sábado, 18 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 4





De pie en el umbral de la puerta, Pedro observó a Paula mientras ésta y Susana Williams, la encargada del refugio para animales, se detenían frente a la jaula en la que estaba Solomon.


En el momento en el que se abrió la puerta, el perro salió como una exhalación.


Agachándose junto al gran danés, Paula le dio un fuerte abrazo y le pasó la mano por la espalda cariñosamente.


-¿Creías que ibas a quedarte toda la vida en prisión? -preguntó Paula con el mismo tono de voz que una madre habría empleado para consolar a su hijo-. Pepe y yo hemos venido a llevarte a casa, pero tendrás que portarte muy bien porque vamos a ir en el coche de Pepe.


¡Dios santo!, pensó Pedro. No había pensado en aquello cuando se ofreció a llevar a Paula y a Solomon a casa. Aquel perro tenía el tamaño de un pony.


-¿Dónde está tu camioneta? -preguntó Susana mientras salían a la oficina exterior, en la que un voluntario se hacía cargo de la mesa de recepción.


-Mike la recogió en casa de los Nolan y la llevó de vuelta al garaje-cuando Paula se detuvo, Solomon se sentó obedientemente a su lado-. Aún no sabíamos si iba a
pasar la noche en el calabozo -sonriendo, miró en dirección a Pedro-. Lorenzo me dejó traer a Solomon en el coche de la policía. 


-Te agradezco mucho que te hayas ocupado de él, Susana.


-Ocuparme de Solomon es lo menos que podía hacer por nuestra voluntaria número uno -dijo Susana-. Nos alegra que haya sacado a Paula de la cárcel con tanta rapidez, señor Alfonso. Pero no puedo creer que tenga que enfrentarse a un juicio por proteger a un niño y su perro.


-Paula ha disparado contra un hombre, señora Williams -Pedro sabía que era inútil mencionar los defectos de Paula a cualquiera de sus admiradores, y Susana Williams no era una excepción-. Pero espero que el juez Proctor sea muy benévolo cuando le presente las evidencias del caso.


-Más le vale -dijo Susana-. Ojalá pudiéramos convencer a Loretta para que cogiera a sus hijos y abandonara a Cliff Nolan. Si no lo hace, acabará matando a alguno antes o después.


-Tenemos que ponernos en marcha, Paula -Pedro asintió en dirección a la puerta-. Me he tomado libre toda la tarde pero he de volver a Jackson. Tengo una cita para cenar en Marshallton.


-Por supuesto -Paula dio un rápido abrazo a Susan-a. Gracias de nuevo. Vamos, Solomon.


El teléfono sonó justo cuando Pedro abría la puerta y salía al exterior. Cuando el voluntario informó a Susana que la llamada era para ella, Paula siguió a Pedro.


Pero antes de que llegara al coche, Susana asomó la cabeza por la puerta y la llamó.


-Espera -dijo Susana-. Necesito hablar un minuto contigo, Paula. Es importante; de lo contrario no te retendría.


Paula miró a Pedro con gesto interrogante.


-¿Te importa mucho? Prometo que no tardaré.


-Dos minutos --dijo Pedro, tocando con el dedo índice su Rolex.


-Quieto, Solomon --ordenó Paula antes de volver a la entrada de la oficina de Susana.


Pedro se apoyó contra el coche. Sacó las gafas de sol del bolsillo de su chaqueta, se las puso y se cruzó de brazos.


No tenía tiempo para aquel retraso, fuera cual fuera la causa. Donna y él iban a cenar con el alcalde de Marshallton esa noche. Pedro quería hablar con su viejo amigo sobre la posibilidad de presentarse como gobernador en las próximas
elecciones.


Miró hacia Paula. El sol del atardecer iluminaba su pelo negro, confiriéndole un toque azulado. Lo llevaba corto, casi como un chico, aunque no había nada masculino en aquel rostro de muñeca, ni en sus largas pestañas, ni en su boca llena y rosada. ¿Por qué diablos no había seguido siendo delgada y plana como a los dieciséis años, cuando le profesaba aquel incombustible amor y él la rechazó amablemente? Entre los dieciséis y los dieciocho, cuando Claudio, el más pequeño de los Chaves, se fue y le pidió a Pedro que cuidara de ella, Paula Chaves había
florecido. Y muy bien. Demasiado bien, de hecho. Su cuerpo se había rellenado en los lugares adecuados.


