sábado, 14 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 29





—¿Lenny?


—¿Qué quieres Bryce? Me has despertado.


—Tenemos una pista sobre esa testigo.


—¿De veras? ¿Dónde está?


—Se ha casado en Dallas.


—¿Cómo demonios ha llegado a Dallas desde Michigan sin que nos enteráramos? No sé cómo pudimos perder su rastro.


—El sistema informático dio su nombre al hacer una búsqueda. Cuando imprimí el documento para comprobar si se trataba de la misma mujer, comprobé que la dirección que había dado era Deer Creek. Tiene que ser ella, estoy seguro.


—¿Quién es el hombre?


—El certificado de matrimonio dice que su nombre es Pedro Alfonso. ¿Te dice algo ese nombre?


—No.


—A mí tampoco.


—¿Pone su dirección?


—Un apartado de correos en una ciudad llamada New Eden, en Texas.


—Dile al sheriff que tenemos una nueva pista y que vamos a ocuparnos de atar unos cabos sueltos.



***

Dos semanas después de llegar, Paula salió del baño y vio a Pedro en la cama, esperándola.


—¿Estás bien? —preguntó él.


Ella asintió.


—No estoy embarazada —dijo y se metió entre las sábanas.


—Eso está bien. Creo. Simplifica las cosas.


Ella se llevó las rodillas al pecho.


—¿Quieres que te traiga algo?


Ella intentó sonreír, pero le fue imposible reprimir las lágrimas, lo que era ridículo. Se sentía aliviada de no estar embarazada.


—Supongo que no tienes una manta eléctrica a mano.


Él retiró la ropa de cama y se puso los vaqueros.


—Espera, enseguida vuelvo.


Cuando la puerta se cerró tras él, Paula pensó en las dos últimas semanas. Puesto que Pedro había estado durmiendo con ella cada noche, era comprensible que su matrimonio hubiera pasado a ser más real para ella.


Su pierna sanaba y ya no usaba bastón. Era como si tuviera prisa por volver a la vida activa.


Con un poco de suerte, ella volvería a Deer Creek, Pedro continuaría con su vida.


Olvidarlo iba a resultarle imposible. Había congeniado con su familia y había disfrutado jugando con los niños. La hija de Facundo, Helena, era adorable. Era lista, curiosa y nunca paraba de hablar. Era Helena quien cada tarde le estaba enseñando a Paula la vida en el rancho después de volver del colegio.


Una gran familia era un regalo. Ella apenas recordaba a sus abuelos. Su abuela había muerto cuando Paula tenía cinco años y su abuelo un año después.


La puerta de la habitación se abrió. Pedro enchufó una manta eléctrica y se la dio a Paula.


—Gracias —dijo ella ajustando la temperatura y disfrutando del calor.


—¿Quieres café?


-Pedro, no tienes por qué cuidar de mí. Estoy bien. El primer día es normalmente el más doloroso.


Se sentó junto a ella en la cama y le retiró el pelo de la frente.


—Odio verte sufrir.


—No es para tanto. Es más incomodidad que otra cosa.


—¿Siempre es así?


Ella asintió.


—El médico dice que mejorará después de que tenga hijos.


Se quedaron mirándose en silencio.


—Iré por café.


Al poco volvió con el café y se quedó hasta que Paula le dijo que no se preocupara por ella. Después de tomarse el café, Paula se metió en la cama y se quedó dormida.



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