martes, 30 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 18






Más tarde, cuando ella le había permitido saciarse con la femenina tentación de los pétalos de su sexo abierto entre los sedosos muslos, se había sonrojado, pero había abierto los ojos, y se había abierto a su cuerpo.


Al cuerpo de Pedro, aunque ella no lo supiera.


A lo mejor debería contárselo. Explicárselo. Descubrir el engaño antes de ir más lejos. Como Pedro, él podría conquistarla. Ganarla como él mismo. De ese modo, nada amenazaría la satisfacción que sentía en sus brazos.


—Paula —él se acercó a ella y tomó su rostro entre las manos. Ella se acurrucó contra él y esa confianza fue como un golpe para él. Su voz se hizo más suave—. Mi dulce Paula…


La BlackBerry vibró en el bolsillo. Él hizo una mueca y Paula dejó escapar una risa.


—¿Se trata de un abejorro o es que alguien quiere localizarte? —ella dejó claro que también había notado la vibración.


—Discúlpame —no quería soltarla, pero su instinto de negocios era muy agudo y, al consultar la pantalla, supo que tenía que contestar—. ¿Elaine? ¿Qué sucede?


—He estado hablando con Ernst, de Stuttgart —elijo Elaine.


—Contestaré abajo, ¿de acuerdo? —él se excusó ante Paula. Se trataba del proveedor con el que Eagle Wireless negociaba. Si tenía éxito, Eagle ascendería en el escalafón mundial. De lo contrario…—. ¿Me disculpas unos minutos?


—Quédate aquí —ella negó con la cabeza—. Yo iré a la cocina a preparar el desayuno.


—¿Alguna vez te he dicho que no te merezco?


—Eso es lo que más me gusta —ella se puso de puntillas para besar la comisura de sus labios—. Un hombre con una deuda pendiente.


—¿Elaine? —dijo él tras contemplar cómo Paula salía por la puerta—. ¿Qué sucede con Ernst?


—Se ha enfriado.


—¿Alguna idea del motivo? —el europeo nunca se había mostrado especialmente alegre.


—Si tuviera que adivinar, diría que tiene otro novio para esos componentes sobre los que hemos estado negociando con él.


—¿Alguna idea de quién puede ser? —él apretó con más fuerza el BlackBerry.


—Tengo mis sospechas.


—Sí —dijo Pedro—, yo también.


Matias. Matias, que estaba en Alemania. Pedro lo había sospechado desde el principio y en esos momentos no había que esforzarse mucho para deducir que su rival en las negociaciones con Ernst era Matias. Maldito Matias.


Pedro cerró los ojos al sentir la tensión que presionaba su frente como una mordaza. Paula se había equivocado al defender a su hermano. Aunque no le sorprendía, le sacaba de quicio el dolor que seguía provocándole la traición de su
hermano. No le hacía falta abrir los ojos para ver de nuevo esas fotos de la universidad. El recuerdo de cada una de ellas abrió otra vieja herida.


Durante algún tiempo habían estado muy unidos. Junto a Matias, Pedro se había sentido invencible. Echaba de menos esa sensación.


—Voy a reservar un vuelo para Alemania —Pedro abrió los ojos y se dirigió a su ordenador portátil, que descasaba en un extremo del escritorio.


—Creía que estabas obligado a quedarte en la casa.


—Ya se me ocurrirá algo —los dedos de Pedro se paralizaron sobre el teclado. Tendría que despedirse de Tahoe, y de Paula, pero no podía evitarse—. Los negocios son lo primero.


—Desgraciadamente, para los dos —dijo Elaine—, e insisto en «los dos», porque sé el humor que se te va a poner cuando te lo cuente y que mis pobres y tiernos oídos tendrán que soportar el estallido de tu ira y que volveré a casa, junto a mi familia, sorda del oído derecho e incapaz de cumplir con mis deberes de esposa y madre por culpa de…


—Suéltalo ya —Pedro se preparó para lo peor. Elaine era casi tan ambiciosa como él, y si había dicho «desgraciadamente», entonces lo era.


—Ernst estará ilocalizable durante la próxima semana. Acudirá a una gran boda familiar al norte del país y no estará disponible para hablar de negocios hasta que vuelva.


—Demonios —Pedro soltó un prolongado suspiro—. ¿Una semana?


—Una semana.


Una semana para idear el modo de salvar el trato. Una semana para alimentar la ira contra su hermano por el modo en que intentaba hundir a Eagle Wireless.


Una semana para estar junto a Paula.


Como Matias. Maldita fuera. Como Matias.


No iba a cejar en su empeño de venganza contra su hermano. De ninguna manera. Si Matias quería ser su rival en el trato con Ernst, entonces Pedro seguiría
conquistando a Paula como lo había hecho hasta entonces. 


En nombre de Matias.


Pero ella se había quitado el anillo de compromiso, ¿no? No eran más que «una pareja normal», ya no eran una pareja prometida.


Con esa idea en mente, todavía podría sentir satisfacción al darle placer en la cama mientras esperaba el feliz día en que contemplaría el rostro de su hermano al descubrir que Pedro había disfrutado de su prometida antes que él.


No era tan despreciable, ¿verdad? Él la satisfacía en la cama tanto como ella a él, de eso estaba seguro.


Y, a fin de cuentas, Paula había dicho que le gustaban los hombres con una deuda pendiente.


Pedro le debía un enorme desembolso a Matias.






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