Pedro se fijó en cómo se ceñían a sus caderas y piernas los gastados vaqueros que llevaba puestos. Llevaba una camisa desabrochada y suelta y debajo una camiseta amarilla contra la que sobresalían sus llenos y redondeados senos. En una
mujer menos dotada aquella ropa habría resultado masculina. Pero en el caso de Paula resultaba especialmente sexy. Y ese era el problema. Durante los últimos ocho años los hombres no habían dejado de comerse a Paula con los ojos. Y ella había salido con todos los que le habían gustado. En más de una ocasión había tenido que pararle los pies a algún pretendiente excesivamente celoso. Los problemas buscaban a Paula como las mariposas nocturnas la luz.


¿Qué diablos iba a hacer Pedro con ella si decidía presentarse a gobernador?


No había forma de que esa mujer llegara a cambiar, y tener su nombre unido al de ella, en conexión con alguna de sus salvajes explosiones, podía dañar su imagen.


¿Su imagen? Su padre siempre se había preocupado por la imagen de la familia Alfonso y esa era una de las cosas que más había despreciado en él. ¿Se parecería cada vez más al senador Mariano Alfonso si decidía entrar en política? Su padre murió sólo e infeliz. Pedro no quería seguir sus pasos.


-¿Listo? -preguntó Paula.


Pedro se sobresaltó ligeramente. Estaba distraído y no había visto a Paula acercarse al coche.


-¿Has terminado ya con Susana?


-Ah... sí... era sólo un asunto sobre el refugio -Paula abrió la puerta de pasajeros, ordenó a Solomon que entrara y luego ocupó su asiento.


Pedro no le había gustado cómo había respondido Paula. 


Estaba ocultando algo. Era tan honrada que la verdad asomaba a su rostro aunque tratara de mentir.


Entró en el coche y puso en marcha el motor.


-¿Qué clase de asunto?


-¿Eh?


-¿Qué sucede, Paula? -Pedro dio marcha atrás en el aparcamiento-. Si es algo que vaya a causarme problemas quiero saberlo ya.


-¿Qué te hace pensar que esto tenga algo que ver contigo? -adelantando la barbilla, Paula cruzó los brazos bajo sus senos.


-Si no es algo que pueda meterte en problemas, ¿por qué no me lo cuentas? - Pedro entró con el coche en la autovía y miró a Paula, arrepintiéndose de inmediato.


Sus brazos cruzados habían alzado y hecho sobresalir sus senos, recordándole lo verdaderamente femenina que era.


-Susana ha recibido la llamada de un hombre que no se ha identificado y que dice saber dónde tiene colocadas sus trampas Lobo Smothers en Kingsley Hill.


Pedro gruñó.


-Mantente alejada de ese asunto. Dale la información a Lorenzo y déjale que se encargue.


-Podría hacerlo, pero no serviría de nada. Lobo Smothers siempre parece ir un paso por delante de la ley.


-Lorenzo Redman acaba de ser elegido. Dale una oportunidad.


-La última vez que compartí información con el departamento del sheriff no sirvió de nada. Cuando llegaron ya no había ni trampas ni Lobo. Entonces te dije que Loorenzo tenía a una rata trabajando para él. Aún no he averiguado quién es, pero lo
haré.


-Mantente alejada de Lobo Smothers, Paula -dijo Pedro con firmeza-. Ese hombre es peligroso.


-¡Mayor motivo para que acabe entre rejas! Además, corre el rumor de que Lobo está cultivando marihuana en algún lugar del bosque. Si su abuso de los animales no hace que la ley se ponga en acción puede que su relación con las drogas sí lo consiga.


-¡Haga lo que haga Lobo deja que la ley se encargue de ello! ¡Maldita sea, Paula! Dentro de una o dos semanas vas a tener un juicio por haber disparado contra un hombre. ¿No comprendes que si Lorenzo Redman no fuera un amigo y Clayburn Proctor no pensara que eres una santa por haber salvado a su nieto podrías pasar una larga temporada en la cárcel?


