domingo, 15 de enero de 2017
PELIGRO: CAPITULO 32
Facundo atravesó el vestíbulo al oír que llamaban a la puerta.
Nadie que conociera a los Alfonso usaba la puerta principal, así que no había duda de que eran ellos. Encendió las luces y abrió la puerta. Dos hombres uniformados aparecieron frente a él.
—¿El señor Alfonso?
—Sí, soy Facundo Alfonso. Bienvenidos a mi casa. Pasen.
Observó a los dos hombres entrar y mirar a su alrededor, reparando en el suelo de mármol y en la escalera circular que conducía al piso de arriba.
—Tiene una casa muy bonita —dijo el más joven y alto.
—Gracias.
—He quedado en encontrarme aquí con Pedro y Paula Chaves —dijo Leonard al ver que Facundo no decía nada más.
Facundo asintió.
—Pasen por aquí —dijo y les indicó el camino hasta su estudio. Una vez dentro, continuó—: Siéntense, caballeros. Por desgracia, mi hermano se ha quedado muy molesto con su llamada, así que se fue sin decirle a Paula que iban a venir. Dijo que así las cosas serían más fáciles para ustedes.
Los agentes intercambiaron una mirada.
—Un tipo listo —dijo Leonard—. ¿Dónde está ella?
—Está arriba. Esperen aquí mientras la aviso.
Facundo salió del estudio, cerró la puerta y subió los escalones de dos en dos hasta que llegó al pasillo. Pedro y Paula esperaban ocultos en la oscuridad.
—De momento, todo va bien —dijo Facundo y tomando la mano de Paula, añadió—: Ha llegado la hora del espectáculo.
Pedro la besó y le dijo algo al oído que la hizo sonreír.
—Estoy lista —dijo ella mirando a Facundo y lo siguió escaleras abajo.
—Aquí la tienen, caballeros —dijo Facundo abriendo la puerta del estudio—. Avísenme si necesitan algo.
Tan pronto como Facundo cerró la puerta, Pedro bajó las escaleras. Ambos hermanos fueron al salón y se sentaron.
Paula simuló quedarse de piedra al ver a los dos hombres.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó—. ¿Cómo me han encontrado?
—No ha sido fácil, señorita —dijo Bryce, el mayor—. Nos ha hecho recorrer el país durante estas últimas semanas y hemos perdido mucho tiempo.
Leonard le indicó que se sentara en una de las sillas
—Sabe por qué estamos aquí. Su huida ha terminado.
Paula ignoró la silla que Leonard le señalaba y rodeó la mesa para sentarse en la silla de Facundo, a fin de colocarse al otro lado.
—No lo entiendo, no vi nada. ¿Por qué no me dejan en paz?
Leonard se quedó mirándola.
—¿No vio nada, eh? Entonces, ¿cómo sabe quiénes somos? Sé que aquella noche me vio siguiéndola en el coche. Si no vio nada, ¿por qué no se detuvo cuando encendí las luces?
—Prometo que no diré una palabra a nadie. No se lo he dicho a nadie ni es mi intención hacerlo. Ahora estoy casada, estoy empezando una nueva vida.
Bryce se rió.
—¿De veras creía que cambiarse de apellido iba a evitar que la encontráramos? Va a volver con nosotros a Tennessee. Quizá si es amable con nosotros, pueda llegar con vida allí.
—Cállate, Bryce —protestó Leonard.
—¿Por qué no me dejan en paz? No tengo miedo de ninguno de ustedes.
—Yo no lo veo así —dijo Leonard con una sonrisa fría—. Aparecimos justo después de que disparara al pobre Abner Wallace. Cuando nos vio salir del coche, se metió en el suyo y huyó, a pesar del intento que hicimos por detenerla.
—Llamé a la policía tan pronto como llegué a casa.
—Fue todo un detalle por su parte. Eso nos ahorró mucho tiempo. Lo malo es que no esperó a que llegáramos.
—Me dio miedo y huí.
—Bueno, bueno. El juego ha terminado.
—Es imposible que puedan acusarme de asesinato y lo saben. No tengo armas y nunca las he tenido. En cuanto el juez escuche el caso...
—Díselo, Leonard —dijo Bryce.
—Al parecer hay una pistola registrada a su nombre. La encontramos escondida en su coche al día siguiente.
—Nunca he tocado un arma. Seguro que no tiene mis huellas.
—Fue muy lista usando guantes de látex.
—¡Están inventando todo esto! —dijo Paula a punto de llorar.
