jueves, 27 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 29




Era septiembre y las rebajas de verano estaban en pleno apogeo.


—¿Cuántas cajas más con cosas de Halloween tenemos? —dijo Pato sentada con las piernas cruzadas en el suelo de la trastienda—. Juraría que hemos desempaquetado ya una docena.


—Hemos abierto cinco cajas pequeñas y nos quedan tres —respondió Paula.- A propósito, ¿a qué no sabes que ha llegado esta mañana? —añadió Paula encantada, como una niña que acabara de recibir un juguete.


—¿Además de las cajas? —preguntó Pato.


—La cuna —anunció Paula—. La cuna de roble. Todavía no la he desempaquetado, pero estoy muerta de ganas de tener un momento libre para hacerlo.


—¿Por qué no la sacas ahora y la sacas ahí, a la tienda, para enseñársela a la tía Mirta.


—Primero tenemos que sacar lo de Halloween. La verdad es que estoy un poco preocupada por haber dejado a la tía Mirta sola atendiendo la tienda, es capaz de vender el negocio entero a mitad de precio.


Pato se echó a reír.


—La tía Mirta no soporta ver marcharse a ningún cliente sin comprar nada, por eso no deja de bajar los precios con tal de que se lleven algo.


—¿Qué estabais diciendo de mí? —preguntó Mirta Maria, que en ese momento entró en la trastienda.


—Nada, sólo estábamos dudando de que la tienda estuviera a salvo en tus manos —dijo Paula.


—Como puedes ver, he dejado de atender a los clientes. Tomas acaba de llegar y se ha hecho cargo —dijo Mirta.


—Pato, ve a la tienda a echarle una mano a Tomas —dijo Paula—. Tía Mirta, ¿por qué no vas a casa a poner la cena? Todo está en el frigorífico: el jamón, la ensalada de patatas, los huevos rellenos…


—Hay tiempo de sobra.


Volviéndose, Mirta siguió a Patricia hasta la tienda.


—¿Vas a decírmelo tú o quieres que interrogue a Tomas?


Pato miró a Mirta fingiendo perplejidad.


—¿Decirte qué? ¿De qué estás hablando?


—Me he dado cuenta de que pasa algo. Hoy es tu día libre y estás aquí. Tomas ha salido de su trabajo antes de lo acostumbrado y ha venido a la tienda. Los dos os habéis invitado a cenar y le habéis dicho a Paula que hiciera comida de sobra. ¿Me vas a decir qué pasa o no?


En ese momento, Pedro Alfonso entró en la tienda seguido de su hermano. Los clientes que había en la tienda se volvieron y le miraron con fijeza.


—¡Vaya, vaya, vaya! —exclamó Mirta sonriendo maliciosamente—. Ya era hora de que dieras señales de vida. Si hubieses esperado un par de meses más…


—Qué alegría verte. Sí, señor, es un placer verte otra vez por aquí —dijo Tomas, acercándose a Mirta inmediatamente—. Desde que llamaste, Pato y yo hemos estado hechos un manojo de nervios.


—¿Cómo está Paula? —preguntó Pedro.


—Está bien, como te he dicho por teléfono —respondió Tomas.


—¿Bien? —dijo Mirta al momento—. Teniendo en cuenta su condi…


—Va a ser una sorpresa increíble para ella —se apresuró a decir Pato.


Los clientes en la tienda se quedaron muy quietos y muy callados. Marshallton era una pequeña ciudad en la que todo se sabía, y todos sabían que Paula estaba embarazada y… soltera.


—Tenéis todos que venir a ver…


Las palabras murieron en los labios de Paula en el momento en que salió de la trastienda y vio a Pedro.


—¡Paula!


Pedro la miró de arriba a abajo. El cabello de Paula estaba recogido en un moño, aunque despeinado. Su hermoso rostro tenía manchas de polvo y sujetaba una enorme caja que la tapaba desde el cuello a las rodillas.


—¿Qué… estás haciendo aquí? —preguntó Paula en un susurro apenas audible.


Embriagado por su belleza, absorbiendo el placer de verla después de seis largos y miserables meses, Pedro dio unos pasos en su dirección.


—Tenemos que hablar.


Paula miró a Pato.


—¿Sabías que iba a venir hoy?


