martes, 13 de diciembre de 2016

TE QUIERO: CAPITULO 1



Paula terminó de untar la Nocilla y envolvió el bocadillo en papel film. Se chupó el dedo manchado de chocolate, cogió su trench rojo y el bolso de encima de la mesa de la cocina y corrió hacia el oscuro y diminuto vestíbulo donde la esperaba su hija, impaciente.


—Toma, guárdalo en tu mochila. ¡Rápido o llegaremos tarde otra vez! —Dio un último repaso al uniforme, los zapatos (que por suerte la noche anterior se había acordado de abrillantar) y al peinado de la niña, abrió la puerta para que pasara y gritó—: ¡Adiós, Tata!


Bajaron a toda velocidad las lúgubres escaleras del antiguo edificio, que ya desde primera hora de la mañana olían a guisos rancios, y corrieron por la acera sin dejar de reír, a pesar de las miradas de desaprobación que recibían de algunos viandantes.


Por fortuna, el colegio estaba a tan solo dos manzanas de su casa y, aunque congestionadas y sudorosas, consiguieron llegar antes de que la monja que custodiaba la puerta las mirase con malos ojos.— ¡Lo conseguimos, piruleta! —Paula se inclinó sobre su hija para besarla en el suave pelo rubio, que olía a champú de fresa.


—¡Somos las más rápidas! —Sol le lanzó aquella nueva sonrisa mellada que mostraba la reciente rapiña del Ratoncito Pérez—. Y eso que llevas tacones.


—Exacto, una vez más he conseguido llegar a tiempo sin partirme un tobillo. ¡Bien por mí! — Chocaron las palmas con fuerza, siguiendo su particular ritual. Paula se inclinó para besarla, una vez más, y permaneció observándola con una suave sonrisa en los labios hasta que la niña desapareció detrás del portón de madera. Justo en ese momento sonó su móvil y, después de un buen rato revolviendo en el bolso, logró localizarlo y contestar antes de que quien fuera que llamara agotase su paciencia—. ¡Lucas! Sí, sí, voy ahora mismo. Dile que ha pinchado el metro o, mejor, que los extraterrestres que me habían abducido acaban de devolverme al planeta Tierra. Te juro que llego en cinco minutos… ¡Taxi!


Levantó el brazo y tuvo la inmensa suerte de conseguir que, en plena hora punta, uno de aquellos preciados vehículos se detuviera frente a ella, a pesar de que había empezado a chispear.


Paula lanzó el abrigo y el bolso de cualquier manera sobre el asiento trasero y se sentó con un suspiro de alivio; cada día aguantaba menos los tacones.


—Al Hotel Palace, por favor.


Como era habitual, en vez aprovechar el tiempo que duraba el trayecto para repasar con calma lo que Lucas le había contado, se vio obligada a estar de palique con el taxista. No sabía por qué, pero a la gente le daba por contarle sus penas. Suspiró, resignada, y asintió con simpatía a la larga enumeración de sus achaques más recientes, se mostró debidamente horrorizada al escuchar las villanías de la nuera perversa y las salidas de tono de su hija adolescente, y se indignó, justamente, ante los últimos atropellos de los políticos nacionales unos segundos antes de llegar a su destino.


Pagó a toda prisa y, tras responder con calidez a la efusiva despedida del taxista, subió corriendo las escaleras de entrada, sonrió al elegante conserje, perfectamente uniformado, que le sujetaba la puerta para que pasara, y siguió corriendo por la mullida alfombra tejida en la Real Fábrica de Tapices hasta llegar al famoso restaurante La Rotonda, situado bajo la impresionante cúpula de cristal.


Allí se detuvo y miró a su alrededor, jadeante, hasta que descubrió a un hombre moreno que le hacía señas desde una de las mesas. Entonces, respiró hondo y, con aparente serenidad, se acercó hasta donde se encontraba su amigo. Lucas se levantó en el acto de su cómodo butacón para recibirla y su acompañante le imitó unos segundos más tarde.


—¡Por fin, Paula! Aunque le aseguré al señor Alfonso que aparecerías en cuanto hubieras terminado de pintarte las uñas de los pies, el pobre estaba empezando a aburrirse de escuchar, una y otra vez, mis tediosas anécdotas de caza.


Paula le dirigió una rápida y significativa mirada que prometía feroces represalias y, en el acto, giró la cabeza para dirigir su mejor sonrisa profesional al hombre que permanecía a su lado, observándola en silencio. Tuvo que ajustar la dirección de su gesto y dirigirlo varios palmos más arriba; el tipo era un auténtico gigante. Lucas era alto y tenía buen cuerpo, pero al lado de aquel hombre parecía un muchacho algo enclenque.