La puerta se abrió y Leonard se puso en pie.
—Gracias por dejarnos usar su estudio, señor Alfonso —dijo y de pronto volvió la vista—. ¡Usted! —exclamó al ver a Pedro—. Estaba en la cabaña de Michigan. Estaba allí con usted.
Pedro se quedó en el umbral de la puerta.
—He de admitir que parecen buenos detectives. Nunca pensé que la encontrarían aquí.
—Internet es una buena herramienta —dijo Bryce encogiéndose de hombros.
Leonard miró a Bryce.
—Parece que nos tendremos que llevar a los dos. Él es tan culpable como ella.
—Eso es completamente cierto —dijo Pedro—. Ninguno de los dos es culpable de nada. No sé quién demonios se creen que son, pero no tienen jurisdicción aquí en Texas.
Bryce miró a su socio.
—Seguro, nosotros...
—Cierra el pico —dijo Leonard—. Hemos perdido mucho tiempo buscando a esta mujer como para dejarla ir ahora.
—Al menos sean sinceros y digan por qué la buscan.
—Se lo dije por teléfono —dijo Leonard—. Es testigo de un crimen.
Bryce asintió.
—Eso es cierto.
—Es curioso, pero eso no es lo que me dijo por teléfono. Me dijo que era una fugitiva. Será mejor que aprendan a no cambiar sus historias.
—Los vi disparar a un hombre —dijo Paula rodeando la mesa para colocarse junto a Pedro.
Bryce se rió.
—No puede probarlo. Es su palabra contra la nuestra. Encontramos la pistola en su coche, con las huellas dactilares borradas.
Paula se inclinó hacia Pedro
—No dejes que nos lleven. Son unos asesinos, Pedro.
Pedro la rodeó por los hombros.
—No te preocupes, cariño, no van a llevarnos a ningún sitio. Porque eso sería secuestro.
La pistola de Leonard apareció en su mano.
—Súmelo a nuestros pecados. Ahora, muévanse. Nos vamos. Si intentan algo, soy capaz de disparar a su hermano. Puedo acabar con toda la familia si quiero. Diremos que nos vimos obligados a defendernos.
Pedro miró a la pistola y luego a los ojos del oficial. Aquel tipo no dudaría en disparar. Aquélla era la parte peligrosa del plan. Cuando Facundo y él lo habían preparado con los agentes del FBI, trataron de valorar todas las posibilidades, incluyendo que alguno de aquellos hombres sacara una pistola.
—Bueno, Paula —dijo tratando de mostrarse vencido—. Creo que no tenemos otra opción.
Se giró hacia ella y la condujo hacia el pasillo. Una vez fuera de la vista, la atrajo hacia él y esperó.
Leonard y Bryce salieron del estudio y descubrieron que no eran los únicos agentes de la ley que había en la casa. Los agentes del FBI los rodearon.
—Están arrestados por el asesinato de Abner Wallace, por intento de secuestro y por amenazar a un testigo. Suelte la pistola y levante las manos —dijo uno de los agentes.
Los oficiales miraron las armas que había apuntándolos mientras el agente les leía sus derechos. Leonard dejó la pistola en el suelo y uno de los agentes rápidamente los esposó.
—Creo que no van a necesitarnos —susurró Pedro a Paula.
A pesar de que todo había acabado, Paula no podía dejar de temblar. Pedro continuó rodeándola con su brazo y subieron la escalera.
Pedro abrió la puerta del dormitorio de Paula y entraron. Ella se sentó en la cama y lo miró.
—No puedo creer que todo haya acabado. Ha sido como una pesadilla de la que no pudiera despertar.
Él se sentó al otro lado de la cama y se apoyó en el cabecero.
—Espero que no pienses que todo ha sido una pesadilla.
Ella lo miró y se acomodó sobre una almohada.
—Oh, Pedro, claro que no. Me has salvado la vida. Te estaré eternamente agradecida a ti y a tu familia por lo que habéis hecho.
—Escucha, he estado pensando mucho sobre nuestra situación desde que descubrimos que no estabas embarazada. Por fin me he dado cuenta de que me siento decepcionado.
—¿De que no esté embarazada? —preguntó ella frunciendo el ceño.
—Lo sé, a mí también me sorprende. Creo que estaba tan convencido de que lo estabas que mi cabeza comenzó a hacer planes para el futuro.
—Admito que a mí también me entristeció, pero ambos sabemos que es mejor así. Ahora podremos continuar con nuestras vidas.
