miércoles, 3 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 18





—Es simpática.


—Ya te dije que era simpática —le dijo Pedro a Hernan.


—Agradable, educada…


Pedro suspiró y Hernan añadió:
—Emi tenía miedo de que te estuvieras implicando demasiado con una jovencita que sólo quisiera tu dinero.


—Y el dinero de Bernardo Dawes… Y creo que su expresión fue maquinadora — señaló.


Hernan puso una mueca.


—Uf.


—Sin duda.


—Tiene que conocerla.


—Desde luego, pero no estoy seguro de que Paula quiera conocerla, y no puedo culparla por ello. Yo no querría hacerlo. Es un milagro que no se haya marchado y no haya dejado de hablarnos.


—Eso puede que tenga que ver con que no tenga más opciones —dijo Nico mientras doblaban la esquina del aparcamiento del hotel—. Pero he de decir que estoy de acuerdo contigo respecto a ella, y creo que es una mujer sensata. Cuando trabajaba aquí lo hacía de maravilla —añadió—. Todo habría empeorado mucho antes sin ella, y más teniendo en cuenta que el estado de salud de Bernardo era muy delicado. Yo empecé a negociar con él antes de que su hijo regresara de Tailandia y él estaba dispuesto a ceder. Creo que sólo esperaba por si alguno de sus hijos cambiaba de opinión. Si me hubiese dado cuenta de que ella era la okupa, habría hablado con ella directamente y podríamos haber solucionado esto hace tiempo.


—Bueno, ahora ya está fuera. Y a salvo, gracias a Dios, y quizá podamos ayudarla —dijo Hernan.


—Podrías empezar por convencer a mi hermana de que Paula no es una maquinadora —dijo Pedro, y se acercó a la garita del guarda de seguridad—. La señorita Chaves vendrá a vernos dentro de un rato. No trate de impedirle el paso, por favor —le dijo.


—¿La señorita Chaves? —preguntó el guarda con el ceño fruncido.


—Nuestra okupa. Dijo que no son buenos amigos.


El guarda se puso pálido.


—Yo sólo hago mi trabajo.


Pedro se volvió y regresó junto a los otros.


—Muy bien, entremos.



****


Le resultaba extraño regresar allí.


Paula entró por la puerta lateral y atravesó el recibidor. Habían retirado las alfombras y los objetos decorativos. Sólo quedaba el mostrador de la recepción y se oían martillazos y el ruido de las taladradoras.


Ella cerró lo ojos y recordó cómo había sido aquel lugar, con Bernardo sonriendo detrás del mostrador, y con la campana de bronce sobre él. Al sentir que la pena se apoderaba de ella, apretó los ojos con fuerza y trató de recuperar el control. 


Siempre le había gustado aquel mostrador que reunía las marcas de los ciento cincuenta años que tenía el hotel. Ella pensó en toda la gente que se había alojado allí y en las historias que habían contado. Y todo había terminado. Pasó la mano por encima del mostrador y se le llenó de polvo.


Trago saliva y, al volverse, se encontró con que Pedro la miraba.


—¿Estás bien? —preguntó él.


Ella asintió.


—No he estado aquí desde el entierro. Todo es diferente.


—No tanto como lo será.


—¿Qué tenéis pensado? ¿Vais a reformarlo todo y convertirlo en un sitio moderno?


Él se rió.


—Para nada. Restauraremos el viejo hotel, y el resto lo construiremos de nuevo.
Vamos a hacer un spa y un balneario, así será un hotel como los demás, pero con zonas de belleza, cabinas de masaje, fisioterapia, aromaterapia y quizá reiki y shiatsu. También piscina y sauna. Es un sitio grande, y está infrautilizado. Además no hay un balneario cerca.


—¿Vais a cubrir las necesidades de la zona?


—Exacto. Entra en el despacho para conocer a George Cauldwell, el padre de Georgia. Es nuestro constructor. Te mostraré los planos, y después tenemos que ir de compras. ¿Cómo te ha ido con el abogado?


—Bien. Va a encargarse de todo. Gracias por dejarlo en nuestras manos… Y sobre todo por permitir que lleve mi caso. No sé si conseguiré algo pero, al menos, sé que habré hecho todo lo posible por ella.


—Es un placer —dijo él.


Paula sintió que la sonrisa de Pedro afectaba a su corazón. O eso, o sufría indigestión.


Pero apostaría a que era su sonrisa.


Nico estaba hablando por teléfono cuando entraron de nuevo en el despacho, y era evidente que estaba hablando con Georgia.


Él levantó la vista y sonrió a Paula.


—No, no creo que tardemos mucho más. Creo que ya hemos terminado aquí, ¿no es así, George?


George le hizo un gesto afirmativo con los pulgares.


—Sí, dice que ya hemos terminado, así que nos iremos pronto. ¿Por qué?


Miró a Paula con expresión pensativa.


—No lo sé. Creo que Pedro iba a mostrarle los planos y a llevarla de compras. Toda su ropa se ha estropeado —hizo una pausa y todos oyeron que Georgia protestaba—. ¿Más o menos como tú? Muy bien, te veré en un minuto. Les diré que esperen.


Colgó el teléfono y los miró.


—Georgis está de camino con las niñas. Trae algunas cosas para ti.


—¿Para mí? —preguntó Paula sorprendida.


—Mmm. Ropa de premamá. Dijo que era una tontería que te compraras ropa para tan poco tiempo cuando ella tiene montones. Y es más o menos de tu talla. Va a traer algunas cosas.


Pedro no estaba seguro de cómo iba a reaccionar Paula. Ella había rechazado su oferta de pedírsela a Emilia, pero quizá con Georgia fuera diferente. Al parecer, así era porque Paula contestó:
—Sería estupendo. Gracias. Estaría bien que me prestara un par de cosas para salir del paso mientras consigo las mías.


Prestara… Y durante el menor tiempo posible. A Pedro no le extrañaba que Paula estuviera recelosa de todos ellos.


Interesante. Era otra faceta de una mujer que él empezaba a encontrar cada vez más intrigante.






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