miércoles, 3 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 19




Diez minutos más tarde, George le había enseñado los planos y Georgia le había llevado una bolsa llena de ropa. Georgia no había entrado en el hotel, así que Paula no había tenido la oportunidad de conocerla.


Una lástima. Nico había salido a recoger la bolsa cuando ella llamó para decir que estaba en el aparcamiento. Después, Pedro e Paula se dirigieron a casa para que ella pudiera probársela.


Momentos más tarde, sola en su apartamento, dejó la ropa sobre la cama y la miró con añoranza. Pantalones de lino, un vestido de punto, vaqueros desgastados, pantalones cortos de peto, camisetas… Y todo ello con olor a suavizante.


Un aroma maravilloso después del olor a moho y a ropa mojada. Ella acercó la nariz al vestido e inhaló profundamente. El vestido tenía un corte precioso. Y los tops
parecían muy útiles. Incluso había un sujetador de premamá. 


Se lo probó y descubrió que le quedaba perfecto. Además, era cómodo, bonito, e incluso la hacía sentirse sexy.


Sorprendente.


Se probó un par de pantalones negros con un chaleco y una blusa de lino. Santo cielo. Parecía incluso una mujer respetable. Parecía que ya podía caminar con el rostro levantado por la calle y, después de lo que había pasado durante las últimas semanas, aquello fue suficiente para que las lágrimas afloraran a sus ojos una vez más.


—No seas estúpida —murmuró, y agarró el vestido de punto otra vez.


Era precioso. Suave, ceñido y elegante. Miró la etiqueta y pestañeó. No era de una tienda barata, eso desde luego. Por eso tenía tan buen aspecto.


Y, después de probárselo, descubrió que le quedaba muy bien.


Vio unas sandalias en la bolsa y, al sacarlas, cayó una nota al suelo:
Espero que te sirva alguna prenda. Siento que lo hayas pasado tan mal durante las últimas semanas. Llámame cuando hayas visto la ropa y nos tomaremos un café mientras miramos el resto de mi ropa. Es una locura que compres cosas, ¡tengo toneladas!
Georgia


Paula tragó saliva y se sentó en la cama. Tomar un café con otra chica. No lo había hecho durante años. Apenas recordaba cuándo había sido la última vez.


Llamaron a la puerta.


—¿Paula? ¿Estás bien?


—Sí —contestó ella, conteniendo las lágrimas. Se acercó a abrir la puerta y entró de nuevo en el dormitorio—. La ropa es estupenda. Ha sido muy amable. Me ha invitado a tomar café. ¿Qué opinas? ¿Debo ir? ¿Y qué crees que debería ponerme? No la conozco, tú sí. Esto no, es muy elegante. ¿Alguna idea?


Paula se volvió hacia Pedro y vio que él la miraba como si hubiese metido la pata. Dio un paso atrás, con inseguridad, y dijo:
—Hmm… Quizá debería ir con mis vaqueros…


—¡No! No… Tienes un aspecto estupendo. Lo siento, es que me ha pillado por sorpresa. Verte así. Estás…


Se calló y permaneció mirándola durante un momento, después desvió la mirada.


—Hmm… Tengo que regresar al hotel. Ha surgido algo. Si quieres que te lleve a casa de Georgia, puedo hacerlo, pero tengo que irme ahora. Y ponte algo casual, unos vaqueros, o lo que sea. Georgia no viste de manera formal cuando tiene a los niños con ella.


Y retrocedió hacia la puerta como si hubiera un incendio en la habitación.


¿Por qué?


Ella se volvió y se miró en el espejo. De pronto, lo comprendió todo. El vestido era escotado y con el sujetador nuevo, se le veía más que el escote. Y, a pesar del embarazo, se le marcaba la cintura. ¿Estaba sexy?


Cielos.


Se quitó el vestido y se puso unos vaqueros y un top. Se encontraba mejor. Sólo le faltaba abrir la puerta y reunirse con Pedro como si nada hubiera sucedido.


No es que ella supiera qué había sucedido, pero se había puesto nerviosa, y no quería que le volviera a pasar.



