martes, 10 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 17






Pedro se despertó y miró el reloj que había junto a su cama. 


Eran casi las diez. La noche anterior no habían parado hasta la una. El tiempo no importaba puesto que tampoco tenían tanta prisa. Al menos, él no la tenía. A pesar de lo mucho que quería a su familia, temía enfrentarse a ellos y explicarles su necesidad de estar a solas después de lo que había pasado. Todavía no lograba entender cómo sus planes se habían ido al traste.


Bueno, claro que lo sabía. El motivo estaba durmiendo en la otra cama. Se dio la vuelta y miró hacia la otra cama. Ella estaba de espaldas y lo único que veía eran los rizos que sobresalían de la sábana en el lugar donde debía de estar su cabeza.


Julio tenía razón. Le gustaba aquella mujer. Al principio, había pensado que su reacción se debía a que hacía tiempo que estaba solo. Pero ahora no estaba tan seguro. Había algo en Paula que lo había impresionado. No sabía exactamente lo que le había atraído de ella. Le habría gustado conocer a su madre. Debía de haber sido una mujer muy lista para haber criado a una hija tan encantadora.


Era aquella inocencia que desprendía lo que le ponía nervioso. No era el tipo de mujer capaz de meterse en la cama con un hombre por una sencilla aventura sin compromisos.


Y ése era precisamente el tipo de mujer que siempre había deseado.


Ella se estiró y se dio la vuelta.


—Buenos días —dijo Paula al ver que él estaba despierto y sonrió.


—Será mejor que nos pongamos en marcha. Desayunaremos en el restaurante de enfrente y continuaremos camino al sur —dijo él aturdido por sus pensamientos.


Ella asintió.


—Está bien —dijo Paula mientras tomaba su abrigo de los pies de la cama y se lo ponía—. Me siento mucho mejor. Creo que no me he movido en toda la noche.


Pedro deseó poder decir lo mismo. El músculo de su muslo no había dejado de protestar cada vez que se había movido durante la noche.


—Apenas tardaré unos minutos —dijo ella tomando sus cosas y dirigiéndose al baño.


Tan pronto como cerró la puerta, se levantó y se vistió. 


Luego se acercó a la ventana y abrió las cortinas. El cielo estaba gris. Seguramente continuaría nevando. Se imaginó a Paula conduciendo y sonrió. Quizá condujera él el primer rato. Llamó a Julio y esa vez, enseguida le pasaron la llamada.


—Sólo quería decirte que estamos al norte de Indiana y nos dirigimos a San Luis.


—He conseguido una descripción del hombre en paradero desconocido. Medía uno ochenta, unos noventa kilos de peso y pelirrojo...


—Apuesto a que es nuestro hombre.


Paula regresó a la habitación y se sentó en la cama, mirándolo.


—Espera, Julio—dijo él y repitió la descripción.


Ella asintió.


—Sí, dice que no pudo verle los rasgos, pero coincide con la constitución y el color del pelo del hombre que vio en el aparcamiento.


—Veo que os las estáis arreglando bien, ¿verdad?


—Sí, ¿por qué no íbamos a hacerlo?


—Sólo me estaba asegurando. Voy a ponerme en contacto con su amiga y te llamaré en cuanto averigüe algo.


—Casi se me olvida. Cuando hables con ella, tienes que mencionarle a Sam para que sepa que no eres uno de los malos.


—¿Sam?


—Sí, es el nombre de su iguana. Así sabrá que es cierto que has hablado con Paula.


Julio se rió.


—Sam, la iguana, ¿eh? De acuerdo.


—¿Has hablado con papá y mamá?


—Llamé a Facundo anoche y estuvimos una hora hablando de tu situación. Dijo que esta mañana iría a hablar con papá y mamá. Sabe que se llevarán un gran disgusto cuando sepan que te hirieron. Le he explicado lo que es estar en una de esas misiones y ser responsable de otros. Le he dicho que entiendo tu reacción, aunque no esté de acuerdo con lo que has hecho.


—Está bien.


—Tiene pensado que Paula y tú os quedéis en la casa principal del rancho. Se asegurarán de que cualquier extraño que entre en la propiedad sea debidamente identificado.


—¿Aunque sea un agente de la ley?