—Pensaba que quizá pudiéramos continuar juntos con nuestras vidas.
Paula cerró los ojos. Aquello no estaba pasando. Aquel día no dejaba de tener sorpresas para ella.
—Necesito volver a Deer Creek.
—Lo sé.
—Tú tienes que volver al servicio.
—Lo sé.
—No quiero ser la esposa de un militar.
—Lo sé.
Paula comenzaba a desesperarse.
—Así que se acabó la discusión.
—No. Necesitas volver a Deer Creek porque tienes un apartamento allí. Tienes que recoger tus cosas y mudarte.
—Los agentes del FBI dijeron que en unas cuantas semanas podría volver a mi vida habitual.
—Por lo que Facundo estaba tan sorprendido en la cocina era porque he estado negando una y otra vez que estuviera enamorado de ti. Finalmente, he reconocido que estaba equivocado. Estoy loco por ti, Paula Chaves Alfonso y si hay algo que desee es seguir casado contigo.
—Pero, Pedro...
—Escúchame, ¿de acuerdo? Facundo y yo hemos estado hablando acerca de que abandone el servicio y vuelva a casa. Sabe de un rancho que venden. De hecho, el terreno fue de los Alfonso hace unos cien años y me gustaría recuperarlo. No sé qué piensas de ser la esposa de un ranchero, pero creo que es mejor que serlo de un militar. Así que ¿qué me dices? ¿Te casarías conmigo otra vez? Facundo tenía razón. Tanto tú como mi familia os merecéis una celebración por todo lo alto.
—Pedro, por mucho que quiera decir que sí, soy consciente de que desde que nos conocimos, nuestras vidas no han sido normales. Apenas has podido descansar y sé que te gustaría volver al servicio militar. No quiero darte una respuesta hasta que ambos estemos seguros de lo que queremos hacer. No me gustaría que algún día te arrepintieras de haber cambiado tu vida por mí.
—Me amas.
—Claro que sí. Nunca hubiera hecho el amor contigo si no fuera así. Te lo dije, no me gustan las relaciones esporádicas.
Él frunció el ceño.
—¡Hicimos el amor en Dallas! ¿Ya entonces sabías que me querías?
—Por supuesto. Traté de convencerme de que era tan sólo fascinación y que podría olvidarlo. Pero no es el caso. Te quiero y me gusta la vida en el rancho. Es sólo que no quiero que te arrepientas de tu decisión.
El se acercó y la rodeó con sus brazos.
—Oh, Paula. Entonces, ¿estás de acuerdo en que continuemos casados? Necesito oírlo.
—Sí, Pedro, pero no hagamos celebraciones todavía.
sábado, 14 de enero de 2017
PELIGRO: CAPITULO 31
Cuatro horas más tarde, el teléfono sonó. Facundo lo dejó sonar un par de veces antes de contestar.
—Residencia de los Alfonso.
—¿Hablo con Pedro Alfonso? —preguntó una voz masculina.
—No. Soy su hermano.
—¿Podría hablar con él?
—Claro.
Pedro, Paula y él habían estado esperando en el estudio de Facundo , mientras Alma acostaba a los niños. Pedro esperó un minuto antes de tomar el teléfono.
—¿Dígame?
—Pedro Alfonso?
—Soy yo.
—Le llamo del departamento del sheriff de Deer Creek, Tennessee. Creo que se ha casado recientemente con Paula Chaves.
—Así es.
—¿Está ahí con usted?
—En este momento, no.
—Pero... ¿vive con usted?
—No sé qué puede importarle, pero sí, es lo que las parejas casadas suelen hacer.
Se hizo una pausa.
—Siento curiosidad por saber cuánto tiempo hace que conoce a la señorita Chaves.
—La señora Alfonso —le corrigió Pedro.
—Cierto, la señora Alfonso.
—¿Qué más da?
—¿Se da cuenta de que es una fugitiva y de que hay una orden de detención?
—¿De qué está hablando?
—Hace unas semanas, ha sido condenada por asesinar a un oficial de Deer Creek, Tennessee. En algún traslado, se las ingenió para huir. Nos ha costado mucho trabajo dar con ella.
—Debe de estar equivocado. Paula no es ninguna asesina.
—Veo que a usted también lo ha engañado. Lo ha hecho con mucha gente. Las pruebas demostraron que mientras trabajaba en el despacho de un auditor... Por cierto, ¿sabe que es contable?
—Sí.