****


Preciosa.


Así era como estaba con ese vestido. Preciosa y sexy. Toda una mujer, con la melena por los hombros, provocando que él deseara acariciarla…


Pedro salió al jardín y tomó una bocanada de aire. Pebbles estaba tumbada al sol, y él la agarró para meterla dentro.


Paula apareció en la puerta con el cabello recogido en una especie de moño. Se había cambiado de ropa y llevaba unos vaqueros y un top de color rosa, que hacían que estuviera más sexy que con el vestido. Pedro tragó saliva al verla.


—¿Estás preparada?


Ella asintió.


—Será mejor que meta a la gata en mi habitación —dijo ella. 


Al tomarla en brazos sus dedos se rozaron y él sintió una especie de quemazón. Paula se separó de él y se volvió para dejar a la gata en la habitación. Cuando regresó, llevaba el top lleno de pelos del animal.


—Estás llena de pelos de gato —dijo él. En el vientre abultado. Y en los pechos.


¿El día anterior también los había tenido tan grandes? Él desvió la mirada y se acercó al cuarto de lavado para buscar un rodillo quitapelusas—. Toma —se lo entregó. ¡No estaba dispuesto a pasarle el rodillo sobre el cuerpo!


—¿Mejor?


—Muy bien —dijo él, tratando de no mirarla demasiado. Dejó el rodillo sobre la mesa y tiró las llaves al aire para recogerlas después—. He llamado a Georgia y está en casa. Vas a ir a comer. Vamos.



****


Paula lo pasó de maravilla.


Georgia la recibió en la puerta con una gran sonrisa y un bebé en la cadera.


—Hola, me alegro de conocerte —le dijo, y la miró de arriba abajo—. ¡Te quedan de maravilla! Me alegro mucho.


—Es cierto. Muchas gracias. ¡Es muy agradable tener algo que se acomode al vientre! Te estoy muy agradecida.


—De nada, Paula. Ésta es Lucia. Di hola, Lucia. Pasa. Maya está dibujando en la mesa de la cocina —le dijo, y la guió hasta la cocina.


Lucia debía de tener nueve o diez meses, y Maya, un par de años. La niña levantó la vista del dibujo y sonrió a Paula. Al instante, le estaba mostrando el dibujo y ofreciéndole un zumo.


—¿Quieres zumo? Yo tengo zumo —dijo Maya, y se bajó de la silla para dirigirse a la nevera.


Georgia le quitó el envase de la mano para evitar que se cayera y sirvió dos vasos. Después de darle uno a Paula, dijo:
—Ese top te queda muy bien. Nico dijo que eras más o menos de mi talla, pero no lo creí. A los hombres no se les suele dar muy bien esas cosas. ¿Había algo más que te quedara bien?


—Eso espero, no he tenido mucho tiempo para mirarlo. Me probé el vestido negro, ¿el ceñido?


—Ah, ése. A Nico le encantaba. Es muy cómodo. Yo me lo ponía un montón.
Tengo algunas prendas de ese estilo, pero no estaba segura de qué tipo de chica eras… ¿Coqueta, práctica o…? No sé.


¿Coqueta? No había sido coqueta en su vida, pero de pronto le apetecía probarlo.


Aunque por la cara que había puesto Pedro, quizá no fuera tan buena idea.
—Vamos al jardín. He preparado un picnic… ¿Vamos a comer, chicas? —dijo Georgia.


Lucia puso una amplia sonrisa y dijo:
—¡Mami, mami, mami!


Georgia miró a su hija y después se dirigió a Paula.


—¿Me haces el favor de llevarla tú? Yo llevaré la neverita. Gracias —le entregó al bebé.


—Hola, cariño —le dijo Paula con una sonrisa. La pequeña le dedicó otra sonrisa y le mostró tres dientecitos.


¿Y ella iba a ser madre? Le parecía algo maravilloso después del año que había pasado.



Siguió a Georgia y a Maya hasta el jardín, atravesando la casa y pasando por un cuarto lleno de juguetes. Al salir, vio una extensión de césped desde donde se veía el mar.


