lunes, 29 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 16





Paula dejó a su amante dormido sobre las arrugadas sábanas de la cama y se encaminó de puntillas hasta su propio dormitorio. Allí se vistió y, otra vez de puntillas, se dirigió escaleras abajo, sin hacer ruido, para preparar café. 


Algo le decía que no era habitual que Matias se concediera el lujo de dormir hasta tarde, y quería darle esa oportunidad.


Aunque también le preocupaba el darle demasiadas cosas.


Mientras preparaba la cafetera contempló su mano izquierda, desprovista del anillo de compromiso que se había quitado al ducharse, y que no tenía intención de volverse a poner. La noche anterior, en cuanto él empezó a excusarse por haber roto su promesa, ella había sentido la necesidad de decir algo en su descargo. Pero tras proponer la anulación del compromiso, de repente había adquirido sentido para ella también, y, si bien las cosas seguían pareciendo perfectas, y el deseo tampoco había desaparecido, lo mejor era ser precavidos.


Durante el resto de la estancia en la cabaña, ella no incluiría «matrimonio» y «Matias» en la misma frase.


Mientras se servía una taza de café sonó el móvil.


—¿Qué hay, Cata? —ella sonrió al ver el número que aparecía en pantalla.


—Connie llamó desde San Francisco —su hermana fue directa al grano—. No estás en San Francisco. ¿Va todo bien?


—Ah, vaya —Paula hizo una mueca ante la mención de su antigua compañera de universidad. Tendría que haberla llamado para decirle que posponía el viaje, pero se le había olvidado totalmente—. La llamaré para decirle que me quedaré algún tiempo en Tahoe.


—¿Con Matias?


—Prométeme que no dirás nada a mamá y papá. Prométemelo, Catalina— Paula dudó un instante.


—Nooo —gruñó la señorita Mensa—. Eso suena fatal. Realmente fatal. Dijiste que ibas allí para romper con él.


—Lo sé —Paula se mordió el labio inferior—. Escucha, Cata, estabas muy ansiosa porque rompiera mi compromiso. ¿De verdad crees que es tan… tan mal tipo?


Cielos, sonaba como una adolescente de instituto, pero ¿con quién más podría hablar de él? Sus padres no eran objetivos, y Connie ni siquiera lo conocía. Y, para ser justos, aparte de su obsesión por Justin Timberlake, su hermana pequeña juzgaba muy bien a las personas.


—Yo nunca he dicho que sea un mal tipo —dijo Catalina con una risita—. Creo que es divertido. ¿Te has fijado en cómo intenta hacer funcionar su dispositivo BlackBerry?


—La verdad es que no me he fijado —Paula frunció el ceño. Recordó haberlo visto hablar por teléfono en el lago, y no había notado nada extraño.


—Un día que estaba en casa sonó y él no supo qué hacer —su hermana rió de nuevo—. Su expresión era de lo más aturdida y sus dedos no dejaban de apretar las teclas hasta que hizo saltar la alarma, que empezó a sonar al mismo tiempo que el timbre. Pensé que lo iba a arrojar a la piscina antes de poder quitárselo de las manos.


—Pues debes de ser una maestra estupenda, porque ya no parece tener problemas con él. Al contrario.


—¿En serio? Pues no parecía un buen alumno y me dijo que confiaba todas las cuestiones técnicas a su secretaria.


—Bueno, a pesar de eso, ¿te gusta? —lo que ella había observado no cuadraba con los comentarios que le estaba haciendo Catalina, pero Paula se encogió de hombros y volvió al tema que le preocupaba.


—¿Como marido para ti?


—No, no, no —ella recordó su intención de no incluir en la misma frase «matrimonio» y «Matias»—. Como… como persona.


—Ya te he dicho lo que pienso. Sí, me gusta, pero, un momento —Catalina bajó el tono—. Paula, ¿te estás acostando con él?


