martes, 10 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 16




—Quizá deberías haber comprado un coche más grande —dijo Paula observando a Pedro meter las cosas en el maletero.


—Sólo hay que meterlo todo con cuidado.


Después de un par de minutos, Pedro se incorporó.


—¿Ves? Te lo dije. Hay más sitio en el maletero de lo que parece, teniendo en cuenta el tamaño del coche —dijo él y tomó el bastón que había dejado apoyado en el parachoques trasero—. Creo que eso es todo —añadió mirando su reloj—. Son casi las ocho. Será mejor que nos pongamos en marcha. Cerraré la cabaña mientras tú enciendes el motor.


Paula estaba deseando alejarse de aquel frío. El cielo estaba claro esa noche y la temperatura había bajado. Se subió al coche y encendió el motor. Nunca había conducido un coche tan potente como el nuevo deportivo de Jason y se sentía nerviosa tras el volante.


Pedro abrió la puerta del acompañante y se sentó.


—Ya está todo. Vámonos.


Una vez llegaron a la interestatal, Pedro miró su reloj y sacó su teléfono móvil. Apretó un par de teclas y esperó.


—Hola, soy yo. Estamos en la interestatal, en dirección sur —dijo y después de unos segundos, continuó—: Seguiremos camino hasta que Paula se canse de conducir. ¿Has averiguado algo de ese condado de Tennessee?


Paula deseaba poder oír lo que el hermano de Pedro estaba diciendo, puesto que éste había dejado de hablar.


—Me parece bien, te llamaré por la mañana —dijo él por fin y colgó.


—¿Has averiguado algo?


Pedro se estiró en su asiento.


—Vives en un condado peligroso, señorita Chaves. Me sorprende que no lo supieras.


Ella lo miró un instante antes de volver a prestar atención a la carretera.


—No sé a qué te refieres.


—Se trata de un lugar donde la ley mira hacia otro lado mientras hay juego y prostitución y hay tipos indeseables que reciben dinero de los empresarios para —y haciendo el gesto de las comillas con los dedos, añadió—, conseguir protección.


—¿Gánsters?


—Sí, eso es exactamente a lo que me refiero. El FBI tiene allí un agente encubierto debido a la gran cantidad de denuncias que ha habido.


—No tenía ni idea. ¿Saben quién era ese hombre al que mataron?


—Resulta que uno de los ayudantes del alcalde está en paradero desconocido. Corre el rumor de que tomó dinero de las arcas de la ciudad y se largó. Lo curioso es que nadie parece tener interés en buscarlo. Su esposa se niega a creerlo y lo mismo pasa con los federales.


—La cosa se pone peor por momentos, ¿verdad?


—Sí y no. Cuando Julio dijo a los agentes del FBI que había un testigo que había presenciado un asesinato, se alegraron de saber que habías salido de la ciudad. Ahora mismo están tratando de averiguar quién controla las operaciones. Quieren que estés segura y Julio les ha asegurado que lo estás.


—¿Ha hablado con Tamara?


—Todavía no. Seguirá intentándolo hasta que lo consiga. Si averigua que está en peligro, lo comunicará para que le pongan protección.


—Eso me hace sentir mejor. Pero hasta que no sepa que está bien, no voy a dejar de preocuparme.


Después, continuaron el camino en silencio. Paula no prestó atención al tiempo que pasaba puesto que su única preocupación era salir de Michigan cuanto antes. Unas horas más tarde, cruzaron la señal que daba la bienvenida a Indiana y Pedro habló por primera vez en dos horas.


—Hay un motel más adelante. ¿Qué te parece si paramos para pasar la noche?


—Por mí, de acuerdo.


Paula estaba cansada física, mental y emocionalmente. 


Mientras conducía, no había dejado de recordar todo lo que le había pasado desde que saliera de casa, preguntándose si podría haber hecho algo diferente. Allí estaba, viajando con un hombre al que apenas conocía y pronto se estaría quedando en casa de unos desconocidos. Se le había pasado por la cabeza llamar a su primo para que supiera dónde estaba, pero después desechó la idea por si acaso estaban rastreando sus llamadas.