Era una casa estupenda. Nada comparada con la de Pedro, pero sí una casa de estilo Victoriano, con una torreta y situada sobre el paseo marítimo y la playa.


Durante la comida, Georgia le contó la reforma que le habían hecho a la casa y la construcción de las partes que habían añadido.


Pedro me dijo que eras arquitecto —dijo Paula.


—«Eras» es la palabra adecuada —contestó Georgia frunciendo la nariz—. Ahora intento serlo, pero con cuatro niños es un poco difícil. Siempre podré retomarlo después, y trabajé con Pedro en su casa. Eso fue divertido… Papá la
construyó para él, y como querían empezar con el hotel, se dieron mucha prisa y la terminaron en seis meses. No creo que a Pedro le importara. Estaba encantado de entrar a vivir en ella. Esta mañana conociste a mi padre, George Cauldwell.


—Oh, sí. Un hombre agradable.


—Lo es, pero estoy un poco preocupada por él. Es un trabajo importante, y no es lo que él suele hacer, pero le gusta el reto. Hace un par de años le pusieron un bypass y tuvo que empezar a tomárselo todo con más tranquilidad. Ahora ha retomado el ritmo habitual. Yo intento que no se exceda, pero no sirve de nada. Nico lo lleva a reuniones y lo hace sentar y hablar un rato si cree que está siendo demasiado para él.


Sí. Paula podía imaginar a Nico haciendo eso. Le parecía un buen hombre. Y Georgia era encantadora.


Cuando terminaron de comer, Georgia acostó a las niñas para que durmieran la siesta mientras ellas revisaban la ropa de premamá.


Paula se probó montones de cosas y, aunque se sentía culpable, recordó que el comentario que había hecho Georgia sobre que no tenía sentido comprar nada cuando ella tenía de todo, tenía sentido.


—Te las devolveré en cuanto termine de usarla —le prometió mientras guardaba la ropa en una bolsa.


—¿Cuándo sales de cuentas?


—A principios de agosto. Dentro de ocho semanas más o menos. Estoy deseando verla.


—¿Verla?


Paula asintió y se acarició el vientre.


—Eso me dijeron en la ecografía de las veinte semanas. Espero que sea verdad. Ya me he acostumbrado a que sea una niña.


Georgia sonrió.


—Las niñas son maravillosas. No es que no adore a los niños, pero las niñas son especiales. Bueno, todos los son, por supuesto. Los conocerás más tarde, si todavía estás aquí. De hecho, puesto que los chicos estarán ocupados todo el día, puedes venir conmigo al colegio a recoger a los niños y después podemos volver aquí y decirles que vengan todos a cenar.


«¿Todos? ¿Emilia también?».


Iona no se sentía preparada para eso.


—Creo que será mejor que regrese a la casa. Después de todo, se supone que soy el ama de llaves de Pedro, y si no me gano el sueldo… Pero gracias, de todos modos.


—De nada —Georgia le entregó la bolsa de ropa cuando llegaron a la puerta y dijo—: Sabes, Emilia es una persona encantadora. Sé que ayer dijo algunas cosas terribles, pero quiere a Pedro y está preocupada por él. No sabemos qué le hizo Kate porque no quiere hablar de ello pero, parecían una pareja para toda la vida y de pronto, él había regresado de Nueva York y se estaba construyendo una casa. En cualquier caso, no es asunto mío, y ya te lo contará él si quiere que lo sepas, pero a ella le preocupa que vuelvan a hacerlo sufrir.


—Georgia, soy su ama de llaves —dijo Paula.


Y Georgia soltó una risita.


—¿De veras? ¿Sólo su ama de llaves? Ya veremos.


—Lo soy. Y eso es todo. No quiero tener una relación con nadie, y parece que él tampoco.


Georgia sonrió.


—Ya lo veremos —dijo de nuevo, y se inclinó para abrazarla—. Cuídate. Y llámame si necesitas algo.


—Gracias. Y gracias por este día estupendo.