—Sí —respondió Pato—. Por favor, Paula, escúchale. Se ha sentido tan mal sin ti como tú sin él.


—De eso soy testigo —dijo Julian.


Paula miró a su alrededor y vio a varios clientes que parecían fascinados con aquel drama.


—Paula, deberías dejar esa caja en el suelo —dijo Mirta—. No es bueno que lleves peso dado…


—Calla —dijo Paula—. No me va a pasar nada por llevar una caja.


—Bueno, ya que estáis aquí, ¿por qué no venís a cenar a casa? —dijo Mirta mirando a Pedro y a Julian antes de volverse hacia Tomas—. Lo ves, cariño, yo también sé disimular.


—Me parece una idea excelente —dijo Julian.


Mirta Maria se despidió y le pidió a Tomas que la acompañase a preparar la cena para sus invitados. Con una sonrisa, Pato acompañó a los clientes a la puerta anunciando que iban a cerrar debido a un asunto familiar.


Ignorando a todo el mundo, Pedro avanzó hacia Paula extrañándose de la forma en que ella se aferraba a la caja.


—Paula, deja esa caja en el suelo, parece que llevas ahí un tesoro.


Paula siguió inmóvil y Pedro le arrebató la caja y la dejó en el suelo.


Temblando, Paula se miró a los pies y contuvo la respiración. 


Por fin, alzó los ojos y vio la expresión de perplejidad de Pedro.


—¿Paula?


Sin saber qué hacía, Paula se dio media vuelta y entró en la trastienda precipitadamente. Allí, se echó a llorar. Los sollozos le sacudían todo el cuerpo cuando Pedro se acercó y le puso las manos en los hombros.


—Cariño, deja de llorar, por favor.


—¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?


—Estás embarazada.


El llanto de Paula se hizo aún más sonoro mientras todo su cuerpo temblaba.


Pedro la estrechó tiernamente en sus brazos y le besó el cabello, la frente y los párpados.


Paula le rodeó la cintura con los brazos y escondió el rostro en su pecho.


—No… no me quedé embarazada a propósito. Utilizamos… preservativos. Fue un accidente.


Pedro la apartó de sí ligeramente para mirarla a los ojos.


—Oh, Paula, cariño, ¿por qué no me lo dijiste?


La simple idea de tener otro hijo le aterrorizaba. ¿Y si le fallaba también a éste como le había fallado a Santiago? ¿De verdad se merecía la oportunidad de volver a ser padre?


Cayendo de rodillas delante de Paula, le rodeó las caderas con los brazos y le puso la cabeza en su abultado vientre.


—Ya lo sabías cuando me marché de Marshallton hace seis meses, ¿verdad? Por eso es por lo que no accediste a casarte conmigo.


¿Cómo iba a casarme contigo después de dejar tan claro que no querías…?


—Que no quería hijos.


Pedro cerró los ojos, aferrándose a Paula.


—¿Te haces idea de lo asustado que estoy? En el momento en que te he visto, me he dado cuenta de que se trataba de mi hijo y lo primero que se me ha ocurrido pensar es qué ocurriría si algo saliese mal.


Paula le acarició las mejillas con los dedos.


—Nuestra hija está bien, el médico me lo ha dicho.


—¿Hija?


Pedro abrió los ojos y, alzando el rostro, miró a Paula.


—¿Mi hija? —añadió Pedro acariciando el vientre de Paula—. Hola, pequeña, soy tu padre. Supongo que te habrás preguntado dónde estaba todo este tiempo. Bueno, he vuelto para quedarme; es decir, si tu madre todavía me acepta.


Pedro se levantó y la estrechó en sus brazos con los ojos llenos de lágrimas.


—He pasado estos seis meses tratando de olvidarte, pero no he podido. Me sentía terriblemente mal y ha sido también un infierno para los que estaban a mi lado.


—Yo también te he echado muchísimo de menos. He derramado un mar de lágrimas y cada vez que Tomas hablaba contigo por teléfono…


De repente, Pedro la sintió ponerse tensa.


—¿Qué te pasa?


—¿Te ha dicho Tomas que estaba embarazada? —preguntó ella.


—Ojalá me lo hubiese dicho, habría venido antes.


—Entonces, has venido porque…


—Porque por fin he tenido el valor de admitir que te quiero y que no puedo vivir un solo día más sin ti.


