voz estaba ahogada por la imparable emoción que crecía en su interior.


—¿Sigues enamorada de Trevor?


—¡No!


De él no. No había sitio para ningún otro hombre en su mente, cuerpo o corazón, que no fuera Matias. Sí, no cabía ninguna duda de que estaba enamorada de ese hombre.


Del hombre cuyo anillo se había quitado del dedo.






EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 18






Más tarde, cuando ella le había permitido saciarse con la femenina tentación de los pétalos de su sexo abierto entre los sedosos muslos, se había sonrojado, pero había abierto los ojos, y se había abierto a su cuerpo.


Al cuerpo de Pedro, aunque ella no lo supiera.


A lo mejor debería contárselo. Explicárselo. Descubrir el engaño antes de ir más lejos. Como Pedro, él podría conquistarla. Ganarla como él mismo. De ese modo, nada amenazaría la satisfacción que sentía en sus brazos.


—Paula —él se acercó a ella y tomó su rostro entre las manos. Ella se acurrucó contra él y esa confianza fue como un golpe para él. Su voz se hizo más suave—. Mi dulce Paula…


La BlackBerry vibró en el bolsillo. Él hizo una mueca y Paula dejó escapar una risa.


—¿Se trata de un abejorro o es que alguien quiere localizarte? —ella dejó claro que también había notado la vibración.


—Discúlpame —no quería soltarla, pero su instinto de negocios era muy agudo y, al consultar la pantalla, supo que tenía que contestar—. ¿Elaine? ¿Qué sucede?


—He estado hablando con Ernst, de Stuttgart —elijo Elaine.


—Contestaré abajo, ¿de acuerdo? —él se excusó ante Paula. Se trataba del proveedor con el que Eagle Wireless negociaba. Si tenía éxito, Eagle ascendería en el escalafón mundial. De lo contrario…—. ¿Me disculpas unos minutos?


—Quédate aquí —ella negó con la cabeza—. Yo iré a la cocina a preparar el desayuno.


—¿Alguna vez te he dicho que no te merezco?


—Eso es lo que más me gusta —ella se puso de puntillas para besar la comisura de sus labios—. Un hombre con una deuda pendiente.


—¿Elaine? —dijo él tras contemplar cómo Paula salía por la puerta—. ¿Qué sucede con Ernst?


—Se ha enfriado.


—¿Alguna idea del motivo? —el europeo nunca se había mostrado especialmente alegre.


—Si tuviera que adivinar, diría que tiene otro novio para esos componentes sobre los que hemos estado negociando con él.


—¿Alguna idea de quién puede ser? —él apretó con más fuerza el BlackBerry.


—Tengo mis sospechas.


—Sí —dijo Pedro—, yo también.


Matias. Matias, que estaba en Alemania. Pedro lo había sospechado desde el principio y en esos momentos no había que esforzarse mucho para deducir que su rival en las negociaciones con Ernst era Matias. Maldito Matias.


Pedro cerró los ojos al sentir la tensión que presionaba su frente como una mordaza. Paula se había equivocado al defender a su hermano. Aunque no le sorprendía, le sacaba de quicio el dolor que seguía provocándole la traición de su
hermano. No le hacía falta abrir los ojos para ver de nuevo esas fotos de la universidad. El recuerdo de cada una de ellas abrió otra vieja herida.


Durante algún tiempo habían estado muy unidos. Junto a Matias, Pedro se había sentido invencible. Echaba de menos esa sensación.


—Voy a reservar un vuelo para Alemania —Pedro abrió los ojos y se dirigió a su ordenador portátil, que descasaba en un extremo del escritorio.


—Creía que estabas obligado a quedarte en la casa.


—Ya se me ocurrirá algo —los dedos de Pedro se paralizaron sobre el teclado. Tendría que despedirse de Tahoe, y de Paula, pero no podía evitarse—. Los negocios son lo primero.


—Desgraciadamente, para los dos —dijo Elaine—, e insisto en «los dos», porque sé el humor que se te va a poner cuando te lo cuente y que mis pobres y tiernos oídos tendrán que soportar el estallido de tu ira y que volveré a casa, junto a mi familia, sorda del oído derecho e incapaz de cumplir con mis deberes de esposa y madre por culpa de…


—Suéltalo ya —Pedro se preparó para lo peor. Elaine era casi tan ambiciosa como él, y si había dicho «desgraciadamente», entonces lo era.