—Especialmente en ese caso. Quiere poner en alerta al sheriff de New Eden, por si acaso recibe algún comunicado de la policía.


—Bien. He de decir que a esos dos se les da muy bien contar historias. Casi me convencen de que era una prisionera huida.


—Al sheriff no lo engañarán, créeme.


—Bien.


—Te llamaré —dijo Julio y colgaron.


Pedro miró a Paula.


—Todo está bien. No tienes de qué preocuparte.


—¿Cuánto tiempo tendré que quedarme?


Él se encogió de hombros.


—No puedo saberlo. Veremos qué pasa. Ahora mismo tienen que encontrar al hombre que viste o dar con su cuerpo.


—Tendré que testificar, ¿verdad?


—Es demasiado pronto para saberlo. Tomémonoslo con calma, ¿de acuerdo?


Ella asintió.


—Bueno, vayamos a comer. Estoy hambriento.


No quería decirle a Paula el dolor que sentía aquella mañana. El día anterior había hecho un gran esfuerzo. Quizá no diría nada de conducir a menos que comenzase a nevar.
Para cuando terminaron de comer, había comenzado a llover.


—¿Prefieres que conduzca? —preguntó Pedro.


—¿No será demasiado para tu pierna?


—Bueno, veré cómo va. Si es demasiado, te dejaré continuar. Créeme, no soy ningún mártir.


Paula insistió en ir por el coche y lo llevó a la entrada del restaurante. Cuando él se dispuso a conducir, su teléfono comenzó a sonar.


—Quizá pueda convencerte para que me des un masaje en la pierna cuando paremos esta noche —dijo él.


—Creo que eso podré arreglarlo.


Pedro respondió la llamada.


—Hola, soy Julio. ¿Está Paula cerca?


—Está sentada junto a mí en el coche. ¿Por qué?


—Quiero pasarle una llamada. Su amiga se niega a creer que estoy en contacto con Paula.


—Está bien —dijo él y entregándole el teléfono a Paula, le dijo—: Ten quiere hablar contigo.


Ella se alarmó y tomó el teléfono.


—¿Tamara? ¿Eres tú?


Julio respondió.


—Espera, te pasaré la llamada.


Unos segundos más tarde, Paula oyó a Tamara.


—¿Hola? ¿Quién es?


Paula se rió.


—¡Tamara! Hola, soy yo.


—¿Paula? Oh, gracias a Dios. He estado muy preocupada por ti. ¿Quién era ese hombre que hablaba sobre Sam? ¿Era tu primo? ¿Estás bien?


—Estoy bien, gracias a un soldado que me está ayudando.


—¿Un soldado? No sabía que conocieras a ninguno.


—Siempre hay una primera vez para todo. Verás, me encontré con una tormenta de nieve a sesenta kilómetros de la casa de mi primo y me quedé atrapada. Pedro Alfonso,. el soldado que te digo, me dio cobijo durante la tormenta. ¿Cómo estás?


—Bien, pero he estado muy preocupada, preguntándome cómo estarías tú. Parece que has tenido algún problema.


—Sí, esos hombres descubrieron que estaba en Michigan y vinieron a buscarme.


—Eso es terrible. Después de todo lo que hicimos para que huyeras de ellos...


Pedro les dijo que no me había visto. ¡Tamara, no vas a creer esto! ¡Le dijeron que era una fugitiva! ¿Puedes creerlo?


—Están desesperados. Así que ¿vas a quedarte con ese soldado?


—Sí, con Pedro. Tiene un hermano, Julio, que trabaja para el gobierno. Él es quien nos ha pasado la llamada. Pensé que si te mencionaba a Sam sabrías que yo estaba bien.


—No quería correr riesgos. ¿Qué piensas hacer ahora?


Pedro me va a llevar con su familia a Texas hasta que sea seguro volver a casa.


—Así que Pedro está casado. Por cierto, ¿cuántos años tiene?


Paula miró a Pedro.
—No, no está casado. Y tiene treinta años.


Pedro arqueó una ceja.


—Pero has dicho que su familia...


—Otro hermano y su esposa. ¡Ah! Pedro pagó a alguien para que devolviera el coche a Ed. Gracias a Dios que el coche no sufrió daños. Díselo a Ed para que lo sepa. ¿Han vuelto esos hombres a ponerse en contacto contigo?


