jueves, 27 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 29




Era septiembre y las rebajas de verano estaban en pleno apogeo.


—¿Cuántas cajas más con cosas de Halloween tenemos? —dijo Pato sentada con las piernas cruzadas en el suelo de la trastienda—. Juraría que hemos desempaquetado ya una docena.


—Hemos abierto cinco cajas pequeñas y nos quedan tres —respondió Paula.- A propósito, ¿a qué no sabes que ha llegado esta mañana? —añadió Paula encantada, como una niña que acabara de recibir un juguete.


—¿Además de las cajas? —preguntó Pato.


—La cuna —anunció Paula—. La cuna de roble. Todavía no la he desempaquetado, pero estoy muerta de ganas de tener un momento libre para hacerlo.


—¿Por qué no la sacas ahora y la sacas ahí, a la tienda, para enseñársela a la tía Mirta.


—Primero tenemos que sacar lo de Halloween. La verdad es que estoy un poco preocupada por haber dejado a la tía Mirta sola atendiendo la tienda, es capaz de vender el negocio entero a mitad de precio.


Pato se echó a reír.


—La tía Mirta no soporta ver marcharse a ningún cliente sin comprar nada, por eso no deja de bajar los precios con tal de que se lleven algo.


—¿Qué estabais diciendo de mí? —preguntó Mirta Maria, que en ese momento entró en la trastienda.


—Nada, sólo estábamos dudando de que la tienda estuviera a salvo en tus manos —dijo Paula.


—Como puedes ver, he dejado de atender a los clientes. Tomas acaba de llegar y se ha hecho cargo —dijo Mirta.


—Pato, ve a la tienda a echarle una mano a Tomas —dijo Paula—. Tía Mirta, ¿por qué no vas a casa a poner la cena? Todo está en el frigorífico: el jamón, la ensalada de patatas, los huevos rellenos…


—Hay tiempo de sobra.


Volviéndose, Mirta siguió a Patricia hasta la tienda.


—¿Vas a decírmelo tú o quieres que interrogue a Tomas?


Pato miró a Mirta fingiendo perplejidad.


—¿Decirte qué? ¿De qué estás hablando?


—Me he dado cuenta de que pasa algo. Hoy es tu día libre y estás aquí. Tomas ha salido de su trabajo antes de lo acostumbrado y ha venido a la tienda. Los dos os habéis invitado a cenar y le habéis dicho a Paula que hiciera comida de sobra. ¿Me vas a decir qué pasa o no?


En ese momento, Pedro Alfonso entró en la tienda seguido de su hermano. Los clientes que había en la tienda se volvieron y le miraron con fijeza.


—¡Vaya, vaya, vaya! —exclamó Mirta sonriendo maliciosamente—. Ya era hora de que dieras señales de vida. Si hubieses esperado un par de meses más…


—Qué alegría verte. Sí, señor, es un placer verte otra vez por aquí —dijo Tomas, acercándose a Mirta inmediatamente—. Desde que llamaste, Pato y yo hemos estado hechos un manojo de nervios.


—¿Cómo está Paula? —preguntó Pedro.


—Está bien, como te he dicho por teléfono —respondió Tomas.


—¿Bien? —dijo Mirta al momento—. Teniendo en cuenta su condi…


—Va a ser una sorpresa increíble para ella —se apresuró a decir Pato.


Los clientes en la tienda se quedaron muy quietos y muy callados. Marshallton era una pequeña ciudad en la que todo se sabía, y todos sabían que Paula estaba embarazada y… soltera.


—Tenéis todos que venir a ver…


Las palabras murieron en los labios de Paula en el momento en que salió de la trastienda y vio a Pedro.


—¡Paula!


Pedro la miró de arriba a abajo. El cabello de Paula estaba recogido en un moño, aunque despeinado. Su hermoso rostro tenía manchas de polvo y sujetaba una enorme caja que la tapaba desde el cuello a las rodillas.


—¿Qué… estás haciendo aquí? —preguntó Paula en un susurro apenas audible.


Embriagado por su belleza, absorbiendo el placer de verla después de seis largos y miserables meses, Pedro dio unos pasos en su dirección.


—Tenemos que hablar.


Paula miró a Pato.


—¿Sabías que iba a venir hoy?


—Sí —respondió Pato—. Por favor, Paula, escúchale. Se ha sentido tan mal sin ti como tú sin él.


—De eso soy testigo —dijo Julian.


Paula miró a su alrededor y vio a varios clientes que parecían fascinados con aquel drama.


—Paula, deberías dejar esa caja en el suelo —dijo Mirta—. No es bueno que lleves peso dado…


—Calla —dijo Paula—. No me va a pasar nada por llevar una caja.


—Bueno, ya que estáis aquí, ¿por qué no venís a cenar a casa? —dijo Mirta mirando a Pedro y a Julian antes de volverse hacia Tomas—. Lo ves, cariño, yo también sé disimular.


—Me parece una idea excelente —dijo Julian.


Mirta Maria se despidió y le pidió a Tomas que la acompañase a preparar la cena para sus invitados. Con una sonrisa, Pato acompañó a los clientes a la puerta anunciando que iban a cerrar debido a un asunto familiar.


Ignorando a todo el mundo, Pedro avanzó hacia Paula extrañándose de la forma en que ella se aferraba a la caja.


—Paula, deja esa caja en el suelo, parece que llevas ahí un tesoro.


Paula siguió inmóvil y Pedro le arrebató la caja y la dejó en el suelo.


Temblando, Paula se miró a los pies y contuvo la respiración. 


Por fin, alzó los ojos y vio la expresión de perplejidad de Pedro.


—¿Paula?


