martes, 24 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 28






Paula estaba esperando a Pedro el miércoles por la mañana cuando Karen Alfonso entró en la sala de exposiciones y realizó un pequeño baile, exultante de alegría.


—¡Jarrod Hammond va a asistir al evento!


Faltaban menos de tres días para la gran exposición y Paula se dio cuenta de la importancia de la asistencia del hermano de Mateo… y de la euforia de Karen.


—¿Quiere eso decir que Mateo también va a asistir?


—¿Quién sabe? —contestó Karen—. No ha contestado a la invitación que le pedí a Holly que le enviara y a mí no me habla.


—Así que seguramente no asista.


—No me gusta estar enfrentada con Mateo. No sólo fue estupendo trabajar con él, sino que además fue un amigo magnífico.


—Entonces necesito que me des consejos —dijo Paula.


—¿Sobre qué? ¿Sobre cómo mantener a tu jefe como amigo? Creo que yo no lo he hecho muy bien en ese aspecto —contestó Karen, poniéndole una mano en el brazo a Paula—. Mi hermano es un hombre duro, de pocas palabras, pero estoy completamente segura de que tú significas mucho para él.


—No lo suficiente —comentó Paula, suspirando.


—Paula… —comenzó a decir Karen, echándose hacia delante— sé que mi hermano puede ser… —entonces hizo una pausa— reservado, pero ha pasado por mucho durante los últimos meses. La desaparición de nuestro padre, la recuperación de su cuerpo… Tuvo que identificar sus restos. Eso tuvo que ser un infierno. Y hace muy poco lo hemos enterrado, el mismo día que se hizo público que nuestro padre le había dejado una fortuna a Marise. Todo ello ha afectado mucho a , dale tiempo.


Pero Paula pensó en el bebé, en que pronto comenzaría a notársele el embarazo…


—Precisamente tiempo es lo que no tengo.



****


Cuando Pedro fue a buscarla para dirigirse juntos a Byron Bay, trató de encontrar en su cara signos de tensión y no se molestó al mostrarse él a veces un poco distraído.


Un coche los esperaba en el aeropuerto y tardaron menos de treinta minutos en llegar al centro de la ciudad.


La casa de la playa era una hermosa construcción histórica de cinco habitaciones rodeada de un precioso jardín tropical dominado por palmeras.


—Es muy bonita.


—He venido mucho a esta casa —comentó Pedro—. Mi padre solía pasar aquí la mayor parte de sus vacaciones. 
Eran los únicos momentos en los que él y yo estábamos solos. Karen nunca viene… los recuerdos son demasiado malos. Ni siquiera se baña.


Paula vio reflejado el dolor en los ojos de Pedro, pero enseguida desapareció.


—Vamos a entrar. El tasador llegará en cualquier momento.


El tasador ya estaba tomando notas del exterior de la casa y Paula entró en la vivienda para darle así a Pedro la oportunidad de hablar a solas con el hombre. Se dirigió al salón, desde cuyas ventanas había unas impresionantes vistas del mar, las cuales admiró durante un rato.


—Hay bastantes delfines que viven en Byron Bay —dijo repentinamente Pedro detrás de ella—. Y en invierno las ballenas vienen de visita. La bahía está repleta de rayas venenosas —añadió, abrazándola y apoyando la barbilla en su hombro.


Paula oyó cómo el motor de un coche se encendía y cómo el tasador se marchaba.


—Tus vacaciones eran muy diferentes a las mías, aunque nosotros también íbamos a la playa. Cuando era pequeña, solíamos ir de acampada todas las Navidades. Y más o menos cuando yo tenía siete años mis padres compraron una caravana de segunda mano y la utilizábamos cada vez que teníamos vacaciones. Los tres juntos —comentó, apoyándose en él y disfrutando de su masculino aroma. Lo miró y esbozó una nostálgica sonrisa—. Aquélla era nuestra casa de la playa… la caravana. Pero aun así, allí fue donde pasé algunos de los momentos más felices de mi vida.


—¿Qué ocurrió para cambiar aquello?


—Cuando yo tenía diez años mi padre sufrió un accidente laboral —respondió Paula, bajando la mirada.


—En el funeral no pude evitar preguntarme por qué iba en silla de ruedas. Pero no quise curiosear. Debes de ponerte enferma con las preguntas que seguramente te hace la gente.