—¿Cómo? —ella alzó la voz mientras intentaba suavizar el tono y salía de la cocina para alejarse del hombre que dormía en la planta superior—. Eso no es asunto tuyo.


—¿Por qué?


—¿Por qué, qué? —Paula miró hacia la segunda planta y se dirigió escaleras abajo hacia el sótano. Entró en la bodega y cerró la puerta tras ella.


—¿Por qué no me cuentas si te acuestas con Matias?


—¿No te ha explicado mamá que esas cosas no se preguntan? —Paula se pellizcó el puente de la nariz.


—Sí, pero tras tu estancia en París, pensé que a lo mejor te habrías desprendido de parte de tu puritanismo americano.


—No es puritanismo negarse a hablar de sexo con tu hermana menor de trece años —Paula cerró los ojos.


—¿Y cómo se supone que voy a aprender sobre el tema?


—Como hemos hecho los demás —espetó Paula—. Y lo aprenderás cuando seas mayor, mucho mayor.


—Puritana —murmuró Catalina.


Paula volvió a pellizcarse la nariz. No iba a discutirlo con su hermana, pero la noche anterior había demostrado con creces que, de ninguna manera, se la podría catalogar de puritana. El sexo con Matias había sido bastante espectacular, aunque estuviera mal que lo dijera, y su corazón dio un pequeño vuelco al pensar en la posibilidad de disfrutar de esos fuegos artificiales toda la vida.


No. No debía pensar en la eternidad junto a él.


—¿Significa eso que tendré que empezar a pensar en ponerme uno de esos ridículos vestidos de dama de honor? Mamá ha encontrado uno que, a lo mejor, sería capaz de soportar. Es de color azul claro con una banda de satén azul más oscura…


Paula volvió a perderse en sus pensamientos. Catalina estaría preciosa vestida de azul. Se la imaginaba perfectamente, y a ella misma con un sencillo traje blanco, muy escotado en la espalda, que tendría un aire recatado por delante, pero que dejaría a Matias con esa cara de haber recibido un sartenazo…


Con un gruñido, se alejó de la puerta de la bodega. Caminó hasta la mesa y eligió despreocupadamente una foto para distraerse de la idea del matrimonio. Era la foto de los gemelos que había contemplado la noche anterior y, al mirar esos dos rostros idénticos, tuvo una idea.


—Tengo que irme, Cata—dijo mientras empezaba a colocar las fotos en dos montones. Tenía algo que hacer.


Lo cierto era que, con o sin anillo de compromiso, con o sin su decisión de anular la boda, no había manera de separar la idea del matrimonio del hombre que dormía en el piso superior. Pero tampoco iba a tomárselo muy en serio, al menos hasta que entendiese mejor a esos dos hombres, tan parecidos, que sonreían felices desde el montón de fotografías que tenía en la mano.











EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 15




Con la mejilla de Paula apoyada contra su pecho y los rizos dorados esparcidos sobre su hombro, Pedro decidió que era imposible lamentar una sola fracción de segundo de lo que acababa de suceder.


¿A quién quería engañar?


Era imposible lamentar el aspecto de esas curvas, acariciadas por la luz del fuego. Era imposible lamentar el ardor de sus besos, la sensación de sus pechos en las manos, los dulces gemidos que ella emitía cada vez que introducía un pezón en su boca.


Demonios, a pesar de haberse saciado, el mero recuerdo de lo sucedido hacía que su sangre se dirigiera de nuevo hacia abajo.


—Paula, ¿estás bien? —él la besó en la sien.


—Humm —se acurrucó más contra él y le hizo sonreír, sorprendido por sentirse él mismo exactamente igual que ella.


Sin embargo, el sentimiento de culpa debería estarlo matando, ¿o no?


—¿Estás bien tú, Matias?


Ahí estaba ese sentimiento de culpa. Matias. Ella se había acostado con él, pensando que él era Matias.