Sin saber qué hacía, Paula se dio media vuelta y entró en la trastienda precipitadamente. Allí, se echó a llorar. Los sollozos le sacudían todo el cuerpo cuando Pedro se acercó y le puso las manos en los hombros.


—Cariño, deja de llorar, por favor.


—¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?


—Estás embarazada.


El llanto de Paula se hizo aún más sonoro mientras todo su cuerpo temblaba.


Pedro la estrechó tiernamente en sus brazos y le besó el cabello, la frente y los párpados.


Paula le rodeó la cintura con los brazos y escondió el rostro en su pecho.


—No… no me quedé embarazada a propósito. Utilizamos… preservativos. Fue un accidente.


Pedro la apartó de sí ligeramente para mirarla a los ojos.


—Oh, Paula, cariño, ¿por qué no me lo dijiste?


La simple idea de tener otro hijo le aterrorizaba. ¿Y si le fallaba también a éste como le había fallado a Santiago? ¿De verdad se merecía la oportunidad de volver a ser padre?


Cayendo de rodillas delante de Paula, le rodeó las caderas con los brazos y le puso la cabeza en su abultado vientre.


—Ya lo sabías cuando me marché de Marshallton hace seis meses, ¿verdad? Por eso es por lo que no accediste a casarte conmigo.


¿Cómo iba a casarme contigo después de dejar tan claro que no querías…?


—Que no quería hijos.


Pedro cerró los ojos, aferrándose a Paula.


—¿Te haces idea de lo asustado que estoy? En el momento en que te he visto, me he dado cuenta de que se trataba de mi hijo y lo primero que se me ha ocurrido pensar es qué ocurriría si algo saliese mal.


Paula le acarició las mejillas con los dedos.


—Nuestra hija está bien, el médico me lo ha dicho.


—¿Hija?


Pedro abrió los ojos y, alzando el rostro, miró a Paula.


—¿Mi hija? —añadió Pedro acariciando el vientre de Paula—. Hola, pequeña, soy tu padre. Supongo que te habrás preguntado dónde estaba todo este tiempo. Bueno, he vuelto para quedarme; es decir, si tu madre todavía me acepta.


Pedro se levantó y la estrechó en sus brazos con los ojos llenos de lágrimas.


—He pasado estos seis meses tratando de olvidarte, pero no he podido. Me sentía terriblemente mal y ha sido también un infierno para los que estaban a mi lado.


—Yo también te he echado muchísimo de menos. He derramado un mar de lágrimas y cada vez que Tomas hablaba contigo por teléfono…


De repente, Pedro la sintió ponerse tensa.


—¿Qué te pasa?


—¿Te ha dicho Tomas que estaba embarazada? —preguntó ella.


—Ojalá me lo hubiese dicho, habría venido antes.


—Entonces, has venido porque…


—Porque por fin he tenido el valor de admitir que te quiero y que no puedo vivir un solo día más sin ti.


Pedro besó los lacrimógenos ojos de Paula.


—¿Me quieres de verdad, Pedro?


—Sí.


—¿Y a Malena también podrás quererla?


—La quiero ya —respondió él—. Es parte de mí y de ti, ¿cómo no voy a quererla? Te prometo que seré un buen padre para Malena. No volveré a permitir que la compañía sea primero que mi familia. Sin embargo, cuento contigo para que me mantengas a raya y para que me ayudes a perdonarme a mí mismo.


De repente, la voz de Pedro se quebró, antes de añadir:
—Ya lo sé, ya sé que la muerte de Santiago no fue culpa mía, que fue un accidente, pero tú tienes que ayudarme a que lo asimile. Todavía me siento culpable.


Paula le besó.


—¿Te das cuenta de lo afortunados que somos? —dijo Paula sonriendo—. Mucha gente no tiene la oportunidad de descubrir su gran pasión. Tú eras mi última oportunidad de ser feliz: la última, la primera y la única. Quizá algunas personas sólo pueden amar una vez en la vida, yo soy así y tú eres el amor de mi vida.


Pedro se dirigió a la puerta trasera de la trastienda, la que daba al callejón, y la abrió.


—Así que era tu última oportunidad, ¿eh? —preguntó Pedro con sonrisa maliciosa antes de acercarse a ella y comenzar a desabrocharle la blusa.


—¿Qué vas a hacer? No puedes desnudarme aquí.


—¿No vas a dejar que te haga el amor en el callejón? En ese caso, será mejor que me case contigo inmediatamente.


—¿Cuándo?


Pedro la sacó al callejón y de allí salieron a la calle.


—Me parece que deberíamos casarnos lo antes posible, antes de que Malena Alfonso haga su aparición en el mundo.


—Todavía le quedan dos meses, no nacerá hasta mediados de noviembre.


—Muy bien, eso nos dará tiempo para ir de viaje de luna de miel.


—No voy a ir así, en estas condiciones, de viaje de luna de miel.


—En ese caso, nos encerraremos en una habitación durante un par de semanas.


Ambos comenzaron a caminar en dirección a la casa de Paula.


—Puede que no te apetezca hacer el amor conmigo cuando me veas desnuda — dijo Paula—. Estoy enorme, incluso se me han hinchado los dedos de los pies.


—¡Qué pena! —exclamó él sacudiendo la cabeza—. Aquí estoy yo, guapo y rico. Podría tener docenas de jóvenes bellezas y estoy condenado a pasar el resto de mi vida con… con la mujer más hermosa y deseable de la tierra. La mujer a quien amo más que a mi vida.


—Oh, Pedro.


Pedro nunca había imaginado que podría querer tanto a una persona y estaba decidido a arriesgarse a amar y ser amado, a amar a aquella mujer y a su hija.







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