—No me importa. Estoy muy orgullosa de mi padre —aseguró ella—. Irónicamente, después de su accidente las cosas mejoraron económicamente y solíamos alquilar un apartamento para las vacaciones, uno que tenía rampas para sillas de ruedas.


—Por lo menos tus padres tenían seguro.


Paula no lo contradijo; era mejor para Pedro que creyera aquello. Se apartó de él y dio un paso atrás.


—Yo fui a un internado y echaba muchísimo de menos mi casa, a mi madre, a mi padre.


—¿A qué internado fuiste?


—Al Pymble Ladies' College.


—Ése fue el colegio al que fue Karen —dijo Pedro, impresionado.


—Lo sé —contestó Paula, que se dijo a sí misma que él debía de estar preguntándose cómo un mecánico podía pagar un colegio tan caro… incluso con la indemnización de una compañía aseguradora—. Ella estaba en el último curso cuando yo llegué.


—Aunque no es algo que normalmente admita, mi hermana es una persona muy especial —comentó él, sonriendo. Pero entonces se puso serio—. ¿De qué hemos hablado durante los últimos dos años? ¿Qué más cosas hay que no sepa de ti? No creo que sea sólo yo el que habla poco. No fui sólo yo el que evitó las confidencias en nuestra relación, ¿no es así?


Ella tuvo que reconocer que aquello era cierto; ambos habían evitado hacer confidencias sobre su vida. Había sido muy conveniente echarle las culpas de todo a él, pero ella misma había tenido mucho cuidado en esconder su privacidad, los detalles más íntimos de su vida.


Cuando Pedro sugirió que fueran a ver el faro, aceptó encantada. Estaban demasiado solos en aquella casa y tenía que pensar antes de compartir con él todos sus secretos.


Fueron en coche hasta el faro, donde estuvieron un rato hasta que, una hora después, bajaron del cabo donde estaba enclavado y Pedro sacó una cesta de picnic.


—Piensas en todo —dijo Paula.


Se sentaron sobre la soleada hierba que había bajo el faro y pudieron contemplar toda la bahía.


Cuando terminaron de comerse los sándwiches de salmón ahumado y las galletas que había llevado él, Paula quiso saber algo.


—¿Qué ocurrirá con la casa de la playa ahora que tu padre ya no está? —preguntó.


—Según el testamento, pasa a ser propiedad mía —contestó Pedro—. La venderé en cuanto pueda.


—¿Tú no la venderías? —quiso saber él.


—No lo sé. Puedo comprender los terribles recuerdos que alberga, pero también es el lugar en el que tu madre pasaba tiempo con tu hermana y contigo, donde tú pasaste tiempo con tu padre. Quizá deberías esperar antes de vender.


Entonces se creó un tenso silencio.


—Tal vez lo haga, a no ser que necesitemos conseguir fondos apresuradamente para defendernos de Mateo —dijo por fin Pedro.


—¿No crees que los Alfonso y los Hammond deberíais tratar de terminar con esta enemistad antes de que cause más daño? —preguntó Paula, mirándolo a la cara.


—A mí me gustaría terminarla… siempre y cuando Mateo Hammond se arrepienta y no compre nuestras existencias… y su padre se disculpe por haber robado Alfonso Rose. Es Mateo Hammond quien tiene que dar el primer paso.







UN SECRETO: CAPITULO 27





—No hay ninguna fotografía que pueda hacerle justicia a Miramare —anunció Pedro el lunes por la mañana al llegar con su BMW M6 a la glamurosa mansión de estilo italiano—. O Pemberley, como a veces mi madre solía llamar a este lugar. A modo de broma, creo.


Paula salió del coche y miró a su alrededor.


Pedro había llegado a la joyería hacía una hora, tras haberse reunido con el coordinador de la exposición de joyas, y se la había llevado a hacer una visita a Miramare… todo por el comentario que había hecho ella el viernes mientras comían de que no había visto Miramare antes del funeral.


Él la había telefoneado durante el fin de semana para ofrecerle una visita a la mansión. Ella se había negado y Pedro, en vez de darse por vencido, la había invitado a ir el lunes con el tasador. Movida por la curiosidad de ver la casa donde había crecido él, Paula había aceptado.