—Ernst estará ilocalizable durante la próxima semana. Acudirá a una gran boda familiar al norte del país y no estará disponible para hablar de negocios hasta que vuelva.


—Demonios —Pedro soltó un prolongado suspiro—. ¿Una semana?


—Una semana.


Una semana para idear el modo de salvar el trato. Una semana para alimentar la ira contra su hermano por el modo en que intentaba hundir a Eagle Wireless.


Una semana para estar junto a Paula.


Como Matias. Maldita fuera. Como Matias.


No iba a cejar en su empeño de venganza contra su hermano. De ninguna manera. Si Matias quería ser su rival en el trato con Ernst, entonces Pedro seguiría
conquistando a Paula como lo había hecho hasta entonces. 


En nombre de Matias.


Pero ella se había quitado el anillo de compromiso, ¿no? No eran más que «una pareja normal», ya no eran una pareja prometida.


Con esa idea en mente, todavía podría sentir satisfacción al darle placer en la cama mientras esperaba el feliz día en que contemplaría el rostro de su hermano al descubrir que Pedro había disfrutado de su prometida antes que él.


No era tan despreciable, ¿verdad? Él la satisfacía en la cama tanto como ella a él, de eso estaba seguro.


Y, a fin de cuentas, Paula había dicho que le gustaban los hombres con una deuda pendiente.


Pedro le debía un enorme desembolso a Matias.






lunes, 29 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 17




Por la luz que entraba en el dormitorio, Pedro supo que eran más de las seis de la mañana, su hora habitual para levantarse. Giró la cabeza para inhalar el afrutado aroma de Paula sobre la almohada vacía y sonrió. No se estiró. Ni siquiera se movió, se limitó a quedarse tumbado entre las suaves sábanas y a deleitarse en la extraña sensación de saciedad y relajación.


Satisfacción. Así se llamaba.


Y tenía la intención de conservarla.


Cerró los ojos y vio el rostro sonriente y travieso de Anibal. Gracias. Sin la última voluntad de su amigo, nunca habría estado en esa casa.


Con esa mujer.


Pensar en Lauren le hizo saltar de la cama y entrar en la ducha. Tras vestirse, bajó las escaleras mientras silbaba.


¿Silbaba?


Mientras reía, sorprendido de sí mismo, se sirvió un café en la cocina desierta y miró por la ventana el bosque que rodeaba la casa. No podía silbar y beber café al mismo tiempo, pero su buen humor no se apagó.


Algo lógico tras una noche genial de sexo sin remordimientos con una gran mujer.


Paula lo había liberado del tema del compromiso, lo que a su vez lo había liberado del problema de la identidad. «Me gustaría que fuésemos como una pareja normal que disfruta de la compañía del otro. ¿Podemos hacerlo?».


Desde luego que sí. Podían hacerlo.


Pedro llenó la taza con café y empezó a buscar a la mujer con la que tanto había disfrutado. No la encontró en ninguna de las estancias de la planta baja, y sabía que no estaba en ninguno de los dormitorios de la planta superior. Se dirigió hacia el sótano, pero tampoco la encontró en la bodega ni en el gimnasio.


La preocupación empezó a hacer mella en su buen humor mientras volvía a subir por las escaleras. Abrió la puerta principal y vio que su coche aún seguía allí.


Eso era bueno.


Ella no lo había descubierto, de eso estaba seguro. De haber sabido quién era, lo habría abandonado… o matado.


Pero Paula seguía allí, y él seguía vivo.


No le cabía ninguna duda de eso cuando al fin la encontró en el despacho, de espaldas hacia él. Su corazón dio un extraño vuelco mientras recorría el cuerpo de Paula, desde los tupidos rizos rubios hasta los talones de las bolas de ante, con la mirada. Sólo necesitó cuatro silenciosas zancadas para estar junto a ella y un suspiro para dejar la taza sobre el escritorio y retirar los rubios cabellos antes de depositar un beso sobre su nuca.


Ella dio un respingo, pero se relajó al sentir el abrazo de Pedro.


—Buenos días —ella giró la cabeza por encima del hombro y sonrió.


—Me he despertado solo —dijo él mientras le devolvía la sonrisa y fingía una expresión ofendida—. Debería haberte atado a la cama.