—Ha sido un placer. Te llevaría a casa, pero las niñas…


—Está bien. Hace un día precioso y no estoy lejos. Disfrutaré del paseo.


Y así tendría tiempo de poner en orden su pensamiento… 


Sobre todo aquella parte en la que no dejaba de preguntarse cómo sería tener una relación con Pedro Alfonso






CENICIENTA: CAPITULO 18





—Es simpática.


—Ya te dije que era simpática —le dijo Pedro a Hernan.


—Agradable, educada…


Pedro suspiró y Hernan añadió:
—Emi tenía miedo de que te estuvieras implicando demasiado con una jovencita que sólo quisiera tu dinero.


—Y el dinero de Bernardo Dawes… Y creo que su expresión fue maquinadora — señaló.


Hernan puso una mueca.


—Uf.


—Sin duda.


—Tiene que conocerla.


—Desde luego, pero no estoy seguro de que Paula quiera conocerla, y no puedo culparla por ello. Yo no querría hacerlo. Es un milagro que no se haya marchado y no haya dejado de hablarnos.


—Eso puede que tenga que ver con que no tenga más opciones —dijo Nico mientras doblaban la esquina del aparcamiento del hotel—. Pero he de decir que estoy de acuerdo contigo respecto a ella, y creo que es una mujer sensata. Cuando trabajaba aquí lo hacía de maravilla —añadió—. Todo habría empeorado mucho antes sin ella, y más teniendo en cuenta que el estado de salud de Bernardo era muy delicado. Yo empecé a negociar con él antes de que su hijo regresara de Tailandia y él estaba dispuesto a ceder. Creo que sólo esperaba por si alguno de sus hijos cambiaba de opinión. Si me hubiese dado cuenta de que ella era la okupa, habría hablado con ella directamente y podríamos haber solucionado esto hace tiempo.


—Bueno, ahora ya está fuera. Y a salvo, gracias a Dios, y quizá podamos ayudarla —dijo Hernan.


—Podrías empezar por convencer a mi hermana de que Paula no es una maquinadora —dijo Pedro, y se acercó a la garita del guarda de seguridad—. La señorita Chaves vendrá a vernos dentro de un rato. No trate de impedirle el paso, por favor —le dijo.


—¿La señorita Chaves? —preguntó el guarda con el ceño fruncido.


—Nuestra okupa. Dijo que no son buenos amigos.


El guarda se puso pálido.


—Yo sólo hago mi trabajo.


Pedro se volvió y regresó junto a los otros.


—Muy bien, entremos.



****


Le resultaba extraño regresar allí.


Paula entró por la puerta lateral y atravesó el recibidor. Habían retirado las alfombras y los objetos decorativos. Sólo quedaba el mostrador de la recepción y se oían martillazos y el ruido de las taladradoras.


Ella cerró lo ojos y recordó cómo había sido aquel lugar, con Bernardo sonriendo detrás del mostrador, y con la campana de bronce sobre él. Al sentir que la pena se apoderaba de ella, apretó los ojos con fuerza y trató de recuperar el control. 


Siempre le había gustado aquel mostrador que reunía las marcas de los ciento cincuenta años que tenía el hotel. Ella pensó en toda la gente que se había alojado allí y en las historias que habían contado. Y todo había terminado. Pasó la mano por encima del mostrador y se le llenó de polvo.


Trago saliva y, al volverse, se encontró con que Pedro la miraba.


—¿Estás bien? —preguntó él.


Ella asintió.


—No he estado aquí desde el entierro. Todo es diferente.


—No tanto como lo será.


—¿Qué tenéis pensado? ¿Vais a reformarlo todo y convertirlo en un sitio moderno?


Él se rió.


—Para nada. Restauraremos el viejo hotel, y el resto lo construiremos de nuevo.
Vamos a hacer un spa y un balneario, así será un hotel como los demás, pero con zonas de belleza, cabinas de masaje, fisioterapia, aromaterapia y quizá reiki y shiatsu. También piscina y sauna. Es un sitio grande, y está infrautilizado. Además no hay un balneario cerca.


