lunes, 29 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 15




Con la mejilla de Paula apoyada contra su pecho y los rizos dorados esparcidos sobre su hombro, Pedro decidió que era imposible lamentar una sola fracción de segundo de lo que acababa de suceder.


¿A quién quería engañar?


Era imposible lamentar el aspecto de esas curvas, acariciadas por la luz del fuego. Era imposible lamentar el ardor de sus besos, la sensación de sus pechos en las manos, los dulces gemidos que ella emitía cada vez que introducía un pezón en su boca.


Demonios, a pesar de haberse saciado, el mero recuerdo de lo sucedido hacía que su sangre se dirigiera de nuevo hacia abajo.


—Paula, ¿estás bien? —él la besó en la sien.


—Humm —se acurrucó más contra él y le hizo sonreír, sorprendido por sentirse él mismo exactamente igual que ella.


Sin embargo, el sentimiento de culpa debería estarlo matando, ¿o no?


—¿Estás bien tú, Matias?


Ahí estaba ese sentimiento de culpa. Matias. Ella se había acostado con él, pensando que él era Matias.


—No lo tenía previsto —él acarició sus sedosos rizos mientras se preguntaba si sería capaz de mirarse al espejo por la mañana—. No había previsto que acabáramos aquí esta noche.


—Lo sé.


—Intenté cumplir mi promesa —no se sintió absuelto por las dos palabras de ella.


—Y lo hiciste. Prometiste que lo que sucediera entre nosotros dependería de mí y, si haces memoria, yo entré aquí por propia voluntad.


—También te desnudaste por propia voluntad —sonrió ante la leve irritación en la voz de ella—. Esa parte me encantó.


—Tendrías que haberte visto —Paula rió tímidamente—. Parecías como esos personajes de dibujos animados después de haber recibido un sartenazo.


—¿Te estás burlando de mí? —le pellizcó el redondeado trasero.


—Sí —ella gritó y rió cuando Pedro la volvió a pellizcar—. ¡Oye! Que eso duele.


Sin sentir el menor remordimiento, él frotó la parte lastimada mientras se deleitaba con la suavidad de la piel y la intimidad de la risa de Paula. ¿Alguna vez había experimentado esa combinación de humor y sexo? Antes de Paula, ni siquiera
recordaba la última vez que había reído con alguien sobre algo.


La idea reavivó el sentimiento de culpa. Ella se le había entregado, junto con la risa y esa sensación tan poco familiar de alegría, mientras que él había fingido ser su prometido.


—Aun así, Paula, no puedo evitar pensar que esto no debería haber sucedido. Tú no estás segura sobre el compromiso y…


—Déjame decirte algo, ¿de acuerdo? —ella le tapó la boca con una mano—. Algo importante.


Pedro asintió y retiró la mano de su boca.


—De niña, una vez le pregunté a mi madre cómo sabría quién era el hombre con quien debía casarme.


—Y ella contestó…


—Ella me dijo que no me preocupara por eso. Que mi padre y ella lo sabrían y me lo dirían cuando lo encontraran.


—Tengo la sensación —Pedro de repente lo vio claro—, de que tus padres no eligieron al surfista, al mecánico, ni tampoco a Jacques Cousteau.


—Jean-Paul —lo corrigió ella mientras suspiraba—, pero sí, tienes razón. Eres mi primer novio elegido por la familia y también tienes razón si piensas que yo no me siento del todo cómoda con esa idea.


—De modo que…


Ella se incorporó y se apoyó sobre el torso de Pedro mientras lo miraba a los ojos. Sus cabellos eran una salvaje maraña alrededor del rostro y la luz de la hoguera les imprimía unos tonos de amanecer y anochecer.


—De modo que me gustaría que de momento olvidásemos lo del compromiso, ¿de acuerdo? Me gustaría que fuésemos como una pareja normal que disfruta de la compañía del otro. ¿Podemos hacerlo?


—Sí —contestó él lentamente, consciente de que no habría podido desear nada más, aunque se merecía mucho menos—. Podemos hacerlo.


—Bien.


Pedro no pudo evitar sonreír ante el sonido despreocupado de la voz de Paula.


Él mismo no podía evitar sentir esa despreocupación, de nuevo tan poco familiar, pero tan maravillosa. Con un ágil movimiento, se colocó de nuevo sobre ella.


—Entonces, déjame que empiece a disfrutar de nuevo de ti, Ricitos de Oro. Ahora mismo.



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