—No lo tenía previsto —él acarició sus sedosos rizos mientras se preguntaba si sería capaz de mirarse al espejo por la mañana—. No había previsto que acabáramos aquí esta noche.


—Lo sé.


—Intenté cumplir mi promesa —no se sintió absuelto por las dos palabras de ella.


—Y lo hiciste. Prometiste que lo que sucediera entre nosotros dependería de mí y, si haces memoria, yo entré aquí por propia voluntad.


—También te desnudaste por propia voluntad —sonrió ante la leve irritación en la voz de ella—. Esa parte me encantó.


—Tendrías que haberte visto —Paula rió tímidamente—. Parecías como esos personajes de dibujos animados después de haber recibido un sartenazo.


—¿Te estás burlando de mí? —le pellizcó el redondeado trasero.


—Sí —ella gritó y rió cuando Pedro la volvió a pellizcar—. ¡Oye! Que eso duele.


Sin sentir el menor remordimiento, él frotó la parte lastimada mientras se deleitaba con la suavidad de la piel y la intimidad de la risa de Paula. ¿Alguna vez había experimentado esa combinación de humor y sexo? Antes de Paula, ni siquiera
recordaba la última vez que había reído con alguien sobre algo.


La idea reavivó el sentimiento de culpa. Ella se le había entregado, junto con la risa y esa sensación tan poco familiar de alegría, mientras que él había fingido ser su prometido.


—Aun así, Paula, no puedo evitar pensar que esto no debería haber sucedido. Tú no estás segura sobre el compromiso y…


—Déjame decirte algo, ¿de acuerdo? —ella le tapó la boca con una mano—. Algo importante.


Pedro asintió y retiró la mano de su boca.


—De niña, una vez le pregunté a mi madre cómo sabría quién era el hombre con quien debía casarme.


—Y ella contestó…


—Ella me dijo que no me preocupara por eso. Que mi padre y ella lo sabrían y me lo dirían cuando lo encontraran.


—Tengo la sensación —Pedro de repente lo vio claro—, de que tus padres no eligieron al surfista, al mecánico, ni tampoco a Jacques Cousteau.


—Jean-Paul —lo corrigió ella mientras suspiraba—, pero sí, tienes razón. Eres mi primer novio elegido por la familia y también tienes razón si piensas que yo no me siento del todo cómoda con esa idea.


—De modo que…


Ella se incorporó y se apoyó sobre el torso de Pedro mientras lo miraba a los ojos. Sus cabellos eran una salvaje maraña alrededor del rostro y la luz de la hoguera les imprimía unos tonos de amanecer y anochecer.


—De modo que me gustaría que de momento olvidásemos lo del compromiso, ¿de acuerdo? Me gustaría que fuésemos como una pareja normal que disfruta de la compañía del otro. ¿Podemos hacerlo?


—Sí —contestó él lentamente, consciente de que no habría podido desear nada más, aunque se merecía mucho menos—. Podemos hacerlo.


—Bien.


Pedro no pudo evitar sonreír ante el sonido despreocupado de la voz de Paula.


Él mismo no podía evitar sentir esa despreocupación, de nuevo tan poco familiar, pero tan maravillosa. Con un ágil movimiento, se colocó de nuevo sobre ella.


—Entonces, déjame que empiece a disfrutar de nuevo de ti, Ricitos de Oro. Ahora mismo.



domingo, 28 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 14




Mientras esperaba sola en la cocina, temblando de deseo y anticipación, las palabras de Matias volvían una y otra vez a su mente. «Espera hasta que te avise de que ha llegado el momento de que te haga mía».


Palabras básicas de posesión entre un hombre y una mujer.


Ella estaba obsesionada con la idea de tenerlo también. De tenerlo dentro de su cuerpo. De practicar sexo con ese hombre en concreto, que podría ser el definitivo, si superaba la prueba.


—Paula, sube —la voz de Matias llegó hasta la cocina.