—¿Vais a cubrir las necesidades de la zona?


—Exacto. Entra en el despacho para conocer a George Cauldwell, el padre de Georgia. Es nuestro constructor. Te mostraré los planos, y después tenemos que ir de compras. ¿Cómo te ha ido con el abogado?


—Bien. Va a encargarse de todo. Gracias por dejarlo en nuestras manos… Y sobre todo por permitir que lleve mi caso. No sé si conseguiré algo pero, al menos, sé que habré hecho todo lo posible por ella.


—Es un placer —dijo él.


Paula sintió que la sonrisa de Pedro afectaba a su corazón. O eso, o sufría indigestión.


Pero apostaría a que era su sonrisa.


Nico estaba hablando por teléfono cuando entraron de nuevo en el despacho, y era evidente que estaba hablando con Georgia.


Él levantó la vista y sonrió a Paula.


—No, no creo que tardemos mucho más. Creo que ya hemos terminado aquí, ¿no es así, George?


George le hizo un gesto afirmativo con los pulgares.


—Sí, dice que ya hemos terminado, así que nos iremos pronto. ¿Por qué?


Miró a Paula con expresión pensativa.


—No lo sé. Creo que Pedro iba a mostrarle los planos y a llevarla de compras. Toda su ropa se ha estropeado —hizo una pausa y todos oyeron que Georgia protestaba—. ¿Más o menos como tú? Muy bien, te veré en un minuto. Les diré que esperen.


Colgó el teléfono y los miró.


—Georgis está de camino con las niñas. Trae algunas cosas para ti.


—¿Para mí? —preguntó Paula sorprendida.


—Mmm. Ropa de premamá. Dijo que era una tontería que te compraras ropa para tan poco tiempo cuando ella tiene montones. Y es más o menos de tu talla. Va a traer algunas cosas.


Pedro no estaba seguro de cómo iba a reaccionar Paula. Ella había rechazado su oferta de pedírsela a Emilia, pero quizá con Georgia fuera diferente. Al parecer, así era porque Paula contestó:
—Sería estupendo. Gracias. Estaría bien que me prestara un par de cosas para salir del paso mientras consigo las mías.


Prestara… Y durante el menor tiempo posible. A Pedro no le extrañaba que Paula estuviera recelosa de todos ellos.


Interesante. Era otra faceta de una mujer que él empezaba a encontrar cada vez más intrigante.






martes, 2 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 17





—¿A qué hora es la cita con los abogados?


Él frunció el ceño.


—No estoy seguro. ¿A las diez?


—Oh —ella miró el reloj y se mordió el labio inferior. Su intención era mirar la ropa y buscar algo para ponerse, pero con todo el lío…


—¿Qué ocurre?


—Mi ropa apesta… Anoche iba a lavarla. No puedo ir a ver a los abogados con unos vaqueros viejos y esa camiseta.


El recuerdo de lo sucedido la tarde anterior hizo que se le nublaran los ojos.


—¿Tienes ropa de premamá?


—Algunos pantalones de chándal y algunas camisetas. Nada decente. Mis vaqueros ya no me caben, pero son lo mejor que tengo y al menos anoche se lavaron, gracias a ti.


Pedro frunció el ceño y la miró de arriba abajo. Ella se aseguró de que llevaba el albornoz bien cerrado.


—Puedo preguntarle a Emilia si tiene algo.


Ella tragó saliva y alzó la barbilla.


—Por favor, no te molestes. Llevaré mis vaqueros.


Él se pasó la mano por el cabello y suspiró.


—Mira, después iremos de compras, ¿de acuerdo? Buscaremos algo para ti.


—Eso ayudará a que me consideren una zorra en busca de dinero —murmuró Paula.


—Tonterías —dijo él—. Considéralo un uniforme.


Ella no dijo nada, pero su expresión debió de ser muy clara porque él se rió.


