lunes, 9 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 14





Pedro marcó el número y esperó a que diera la señal. 


Cuando la telefonista de la Agencia Nacional de Seguridad contestó, Pedro pidió hablar con su hermano Julio.


—Un momento, por favor.


Esperó mientras transferían la llamada.


—Oficina del señor Alfonso —dijo una voz masculina.


—Me gustaría hablar con él, si es posible.


—Lo siento. El señor Alfonso está en una reunión y me ha pedido que no le pase llamadas.


—Entiendo. ¿Podría decirle que llame a su hermano...?


—Oh, no me he dado cuenta... Tengo órdenes de pasarle las llamadas de su familia en cualquier momento. Espere, por favor.


Pasaron unos minutos antes de que Pedro escuchara otro clic en la línea.


—Hola, hermano. Me alegro de oírte. ¿Te importa decirme quién de todos eres? —preguntó Julio entre risas.


—Soy Pedro. Mira, necesito...


Pedro, me alegro de escucharte. ¿Cómo estás? ¿Estás en casa o en el extranjero? ¿O acaso no puedes decírmelo?


Pedro suspiró. Ahora se enfrentaba al hecho de no haberle dicho antes a su familia lo que le había pasado, pero ya nada podía hacer. Paula necesitaba ayuda.


—Estoy en Michigan. Mira, yo...


—¡En Michigan! ¿Quién te ha mandado allí?


—Mira, estoy de permiso, ya te daré más detalles. Necesito contarte el motivo de mi llamada.


—Dispara.


Pedro le dio toda la información que Paula le había transmitido.


—Esta mañana vinieron a buscarla y no creo que vayan a olvidarse de ella así como así. Necesito tu ayuda.


—La tienes.


—¿Puedes averiguar todo lo que puedas de las autoridades del Condado de Deer Creek, Tennessee? Quizá esos dos hombres sean parte de una operación mayor.


—De acuerdo, ¿algo más?


—Necesito encontrar un lugar seguro para que Paula se quede hasta que todo esto se resuelva y esos tipos estén en la cárcel.


—Déjame adivinarlo —dijo Julio riendo—. Es soltera, bonita y vas tras ella.


—No te equivocas demasiado, pero todo eso es aparte. ¿Sabes de algún lugar seguro...?


—Claro. Y tú también.


—¿A qué te refieres?


—Llévala al rancho.


Pedro sintió como si hubiera recibido un golpe en la cabeza. 


Nunca se le habría ocurrido el rancho y mucho menos ir con ella. No estaba preparado para volver. Después de todo, estaba cómodo en la cabaña. Allí tenía todo lo que necesitaba, además de tiempo para curarse de sus heridas.


 Claro que ahora que Julio sabía dónde estaba, el resto de la familia se enteraría en pocas horas.


—¿Pedro? ¿Sigues ahí?


—Sí, claro. Es que no se me había ocurrido llevarla a ningún sitio, mucho menos a casa.


—Probablemente porque sabes que vas a pasar por un infierno por haber elegido Michigan en lugar de Texas para pasar tus días de permiso.


No tenía nada que hacer. La miró y la vio sentada observándolo, con los ojos llenos de terror. No tenía a nadie en quien confiar, excepto su amiga Tamara y ya le había dejado claro que no quería involucrarla más de lo que estaba. Por otro lado, si se iba a casa, no podría ocultar el hecho de que lo habían herido.


—¿Pedro?


—¿Sí?


—No me digas que temes enfrentarte a nuestros padres y por eso no quieres ir a casa. ¿Qué pasa?


Había llegado el momento de confesar.


—No quería que nadie se enterara hasta que no estuviera del todo bien. Mi brigada sufrió una emboscada hace unos meses. Los que sobrevivimos, fuimos heridos gravemente.


Julio tardó en responder. Cuando lo hizo, su voz era calmada como la de su padre. Cuanto más enfadado estaba su padre, más tranquila era su voz.


—Entiendo. ¿Así que no creías necesario decirle a tu familia que estuviste a punto de morir?