—Sólo una vez. Cuando llamaron a la puerta, Charlie les abrió.


—¿Aprovechando sus dotes como intimidador, eh? Lástima que no sepan que es tan sólo un oso de peluche.


—Hay algún sitio donde pueda llamarte?


—Te llamaré yo. Hay una cosa más que puedes, hacer. ¿Podrías llamar a mi jefe y decirle que me ha surgido un imprevisto familiar y que volveré en cuanto pueda?


—Claro. ¿Algo más?


—¿Podrías regarme las plantas?


—Las traeré a mi apartamento hasta que vuelvas.


—Te agradezco lo que estás haciendo por mí.


—Me asusta pensar qué hubieras hecho si yo no hubiera estado aquí. Estuve a punto de irme con Charlie en su viaje.


—Mi ángel de la guarda debe de estar cuidándome bien.


—Desde luego que alguien lo está haciendo. Ah, y cuando puedas hablar con tranquilidad, cuéntame más acerca de ese Pedro.


—Seguiremos en contacto.


Paula le entregó el teléfono a Pedro.


—¿Está bien?


—Sí, gracias a Dios —contestó ella mirando por la ventanilla—. Ha dejado de llover, así que deja que conduzca yo.


El se quedó pensativo unos segundos y después asintió.


—De acuerdo, haremos un trato. Conduciré hasta que paremos a comer.


Ella lo miró sorprendida. Estaba arriesgando su vida por ayudarla.


—No podría haber hecho esto sin ti. Te estaré eternamente agradecida.


—Bien. Mi recompensa será el masaje que me darás esta noche.





PELIGRO: CAPITULO 16




—Quizá deberías haber comprado un coche más grande —dijo Paula observando a Pedro meter las cosas en el maletero.


—Sólo hay que meterlo todo con cuidado.


Después de un par de minutos, Pedro se incorporó.


—¿Ves? Te lo dije. Hay más sitio en el maletero de lo que parece, teniendo en cuenta el tamaño del coche —dijo él y tomó el bastón que había dejado apoyado en el parachoques trasero—. Creo que eso es todo —añadió mirando su reloj—. Son casi las ocho. Será mejor que nos pongamos en marcha. Cerraré la cabaña mientras tú enciendes el motor.


Paula estaba deseando alejarse de aquel frío. El cielo estaba claro esa noche y la temperatura había bajado. Se subió al coche y encendió el motor. Nunca había conducido un coche tan potente como el nuevo deportivo de Jason y se sentía nerviosa tras el volante.


Pedro abrió la puerta del acompañante y se sentó.


—Ya está todo. Vámonos.


Una vez llegaron a la interestatal, Pedro miró su reloj y sacó su teléfono móvil. Apretó un par de teclas y esperó.


—Hola, soy yo. Estamos en la interestatal, en dirección sur —dijo y después de unos segundos, continuó—: Seguiremos camino hasta que Paula se canse de conducir. ¿Has averiguado algo de ese condado de Tennessee?


Paula deseaba poder oír lo que el hermano de Pedro estaba diciendo, puesto que éste había dejado de hablar.


—Me parece bien, te llamaré por la mañana —dijo él por fin y colgó.


—¿Has averiguado algo?


Pedro se estiró en su asiento.


—Vives en un condado peligroso, señorita Chaves. Me sorprende que no lo supieras.


Ella lo miró un instante antes de volver a prestar atención a la carretera.


—No sé a qué te refieres.


—Se trata de un lugar donde la ley mira hacia otro lado mientras hay juego y prostitución y hay tipos indeseables que reciben dinero de los empresarios para —y haciendo el gesto de las comillas con los dedos, añadió—, conseguir protección.


—¿Gánsters?


—Sí, eso es exactamente a lo que me refiero. El FBI tiene allí un agente encubierto debido a la gran cantidad de denuncias que ha habido.


—No tenía ni idea. ¿Saben quién era ese hombre al que mataron?


—Resulta que uno de los ayudantes del alcalde está en paradero desconocido. Corre el rumor de que tomó dinero de las arcas de la ciudad y se largó. Lo curioso es que nadie parece tener interés en buscarlo. Su esposa se niega a creerlo y lo mismo pasa con los federales.