—Entonces, ¿quién habría preparado el café? —preguntó ella mientras señalaba la taza humeante sobre el escritorio.


—Eso es cierto —él alargó la mano hacia la taza y la sujetó contra los labios de ella—. ¿Te apetece un poco?


—Mmm —sujetó las manos de él mientras sorbía el café.


Pedro contempló los bonitos labios que se abrían para beber, y la húmeda y rosada lengua que atisbó durante un instante. Sus miradas se fundieron por encima de la taza y ella sintió de nuevo el tirón de la tensión sexual que siempre circulaba entre ellos.


—Paula, cariño —él sonrió maliciosamente, espoleado por esa tensión que se sumaba a la cálida satisfacción que aún corría por sus venas. Había llegado el momento de volver a la cama.


Las pupilas de ella brillaban mientras se echaba hacia atrás y tiraba algo al suelo. Él se agachó para recogerlo y se quedó helado al contemplar lo que había tenido entre las manos.


Se trataba de una de esas fotografías de la universidad. Matias y Pedro con una mirada de felicidad… igual que la que había tenido él instantes antes. Sus dedos se agarrotaron y arrugó la foto.


—¿Por qué demonios has subido esto aquí? —preguntó con voz ronca.


—Mira lo que has hecho —Paula le arrancó la foto de las manos y la alisó contra la pernera de los vaqueros que llevaba puestos.


—No me has contestado.


—Pensé en hacerte un collage con algunas fotos de la universidad —ella señaló hacia el tablón de corcho que había colgado en la pared—. Hay unas cuantas en el pasillo, pero también me gustan éstas.


Él siguió su gesto con la mirada hasta el corcho repleto de chinchetas para sujetar calendarios, notas… o un montaje hecho con fotografías que tenían, al menos, diez años, y que en su mayoría pertenecían a Pedro y a su hermano.


Mientras las contemplaba, sintió surgir una ira que barrió la felicidad que había sentido minutos antes.


—No pongas esa cara —Paula le acarició una mejilla—. Lo siento si te ha molestado, pero pensé…


—¿Pensaste qué?


—Pensé que a lo mejor podrías hablarme sobre… sobre… —ella entrelazó los dedos con los de él.


Pedro era incapaz de quitar los ojos de otra de las fotos en las que aparecía con su gemelo. En esa ocasión, Maty estaba apoyado sobre el hombro de Pedro y se reían a mandíbula batiente… y juntos.


—¿Matias? —Lauren le apretó la mano.


Pedro se sobresaltó al escuchar el nombre de su hermano en boca de ella. Quería alejarse de esas fotos y sus malditos recuerdos. Quería tenerla en sus brazos y alejar de él toda la ira y la frustración. La atrajo hacia sí y frotó la mejilla contra la de ella.


—¿Qué te parece si dejamos el pasado aquí arriba y pensamos en un modo más agradable de disfrutar del presente?


Él la besó detrás de la oreja y sintió cómo ella temblaba. A medida que Paula se apoyaba contra él, volvió a sentirse de buen humor y cuando ella alzó su boca para besarlo, la temperatura subió de inmediato.


—¿Qué pasó entre vosotros dos? —preguntó ella con la boca pegada a la suya.


—No lo hagas —cerró los ojos y se separó de ella.


—Matias —dijo Paula con desilusión—, Matias.


—Paula.


—Por favor, Matias.


—De acuerdo, de acuerdo —él se mesó los cabellos con las dos manos—. No vas a dejarlo, ¿verdad? No me dejarás en paz.


Cruzó al otro extremo de la habitación y se dejó caer sobre un sofá. A lo mejor si le contaba lo sucedido podrían volver a esa cama y olvidarse de todo excepto de ellos dos.


Volvió a mesarse los cabellos.


—El testamento de mi padre decía…


Empezó a hablarle sobre la última voluntad de Samuel Sullivan Alfonso. Le contó que el primero en ganar un millón de dólares heredaría todo el patrimonio familiar. Le contó cómo Matias se había quedado con todo y Pedro sin nada.


—Te refieres a ti —dijo Paula mientras le acariciaba una pierna. Durante el relato se había sentado junto a él en el sofá.


—¿Cómo dices? —él sacudió la cabeza y la miró perplejo.


—Dijiste que te quedaste sin nada, pero fue Pedro quien perdió esa última competición y tú, Matias, el que ganó.