Más tarde, ella fue incapaz de recordar el recorrido hasta la planta superior. No recordaba haber subido las escaleras ni haber entrado en el dormitorio principal, que tenía la puerta entornada.


Fue como si nada más escuchar la voz de Matias ya estuviera en el dormitorio, en ese dormitorio decadente, que lo parecía aún más por el fuego que crepitaba en la chimenea y lanzaba destellos amarillos, naranjas y rojos sobre la cama.


Él estaba a un lado, todavía con el pantalón del pijama puesto. Paula sintió el calor en su mirada y el calor del fuego, y el calor por llevar demasiada ropa cuando lo único que quería era el palpable deseo de ambos que llenaba la habitación.


Sin dejar de mirarlo, ella dejó caer la bata al suelo. Luego, se acercó a él mientras soltaba los tirantes de su camisón, que se deslizó por su cuerpo desnudo.


Al fin se paró frente a su prometido, mientras le ofrecía todo lo que tenía.


Paula sonrió ante la mirada de carnero degollado de Matias.
«Hacerte mía».


La frase servía para ambos y parecía que tendría que ser ella quien diera el pistoletazo de salida, a juzgar por la mirada atónita de su hombre al verla frente a él.


Al menos su reacción era de pura lujuria… ¿o no?


—¿Hay algo… hay algo que no te guste? —la inseguridad provocó un escalofrío en su columna. A lo mejor esa sensación de perfección no era mutua.


—¿Sobre qué? —preguntó Pedro con el ceño fruncido.


—Sobre mí —balbuceó ella llena de ansiedad.


—Lo único que no me gusta de ti —él rió, en tono bajo y sexy, borrando todo vestigio de ansiedad en ella—, es que estás demasiado lejos, cariño.


Él extendió los brazos y la atrajo hacia sí. El contacto con su torso desnudo hizo que ella gimiera, pero él ahogó el sonido con un beso que subió aún más la temperatura.


—¿Estás bien? —preguntó ella con voz ahogada, tras caer sobre la cama encima de él.


—No he estado tan bien desde hace años —Pedro volvió a reír mientras acariciaba sus cabellos.


Ella sonrió, pero la sonrisa se borró cuando Pedro la agarró por la cintura y la levantó para poder hundir su rostro entre los pechos. Paula deslizó las manos por el oscuro cabello y clavó las uñas en su cabeza al sentir que uno de los pezones se introducía en la boca de él.


Arqueó la espalda ante la deliciosa sensación. Él acarició el pezón con la lengua, suave y dulcemente, antes de chuparlo con fuerza mientras emitía un gruñido masculino de deseo que surgía de las profundidades de su garganta. El sonido de placer de Pedro no hacía más que sumarse a la agonía de un placer casi insoportable que surgía del pecho de Paula.


Pedro empezó a pellizcar el húmedo pezón con los dedos mientras su boca le prestaba la atención merecida al otro pezón. Paula era consciente de su agitada respiración y, aunque cerrara los ojos, seguía viendo las luces y el fuego en la habitación.


Así eran ellos dos, oscuridad y llamas. Aunque aún no se conocían bien del todo, eso no impidió que prendiera el fuego entre ellos, que sus dudas se consumieran, que se iluminara el camino hacia un futuro que parecía tan… perfecto.


Siempre la perfección.


Pedro cambió de posición y, de repente, ella sintió el contacto de las sábanas con su espalda, y sobre ella la dureza de los nervios, músculos y huesos de él. Separó las piernas para que él se acomodara, pero Pedro ignoró la invitación y se puso de pie junto a la cama.


Con los ojos medio entornados, ella vio deslizarse una mano hasta la cinturilla del pantalón y bajó su mirada hasta la erección que empujaba la tela de algodón.


—Qué bonita eres —dijo él con voz ronca.