-Estaba defendiendo a un niño indefenso y a su perrito de un monstruo - Solomon gruñó como para manifestar su acuerdo.


-Llevo años sacándote de problemas, Paula, y ya estoy harto. He tratado de hacerte razonar pero te niegas a escucharme.


-No hace falta que malgastes tu valioso tiempo conmigo, Pedro -dijo Paula sin mirarle-. Limítate a dejarnos a mí y a Solomon en el garaje.


-Muy bien. De todas formas es probable que ya llegue tarde.


-Es una lástima, ¿no? Seguro que no quieres hacer esperar a Donna Fields.


-No, no me gustaría hacer esperar a Donna Fields. Las mujeres como Donna están acostumbradas a ciertos comportamientos por parte de los hombres con los que salen... como ser puntual para cenar.


-¿Las mujeres como Donna? -Paula se volvió y se inclinó hacia Pedro-. ¿Una mujer cuyo abuelo fue gobernador y cuyo tío es juez federal? ¿Una profesora universitaria con sangre azul en las venas? Vaya, vaya, vaya. Una mujer así podría hacer mucho por un hombre con aspiraciones políticas. Piensa en la estupenda esposa que sería para alguien con la mirada puesta en el Capitolio.


Pedro miró un momento a Paula y volvió a fijar la mirada en la carretera. Sabía que estaba tratando de provocarle. Estaba dando a entender que sólo salía con Donna por interés y no le gustaba pensar que hubiera llegado a parecerse tanto a su padre como para casarse con una mujer sólo porque ella y su familia pudieran ayudarle políticamente.


-Donna es una mujer muy especial. Tendré que presentártela alguna vez - Pedro salió de la autovía para entrar en la zona de aparcamiento del garaje y la empresa de grúas que poseía Paula y en la que también trabajaban Mike Hanley y su hermana, Sheila Vance.


-No te molestes -Paula abrió la puerta del coche en cuanto Pedro paró el motor-. Dudo que Donna Fields y yo tengamos algo en común. Es probable que alguien con la sangre tan azul como ella se sienta ofendida por una pequeña campesina sureña como yo.


-No subestimes a Donna simplemente por quién es. Te aseguro que no es ninguna esnob.


Paula salió del jaguar y le ordenó a Solomon que hiciera lo mismo.


-Espero que Donna y tú tengáis una cena agradable. Y no te preocupes por mí. No tienes por qué hacerlo hasta que llegue el juicio.


-Espero que tengas razón -dijo Pedro.


Algo le decía que volvería a ver a Paula antes del juicio. Si pasaba dos semanas seguidas sin meterse en líos sería un milagro.



viernes, 17 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 3





Pedro estaba sentado en el lujoso interior de su jaguar, apoyado cómodamente contra el respaldo de cuero mientras hablaba por teléfono.


-Nunca se había metido en un lío tan serio, Clayburn, pero creía sinceramente que estaba haciendo lo correcto.


-Lo sé -dijo Clayburn Proctor-. Paula tiene un gran corazón, pero actúa sin pensar. No tengo ningún problema en establecer una fianza ahora. No tiene sentido que la chica pase la noche en una celda. Pero no habrá forma de librarse del juicio. Aunque como Lorenzo sólo la va a acusar de asalto y agresión no hará falta llevarla ante un jurado si se declara culpable -Clayburn rió-. Aunque seguro que el jurado la absolvería. Sé que ha cometido un delito, pero hace tiempo que alguien debía haber hecho algo respecto a Cliff Nolan. Ojalá su mujer presentara cargos contra él.


-Gracias Clayburn. Te lo agradezco.


Pedro no había dudado que el juez fuera a ayudar a Paula. 


De hecho, no había nadie en todo el condado, especialmente cerca de Crooked Oak, que no estuviera
dispuesto a ayudar a Paula Chaves. A todos les caía bien. A pesar de su tendencia a meterse en líos, el mayor defecto de Paula era que siempre estaba tratando de ayudar a los demás. Nunca había conocido a nadie más preocupado por todas las criaturas vivientes de la tierra. Pedro suponía que esa era la razón por la que nunca había sido capaz de romper los lazos que le unían a Paula, a pesar de las muchas veces que había deseado que desapareciera de su vida.