—Recibí un disparo en una pierna, otro en el costado y otro en el hombro. Pero ya estoy mejor.


Era peor de lo que se había imaginado. Julio siempre había tenido facilidad para hacerle sentir mal. Quizá fuera porque estaban más cerca en edad que sus otros dos hermanos. 


Julio siempre había sido su modelo a seguir, incluso cuando de adolescente se metía en problemas.


Pedro se había alistado en el ejército al igual que hiciera Julio. Y cuando tuvo la oportunidad de convertirse en miembro de las fuerzas especiales, lo había hecho al igual que su hermano.


—Tienes razón —dijo Pedro sin poder ocultar el tono de su voz.


—Si crees que eso lo va a arreglar todo, piénsalo otra vez.


—No me atrevía a contároslo. Me sentía avergonzado.


—¿Por qué? ¿Por haber estado a punto de morir?


—Por no haber salvado a los que perdimos.


—El complejo del Mesías. Estás lejos de ser un dios, así que olvídalo.


Pedro no dijo nada. No podía decir nada. Se le había formado un nudo en la garganta.


Pedro, ¿sigues ahí?


—Sí.


—Háblame.


Pedro se aclaró la garganta.


—Me siento raro. Pero tu regañina me está haciendo sentir mejor.


—Bueno, deberías estar acostumbrado. Al menos estás mostrando cierta preocupación por alguien, aparte de ti. Dime una cosa sobre tu amiga: ¿Cómo has dicho que se llama?


—Paula Chaves. Es contable y vive en Deer Creek, Tennessee.


—¿Cuántos años tiene? ¿Qué aspecto tiene?


—Julio, déjalo.


—Está bien. ¿Por qué no quieres llevarla a casa para que conozca a la familia? No te avergüenzas de ella, ¿verdad?


—No es eso, Juulio —respondió mirando a Paula, que continuaba observándolo atentamente—. Se presentó aquí antes de ayer en mitad de una tormenta de nieve. Apenas nos conocemos.


—No importa —dijo Julio—. ¿Recuerdas el nombre de los dos policías?


Pedro se lo dijo. Julio los repitió mientras los escribía.


—¿Saben cómo te llamas?


—No. Si comprueban los datos en las escrituras, seguirán sin saberlo porque estoy en la cabaña de un amigo.


—Eso hará que sea mucho más fácil quitárselos de encima. ¿Crees que los convenciste de que no la habías visto?


—Quizá. Su coche se quedó en una zanja de la carretera, pero puesto que las máquinas quitanieves han hecho su trabajo, dudo que hayan podido verlo.


—¿Crees que podrán reconocerlo si lo ven?


—No lo sé. No sé cómo han podido seguirla hasta aquí. Desde luego, son buenos investigando.


—Tienen motivos para serlo. ¿Tienes coche?


—Sí, un viejo jeep. ¿Por qué?


—Tienes que llegar a Texas sin que las autoridades sospechen de ti.


—No sé, Julio. No sé si podré conducir durante tantos kilómetros.


—¿Puedes caminar?


—Sí, con la ayuda de un bastón. Fui herido en la pierna derecha, así que...


—Deja que Paula conduzca.


Una vez más, Pedro la miró. Ahora tenía la vista perdida, como si estuviera en otro sitio.


—Eso funcionará —dijo por fin.


—Entonces, esto es lo que haréis: vete a un concesionario de coches y cómprate uno para llegar a Texas. Luego puedes dejarlo en el rancho, una vez acabe tu permiso.


—Sí, podría hacer eso. Me gusta la idea de que una mujer guapa sea mi chófer.


Eso atrajo la atención de Paula y lo miró sorprendida.


—Bien. Sal de ahí en cuanto puedas. Avisaré en el rancho de que estás de camino.


—Gracias, Julio.


—Claro que eso no te libra de que todo el mundo vaya a estar enfadado contigo.


Pedro sonrió sintiendo que se libraba de un gran peso.


—Por cierto —dijo Julio—. ¿Te has enterado de que fui padre la semana pasada?