—Eso es —asintió él—. Así sucedió. Maty ganó. Pedro perdió —desvió la mirada y volvió a posarla sobre las malditas fotos. Baloncesto, peleas… Hubo un tiempo en que los hermanos Alfonso habían formado un equipo imparable—. Salgamos de aquí —dijo él mientras se ponía en pie y tiraba de ella—. Haremos lo que tú quieras. La dama elige, siempre que tenga algo que ver con la bañera o la cama.


Ella lo miraba, pero no de un modo sexy ni excitada. Tenía el ceño fruncido y más preguntas en la punta de la lengua. 


Para acallarlas, él se agachó y la besó, introduciendo la lengua profundamente en su boca hasta que Paula gimió y se agarró a sus hombros.


Sí. La satisfacción estaba a punto de llegar.


—Matias —ella se soltó y dio un paso atrás.


—¿Qué? —otra vez el maldito Maty.


—Hay algo que no logro entender. Si tú recibiste toda la herencia familiar gracias a los términos del testamento de vuestro padre, ¿por qué seguís enfadados tu hermano y tú?


—¿Qué quieres decir?


—En cuanto tomaste posesión de los bienes Alfonso, ¿no le ofreciste la mitad a tu hermano?


—Ese no era el deseo de mi padre —él la miró fijamente.


—¿Y? —Paula se cruzó de brazos—. ¿Me estás diciendo que no le propusiste compartirlo todo con él?


—Sí, sí —maldita sea, ¿por qué se empeñaba en insistir en ese punto?—. Le ofrecí la mitad de todo. Le ofrecí compartir la propiedad y… y él lo rechazó.


Pedro no olvidaría jamás lo enfadado que había estado con Matias aquel día. No podía creerse el generoso comportamiento de su gemelo después de habérselo robado todo.


—¿Lo rechazó?


—Sí —ésa era la maldita verdad. Pedro lo había rechazado. Le tomó la mano y empezó a tirar de ella hacia la puerta—. ¿Qué tal un baño de burbujas?


—Sigue sin tener sentido —ella se resistió—. Si tú le hiciste una oferta y él la rechazó, ¿por qué no os dirigís la palabra? No me digas que no erais los dos conscientes de que había sido vuestro padre quien os había obligado a competir…


—No nos hablamos —Pedro le soltó la mano y se acercó a la ventana. Contempló el precioso lago azul a través de los árboles, pero por preciosa que fuera la vista, no compensaba—, porque Pedro piensa que lo engañé para ganar. Él… él cree que soborné a un proveedor para que me favoreciera a mí.


—¡Pero tú no harías algo así…! —dijo ella tras un momento de silencio.


—¿Qué te hace estar tan segura de ello? —Pedro se volvió hacia ella.


—Es evidente. Vuestro padre os educó para ser ganadores, y ninguno de los dos disfrutaría de una victoria lograda con malas artes.


Durante un fugaz instante, una sensación extraña se acomodó en el estómago de Pedro. ¿Una duda? «Ninguno de los dos disfrutaría de una victoria lograda con malas artes».


Pero ella no conocía a Matias tan bien como pensaba. Y ni siquiera conocía los detalles de los sucesos ocurridos siete años atrás. Pedro lo sabía. Pedro sabía lo que le había hecho su hermano. ¿No?


«Ninguno de los dos disfrutaría de una victoria lograda con malas artes».


Las palabras volvieron a su mente. Una y otra vez.


Mientras contemplaba los azules ojos de Paula y su rostro acalorado, no podía olvidar cómo había acertado ella al suponer de inmediato que su hermano le había ofrecido la mitad de su herencia. Tampoco podía olvidar cómo había dado ella por supuesto que Matias no era un tramposo.


Pedro no pudo evitar pensar que la estaba engañando en ese mismo instante al pretender ser aquel hombre al que ella defendía con tanto ahínco.


Las imágenes de la noche anterior pasaron por su mente. 


Los grandes ojos de Paula y su mirada profunda mientras se acercaba a su torso para secar las gotas de leche.


La imagen de su boca inflamada por los besos y su risa cuando él la instó a que eligiera entre la cama y el mostrador de la cocina.


Su cuerpo perfecto, lleno de pálidas curvas, los rosados pezones, los rizos rubios mientras dejaba caer el camisón a los pies.