Sin la multitud de personas que habían asistido al funeral, la mansión le pareció mucho más grande. Detrás de la casa había un impresionante mirador desde el que se divisaba la bahía de Sidney. Los jardines que rodeaban la casa estaban impecablemente cuidados…


—Ya era hora de que vinieras a visitar, Pedro —dijo la mujer que les abrió la puerta.


—Paula, ésta es Marcie, la persona más indispensable de toda la casa —la presentó él.


—Encantada de conocerte, Paula. Soy el ama de llaves —dijo Marcie.


El hall de entrada de la casa tenía unos grandes ventanales que dejaban pasar mucha luz. Paula parpadeó y vio la impresionante escalera que llevaba al piso de arriba.


—¿Está Sonya en casa? —preguntó Pedro.


—Había quedado con una amiga para comer —contestó Marcie, dándose la vuelta.


—No te preocupes, nosotros tenemos una cita —dijo él, sonriendo a la mujer—. No necesitamos una anfitriona. Pero… ¿puedo pedirte que prepares té y que lo lleves a la galería?


—Haré algo mejor —contestó Marcie—. También llevaré esos bollitos calientes untados en mantequilla que tanto te gustan.


—Ven —le dijo entonces Pedro a Paula—. Te enseñaré la casa rápidamente y después iremos a sentarnos fuera para tomar el té y comernos los bollitos. Las vistas son maravillosas desde la galería y así podremos aprovechar el sol hasta que llegue el tasador.


Entonces le enseñó la casa; todo sobre Miramare era impresionante, precioso.


—Creo que el té ya está preparado —dijo finalmente Pedro, guiándola hacia el salón.


Al salir a la galería por las puertas francesas del salón, Paula se quedó sin aliento ante las maravillosas vistas que tenían delante.


—¡Caramba! Desde aquí incluso puedes ver el puente de la bahía de Sidney. ¿Quién dijiste que había heredado este lugar?


—Dario, como hijo mayor —contestó Pedro con cierta burla.


—Pero Dario está muerto y eso te convierte a ti en el hijo mayor —comentó ella, sintiendo compasión por Pedro.


Se acercaron a una mesa blanca con varias sillas a juego y él separó una para que Paula se sentara.


—Quizá yo todavía herede Miramare como hijo mayor cuando Dario no aparezca antes de agosto.


—Pero tú eres el que has estado todos estos años trabajando para tu padre —comentó ella, sentándose en la silla.


—Él nunca me perdonó por haberme marchado a Sudáfrica cuando metió a Raul en la empresa —contestó Pedro, sentándose en una silla al lado de ella.


—Tu padre fue demasiado duro con sus hijos. Por lo menos tú no repetirás los mismos errores con los tuyos —comentó Paula, esbozando una irónica sonrisa.


—Oh, no —dijo él, levantando las manos—. Yo no quiero hijos.


—Ya lo sé… me lo dijiste. Ni gatos, ni hijos, ni prensa. Ni anillos de compromiso.


—Lo recuerdas.


—¿Cómo iba a olvidarlo? Pero si heredas Miramare, tendrás que replanteártelo —le aseguró ella—. Necesitarás una esposa.


—¿Por qué necesitaría una esposa? —quiso saber Pedro, dirigiéndole una extraña mirada.


—Bueno, tendrías una mansión, no un ático, y estarías en posesión de una fortuna. Así que querrías una esposa.


—Yo no soy ningún héroe como los de Jane Austen —contestó él, levantando una ceja.


—No, no eres de los tipos que se casan.


—Tú siempre supiste lo que había, Pau.


—Cierto. Y después de ver esta casa, si sospechara que es parte de un acuerdo de matrimonio, seguramente lo que conseguiría sería asustarme.


—Hace algún tiempo habría preferido que el investigador encargado del caso hubiera encontrado a Dario antes de tener que contemplar la idea del matrimonio.


Paula apartó la mirada, dolida al percatarse de que la idea de casarse con ella lo repugnaba tanto. Afortunadamente, en ese momento apareció Marcie con el té y los bollitos.


—¿Lo sirves tú? —preguntó Pedro una vez el ama de llaves se hubo marchado.


—Claro —contestó Paula, sirviendo dos tazas con té y leche. Entonces le acercó una a Pedro.


Él agarró un bollito y le dio un mordisco.