—¿De veras? Enhorabuena. ¿Es niño o niña?


—Lo cierto es que son dos niños. Carina y yo hemos tenido gemelos.


Pedro rompió a reír.


—Me gustaría verte levantándote a las dos de la mañana para darles de comer.


—Estoy empezando a acostumbrarme.


—Bueno, te dejo. Siento haberte sacado de tu reunión.


—Yo me alegro. Estaba empezando a quedarme dormido. A algunas personas les gusta tanto oírse que no saben parar. Sigue en contacto, ¿de acuerdo? Necesito saber dónde estás, especialmente si ves a esos tipos. Averiguaré si pasa algo en ese condado. Si no hay nada, me aseguraré de que haya una investigación.


—Gracias por todo, Julio.


—Para lo que quieras, hermano.


Pedro colgó y se quedó mirando el teléfono mientras recordaba la conversación.


—Tu hermano y tú estáis muy unidos, ¿verdad? —dijo Paula, sacándolo de sus pensamientos.


—Sí —respondió él acercándose al sofá.


—¿Ha tenido un bebé recientemente?


—Sí, dos gemelos. Se me ha olvidado preguntarle sus nombres.


—¿Qué sugiere que hagamos?


—Dice que vayamos a Texas, tan pronto como consiga un medio de transporte.


Ella lo miró sorprendida.


—¿Por qué Texas?


—Porque allí es donde vivo cuando no estoy de servicio.


—No lo entiendo. ¿Por qué espera que te quedes conmigo?


—Creo que es su manera de asegurarse de que vaya a ver a la familia.


—Odio tener que ser yo el motivo por el que te vayas de aquí.


El se encogió de hombros.


—No importa. En cuanto le dije que estaba en el país y que no había ido a casa, se enfadó. Tengo que ir a verlos o comenzarán a imaginarse que me ha pasado todo tipo de cosas. Lo cierto es que es un buen plan. Puedo dejar que conduzcas, si no te importa, y yo acabaré de recuperarme en casa.


—Pero no conozco a tu familia.


—Tampoco me conocías a mí y ya estamos planeando hacer un viaje juntos.


Ella frunció el ceño.


—Supongo que tienes razón —dijo e hizo una pausa antes de continuar—. Te escuché decir que no podías conducir. Podemos usar mi coche.


—No es una buena idea. Creo que descubrirán dónde vive tu primo. No hay duda alguna de que ya han hablado con el hombre que te alquiló el coche y probablemente hayan puesto, una denuncia por vehículo robado.


—Oh, no.


—Creo que no deberíamos arriesgarnos. Llevaremos el coche a la ciudad y pagaremos para que alguien lo lleve de vuelta a Deer Creek. Por si le parasen por alguna razón, le daré los datos de Jude en Washington como referencia. Quizá decidan no continuar por ahí. Creo que también sería buena idea que Julio llamara a tu vecina para saber si esos dos tipos la han estado molestando. ¿Se te ocurre algo que pueda decirle Julio para asegurarle de que llama de tu parte y que no es un truco para averiguar dónde estás?


Ella se quedó pensativa durante unos segundos.


—Tiene una iguana llamada Sam. No mucha gente lo sabe, ya que no podemos tener mascotas en los apartamentos.


—Bien, llamaré a Julio a su casa esta noche. Tenemos muchas cosas que hacer antes de que anochezca.


—Me siento fatal por mezclarte en todo esto.


—Nos guste o no, ya estoy implicado. No se me ocurre otra manera de mantenerte a salvo que llevarte a un sitio donde nunca te buscarían.


—¿No les importará a tus padres?


—En absoluto. No tienen nada que ver conmigo, ellos sí son encantadores.


—Tú también lo eres.


—Eso no es lo que pensaste nada más conocerme.


—Cierto. Pero me imagino que estabas sintiendo mucho dolor y no te agradaba la idea de tratar con nadie.


—Creo que me he acostumbrado a estar contigo.


—Bueno —dijo ella suspirando—. Mis opciones eran escasas en aquel momento. Gracias por estar dispuesto a llevarme a tu casa.