—La cosa se pone peor por momentos, ¿verdad?


—Sí y no. Cuando Julio dijo a los agentes del FBI que había un testigo que había presenciado un asesinato, se alegraron de saber que habías salido de la ciudad. Ahora mismo están tratando de averiguar quién controla las operaciones. Quieren que estés segura y Julio les ha asegurado que lo estás.


—¿Ha hablado con Tamara?


—Todavía no. Seguirá intentándolo hasta que lo consiga. Si averigua que está en peligro, lo comunicará para que le pongan protección.


—Eso me hace sentir mejor. Pero hasta que no sepa que está bien, no voy a dejar de preocuparme.


Después, continuaron el camino en silencio. Paula no prestó atención al tiempo que pasaba puesto que su única preocupación era salir de Michigan cuanto antes. Unas horas más tarde, cruzaron la señal que daba la bienvenida a Indiana y Pedro habló por primera vez en dos horas.


—Hay un motel más adelante. ¿Qué te parece si paramos para pasar la noche?


—Por mí, de acuerdo.


Paula estaba cansada física, mental y emocionalmente. 


Mientras conducía, no había dejado de recordar todo lo que le había pasado desde que saliera de casa, preguntándose si podría haber hecho algo diferente. Allí estaba, viajando con un hombre al que apenas conocía y pronto se estaría quedando en casa de unos desconocidos. Se le había pasado por la cabeza llamar a su primo para que supiera dónde estaba, pero después desechó la idea por si acaso estaban rastreando sus llamadas.


Paula sabía que aquel viaje era difícil para Pedro por varios motivos. No parecía estar deseando reencontrarse con su familia.


Una vez tomaron la salida, siguieron las indicaciones hasta que llegaron al motel.


—Será mejor que te quedes en el coche —dijo él una vez se detuvieron frente a la entrada—. Cuanta menos gente te vea durante el viaje, mejor. Por cierto, ¿de dónde sacaron esa foto tuya?


—No tengo ni idea, a menos que sea la de mi permiso de conducir.


Él asintió.


—Quizá, aunque sinceramente, creo que nadie te reconocerá por esa foto.


Ella sonrió.


—Entonces, eso es bueno.


—Eres más guapa al natural que en la foto. Enseguida vuelvo —dijo él.


Salió del coche, tomó el bastón y lentamente se dirigió al vestíbulo del motel.


Ella se quedó algo aturdida por su comentario. Ninguno de los dos había comentado nada del beso que se habían dado aquella misma mañana. Seguramente, para él no había sido nada.


Pero para ella sí había significado algo y eso la incomodaba. 


Pedro era muy guapo y, cuando quería, encantador. Con todo lo que estaba pasando, Paula se sentía vulnerable de un modo que nunca había experimentado antes.


Tenerlo tan cerca en el coche tampoco le era de ayuda. El ligero aroma de su loción para después del afeitado unido a su olor masculino resultaba una embriagadora combinación.


Paula podía verlo junto al mostrador de recepción. Con aquel abrigo de piel vuelta y sus vaqueros, se le veía capaz de hacer frente a cualquiera, aunque fuera con bastón. A pesar de lo tarde que era, había gente en la recepción. Se había dado cuenta de que todas las mujeres con las que se había cruzado de camino al mostrador, se habían fijado en él.


Vio cómo el empleado le entregaba un sobre y le mostraba en un plano cómo llegar a sus habitaciones. Pedro asintió y se dio media vuelta. En aquel momento su cojera era muy evidente y supo que debía de estar sintiendo un intenso dolor. Confiaba en que tomara la medicación contra el dolor y así pudiera descansar por la noche.


—No hemos hablado de esto —dijo Pedro una vez dentro del coche—, pero debemos quedarnos en la misma habitación. Si alguien te está buscando, no esperarán que formes parte de una pareja. Además, dormiré mejor teniéndote a mi lado.


—Está bien —dijo sin mirarlo mientras encendía el motor.


—¿No vas a discutir? —dijo él después de una pausa.


—Estoy cansada para discutir. Sólo quiero una cama. Al fin y al cabo, hemos dormido en la misma habitación las dos últimas noches.