Pedro besó los lacrimógenos ojos de Paula.


—¿Me quieres de verdad, Pedro?


—Sí.


—¿Y a Malena también podrás quererla?


—La quiero ya —respondió él—. Es parte de mí y de ti, ¿cómo no voy a quererla? Te prometo que seré un buen padre para Malena. No volveré a permitir que la compañía sea primero que mi familia. Sin embargo, cuento contigo para que me mantengas a raya y para que me ayudes a perdonarme a mí mismo.


De repente, la voz de Pedro se quebró, antes de añadir:
—Ya lo sé, ya sé que la muerte de Santiago no fue culpa mía, que fue un accidente, pero tú tienes que ayudarme a que lo asimile. Todavía me siento culpable.


Paula le besó.


—¿Te das cuenta de lo afortunados que somos? —dijo Paula sonriendo—. Mucha gente no tiene la oportunidad de descubrir su gran pasión. Tú eras mi última oportunidad de ser feliz: la última, la primera y la única. Quizá algunas personas sólo pueden amar una vez en la vida, yo soy así y tú eres el amor de mi vida.


Pedro se dirigió a la puerta trasera de la trastienda, la que daba al callejón, y la abrió.


—Así que era tu última oportunidad, ¿eh? —preguntó Pedro con sonrisa maliciosa antes de acercarse a ella y comenzar a desabrocharle la blusa.


—¿Qué vas a hacer? No puedes desnudarme aquí.


—¿No vas a dejar que te haga el amor en el callejón? En ese caso, será mejor que me case contigo inmediatamente.


—¿Cuándo?


Pedro la sacó al callejón y de allí salieron a la calle.


—Me parece que deberíamos casarnos lo antes posible, antes de que Malena Alfonso haga su aparición en el mundo.


—Todavía le quedan dos meses, no nacerá hasta mediados de noviembre.


—Muy bien, eso nos dará tiempo para ir de viaje de luna de miel.


—No voy a ir así, en estas condiciones, de viaje de luna de miel.


—En ese caso, nos encerraremos en una habitación durante un par de semanas.


Ambos comenzaron a caminar en dirección a la casa de Paula.


—Puede que no te apetezca hacer el amor conmigo cuando me veas desnuda — dijo Paula—. Estoy enorme, incluso se me han hinchado los dedos de los pies.


—¡Qué pena! —exclamó él sacudiendo la cabeza—. Aquí estoy yo, guapo y rico. Podría tener docenas de jóvenes bellezas y estoy condenado a pasar el resto de mi vida con… con la mujer más hermosa y deseable de la tierra. La mujer a quien amo más que a mi vida.


—Oh, Pedro.


Pedro nunca había imaginado que podría querer tanto a una persona y estaba decidido a arriesgarse a amar y ser amado, a amar a aquella mujer y a su hija.







EL VAGABUNDO: CAPITULO 28






La limusina avanzaba rápidamente en dirección este. Pedro y Julian habían permanecido en silencio la mayor parte del trayecto.


—¿Qué dijo Pato cuando llamaste? —preguntó Pedro.


—No mucho. Ha dicho que Paula te sigue queriendo, pero que la situación ha cambiado.


—¿Qué ha podido cambiar? ¿Y por qué tanto secreto? Lo mismo le pasaba a Tomas cuando hable con él ayer. ¿Te ha insinuado Pato algo?


—Sí —respondió Julian—. Sin embargo, no me ha dicho nada a las claras, aunque tengo la sospecha de que sé lo que le pasa a Paula, así que será mejor que esperes hasta que la veas.


—Pues si no se trata de otro hombre y todavía me quiere, ¿cuál es el terrible secreto?


—Si es lo que yo creo, hermanito, vas a tener la oportunidad de demostrarle a Paula cuánto la quieres.


Pedro se dio cuenta de que Julian no iba a decir nada más.





EL VAGABUNDO: CAPITULO 27





Julian cerró dando un portazo, se acercó al escritorio de Pedro y cogió el teléfono.


Luego, le dio el auricular a su hermano.


—Llama a Tomas.


—¿Qué demonios te pasa? —preguntó Pedro colgando el teléfono.


—Que ya estoy harto, no aguanto más —dijo Julian mesándose los cabellos—. Y no soy yo solo, sino también todos los que estamos a tu alrededor. Desde tu vuelta a Alfonso Incorporated ya has perdido a cuatro secretarias.