Ella contempló su rostro, que tenía las facciones aún más marcadas y bellas a la luz del fuego. Él la estudiaba y su mirada se deslizaba desde los pechos hasta las piernas abiertas.


Instintivamente, ella las juntó.


—No lo hagas —dijo él con dulzura—. No me ocultes nada. Por favor.


Ella no quería ocultarle nada y por eso deslizó sus talones por la suave sábana.


—Ven a mí.


Él se arrancó los pantalones con un ágil movimiento y alargó la mano hacia el cajón de la mesilla en busca de un condón. Paula tuvo una breve visión de una potente erección antes de que él cayera de nuevo en sus brazos con el miembro empujando ante la entrada mientras los labios buscaban su boca para otro demoledor beso.


Paula rodeó su cuello con los brazos y alzó las caderas, en una clara exigencia, mientras él empujaba contra ella para tomarla poco a poco. Ella pasó de sentirse desesperadamente tensa a deliciosamente plena.


Pedro levantó la cabeza para mirarla. Ella tenía los ojos cerrados ante el placer de la plenitud.


—No lo hagas —susurró Pedro—. No me dejes fuera.


—¿No es una sensación maravillosa? —ella abrió los ojos mientras sonreía.


—¿Tú que opinas? —él se meció en la cuna de su cuerpo.


—Creo que es… que es…


—Perfecto, Ricitos de Oro —dijo él—. Ni demasiado caliente, ni demasiado frío,ni demasiado fuerte, ni demasiado flojo. Simplemente perfecto.


Por supuesto, ella pensaba lo mismo. Y por supuesto, oírlo de sus labios, con esa voz ronca y cargada de deseo, sólo sirvió para convencerla aún más de que estaba en el lugar apropiado con el hombre apropiado.


Por fin.


Levantó las caderas para tomarlo más profundamente, y él gimió mientras echaba la cabeza hacia atrás. Después, y a punto de la culminación, se retiró para deslizarse nuevamente en su interior. Los músculos de ella se tensaron para atraparlo. La sensación era maravillosa, pero él se volvió a retirar antes de penetrarla de nuevo lentamente.


Ella intentaba luchar contra ese ritmo, aunque no quería hacerlo. Era buenísimo sentirse llena de él, y aun así tenía que dejar que se marchara para que la volviera a llenar. Sus piernas se enroscaron alrededor de las fuertes caderas de él y ella encontró una posición que hizo que se le pusiera la piel de gallina por la excitación.


—Ahh —gimió cuando él se inclinó para besarle el cuello—. Por favor…


—¿Por favor, qué? —le susurró él al oído—. ¿Por favor, qué?


Mientras entraba y salía de su cuerpo sin parar, Paula no podía pensar en nada en el mundo que deseara más que eso: el reflejo de las llamas sobre el fuerte y amplio torso, el brillo de sus ojos, la deliciosa unión de dos personas que se convertían en una, indivisible y plena.


Pedro volvió a tomar uno de sus pezones entre los labios y el cuerpo de Paula reaccionó aumentando la presión sobre el suyo. Él gimió mientras el ritmo se alteraba a medida que ambos se aproximaban al clímax.


—Creo que no me merezco todo esto —susurró él.


—Yo sí —contestó ella.


Pedro emitió una mezcla de risa y gemido, y entonces deslizó una mano entre los dos cuerpos para tocarla justo ahí, en la pequeña protuberancia que palpitaba como otro corazón.


Casi sin aliento, empezó a escalar la cima mientras los dedos de Pedro la acariciaban una y otra vez.


—Déjame tenerte —susurró él—. Déjate ir, Ricitos de Oro. Déjate.


«Déjame tenerte».


Y ella obedeció, con fuertes sacudidas contra él, junto a él, mientras Pedro alcanzaba su propio clímax dentro de ella.


El último temblor los desgarró y Pedro se desplomó sobre ella.


«Oh, sí», pensó Paula. Seguía sintiendo la perfección.