—La pillaron malversando fondos públicos. Al principio pensamos que había sido uno de los oficiales del Ayuntamiento que había desaparecido, hasta que encontramos su cadáver. Enseguida se la declaró culpable.
Pedro se preguntó si aquel hombre se habría planteado alguna vez escribir guiones.
—Entiendo.
—Sé que esto es difícil para usted, pero tenemos que ir a buscarla. Si no coopera, nos veremos obligados a arrestarlo por obstrucción a la justicia.
—¿Es que el sheriff de Deer Creek tiene jurisdicción en Texas?
Se hizo otro silencio.
—Una vez estemos seguros de que es la persona que buscamos, llamaremos a las autoridades competentes para formalizar el procedimiento. El asunto es —continuó el hombre en tono confidencial—, que esa mujer no ha dejado de ser una molestia desde que escapó. Quisiéramos estar seguros de que la tenemos antes de notificárselo a las autoridades pertinentes.
—Todo esto no me suena bien. Tiene que confundirse con otra persona.
—Nos aseguraremos en cuanto la veamos.
Pedro suspiró.
—Creo que tiene razón. No quisiera, obstruir a la justicia ni quebrantar ninguna ley.
—Según me han dicho, vive en el campo. ¿Podría indicarme cómo llegar?
—Claro —dijo Pedro y le dio las indicaciones antes de colgar.
Facundo, Pedro y Paula cruzaron el pasillo en dirección al estudio.
—¿Lo tienen? —preguntó Pedro a los cuatro hombres que estaban allí.
Gus Emery, uno de los agentes del FBI, asintió.
—Sí, señor. Me imagino que no nos hubiera llamado si ese hombre dijera la verdad, pero he de admitir que suena bastante convincente. Creo que han metido la pata con el asunto de la jurisdicción, pero se mueven rápido.
Pedro estaba de pie, rodeando con un brazo la cintura de Paula.
—¿Cuánto tiempo cree que tardarán en llegar? —preguntó Gus.
—Depende de dónde estuvieran llamando.
Gus comprobó el rastreador.
—Un motel en New Eden.
—Teniendo en cuenta que es un lugar desconocido y que es de noche, me imagino que tardarán al menos cuarenta y cinco minutos —dijo Facundo.
—De momento, todo va bien. Esperemos que ellos solos se descubran.
Pedro se giró hacia Paula.
—¿Sigues estando de acuerdo con esto?
Ella asintió.
—Estoy de acuerdo con los agentes, no creo que traten de hacer nada hasta que estés a solas con ellos y eso no va a pasar. Estoy deseando que termine esta pesadilla para que podamos continuar con nuestras vidas.
—Desde luego. Tú tienes que volver al servicio y yo a casa a buscar. un trabajo.
—¿Recuerdas que te dije que ya hablaríamos cuando tuviéramos más tiempo? Quiero hablar contigo acerca del futuro.
¿Qué significaba eso? Fuera lo que fuese, podía esperar. Si conseguía que aquellos hombres hablaran, no tendría necesidad de declarar ante un jurado.
Tenía iniciativa suficiente como para ganar un Oscar de la Academia. Necesitaba recordar que, a pesar de lo que sentía, no estaba sola.
PELIGRO: CAPITULO 30
Facundo estaba en la cocina cuando Pedro volvió a bajar.
—¿Está todo bien? —dijo observando el rostro de su hermano.
Pedro asintió.
—Paula se encuentra un poco molesta. Dice que le pasa cada mes.
—Eso acaba con mi teoría. Pensé que estaba embarazada. Ésa era la única razón por la que había pensado que te habías casado.
—No soy tan bueno como para dejarla embarazada en una semana.
—¿Creías que estaba embarazada?
Pedro se giró y llenó su taza de café.
—Claro que no.
—Entonces, ¿explícame cómo funciona un matrimonio que no es real? Me tienes confundido.
—Quería tener la obligación legal de protegerla, aunque sólo fuera por que usara mi apellido.
—Estoy impresionado. Eso es algo muy loable.
Pedro se giró y miró a su hermano.
—No es para tanto. Quería dormir con ella y pensé que ésta era la única manera de lograrlo.
—Eso es más típico del hermano al que conozco y quiero. ¿Saldrás con los muchachos y conmigo al campo o vas a quedarte en casa?
—Estaré listo en cuanto me vista.
Después de vestirse, Pedro se asomó a la habitación de Paula y vio que estaba dormida. No sabía por qué tenía aquel sentimiento. Ella se quedaría allí en el rancho el tiempo que necesitara y él volvería a Bethesda para que le dieran el alta médica y volver a su unidad.
