lunes, 9 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 12




Paula había trabajado hasta tarde aquel viernes porque tenía trabajo atrasado y no había salido del edificio en el que estaba su oficina en el centro de Deer Creek hasta casi las nueve.


En aquel momento, el aparcamiento estaba prácticamente desierto y había tenido que atravesarlo hasta su coche, aparcado junto a un contenedor de escombros. Al acercarse, había visto a tres hombres hablando entre dos coches. 


Nunca le había gustado estar sola por la noche, así que aceleró el paso. Las suelas de goma amortiguaban sus pisadas. Ninguno de los hombres se giró y ella se dio prisa para llegar hasta su coche, aliviada por haber aparcado en aquel sitio escondido.


Casi había llegado hasta su coche cuando oyó un sonido extraño. Miró a los tres hombres y vio cómo uno de ellos caía al suelo. El más alto sostenía un arma en la mano y le hizo un gesto al otro para que recogiera al hombre al que acababa de disparar.


Paula no había podido creer lo que acababa de ver. Llegó a su coche y con cuidado abrió la puerta. Una vez dentro, echó los cierres de las puertas.


Había comenzado a tener sudores fríos. Acababa de presenciar un asesinato y tenía que salir de allí y llamar a la policía. Arrancó el coche e inmediatamente se puso en movimiento. Oyó un disparo. Miró por el espejo retrovisor y vio cómo uno de los hombres la perseguía. Apretó el acelerador y salió a la calle.


De pronto, se había percatado de que uno de los coches del aparcamiento la estaba siguiendo a toda prisa. Al llegar a una curva, giró el volante y entró en una zona residencial. 


Había pensado que lo había perdido hasta que lo vio aparecer girando en la esquina. Giró una y otra vez, con las luces apagadas, aun sabiendo que las luces de freno la delatarían. Finalmente, al tomar otra de las calles y, tal como había visto hacer en las películas, había entrado en el camino de acceso de una casa y se había detenido, ocultándose entre las sombras. El coche pasó de largo.


Nunca había sentido tanto alivio como cuando llegó al edificio donde estaba su apartamento. Había ocho apartamentos, cuatro arriba y cuatro abajo. Aparcó en la parte trasera del edificio para que no se pudiera ver su coche desde la calle. No había querido correr el riesgo de que la encontraran.


Cuando llegó a casa eran las diez y media. Había pasado tanto en tan poco tiempo, que habría creído que fueran las dos o las tres de la madrugada.


Llamó a la oficina del sheriff y explicó lo que había visto. El oficial anotó su nombre y su dirección y le dijo que mandaría a un par de agentes para interrogarla.


Después de habérselo notificado a las autoridades, continuaba intranquila, así que decidió ir a ver a su vecina Tamara, que vivía al otro lado del pasillo.


—¿Qué pasa? Parece que hayas visto un fantasma.


—Yo... he visto algo esta noche que no debería haber visto y estoy asustada.


Tamara la tomó de la mano para hacerla pasar a su apartamento y se sentaron en el sofá.


—¿Qué demonios ha pasado?


—He visto cómo mataban de un disparo a un hombre esta noche.


—¡Oh, Dios mío! ¿Dónde? ¿Dónde estabas? ¿Y dónde estaba él?


Paula le contó brevemente lo que había presenciado.


—¿Podrías identificar a esos hombres? —le había preguntado Tamara.


—Sí, el aparcamiento estaba bien iluminado. Uno de ellos me siguió y pude verlo bajo la luz de las farolas. No había visto a ninguno de aquellos hombres en mi vida. Me fui después de ver aquello y el otro me siguió por toda la ciudad.


—Has tenido suerte de poder llegar a casa. ¿Estás segura de que no te han seguido?


—Ya no estoy segura de nada.


—Te prepararé un té. ¿Y dices que agentes del sheriff están de camino?


—Sí, tengo que tranquilizarme para cuando me tomen declaración. No quiero dar la impresión de que soy una histérica con una gran imaginación.


—Cariño, tienes derecho a estar histérica.


Paula recordaba haberse sentado junto a la ventana a esperar que llegaran los agentes mientras tomaban el té.


Unos minutos más tarde, al ver llegar el coche patrulla, había comenzado a sentirse aliviada. Pero cuando los oficiales se bajaron del coche, se había percatado del peligro en el que estaba.



***


—¿Quieres decir que uno de los hombres que han estado aquí mató de un disparo a alguien? —la interrumpió Pedro.


Ella asintió.


—No podía verlos desde el baño, pero reconocí sus voces cuando los oí hablar con Tamara. Eran los mismos hombres que había visto en el aparcamiento —respondió.


Le castañearon los dientes. La habían encontrado, a pesar de todo lo que había hecho.


Vio que Pedro la miraba incrédulo. No parecía creerla y tenía el número de teléfono del agente. En cualquier momento, podía llamarlo y, ¿qué podía hacer para detenerlo?