—Serás bienvenida. Ahora que ya hemos decidido lo que vamos a hacer, llamaré a una grúa para que recoja tu coche. Iremos con el conductor hasta la ciudad y compraré un coche.


—¿Comprarás un coche así como así?


El sonrió.


—El caso es que todos los Alfonso reciben una asignación de los diferentes negocios que tiene la familia. He estado ahorrando mi parte porque no lo necesitaba. Creo que tendré suficiente para comprar un coche —dijo sonriendo.


Tomó las páginas amarillas y buscó una compañía de grúas.



PELIGRO: CAPITULO 13




Paula miró a Pedro.


—Desperté a mi primo. Me disculpé y le pregunté si podía usar su cabaña. Me dijo dónde encontrar la llave y colgó. Dudo que después recordara la llamada —dijo y después de hacer una pausa, continuó—: Me limité a usar dinero en metálico para no dejar rastro y, sin embargo, aquí están, pisándome los talones y diciendo mentiras sobre por qué me están buscando.


—Tienen motivos para hacerlo. Tienes una información que puede ponerlos tras las rejas. ¿Llevaban uniformes cuando los viste en el aparcamiento?


—Creo que no, pero llevaban uniformes cuando los vi acercarse a mi edificio.


El se puso de pie y comenzó a caminar cojeando.


—Te estás apoyando en la pierna herida —dijo ella sorprendida.


Se sirvió café y alzó la cafetera a modo de invitación. Ella sacudió la cabeza y Pedro volvió a dejarla en su sitio.


—Si voy a ayudarte a salir de ésta, tendré que usar las dos piernas.


—Debe de dolerte.


—Estoy acostumbrado. Además, esto es más importante.


—No tienes por qué involucrarte, es demasiado peligroso.


—¿Y qué harás? Si te están buscando a lo largo de esta carretera, seguramente han encontrado ya la cabaña de tu primo.


—Entiendo. Me imagino que pueden utilizar los medios de la policía para averiguar todo tipo de cosas.


—Yo también puedo —dijo él, sonriendo peligrosamente.


—¿De veras? ¿Estás conectado a la policía?


—No, mejor aún. Tengo un contacto que tiene toda la información federal a su disposición.


—¿Quién?


Pedro descolgó el teléfono mientras contestaba.


—Mi hermano.




PELIGRO: CAPITULO 12




Paula había trabajado hasta tarde aquel viernes porque tenía trabajo atrasado y no había salido del edificio en el que estaba su oficina en el centro de Deer Creek hasta casi las nueve.


En aquel momento, el aparcamiento estaba prácticamente desierto y había tenido que atravesarlo hasta su coche, aparcado junto a un contenedor de escombros. Al acercarse, había visto a tres hombres hablando entre dos coches. 


Nunca le había gustado estar sola por la noche, así que aceleró el paso. Las suelas de goma amortiguaban sus pisadas. Ninguno de los hombres se giró y ella se dio prisa para llegar hasta su coche, aliviada por haber aparcado en aquel sitio escondido.


Casi había llegado hasta su coche cuando oyó un sonido extraño. Miró a los tres hombres y vio cómo uno de ellos caía al suelo. El más alto sostenía un arma en la mano y le hizo un gesto al otro para que recogiera al hombre al que acababa de disparar.


Paula no había podido creer lo que acababa de ver. Llegó a su coche y con cuidado abrió la puerta. Una vez dentro, echó los cierres de las puertas.


Había comenzado a tener sudores fríos. Acababa de presenciar un asesinato y tenía que salir de allí y llamar a la policía. Arrancó el coche e inmediatamente se puso en movimiento. Oyó un disparo. Miró por el espejo retrovisor y vio cómo uno de los hombres la perseguía. Apretó el acelerador y salió a la calle.


De pronto, se había percatado de que uno de los coches del aparcamiento la estaba siguiendo a toda prisa. Al llegar a una curva, giró el volante y entró en una zona residencial. 