-¿Quién va a hacerse cargo de la fianza de Paula? -preguntó Clayburn.


-Yo -Pedro rió-. Me ha prometido que no abandonará el país.


-Bien, ya que tú vas a hacerte cargo, creo que la cantidad justa serán mil seiscientos setenta y ocho dólares. ¿No te parece justo?


Pedro notó el tono ligeramente guasón de Clayburn y dio una calada a su puro. El juez tenía un retorcido sentido del humor. ¿Quién diablos había oído hablar de una cantidad así para una fianza?


-Es una cantidad poco habitual, ¿no te parece? -preguntó.


-Por alguna razón tengo esa cantidad metida en la cabeza. Al parecer relaciono esos mil seiscientos setenta y ocho dólares contigo, Pedro.


-¿No será por casualidad la cantidad exacta que has perdido en nuestras amistosas partidas de póker durante los últimos meses?


-Vaya, vaya, esa debe ser la razón.


-No vas a conseguir esa cantidad de mí, Clayburn. Paula no se fugará estando bajo fianza.


-No intencionalmente -lijo el juez, riendo entre dientes-. Pero conociendo a Paula, es posible que lleve su grúa a Mississipi sin siquiera pensarlo, y si lo hace puedo decidir que ha roto su libertad bajo fianza.


Clayburn Proctor era un viejo zorro que disfrutaba con sus juegos. No podía resistir la oportunidad de divertirse con Pedro.


-No serías capaz de hacerle eso a Paula.


-Probablemente no -admitió el juez-. Los dos estamos hechizados por esa jovencita, ¿no, Pepe? Como todo el mundo por esta zona.


-¡Puede que tú estés hechizado por ella, pero yo no, desde luego!


Pedro nunca se había sentido hechizado por ninguna mujer y menos por Paula Chaves. Sólo le traía problemas. Había sido una carga desde que la conocía, desde que era una niña y se dedicaba a corretear tras él y sus hermanos cuando iban a cazar y a pescar. Y cuando cumplió dieciséis años, y se creyó perdidamente enamorada de él, estuvo a punto de volverlo loco hasta que la convenció de que nunca podría haber nada romántico entre ellos.


-No protestes tanto -dijo Clayburn-. La gente podría pensar que tienes algo que ocultar.


-Gracias por establecer la fianza, sea o no una cantidad rara -dijo Pedrocambiando de tema a propósito. No estaba interesado en Paula Chaves y menos de la forma que sugería Clayburn Proctor. Apenas eran amigos. Se hacía cargo de ella como un favor hacia sus hermanos y porque alguien tenía que hacerlo. En su relación no había nada más que eso. Absolutamente nada más.



PROBLEMAS: CAPITULO 2




Paula supo por su expresión que estaba realmente enfadado. 


Había un frío fuego en sus profundos ojos azules y una tensión contenida en su forma de moverse.


Su pelo rubio estaba ligeramente revuelto, como si el viento se hubiera atrevido a despeinarlo. Mirando a la agente Wanda Simple, Paula sonrió, irguió los hombros y se dispuso a aguantar la reprimenda. Aunque Pedro Alfonso era normalmente un hombre calmado y fácil de tratar, Paula sabía que ella poseía el poder necesario para desestabilizar su fachada de caballero del sur.


Pedro dejó su maletín de cuero sobre la mesa con evidente brusquedad. Inclinándose ligeramente hacia delante, apoyó sus grandes manos en los bordes del maletín y miró a Paula.


-Ya has hecho algunas estupideces antes, Paula Chaves, pero esta es...


Oh, estaba realmente enfadado. ¡La había llamado Paula Chaves!


-Le advertí que se detuviera, Pedro. Te prometo que lo hice -Paula dio unos pasos adelante. Tenía las manos esposadas a la espalda-. Estaba pegando a Richie. No podía quedarme cruzada de brazos y permitir que hiciera daño al niño, ¿no?


-De acuerdo. Tenías que hacer algo para detener a Nolan, ¿pero era necesario que le dispararas una perdigonada?