No tenía por qué dejar el ejército. Sólo necesitaba algún tiempo para curarse y poder pensar con claridad. Un matrimonio entre ellos nunca funcionaría
****
Cuando Paula se despertó, se sentía mejor. Eran casi las once. Todos se habrían ido ya. Los hermanos estarían trabajando en alguna parte del rancho y Alma estaría en New Eden en su consulta.
Se vistió y bajó. Alma le había dejado una nota sugiriéndole varias cosas para comer. Era como tener una hermana mayor.
Julio llamó después de que comiera y estuvo charlando con él un rato.
—Así que te han dejado sola —comentó.
—Así es.
—¿Te gusta el rancho?
—Me lo estoy pasando muy bien. Nunca pensé que pudiera existir un sitio así. Los espacios abiertos me impresionan.
—¿Crees que te cansarás de estar aislada?
—No me siento aislada.
—No sé si alguien te ha hablado de la primera esposa de Facundo. Era una mujer de ciudad. Siempre había vivido en Dallas y tenía una intensa vida social. No le gustaba vivir en el rancho y por eso lo dejó.
—Era una idiota. Ser la esposa de un Alfonso es más que suficiente para hacer feliz a una mujer.
—Creo que deberías hablar con mi esposa y recordárselo. Le diré que debería sentirse agradecida de levantarse varias veces cada noche para dar de comer a los Alfonso más jóvenes. o mejor no. Últimamente, su sentido del humor es escaso.
—Gracias por mandarme aquí, Julio. Me lo he pasado bien.
—Me alegro de oír eso. Las cosas se están poniendo calientes en Deer Creek y por eso he llamado. Ha habido algunas detenciones y un par de locales de apuestas han sido cerrados. El FBI quiere que testifiques y quieren que estés a salvo. Será mejor que te relajes y disfrutes.
Ella suspiró.
—Estoy segura de que me he quedado sin trabajo.
—¿Quién sabe? Quizá cuando tu jefe averigüe por qué te fuiste, te vuelva a contratar. La gente honesta de la ciudad va a sentirse aliviada de que algunos delincuentes estén fuera de circulación —hizo una pausa y añadió—: Dile a Pedro que he llamado. Todo parece estar funcionando de acuerdo al plan.
—Se lo diré.
Cuando el teléfono volvió a sonar media hora más tarde, Paula se quedó mirándolo sorprendida. Apenas sonaba durante el día porque todo el mundo sabía que Facundo y Alma estaban trabajando. Claro que podía ser Julio con alguna novedad.
—Residencia de los Alfonso—dijo después de descolgar.
—Quisiera hablar con Pedro Alfonso, por favor.
Se quedó helada al reconocer aquella voz. La había escuchado cuando aquellos hombres fueron a la cabaña buscándola. Paula comenzó a temblar. ¿Cómo habían logrado encontrarla?
—El señor Alfonso no está aquí en este momento. ¿Quiere que le diga que le llame? —preguntó confiando en que su voz no revelara el miedo que sentía.
—¿Cuándo cree que volverá? Necesito hablar con él tan pronto como sea posible.
—No lo sé. ¿Quiere dejarme su número de teléfono?
—Le volveré a llamar —dijo el hombre y colgó.
¿Habrían descubierto los oficiales que Pedro era el hombre que habían visto en la cabaña? Se dio la vuelta y comenzó a caminar por la habitación. Después de pensar durante unos minutos, decidió llamar a Facundo.
—¿Ya te estás aburriendo? —preguntó Facundo al contestar su teléfono móvil.
—Oh, no. Parece que uno de los oficiales ha dado con Pedro. Ha llamado hace un rato y ha preguntado por él. Ha dicho que volvería a llamar.
—Enseguida estamos ahí —dijo él y colgó.
¿Cómo había logrado una sola llamada de teléfono ponerla tan nerviosa? Sabía que estaba segura en el rancho.
Además, Facundo y Pedro llegarían enseguida. Se habían ido en la camioneta, lo que quería decir que habían ido más lejos de lo habitual. Pedro continuaba sintiendo molestias cuando montaba a caballo durante largo rato.
Poco más tarde, oyó el sonido de una camioneta detenerse cerca de la casa y fue a la cocina para encontrarse con ellos.
Pedro fue el primero en cruzar la puerta y al verla, se acercó veloz a ella. La abrazó con tanta fuerza que Paula apenas podía respirar.