—No del estilo de doncella francesa —dijo él—. Pero necesitarás ropa si vas a ayudarme a celebrar reuniones. Después de todo, no puedes esconderte en la cocina, ¿no? Y en cualquier caso, el techo del hotel era responsabilidad nuestra, así que considero que tienes derecho a que te compensemos por la ropa.


—Bueno, pero sólo algunas prendas. Lo justo hasta que haya ganado dinero y pueda comprarme más.


Él asintió.


—Trato hecho. Bueno, tenemos que ponernos en marcha. Me gustaría salir como dentro de media hora… ¿Tienes tiempo suficiente para prepararte?


Ella se rió.


—Media hora es más que suficiente —le aseguró, y aprovechó el tiempo para meter la ropa en la lavadora.


Llegaron a tiempo a la reunión con los abogados y, nada más entrar en el despacho, dos hombres se pusieron en pie y se acercaron a ellos. Hernan y Nicolas. Ella reconoció a Hernan por los informativos de televisión que solía presentar desde diversas partes del mundo, pero el rostro de Nico también le resultaba familiar.


Se percató de que lo había visto en el hotel antes de que Bernardo muriera.


Ellos tenían aspecto serio y parecían incómodos en su presencia. Era probable que Hernan lo estuviera porque, al fin y al cabo, había sido su esposa la que el día anterior se había metido con ella. Paula trató de no pensar en ello, enderezó los hombros y extendió la mano para saludarlos.


—Hola, soy Paula Chaves—dijo, y miró a Hernan a los ojos.


Él le estrechó la mano.


—Hernan Kavenagh —dijo él—. Emilia me ha pedido que te pida disculpas de su parte.


Paula esbozó una sonrisa. No estaba segura de que Emilia hubiera dicho tal cosa, pero era cierto que ella se había disculpado ante Pedro el día anterior y que quería ir a hablar con ella, así que quizá…


—Nicolas Barón —dijo el otro hombre, y le estrechó la mano con una sonrisa—. Te conozco. Tú trabajabas en la recepción cuando conocí a Bernardo Dawes.


—En la recepción y en un montón de sitios más —dijo ella—. Está bien que pueda realizar varias tareas.


Ellos se rieron y el ambiente se relajó una pizca. Los hicieron pasar, y puesto que el abogado estaba muy interesado en volver a escuchar la historia de Paula, ella la contó de nuevo.


—¿Y dice que no hay rastro del testamento, señorita Chaves?


—Yo no lo he encontrado, y no sé dónde podría haberlo guardado Bernardo.


—¿Tenía un abogado?


—No lo sé. Había un hombre llamado Barry Edwards, sí creo que se llamaba así. Quizá él sepa algo. Creo que se ocupaba de la venta, pero no sé de dónde era. Bernardo no me contó nada.


—Conozco a Barry Edwards. Hemos tratado con él. Estoy seguro de que, si hubiera un testamento, habría salido en la conversación. Hemos estado hablando sobre el hecho de que usted reclama la propiedad. Hablaré con él otra vez, para ver si nos cuenta alguna novedad. Y, entretanto, ¿deduzco que está de acuerdo en marcharse del hotel y en que mis clientes puedan recibir el edificio vacío?


Ella asintió. Había olvidado el lujo que era tener un alojamiento digno, y la noche anterior le había parecido un sueño.


—No era un lugar seguro.


—Desde luego que no. El techo se cayó anoche —les dijo Nico—. He ido esta mañana. El colchón ha quedado enterrado bajo un montón de escombros. Pedro te sacó a tiempo.


A su lado, Pedro cerró los ojos y suspiró.


—¡Diablos! —murmuró—. ¿En serio?


—En serio. Lo vamos a demoler hoy antes de que suceda algo más.


Paula comenzó a acariciarse el vientre y miró a Pedro. Él estiró el brazo y le acarició el hombro un instante. Ella sonrió.


Ambos sabían que él había hecho lo correcto. Y Nico también, por haber clausurado la puerta para que ella no pudiera volver a entrar.


El abogado se aclaró la garganta.


—Bueno, entonces, lo siguiente que hay que hacer es recabar información acerca de tu reclamación.