-¿Qué podía hacer? -Paula se acercó poco a poco a Pedro, mirándole con lo que esperaba fuera una expresión de remordimiento en el rostro.


-Tenías a Solomon contigo, ¿no? -Pedro extendió los brazos y cogió a Paula por los hombros, zarandeándola con suavidad. Un estremecimiento de conciencia recorrió su cuerpo, recordándole por qué no debería tocar a Paula. A pesar de la involuntaria atracción que sentía por aquella mujer persistía el hecho de que sólo le traía problemas-. ¿Por qué no dejaste que tu gran danés Solomon se hiciera cargo de Cliff Nolan?


-¡Por todos los diablos, Pepe! Si hubiera dejado que Solomon atacara a Cliff estaría aquí acusada de asesinato, no de agresión.


-Podrá sacarla, ¿no, señor Alfonso? -preguntó Wanda Simple-. Toda la ciudad sabe que Cliff Nolan es un mal elemento y que se pasa el día maltratando a Loretta y a sus hijos. Paula sólo ha hecho lo que le ha parecido correcto.


-Espero que el juez también lo vea así -Pedro soltó los hombros de Paula moviendo la cabeza. ¿Por qué habría caído sobre él la responsabilidad de Paula Chaves?-. He venido directamente desde Jackson, así que no he podido hablar con Clayburn sobre la fianza. Pero he hablado con Lorenzo y puedes agradecerle que los cargos no sean de agresión con intento de homicidio.


-Ya le he dado las gracias.


Paula comprendió que nada de lo que dijera o hiciera suavizaría la actitud de Pedro, y no podía culparle por ello. 


Desde que sus hermanos se fueron de Crooked Oak para buscar su camino en la vida, Pedro había actuado como su sustituto tratando de cuidar a la hermana pequeña de sus amigos; una hermana pequeña que a los veintiséis años ya era lo suficientemente mayor como para saber que no debía
disparar contra un hombre.


-Voy a tratar de que Clayburn no siga y establezca una fianza para poder sacarte de aquí hoy mismo -Pedro miró los brazos de Paula, arqueados tras las espalda para adaptarse a las esposas-. Wanda, llévate a esta pequeña anarquista a la celda hasta que pueda llegar a un acuerdo con el juez Proctor -señalando con el dedo índice a Paula, añadió-: Sería una buena lección dejarte aquí toda la noche.


Paula adelantó la barbilla con gesto altanero.


-Haz lo que debas hacer, Pedro Alfonso. Disparé una perdigonada contra Cliff Nolan para evitar que hiciera daño a su hijo y al perrito. Siento haberle disparado y puede que lo que hice estuviera mal, pero si no puedes ver más allá de la ley en el corazón humano, entonces dudo...


-¡Maldita sea! ¿Quieres callarte ya?


Paula se puso tensa, tragó con esfuerzo y miró el severo rostro de Pedro.


-Dile al juez Proctor que si hubiera encontrado otra forma de manejar la situación no le hubiera disparado a Cliff, pero en ese momento no vi otra alternativa.


-Se lo diré y puede que esté dispuesto a establecer una fianza.


-¿Sabes a cuánto ascenderá la fianza? -Paula no tenía mucho dinero en efectivo, pero su garaje y el negocio de las grúas iban bastante bien, de manera que supuso que no tendría problema para pagar.


-Yo me haré cargo de la fianza -dijo Pedro-. Puedo fiarme de que no abandonarás el país, ¿no? -una ligera sonrisa jugueteó en la comisura de sus labios.


¡Y cómo le gustaba a Paula su boca! Había pasado muchas horas imaginando lo que habría sentido besándola.


Paula respiró hondo sin molestarse en disimular la sensación de alivio que sentía al saber que el enfado de Pedro empezaba a remitir. Le sonrió.


-Ni siquiera me iré del estado.


-Me alegra saberlo.


Pedro cogió su cartera y se dirigió a la puerta sin dejar de recriminarse interiormente por ser un completo idiota. Por muchos problemas que le causara Paula, nunca podía permanecer mucho rato enfadado con ella. A pesar de su actitud independiente y feminista, de su corte de pelo a lo chico y su irritante actitud de hacerse cargo de todo, tenía un corazón muy tierno y era una mujer vulnerable.