Había pensado que lo había perdido hasta que lo vio aparecer girando en la esquina. Giró una y otra vez, con las luces apagadas, aun sabiendo que las luces de freno la delatarían. Finalmente, al tomar otra de las calles y, tal como había visto hacer en las películas, había entrado en el camino de acceso de una casa y se había detenido, ocultándose entre las sombras. El coche pasó de largo.


Nunca había sentido tanto alivio como cuando llegó al edificio donde estaba su apartamento. Había ocho apartamentos, cuatro arriba y cuatro abajo. Aparcó en la parte trasera del edificio para que no se pudiera ver su coche desde la calle. No había querido correr el riesgo de que la encontraran.


Cuando llegó a casa eran las diez y media. Había pasado tanto en tan poco tiempo, que habría creído que fueran las dos o las tres de la madrugada.


Llamó a la oficina del sheriff y explicó lo que había visto. El oficial anotó su nombre y su dirección y le dijo que mandaría a un par de agentes para interrogarla.


Después de habérselo notificado a las autoridades, continuaba intranquila, así que decidió ir a ver a su vecina Tamara, que vivía al otro lado del pasillo.


—¿Qué pasa? Parece que hayas visto un fantasma.


—Yo... he visto algo esta noche que no debería haber visto y estoy asustada.


Tamara la tomó de la mano para hacerla pasar a su apartamento y se sentaron en el sofá.


—¿Qué demonios ha pasado?


—He visto cómo mataban de un disparo a un hombre esta noche.


—¡Oh, Dios mío! ¿Dónde? ¿Dónde estabas? ¿Y dónde estaba él?


Paula le contó brevemente lo que había presenciado.


—¿Podrías identificar a esos hombres? —le había preguntado Tamara.


—Sí, el aparcamiento estaba bien iluminado. Uno de ellos me siguió y pude verlo bajo la luz de las farolas. No había visto a ninguno de aquellos hombres en mi vida. Me fui después de ver aquello y el otro me siguió por toda la ciudad.


—Has tenido suerte de poder llegar a casa. ¿Estás segura de que no te han seguido?


—Ya no estoy segura de nada.


—Te prepararé un té. ¿Y dices que agentes del sheriff están de camino?


—Sí, tengo que tranquilizarme para cuando me tomen declaración. No quiero dar la impresión de que soy una histérica con una gran imaginación.


—Cariño, tienes derecho a estar histérica.


Paula recordaba haberse sentado junto a la ventana a esperar que llegaran los agentes mientras tomaban el té.


Unos minutos más tarde, al ver llegar el coche patrulla, había comenzado a sentirse aliviada. Pero cuando los oficiales se bajaron del coche, se había percatado del peligro en el que estaba.



***


—¿Quieres decir que uno de los hombres que han estado aquí mató de un disparo a alguien? —la interrumpió Pedro.


Ella asintió.


—No podía verlos desde el baño, pero reconocí sus voces cuando los oí hablar con Tamara. Eran los mismos hombres que había visto en el aparcamiento —respondió.


Le castañearon los dientes. La habían encontrado, a pesar de todo lo que había hecho.


Vio que Pedro la miraba incrédulo. No parecía creerla y tenía el número de teléfono del agente. En cualquier momento, podía llamarlo y, ¿qué podía hacer para detenerlo?


Paula miró la nieve de fuera y supo que no tenía forma de escapar.


—¿Es por eso por lo que te arrestaron? —preguntó él.


—Nunca más volvieron a verme. Lo que te han contado es mentira.


—Es bueno saberlo, aunque no te culparía si hubieras hecho lo posible por huir de ellos.


Se quedó más tranquila. Por alguna razón, Pedro había decidido creerla.


Él la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.


—Todo va a salir bien.


—No si me han seguido hasta aquí. No tengo ningún sitio más adónde ir.


—Me pregunto cómo lograste huir de ellos. ¿Qué hiciste después de darte cuenta de que eran ellos?


—Sentí pánico. ¿Qué otra cosa podía hacer? Tenía pensado hacer una declaración y continuar como si nada hubiera pasado. Pero con mi llamada, les había dicho quién era y cuál era mi dirección.