—No creo que necesitemos estar todos para hacerlo —dijo Pedro, mirando a los demás—. ¿O sí?


Ellos negaron con la cabeza.


—¿Ustedes tienen algo más que añadir? —preguntó el abogado.


—Quiero redactar un contrato de trabajo —dijo Pedro—. Para proteger a Paula y asegurarme de que disfruta de todos los derechos del trabajador.


—Muy bien. Lo haré con ella, y después se lo mostraré por si tiene algo que añadir. ¿Eso es todo?


—Eso es todo, ¿no? —dijo Pedro, y los otros dos asintieron—. Regresaremos al hotel y continuaremos con lo que hay que hacer allí. Paula, ¿te importaría reunirte con nosotros cuando termines? No queda lejos de aquí. Estaremos en el despacho.


—Muy bien. ¿Por qué puerta?


—Por la lateral, donde está el guarda de seguridad.


Ella sonrió.


—Decidle que me deje entrar, ¿de acuerdo? No somos muy buenos amigos.


Pedro apretó los labios.


—Se lo diré.








CENICIENTA: CAPITULO 16




Consiguieron llegar hasta el día siguiente, Paula sin intentar escaparse de nuevo Pedro sin pasar toda la noche despierto preguntándose si todavía estaría allí.


Había pensado programar la alarma de robo para que saltara si ella abría la puerta de la calle, pero lo pensó mejor. Tenía que confiar en ella y no quería que se sintiera atrapada.


Paula había dicho que se quedaría. Así que le dio el beneficio de la duda y, por la mañana, ella todavía estaba allí.


Cuando Pedro se levantó de la cama, la vio al final del jardín, vestida con el albornoz y mirando el mar. De pronto, sintió una presión en el pecho que no quiso pararse a analizar.


Apretó el botón para oscurecer las ventanas, algo que no solía hacer, y después de ducharse y de vestirse, bajó para poner la tetera al fuego. Ella seguía en el jardín, mirando hacia el sol. Pedro abrió la puerta y salió a la terraza. Ella se volvió y sonrió.


—Buenos días —dijo él, y ella regresó descalza hacia la casa.


—Buenos días. Estaba empapándome de brisa marina.


—Entonces, tendrás que estar mucho rato —dijo él, con una sonrisa.


—Lo haré. Merece la pena. Este sitio es precioso.


—¿Has dormido bien?


Ella asintió.


—Estaba cansada.


—Ayer fue un día duro.


—Sí —dijo ella, con cierta expresión de tristeza en la mirada—. ¿El jardín está todo vallado? —preguntó después de una pausa.


—Totalmente.


—¿Pebbles podrá escaparse si la dejo salir de casa?


—Sólo si la verja estuviera abierta, y normalmente no lo está. Y si la dejas en el jardín de atrás, no podrá llegar hasta el de delante. Imagino que no puede escalar. Hay un muro con una puerta en el garaje, y otro muro al otro lado, así que no podrá llegar a la playa a menos que la verja esté abierta.


—¿Y podría salir por la puerta del salón y pasear por el jardín?


—Podría.


Paula sonrió.


—Le encantaría. Solía tumbarse en el tejado durante horas, tomando el sol y observando a los pájaros. Es probable que ya no pueda cazar, pero le encanta verlos.


—Seguro. Déjala salir sin problema. Le sentará bien estirar las piernas.


Ella sonrió y se alejó dejando las huellas mojadas sobre la pizarra. Él oyó que abría la puerta y esperó a que saliera de nuevo con la gata.


—¿Té o café? —preguntó él.


—Un té sería estupendo pero, ¿no se supone que tengo que prepararlo yo?


—Sólo si vas a aceptar el trabajo.


Se hizo una pausa, y al final ella sonrió y dijo:
—Yo prepararé el té.


Pedro suspiró aliviado y sonrió.


—Tú vigila a la gata. No estoy seguro de que preparar el té de la mañana sea parte de tu contrato de trabajo —dijo Pedro, y entró en la casa tratando de no pensar por qué, de pronto, se sentía tan contento