-¿Te importaría pasar por el refugio a recoger a Solomon, Pepe? -preguntó Paula-. Le pedí a Wanda que llamara a Susan para que viniera a recogerlo y lo cuidara hasta que yo pudiera salir de este lío.


-Recogeremos a Solomon cuando estés fuera -Pedro se detuvo justo antes de salir, se volvió y miró a Paula de pies a cabeza-. ¿Cómo es posible que una mujer tan pequeña se meta en tantos líos y me cree tantos problemas?


Pedro se fue antes de que Paula pudiera responder. Esta supuso que debería estar agradecida porque hubiera acudido a su llamada. Después de todo, Pedro no le debía nada. El mero hecho de que el padre de Pepe, el viejo senador Alfonso, hubiera sido compañero de caza y pesca de su abuelo y el hecho de que sus hermanos hubieran sido amigos de Pedro, a pesar de las diferencias sociales existentes entre ellos, no significaba que fuera responsable de sacarla de los líos en los que se metía.


-Vamos, Paula. Voy a meterte en una celda hasta que vuelva el señor Alfonso a recogerte.


Wanda Simple, una mujer alta y delgada de treinta años, que llevaba gafas, había sido compañera de estudios de Joaquin, uno de los hermanos de Paula.


-¿Crees que el juez Proctor fijara una fianza para que pueda salir de aquí hoy? - preguntó Paula.


-Ya sabes lo bien que le caes al juez Proctor, Paula. Desde que salvaste la vida de su nieto después de que estuviera a punto de perecer ahogado piensa maravillas de ti -Wanda apoyó la mano en la espalda de Paula y la empujó con suavidad por el pasillo hacia una hilera de celdas-. Además, Pedro Alfonso podría camelar a cualquiera.


Paula permaneció quieta mientras Wanda le soltaba las esposas.


-Sí, tienes razón. Pedro tiene la lengua de plata de su padre. Es un político nato.


-No entiendo por qué no le lanzas el anzuelo, Paula. Es evidente que estás loca por él y todo el condado sabe que él se comporta como si fuera tu caballero andante.


-Pepe se siente responsable de mí, eso es todo -Paula entró en su celda-. Mis hermanos le hicieron prometer que me cuidaría.


Wanda cerró la puerta de la celda.


-Pues parece que se ha tomado muy en serio el encargo.


-Pedro sólo me considera una carga. Además, no soy la clase de mujer que quiere un hombre como Pedro, y, desde luego, no soy la que necesita -Paula se alejó de los barrotes de la celda, extendió los brazos y giró sobre sí misma-. Mírame. Soy una chica de campo. Lo que necesito es un hombre con callos en las manos y suciedad en las botas, no un abogado rico que quiere llegar a ser gobernador.


-Tienes un aspecto estupendo -dijo Wanda, mirando a Paula de pies a cabeza-. Podrías arreglarte un poco, desde luego, pero eso no sería difícil teniendo tu rostro y tu tipo. Y el hecho de que Pedro Alfonso y tú seáis totalmente opuestos no significa que no estéis hechos el uno para el otro. Los opuestos se atraen, ya sabes.


-No creo que un hombre que está a punto de presentarse para gobernador vaya a relacionarse sentimentalmente con una mujer que posee un garaje de grúas, que no tiene estudios universitarios y que siempre está metiéndose en líos porque no sabe mantener la nariz apartada de los asuntos de los demás.


-Pues me temo que si no haces algo pronto puedes perderle para siempre -dijo Wanda-. Ya hace tres meses que está saliendo con Donna Fields. Ya sabes que su abuelo fue gobernador y su tío es juez federal.


-Pedro y yo no encajamos, pero Donna Fields y él son un asunto diferente. Puede que ella sea la esposa perfecta para Pedro -Paula odiaba admitir que otra mujer fuera más adecuada para Pedro que ella, pero la verdad era la verdad. 


Donna Fields era la mejor elección posible como esposa de un político. Paula Chaves sería la pesadilla perfecta.