—Nadie va a hacerte daño, cariño. ¿No te lo había prometido? De camino, he llamado a Julio. Va a avisar al FBI.
Ella apoyó la cabeza en su pecho y escuchó los latidos de su corazón. Cuando levantó la cabeza, vio a Facundo apoyado en la encimera con los brazos cruzados sonriendo con expresión de sorpresa.
Paula se separó de Pedro.
—Por qué te ríes?
—En ocasiones, mi hermano me sorprende. Estaba conduciendo lo más rápido que la camioneta y las condiciones de la carretera permitían y Pedro no dejaba de gritar: ¡deprisa!, ¡deprisa! Era como si el mundo se estuviera acabando y tuviera que llegar junto a ti cuanto antes.
Pedro todavía abrazaba a Paula.
—Estaba equivocado, ¿de acuerdo? Así que deja de restregármelo. No me he dado cuenta hasta que llamó y supe que esos hombres la habían encontrado.
—Darte cuenta de qué?
Pedro la miró y la besó en la nariz.
—Luego hablaremos. De momento, éste es el plan.
PELIGRO: CAPITULO 29
—¿Lenny?
—¿Qué quieres Bryce? Me has despertado.
—Tenemos una pista sobre esa testigo.
—¿De veras? ¿Dónde está?
—Se ha casado en Dallas.
—¿Cómo demonios ha llegado a Dallas desde Michigan sin que nos enteráramos? No sé cómo pudimos perder su rastro.
—El sistema informático dio su nombre al hacer una búsqueda. Cuando imprimí el documento para comprobar si se trataba de la misma mujer, comprobé que la dirección que había dado era Deer Creek. Tiene que ser ella, estoy seguro.
—¿Quién es el hombre?
—El certificado de matrimonio dice que su nombre es Pedro Alfonso. ¿Te dice algo ese nombre?
—No.
—A mí tampoco.
—¿Pone su dirección?
—Un apartado de correos en una ciudad llamada New Eden, en Texas.
—Dile al sheriff que tenemos una nueva pista y que vamos a ocuparnos de atar unos cabos sueltos.
***
Dos semanas después de llegar, Paula salió del baño y vio a Pedro en la cama, esperándola.
—¿Estás bien? —preguntó él.
Ella asintió.
—No estoy embarazada —dijo y se metió entre las sábanas.
—Eso está bien. Creo. Simplifica las cosas.
Ella se llevó las rodillas al pecho.
—¿Quieres que te traiga algo?
Ella intentó sonreír, pero le fue imposible reprimir las lágrimas, lo que era ridículo. Se sentía aliviada de no estar embarazada.
—Supongo que no tienes una manta eléctrica a mano.
Él retiró la ropa de cama y se puso los vaqueros.
—Espera, enseguida vuelvo.
Cuando la puerta se cerró tras él, Paula pensó en las dos últimas semanas. Puesto que Pedro había estado durmiendo con ella cada noche, era comprensible que su matrimonio hubiera pasado a ser más real para ella.
Su pierna sanaba y ya no usaba bastón. Era como si tuviera prisa por volver a la vida activa.
Con un poco de suerte, ella volvería a Deer Creek, Pedro continuaría con su vida.
Olvidarlo iba a resultarle imposible. Había congeniado con su familia y había disfrutado jugando con los niños. La hija de Facundo, Helena, era adorable. Era lista, curiosa y nunca paraba de hablar. Era Helena quien cada tarde le estaba enseñando a Paula la vida en el rancho después de volver del colegio.
Una gran familia era un regalo. Ella apenas recordaba a sus abuelos. Su abuela había muerto cuando Paula tenía cinco años y su abuelo un año después.
La puerta de la habitación se abrió. Pedro enchufó una manta eléctrica y se la dio a Paula.
—Gracias —dijo ella ajustando la temperatura y disfrutando del calor.
—¿Quieres café?
-Pedro, no tienes por qué cuidar de mí. Estoy bien. El primer día es normalmente el más doloroso.
Se sentó junto a ella en la cama y le retiró el pelo de la frente.
—Odio verte sufrir.
—No es para tanto. Es más incomodidad que otra cosa.
—¿Siempre es así?
Ella asintió.
—El médico dice que mejorará después de que tenga hijos.
Se quedaron mirándose en silencio.
—Iré por café.
Al poco volvió con el café y se quedó hasta que Paula le dijo que no se preocupara por ella. Después de tomarse el café, Paula se metió en la cama y se quedó dormida.
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