—Tienes razón —asintió él—. Da la vuelta al edificio. 
Nuestra habitación está en la planta baja. El empleado habrá considerado que no estoy en situación de subir escaleras.


—No necesitamos sacar todo nuestro equipaje, ¿verdad?


Pedro sacudió la cabeza.


—No. Tomemos lo que vayamos a necesitar esta noche y mañana.


Paula buscó entre sus cosas y sacó el neceser, el pijama y lo que pensaba ponerse al día siguiente. Después cerró la maleta y esperó a que Pedro sacara sus cosas antes de cerrar el coche y entrar en la habitación.


Pedro encendió la luz. Había dos camas dobles y un gran baño.


—Todas las comodidades de una casa —dijo él y cerró la puerta—. Dúchate tú primero. Yo esperaré.


Paula no esperó a que se lo dijera dos veces. Entró en el baño y cerró la puerta. Al poco, estaba bajo la ducha.


Cerró los ojos. Lo único que deseaba era meterse en la cama.


Para cuando Pedro salió de la ducha, ella ya estaba en la cama durmiendo.




PELIGRO: CAPITULO 15




Unas horas más tarde, estaban en un concesionario de coches. Paula se sentía como en un sueño, nada de aquello le parecía real. Vio cómo Pedro explicaba al encargado la clase de coche que quería. Una vez que el encargado supo que Pedro estaba dispuesto a pagar en metálico, las cosas fueron rápido.


Pedro se decidió por un coche deportivo y en menos de una hora, salían del concesionario en dirección a la cabaña.


—Compras un coche como yo compro unos zapatos —dijo ella rompiendo el silencio que se había creado entre ellos.


—Crees que puedes conducir sin quedarte atascada en la nieve? —dijo él distraídamente.


—Probablemente no —contestó ella mirándolo por el rabillo del ojo.


—Es lo que me temía —dijo él sacando el teléfono móvil de un bolsillo y marcando un número—. Hola, Kevin. Sé que te estoy avisando con muy poco tiempo, pero necesito despejar el camino de entrada a mi casa cuanto antes. Te pagaré el doble si vienes ahora —se hizo una pausa—. Me parece bien. Estoy regresando de la ciudad, seguramente llegues tú antes.


Cuando llegaron al camino de entrada de la cabaña, Paula vio a un joven sentado en un tractor que tenía una pala quitanieves insertada en la parte frontal. El camino de entrada estaba prácticamente despejado.


Pedro bajó la ventanilla mientras Kevin se bajaba del tractor y se acercaba hasta donde se habían detenido.


—Un coche muy bonito.


—Gracias.


—¿Hace mucho que lo tienes?


—No demasiado —dijo mientras sacaba la cartera del bolsillo—. Gracias, Kevin: De veras te agradezco mucho tu ayuda.


—Lo que necesites —dijo el muchacho antes de regresar al tractor.


Esperaron hasta que Kevin saliera a la carretera de regreso a casa, para entrar en el camino de acceso a la cabaña.


Paula detuvo el coche frente al porche.


—No tardaré mucho en recoger mis cosas, ¿y tú? —preguntó ella.


Pedro abrió la puerta y salió.


—Tampoco. Tendremos que vaciar la despensa y llevarnos las cosas con nosotros.


—Me puedo ocupar de eso. También puedes decirme qué necesitas llevarte.


En aquel momento, Pedro estaba abriendo la puerta.


—No tienes por qué mimarme, Paula. Estoy acostumbrado a cuidarme yo solo.


Ella lo siguió al interior y cerró la puerta.


—Creí que querías que saliéramos de aquí esta noche. Sólo quería acelerar las cosas.


—Lo siento. Guardo la mayoría de mis cosas en mi armario, así que tengo poco que hacer. Estaré más tranquilo cuando salgamos de aquí.


Paula miró alrededor de la cabaña con cierta tristeza.


—Me sorprende lo bien que lo he pasado aquí.


Pedro se acercó al armario y dobló algunas de sus cosas. 


Paula lo miró, preguntándose qué estaría pensando.


—Quizá se deba a la compañía que has tenido —contestó él y sonrió.


Se sentía más segura sabiendo que Pedro estaría con ella.