—¿Es culpa mía que sean unas ineptas?


—Son unas profesionales perfectamente preparadas y la culpa es tuya, no de ellas. Estás destrozado y todo porque no puedes vivir sin Paula Chaves, pero no tienes las agallas para comprometerte realmente con ella.


—Creo que ya hemos discutido este asunto antes, la última vez fue la semana pasada si no recuerdo mal. Paula sabe cómo ponerse en contacto conmigo si quiere. Es evidente que ha podido vivir sin mí durante los seis últimos meses.


Pedro sabía que Paula no se había casado con Sergio Woolton y que tampoco salía con otro hombre. Pedro lo sabía porque llamaba a Tomas casi todas las semanas.


A través de Tomas sabía que Paula se encontraba bien, aunque sola y bastante desgraciada. ¿Por qué no le llamaba si era desgraciada sin él? Paula sabía que él quería casarse con ella.


—Supongo que está esperando a que recobres el sentido —dijo Julian dando un puñetazo en la mesa—. Paula quiere tener un hijo, ¿o es que se te ha olvidado ese pequeño detalle?


—No quiero…


—¡No quieres, no quieres! ¿Por qué no te escuchas a ti mismo? Después de casi cuatro años de sentirte culpable y desgraciado, sigues siendo el mismo egocéntrico que eras —dijo Julian mirando a su hermano fijamente—. Aunque sólo sea por una vez en la vida, piensa en alguien más que no seas tú.


Julian se dio media vuelta y se marchó del despacho sin añadir palabra.


Pedro apoyó los codos en el escritorio y se cubrió el rostro con las manos. A veces la verdad era dolorosa, y sabía que Julian le quería, le quería lo suficiente para ser honesto con él.


Sí, era un egoísta y un egocéntrico y siempre lo había sido. 


Lo había heredado de su padre, un auténtico experto. Por suerte, Julian era más listo y no había seguido los pasos de su padre.


Diez años atrás, Carolina Cochran le había deseado y Pedro había encontrado el cuerpo de aquella mujer y el negocio de su padre una combinación irresistible. Se casó con Carolina sin estar enamorado de ella y sin importarle si ella le amaba o no.


De su matrimonio había nacido un niño, un niño puro e inocente al que ambos querían pero ninguno de los dos había tenido tiempo para estar con él y protegerle.


A la muerte de Santiago, Pedro, con su acostumbrado egoísmo, sólo pensó en sí mismo y el dolor y la culpa casi le destrozaron. Por fin, encontró la felicidad que pensaba no existía al enamorarse de Paula, pero ella quería más de lo que él estaba dispuesta a dar. Y como siempre, no había sido capaz de anteponer las necesidades y los deseos de Paula a los suyos.


De repente, Pedro se dio cuenta de lo que su hermano le había llamado, un egocéntrico. No se merecía a Paula y tampoco se merecía otro hijo. Pero la quería y también la oportunidad de demostrar que era capaz de amar de verdad, sin egoísmo, dándole la clase de amor que ella necesitaba. 


Y aunque tenía miedo de tener un hijo ante la posibilidad de perderlo, quería un hijo. Quería el hijo de Paula.


Pedro cogió el auricular del teléfono y marcó el número del Southland Inn de Marshallton. Sonrió al reconocer la voz de Tomas.


—Tomas, soy Pedro. ¿Cómo estás?


—Muy bien, ¿y tú?


—He conocido tiempos mejores. Julian dice que no hay quien me aguante por aquí y que no puedo vivir sin Paula. ¿Pregunta por mí?


—Cada vez que llamas le digo cómo estás.


—¿Crees que… todavía le importo?


Tomas lanzó un gruñido.


—Mirta Maria dice que has sido la gran pasión de Paula. A ninguna mujer se le olvida su gran pasión.


—¿Qué dice Paula?


—¿Por qué no se lo preguntas tú?


—He sido un idiota, ¿verdad? He desperdiciado seis meses esperando a que viniese a mí aceptando mis condiciones cuando lo único que tenía que hacer era ir a verla y pedirle perdón.


—No es demasiado tarde —dijo Tomas—. Te quedan dos meses para poner las cosas en orden.


—¿Qué va a pasar dentro de dos meses? 