—¿Sabe el sheriff todo esto?


—No tengo ni idea, pero no estaba dispuesta a quedarme para averiguarlo —dijo apoyando la cabeza en su hombro.


Su fuerte y cálido abrazo la reconfortaba.


—Cuéntame qué hiciste después.


—Si no hubiera sido por Tamara, no hubiera llegado hasta aquí. Me dijo que fuera a su habitación y cerrara la puerta, que ella se ocuparía de todo. Los escuchamos subir la escalera. 


Llamaron a mi puerta y al cabo de unos segundos, volvieron a llamar gritando mi nombre.



****


Tamara abrió la puerta con la cadena echada.


—¿Qué demonios les pasa? —preguntó—. Hay gente aquí que está tratando de dormir.


—Hemos recibido una llamada de la señorita Chaves denunciando un crimen. Dijo que nos encontraríamos aquí para que nos contara todos los detalles.


Tamara quitó la cadena y abrió la puerta.


—No debe de estar, si no, ya habría abierto la puerta. Nadie podría dormir con todo ese escándalo.


—Tiene que estar aquí. La llamada la ha hecho desde su teléfono.


—¿De veras? ¿Creen que alguien ha podido entrar en su apartamento?


Los hombres se miraron entre sí.


—Será mejor que nos aseguremos.


—Tengo la llave de su apartamento por si ocurre alguna urgencia. Espero que mi marido pueda seguir durmiendo después de esto. Será mejor que vaya y le diga lo que está pasando.


Paula había dejado la puerta del dormitorio entreabierta, pero el dormitorio estaba a oscuras y sabía que no podrían verla. Dio un paso atrás cuando Tamara entró y cerró la puerta tras ella.


—¿Qué tal lo he hecho?


—Si no supiera lo que está ocurriendo, te habría creído. ¿Qué vas a hacer ahora?


—Voy a dejar que entren en tu apartamento. Echaremos un vistazo y les diré que todo parece estar bien y me desharé de ellos.


Fue exactamente lo que hizo Tamara. Paula esperó a oír que bajaban la escalera y encendían el motor del coche patrulla. Tamara regresó junto a ella y, desde la ventana del dormitorio, vieron cómo el coche se marchaba.


—Ha funcionado —dijo Paula.


—Sí, por el momento. Ahora, tenemos que sacarte de la ciudad. ¿Tienes algún lugar donde puedas ir y no te encuentren? No pararán hasta dar contigo. No pueden arriesgarse a dejarte escapar.


A Paula le llevó algunos minutos pensar con claridad.


—Tengo un primo, Lorenzo, que vive en Grand Rapids, Michigan. Su mujer y él tienen una cabaña de verano junto a uno de los lagos.


Tamara se vistió deprisa.


—Bien, llámalo mientras yo te consigo un medio de transporte.


—Oh, ya has hecho suficiente, Tamara. Tomaré el autocar hasta Nashville y de allí volaré a Grand Rapids.


—Eso es exactamente lo que esperan que hagas. Mira, cariño, esos hombres van en serio. Te estarán esperando cuando salgas del avión. No hay ningún motivo para que dejes un rastro que puedan seguir. Ed, el mecánico, alquila coches de vez en cuando y vive junto al taller. Dile que necesitas el coche unos días porque te ha surgido una urgencia. No es una empresa de alquiler de coches oficial, así que será difícil que esos hombres puedan seguirte.


Una vez que Tamara se fue, Paula cruzó el pasillo hasta su apartamento. Sin encender las luces, se apresuró a entrar en su habitación y sacó la vieja maleta de su madre. Abrió los cajones y comenzó a lanzar ropa sobre la cama. Haría frío en el norte, así que guardó toda la ropa de invierno que pudo.


Tomó su agenda y regresó al apartamento de Tamara con la maleta. Si intervenían su teléfono, probablemente no se les ocurriría comprobar las llamadas de Tamara. Con la imaginación de su vecina, Paula estaba segura de que sabría dar una buena explicación a una llamada a Michigan.