—Me puedo imaginar el dolor que le causó a tu familia las llamadas telefónicas de impostores que decían saber algo sobre tu hermano.


—Mi padre seguía cada pista. Incluso las que le daban aquellos falsos parapsicólogos diciendo que habían hablado con Dario y que les había dado mensajes para mi madre. En todos los demás aspectos de su vida mi padre mantenía el control… salvo cuando se trataba de Dario.


La obsesión de Enrique debía de haber hecho difícil la vida de Pedro y Karen. No le extrañaba que Pedro pensara que nunca podría estar al nivel de su hermano.


—Debió de haber sido terrible para tu madre que le dieran esperanzas con cada llamada telefónica y que luego se llevara una decepción.


—Mi madre quería dejar zanjado el asunto. Fue ella quien quiso poner una placa en el cementerio, cerca de la tumba de mi abuelo, en recuerdo de Dario. Pero mi padre sólo le permitió poner la fecha de nacimiento, no la de defunción. Por si Dario todavía estaba vivo —explicó Pedro, esbozando una mueca—. Pero por lo menos mi padre tenía algo que conseguir: crear Alfonso Diamonds… y encontrar a Dario. Mi madre no tenía nada… aparte de la visita que hacía todos los domingos por la tarde al cementerio para cuidar de los rosales que había plantado alrededor de la placa. Al final dejó de tener esperanza.


—Pero tenía dos hijos más —señaló Paula con delicadeza.


—Ella se ahogó a propósito.


Paula no pudo evitar mirar la piscina que había bajo la galería.


—No, no ocurrió aquí, sino en la casa de la playa de Byron Bay.


—¿Estabais de vacaciones cuando tu madre se ahogó?


—Teníamos tres semanas de vacaciones… Karen, nuestra madre y yo. La tía Sonya también estaba allí… creo que embarazada de Dani.


—¿Dónde estaba Enrique? —quiso saber Paula, dándole un sorbo a su té.


—Trabajando.


—Oh —contestó ella, pensando que era muy típico de él.


—Tenía planeado llegar el día antes del cumpleaños de mi madre.


—¿Tu madre se ahogó el día de su cumpleaños? —no pudo evitar preguntar Paula, que nunca antes había oído a Pedro hablar de su progenitora.


—No, dos semanas antes. Así que papá tuvo que venir antes de todas maneras.


—¿Cómo…?


—¿Cómo? Mi madre solía ir a nadar al mar todos los días por la mañana. Un amanecer anduvo hacia el agua y jamás regresó. Al principio pensamos que había ido a nadar y que se había ahogado por error, pero la tía Sonya encontró la nota. Aunque a mi padre le gustaba fingir que había sido un horrible accidente.Pero los periódicos no le habían permitido a Enrique seguir con aquella fantasía.


—No, no —dijo Paula, horrorizada al pensar que él pudiera creer que ella quería saber todos los detalles morbosos—. Lo que te iba a preguntar era cómo lo habías superado.


—Yo tenía tres años, así que no me acuerdo de ello en absoluto. Es algo más parecido a una sensación de vacío. A veces huelo u oigo algo que me trae a la memoria cosas de las que apenas puedo acordarme.


—¡Qué triste!


—Karen tenía cuatro años cuando murió nuestra madre y recuerda más cosas de ella.


—Pedro —lo interrumpió el ama de llaves—. Las personas que vienen a verte acaban de llegar.


—¿Personas? Pensaba que sólo iba a venir un tasador —contestó él, levantándose. Entonces se dirigió a Paula—. Quédate aquí y disfruta del sol. No has tocado tu bollito y Marcie te va a regañar si no te lo comes. No tardaré mucho.


Allí sentada bajo el sol, Paula se sintió muy culpable al pensar en el niño que crecía en su vientre. Pero no podía decirle a Pedro que iba a ser padre.


Cuando él regresó, ella se sentía adormilada debido al sol. 


Se había comido no uno, sino dos de los deliciosos bollitos de Marcie y temía el momento en el que se tuviera que subir a la báscula al día siguiente. Estaba subiendo mucho de peso.


—El tasador ha traído consigo a un banquero que piensa que quizá el banco no concederá el préstamo a no ser que Dario vuelva a la vida y lo consienta —explicó él, frunciendo el ceño—. O podemos esperar hasta agosto, cuando expira la cláusula testamentaria.