Paula miró la nieve de fuera y supo que no tenía forma de escapar.


—¿Es por eso por lo que te arrestaron? —preguntó él.


—Nunca más volvieron a verme. Lo que te han contado es mentira.


—Es bueno saberlo, aunque no te culparía si hubieras hecho lo posible por huir de ellos.


Se quedó más tranquila. Por alguna razón, Pedro había decidido creerla.


Él la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.


—Todo va a salir bien.


—No si me han seguido hasta aquí. No tengo ningún sitio más adónde ir.


—Me pregunto cómo lograste huir de ellos. ¿Qué hiciste después de darte cuenta de que eran ellos?


—Sentí pánico. ¿Qué otra cosa podía hacer? Tenía pensado hacer una declaración y continuar como si nada hubiera pasado. Pero con mi llamada, les había dicho quién era y cuál era mi dirección.


—¿Sabe el sheriff todo esto?


—No tengo ni idea, pero no estaba dispuesta a quedarme para averiguarlo —dijo apoyando la cabeza en su hombro.


Su fuerte y cálido abrazo la reconfortaba.


—Cuéntame qué hiciste después.


—Si no hubiera sido por Tamara, no hubiera llegado hasta aquí. Me dijo que fuera a su habitación y cerrara la puerta, que ella se ocuparía de todo. Los escuchamos subir la escalera. 


Llamaron a mi puerta y al cabo de unos segundos, volvieron a llamar gritando mi nombre.



****


Tamara abrió la puerta con la cadena echada.


—¿Qué demonios les pasa? —preguntó—. Hay gente aquí que está tratando de dormir.


—Hemos recibido una llamada de la señorita Chaves denunciando un crimen. Dijo que nos encontraríamos aquí para que nos contara todos los detalles.


Tamara quitó la cadena y abrió la puerta.


—No debe de estar, si no, ya habría abierto la puerta. Nadie podría dormir con todo ese escándalo.


—Tiene que estar aquí. La llamada la ha hecho desde su teléfono.


—¿De veras? ¿Creen que alguien ha podido entrar en su apartamento?


Los hombres se miraron entre sí.


—Será mejor que nos aseguremos.


—Tengo la llave de su apartamento por si ocurre alguna urgencia. Espero que mi marido pueda seguir durmiendo después de esto. Será mejor que vaya y le diga lo que está pasando.


Paula había dejado la puerta del dormitorio entreabierta, pero el dormitorio estaba a oscuras y sabía que no podrían verla. Dio un paso atrás cuando Tamara entró y cerró la puerta tras ella.


—¿Qué tal lo he hecho?


—Si no supiera lo que está ocurriendo, te habría creído. ¿Qué vas a hacer ahora?


—Voy a dejar que entren en tu apartamento. Echaremos un vistazo y les diré que todo parece estar bien y me desharé de ellos.


Fue exactamente lo que hizo Tamara. Paula esperó a oír que bajaban la escalera y encendían el motor del coche patrulla. Tamara regresó junto a ella y, desde la ventana del dormitorio, vieron cómo el coche se marchaba.


—Ha funcionado —dijo Paula.


—Sí, por el momento. Ahora, tenemos que sacarte de la ciudad. ¿Tienes algún lugar donde puedas ir y no te encuentren? No pararán hasta dar contigo. No pueden arriesgarse a dejarte escapar.


A Paula le llevó algunos minutos pensar con claridad.


—Tengo un primo, Lorenzo, que vive en Grand Rapids, Michigan. Su mujer y él tienen una cabaña de verano junto a uno de los lagos.


Tamara se vistió deprisa.


—Bien, llámalo mientras yo te consigo un medio de transporte.


—Oh, ya has hecho suficiente, Tamara. Tomaré el autocar hasta Nashville y de allí volaré a Grand Rapids.


—Eso es exactamente lo que esperan que hagas. Mira, cariño, esos hombres van en serio. Te estarán esperando cuando salgas del avión. No hay ningún motivo para que dejes un rastro que puedan seguir. Ed, el mecánico, alquila coches de vez en cuando y vive junto al taller. Dile que necesitas el coche unos días porque te ha surgido una urgencia. No es una empresa de alquiler de coches oficial, así que será difícil que esos hombres puedan seguirte.


Una vez que Tamara se fue, Paula cruzó el pasillo hasta su apartamento. Sin encender las luces, se apresuró a entrar en su habitación y sacó la vieja maleta de su madre. Abrió los cajones y comenzó a lanzar ropa sobre la cama. Haría frío en el norte, así que guardó toda la ropa de invierno que pudo.


Tomó su agenda y regresó al apartamento de Tamara con la maleta. Si intervenían su teléfono, probablemente no se les ocurriría comprobar las llamadas de Tamara. Con la imaginación de su vecina, Paula estaba segura de que sabría dar una buena explicación a una llamada a Michigan.







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