¿Acaso había encontrado Paula a otro hombre? ¿Habría aceptado casarse con Sergio Woolton?


—¿Por qué no vienes a Marshallton y lo descubres por ti mismo?


—De acuerdo, iré a Marshallton. Estaré allí mañana.





miércoles, 26 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 26





Paula entró en la oficina del comisario Rayburn seguida de Patricia, Tomas y la tía Mirta.


Pedro Alfonso no ha robado anoche en la tienda de Gibson a pesar de lo que Segio Woolton diga —anunció Paula.


—Paula… —dijo Hink Rayburn tratando de responder.


Pedro Alfonso estaba conmigo anoche. Pasamos juntos toda la noche —declaró Paula dando un puñetazo en el escritorio del comisario—. ¿Me ha oído? Estábamos en el ático que hay encima de la tienda.


—Paula, no es necesario que me cuente todo esto —dijo el comisario Rayburn—. Todo está…


—Yo soy su coartada. Pedro Alfonso estuvo toda la noche haciendo el amor conmigo, no robando ninguna tienda.


—Por favor, por favor, no es necesario que siga. El abogado del señor Alfonso se ha encargado de todo.


—¿Su abogado? —preguntó Paula.


—Peyton Rand —respondió el comisario.


—¿Cómo demonios puede Pedro contratar a Peyton Rand? —preguntó Pato sacudiendo la cabeza con expresión perpleja.


—Mi hermano ha contratado al señor Rand —dijo Pedro entrando en la oficina del comisario.


Al instante, Paula se volvió y sus labios esbozaron una resplandeciente sonrisa.


—¿No te han detenido?


—Al parecer, el comisario Rayburn tenía los ojos puestos en otro sospechoso desde hace algún tiempo, y cuando dicho sospechoso se presentó como testigo, las sospechas del comisario aumentaron —dijo Pedro—. Me parece que Sergio Woolton y sus amigos van a tener problemas.


—¿Qué? —dijo Paula sin estar segura de haber comprendido.


—No me sorprende en lo más mínimo —anunció Mirta Maria.


—¡Vaya, vaya! —exclamó Tomas dando a Judd una palmadita en el hombro.


—Sí, habíamos conseguido ya permiso para registrar la casa de Woolton mientras Mac arrestaba al señor Alfonso. Sergio no tenía ni idea de que él y sus amigos estaban bajo vigilancia. En fin, hemos encontrado varios objetos robados en la habitación de Sergio y también en el ático y en el garaje de Woolton.


En esos momentos, un hombre alto y robusto entró en el despacho. Llevaba un traje muy elegante y un portafolios de piel. Llevaba el cabello muy corto y sus ojos azules examinaron la habitación.


—Ya está todo arreglado, señor Alfonso. Puede marcharse cuando lo desee — dijo Peyton Rand—. Su hermano está fuera, esperándole en la limusina.


—¿Cómo es que ha llegado tan pronto? —preguntó Pedro.


—Julian ha alquilado un helicóptero y luego la limusina —respondió Payton Rand estrechando la mano de su cliente—. Supongo que querrá marcharse cuanto antes. Han traído ya a Sergio Woolton y su abuela está aquí, gritándole a todo el mundo.


—Déjeme a mí a Cora Woolton —dijo Mirta Maria frotándose las manos y saliendo de la oficina precipitadamente.


—Vamos, Paula, marchémonos ya de este manicomio —dijo Pedro y luego miró a Hink Rayburn—. ¿Hay una salida trasera?


—Gire a la izquierda y luego siga el pasillo.


—Gracias.


De camino, Pedro dijo a Paula.


—Tenemos que hablar largo y tendido.


Completamente confusa, Paula siguió a Pedro sin hacer preguntas. Cuando vieron a Julian junto a una limusina negra, Paula aminoró el paso.


—¡Pedro, gracias a Dios! —exclamó Julian cogiendo el brazo de su hermano—. Peyton Rand me ha dicho que todo se ha arreglado. ¿Te encuentras bien?


—Mejor que bien —respondió Pedro abriendo la puerta del coche—. Julian, vete a comer algo o a dar un paseo. Paula y yo vamos a dar una vuelta y a tomar unas decisiones concernientes a nuestro futuro.