—¿Qué importancia tiene conseguir el préstamo? —preguntó Paula.


—Raul y yo simplemente estamos teniendo cuidado en caso de que necesitemos fondos para luchar contra Mateo si éste intenta una toma de poder. Tenemos la seguridad de la propiedad de Byron Bay, así como mi ático y la nueva casa de Karen y Raul.


—¿Cuándo irás a Byron Bay? —quiso saber Pau, preocupada al pensar que él regresara a aquella casa que seguramente guardaba recuerdos tan dolorosos de su madre.


—Creo que el miércoles. Lo más probable es que vaya y vuelva en el mismo día.


Iba a estar solo. A Paula se le derritió el corazón al pensar en él enfrentándose a los fantasmales recuerdos que merodearían en la casa de la playa.


—Yo podría tomarme un día libre —dijo—. Si mi jefe me lo permite, claro está. ¿Te gustaría que fuera contigo y que te hiciera compañía?


—Por supuesto. Y no te preocupes por tomarte ningún día libre. Trabajas muy duro. Pasaré a buscarte a media mañana.



lunes, 23 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 26





Flavio's era un restaurante elegante y moderno. Cuando el camarero se acercó a la mesa donde estaban sentados, Paula pidió linguine Alfredo. Los mareos matutinos ya habían pasado y ella había desarrollado el apetito de un luchador de sumo.


Mientras Pedro analizaba la carta de vinos, Paula pidió un refresco y le dio gracias al cielo por no beber alcohol con frecuencia, ya que él no sospecharía de su abstinencia.


—Y una botella de Saxon sauvignon blanco, por favor —dijo Pedro. Una vez que el camarero se hubo retirado, se dirigió a su hermana—. Me han dicho que ese vino sabe a pomelo con un leve toque de melón… y a verano.


—Parece que te lo dijo un experto en relaciones públicas —comentó Karen, riéndose—. ¿Te lo dijo Megan?


Pedro asintió con la cabeza.


—Es prima nuestra —le explicó a Paula—. Pero los Saxon nunca se inclinaron por el negocio de las gemas. Producen vino.


—La pobre Megan es la hermana pequeña de tres hermanos —terció Karen.


Paula recordó que había oído que Karen nunca podría tener hijos. Era muy triste. Se tocó el vientre y pensó que quizá no tuviera el amor de Pedro, pero que había sido muy afortunada al ser bendecida con un bebé. Entonces se percató de que él la estaba mirando.


Se apresuró a sacar la lista de cosas sobre las que quería discutir y comenzó a hablar. La siguiente media hora transcurrió muy rápido. Trataron el tema de las modelos, de los estilistas y de las joyas. Los interrumpió el teléfono móvil de Pedro.


Él lo agarró y miró quién lo llamaba.


—Número oculto. Me dan ganas de no contestar.


—¡Vamos, ya sabes que no te puedes resistir! —se burló Karen—. Contesta, nosotras te perdonamos.


Pedro se disculpó con ellas y contestó a la llamada. Las respuestas que dio fueron cortas y poco comunicativas.


—No estoy dispuesto a comentar nada hasta que nos veamos —dijo.


Entonces terminó la llamada. La expresión de sus ojos reflejaba preocupación.


—Nunca termina —comentó, sentándose de nuevo a la mesa—. Era un tal Tom Macnamara.


—Si era un periodista, deberías habérmelo pasado a mí y no haber quedado tú directamente con él —lo reprendió Karen.


—No es periodista. Es investigador privado… de Investigaciones Macnamara.


—¿Qué es lo que quiere? —preguntó Karen, impresionada.


—Dinero, ¿qué si no? —contestó Pedro.


—Oh, no. ¡Otro escándalo no! —exclamó Karen, palideciendo—. No sé cuánto más vamos a poder soportar, la repercusión que tendrá sobre las acciones…


—Espera —dijo Pedro, levantando una mano—. Debería haber aclarado que no nos está sobornando ni amenazando con ir a los periódicos con ninguna información. Lo que quiere es que se le pague una factura que dice que le debemos.


—¿Qué factura? —preguntó Karen—. ¿Y quién le ha retenido el pago?


Paula sintió un nudo en el estómago ante el silencio que se creó.