Paula sabía que aquel viaje era difícil para Pedro por varios motivos. No parecía estar deseando reencontrarse con su familia.


Una vez tomaron la salida, siguieron las indicaciones hasta que llegaron al motel.


—Será mejor que te quedes en el coche —dijo él una vez se detuvieron frente a la entrada—. Cuanta menos gente te vea durante el viaje, mejor. Por cierto, ¿de dónde sacaron esa foto tuya?


—No tengo ni idea, a menos que sea la de mi permiso de conducir.


Él asintió.


—Quizá, aunque sinceramente, creo que nadie te reconocerá por esa foto.


Ella sonrió.


—Entonces, eso es bueno.


—Eres más guapa al natural que en la foto. Enseguida vuelvo —dijo él.


Salió del coche, tomó el bastón y lentamente se dirigió al vestíbulo del motel.


Ella se quedó algo aturdida por su comentario. Ninguno de los dos había comentado nada del beso que se habían dado aquella misma mañana. Seguramente, para él no había sido nada.


Pero para ella sí había significado algo y eso la incomodaba. 


Pedro era muy guapo y, cuando quería, encantador. Con todo lo que estaba pasando, Paula se sentía vulnerable de un modo que nunca había experimentado antes.


Tenerlo tan cerca en el coche tampoco le era de ayuda. El ligero aroma de su loción para después del afeitado unido a su olor masculino resultaba una embriagadora combinación.


Paula podía verlo junto al mostrador de recepción. Con aquel abrigo de piel vuelta y sus vaqueros, se le veía capaz de hacer frente a cualquiera, aunque fuera con bastón. A pesar de lo tarde que era, había gente en la recepción. Se había dado cuenta de que todas las mujeres con las que se había cruzado de camino al mostrador, se habían fijado en él.


Vio cómo el empleado le entregaba un sobre y le mostraba en un plano cómo llegar a sus habitaciones. Pedro asintió y se dio media vuelta. En aquel momento su cojera era muy evidente y supo que debía de estar sintiendo un intenso dolor. Confiaba en que tomara la medicación contra el dolor y así pudiera descansar por la noche.


—No hemos hablado de esto —dijo Pedro una vez dentro del coche—, pero debemos quedarnos en la misma habitación. Si alguien te está buscando, no esperarán que formes parte de una pareja. Además, dormiré mejor teniéndote a mi lado.


—Está bien —dijo sin mirarlo mientras encendía el motor.


—¿No vas a discutir? —dijo él después de una pausa.


—Estoy cansada para discutir. Sólo quiero una cama. Al fin y al cabo, hemos dormido en la misma habitación las dos últimas noches.


—Tienes razón —asintió él—. Da la vuelta al edificio. 
Nuestra habitación está en la planta baja. El empleado habrá considerado que no estoy en situación de subir escaleras.


—No necesitamos sacar todo nuestro equipaje, ¿verdad?


Pedro sacudió la cabeza.


—No. Tomemos lo que vayamos a necesitar esta noche y mañana.


Paula buscó entre sus cosas y sacó el neceser, el pijama y lo que pensaba ponerse al día siguiente. Después cerró la maleta y esperó a que Pedro sacara sus cosas antes de cerrar el coche y entrar en la habitación.


Pedro encendió la luz. Había dos camas dobles y un gran baño.


—Todas las comodidades de una casa —dijo él y cerró la puerta—. Dúchate tú primero. Yo esperaré.


Paula no esperó a que se lo dijera dos veces. Entró en el baño y cerró la puerta. Al poco, estaba bajo la ducha.


Cerró los ojos. Lo único que deseaba era meterse en la cama.


Para cuando Pedro salió de la ducha, ella ya estaba en la cama durmiendo.




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