Paula y Pedro se acoplaron en el asiento trasero del automóvil. Después de dar unas instrucciones al conductor, Pedro se volvió a Paula y la estrechó en sus brazos.


—Bueno, ¿vas por fin a decirme qué…?


Pedro la besó en la punta de la nariz.


—Vamos a casarnos —anunció él.


—¡Vaya!


Pedro sacó una cajita de su bolsillo, la abrió y sacó un exquisito anillo de brillantes y zafiros. A continuación, cogió la mano de Paula y le deslizó el anillo en el dedo anular.


—Pedro, no entiendo nada de lo que ha pasado hoy. Estoy completamente confusa.


—Me quieres y vamos a casarnos lo antes posible, eso es lo que importa. ¿Qué tiene de raro?


—Me gustaría responder que sí.


—Pues entonces, dilo y empezaremos a hacer planes ahora mismo —dijo él.


Paula se miró el anillo. Era precioso y… muy caro.


Pedro, quiero ser tu mujer. Quiero pasar el resto de la vida contigo, pero… pero necesito saber qué ha pasado hoy y cómo demonios puedes permitirte con tratar a un abogado como Peyton Rand, comprar un anillo como éste y… ¿Y cómo es que estamos dando un paseo en limusina?


—De acuerdo, ahí va. Cuando Mac empezó a hacer acusaciones contra mí, llamé a Julian para que contratase a Peyton Rand, quien se puso en contacto con el
comisario Rayburn. El comisario a estaba buscando otros sospechosos, no es un idiota como el bueno de Mac.


—Pobre Sergio. ¡Y Cora! Este escándalo va a destrozarla.


—Criaron a un chico que se creía que estaba por encima de la ley por venir de la familia que viene.


—Sergio no le hizo que te acusara a ti, ¿verdad? —preguntó Paula con cierto temor.


—No, cariño, no lo creo. Me parece que fue idea de su hijo, creía que yo era un pobre vagabundo y que podía hacer lo que quisiese conmigo.


Paula lanzó un suspiro.


Pedro, ¿acaso eres rico?


Pedro respiró profundamente antes de contestar.


—Soy multimillonario, Paula. Soy el presidente de Alfonso Incorporated, la compañía propietaria de los Southlands Inns.


—¡Dios mío!


—Después de la muerte de Santiago me escapé de todo y me dediqué a deambular por todo el país. Odiaba la compañía y me odiaba a mí mismo. Sé que debería habértelo dicho, pero… por primera vez en la vida supe lo que era que alguien me amase por mí mismo y no por mi dinero.


—Oh, Pedro, no puedo imaginar cómo una mujer podría amarte por otro motivo que por lo que eres tú, personalmente.


—Paula Chaves, eres lo mejor que me ha ocurrido en la vida.


Pedro, tengo que preguntarte una cosa. Se trata de algo mucho más importante que tus secretos.


—Sé que debes sentirte herida, pero…


—Sí, supongo que así es. Lo compartí todo contigo, te conté todos mis secretos y mis deseos y mis tribulaciones.


—Te prometo que nunca volveré a ocultarte nada, Paula. De ahora en adelante, sólo la verdad… durante el resto de nuestras vidas.


—Pedro, ¿qué hay de tener hijos? ¿Me dejarás tener un hijo tuyo?


Paula le sintió ponerse rígido inmediatamente.


—Paula, puedo darte todo menos eso. No puedo arriesgarme a volver a sufrir así por nadie en el mundo, ni siquiera por ti.


—Entiendo —dijo Paula con los ojos llenos de lágrimas.


Paula quería casarse con Pedro y pasar el resto de la vida en sus brazos. ¿Pero qué pasaría cuando Pedro se enterase de que estaba embarazada? Pedro no quería tener un hijo y, por lo tanto, insistiría en que abortase. No, no podía arriesgarse.


—No puedo casarme contigo. Quiero… quiero tener hijos —dijo Paula entre sollozos.


Inmediatamente, Paula se quitó el anillo y se lo dio a Pedro.


—Paula, no lo hagas, por favor. No destruyas lo que hay entre los dos porque pienses que tienes que tener un hijo —dijo Pedro cogiéndole las manos.


—Te quiero. Recuérdalo siempre. Y si alguna vez cambiases de idea… te estaré esperando.


«Los dos, yo y tu hijo», añadió Paula en silencio. «Te esperaremos siempre».