—Parece ser que fue nuestro padre —contestó Pedro—. Lo contrató para encontrar a Dario…


—No es el primero —dijo Karen, agitando una mano.


—Pero dice que tiene una pista —Pedro dejó de hablar cuando el camarero les llevó sus cafés—. Quiere verse con nosotros, pero primero tenemos que pagarle lo que dice que se le debe. Aparentemente le mandó la factura a Ian Van Dyke, el abogado que falleció en el accidente.


—Oh —murmuró Karen—. Desde luego. Le pagaremos. Pero primero queremos oír lo que tenga que decir.


—¡Exactamente! —concedió Pedro—. Me he ofrecido para verme con él mañana. Ha dicho que no está en la ciudad, pero que regresará en un par de semanas. Si es un fraude, lo desenmascararemos.


—Pero ¿y si dice la verdad? —dijo su hermana—. ¿Y si Dario está vivo?


Paula miró a ambos hermanos.


—Nos ocuparemos de ese asunto si ocurre —contestó Pedro, tenso.


—Debes saber que Raul me dijo esta mañana que se rumorea que Mateo Hammond ha ido a Alice Springs.


—¡Demonios! —Pedro dio un puñetazo a la mesa—. Eso es lo último que necesitamos.


—¿Qué quieres decir? —terció entonces Paula, sobresaltada.


Ambos hermanos se quedaron mirándola con la impresión reflejada en la cara.


—Lo siento —se disculpó Pedro—. Me olvido de que no todo el mundo conoce la dinámica de la bastante complicada familia Alfonso. Vincent vive en Coober Pedy, pero ahora mismo está en Alice Springs. Si Mateo ha viajado a Alice, ello significa que está detrás de las acciones de Vincent.


—¡Oh! —exclamó Paula—. ¿Vendería sus acciones tu tío?


—Ésa es la pregunta del millón. Bajo circunstancias normales, probablemente no —contestó Pedro, encogiéndose de hombros—. Pero han ocurrido ciertos problemas y mi tío ya no es tan joven, por lo que quizá esté dispuesto a vender.


—Los primos no se lo permitirán —aseguró Karen con firmeza.


—Ésa es la única esperanza que tenemos —contestó Pedro.


—¿Qué ocurrirá si Mateo compra esas acciones? —preguntó Paula.


—Mateo ya tiene el diez por ciento de las acciones que le compró al tío William… —respondió Karen.


—Pero con las acciones de Vincent, Mateo tendría una posición peligrosa. Con sólo unas pocas acciones más estaría en una posición tan fuerte que podría intentar una toma de poder sobre Alfonso Diamonds. Tenemos que hacerle una oferta a Vincent.


—Con la fortuna de papá congelada hasta que se legalice el testamento será difícil detener a Mateo —dijo Karen, que parecía preocupada—. Conllevaría una gran cantidad de dinero… más de lo que podemos gastar ahora mismo para comprar acciones. Tenemos que mantener reservas para dirigir el negocio.


—Tú podrías pedir un préstamo —sugirió Paula cautelosamente.


—¿No supondría eso una contravención?


—No —interrumpió Pedro a su hermana—. Es una idea estupenda, Pau —añadió, sonriendo—. Pero tendría que ser un préstamo que pidiéramos a un banco, no a la propia compañía. Tenemos suficientes activos para asegurar los fondos. Yo tengo acciones, mi ático… y está la casa que poseéis Raul y tú.


—Tendré que discutirlo con Raul. La casa es… —comenzó a decir Karen.


—Tenemos que detener a Mateo antes de que destruya Alfonso Diamonds —la interrumpió Pedro—. Incluso podríamos pedir un préstamo por Miramare.


—¿Miramare? —repitió Karen con los ojos como platos.


—La primera vez que vi la mansión fue tras el funeral. Antes sólo la había visto en fotografías —terció Paula.


—Vale millones —explicó Karen.


—Siempre y cuando el albacea testamentario esté preparado a autorizar el préstamo, no será muy difícil —Pedro puso su taza de café sobre la mesa y se echó hacia atrás—. Garth no tendrá ningún problema. Con todos los demás activos que tenemos, no tendríamos que utilizar los fondos. Sólo queremos asegurarnos de tener ese crédito extra… por si lo necesitamos para pelear contra Mateo Hammond. Hablaré con el banco.