—Encantada de conocerlo, señor Alfonso —saludó en su perfecto inglés británico, al tiempo que le tendía la mano con desenvoltura. Él la tomó en la suya en el acto y, aprensiva, observó cómo sus dedos desaparecían por completo en aquel cálido apretón.


—El gusto es mío. —Tenía una de aquellas voces, profundas y muy varoniles, tan apropiadas para anunciar en la tele detergentes y coches de lujo, y por su acento Paula dedujo que era norteamericano.


En realidad, todo en él era agresivamente masculino, hasta el punto de resultar incluso un poco apabullante. El señor Alfonso no era guapo. Sus rasgos, demasiado marcados, eran de esos que al menos necesitan un par de adjetivos para describirlos: mandíbula cuadrada y tenaz, nariz algo torcida y prominente, y labios firmes y delgados.


La primera impresión de Paula fue que el señor Alfonso a lo mejor se había dedicado al boxeo en algún momento de su vida. Desde luego, se dijo, aquel cuerpo no desluciría en la categoría de peso pesado y, además, vestía de pesadilla. 


Tuvo que parpadear unas cuantas veces para asimilar aquel
traje de chaqueta marrón chocolate, la camisa de un tono amarillo pálido y la corbata también amarilla, pero, en esta ocasión, de un rabioso color limón. Aquel hombre destacaba como un girasol en un ramo de rosas blancas entre los distinguidos hombres y mujeres de negocios que, en ese momento, se tomaban un aperitivo sentados en las mesas cercanas.


—Esta es la amiga de la que te hablé, Pedro. Paula Chaves del Diego y Caballero de Alcántara.


—Es un nombre muy largo —comentó con una atractiva sonrisa que dejó ver sus dientes, blancos y regulares.


—Sí, demasiado. —Paula le devolvió la sonrisa al instante, al tiempo que se sentaba en la silla que Lucas sujetaba y luchaba por apartar la mirada de aquella corbata indescriptible, medio cegada por su resplandor—. ¿Se aloja en el hotel, señor Alfonso?


—Sí. Siempre me quedo en el Palace cuando estoy en Madrid, es muy céntrico y cómodo; pero, por favor, llámeme Pedro —Alzó una de sus manazas e hizo una seña a un camarero, que acudió enseguida. Tras preguntarle qué quería, le encargó el café que ella había pedido antes de proseguir


—: Imagino que Lucas ya le ha contado un poco la idea que tengo.


—Bueno, verá —se encogió de hombros con un delicado movimiento mientras, por debajo de la mesa, su pie, enfundado en el único par de Manolos que no había vendido aún en la tienda de ropa de lujo de segunda mano, se balanceaba, inquieto—, mi amigo Lucas no es muy comunicativo, precisamente. Solo me ha dicho que usted está interesado en que me ocupe de organizar un evento
importante.


Además, había añadido —aunque por supuesto Paula jamás lo confesaría en voz alta— que Creso al lado del señor Alfonso era un muerto de hambre, y que estaba dispuesto a pagarle una pasta por aquel trabajo.


Una pasta.


Aquellas palabras mágicas la habían hecho decidirse en el acto; necesitaba el dinero con urgencia.



—En efecto, quizá podríamos llamarlo así… —respondió el gigantesco americano con vaguedad.


Por unos segundos, a Paula le pareció distinguir un brillo travieso en aquellos penetrantes ojos azules, pero se dijo que lo había imaginado; el rostro del señor Alfonso mostraba la mayor seriedad.


De pronto, le asustó la posibilidad de que él pudiera echarse para atrás y de manera algo atropellada, algo que le ocurría siempre que se ponía nerviosa, se apresuró a comentar:


—He organizado todo tipo de eventos, señor Alfonso, torneos de golf, de polo, bailes para debutantes de la alta sociedad, cenas de negocios… —Paula se llevó la taza de café a los labios, procurando controlar el temblor de su mano, y aspiró el exquisito aroma con deleite antes de dar un sorbo. Aquella mañana no le había dado tiempo a desayunar y la bebida ardiente la hizo revivir.


—Lo sé, señorita… —vaciló antes de proseguir—. ¿Te importa si te llamo por tu nombre de pila, Paula? Tú llámame Pedro. Por cierto, no es un nombre muy español. Al verte con ese pelo tan oscuro y esos ojos del color del caramelo, tan grandes y rasgados, pensé que te llamarías Carmen o… o Juana.


«¡Ya estamos con los topicazos!». Puso los ojos en blanco, aunque, por supuesto, solo en su mente.


En realidad, estaba dispuesta a que aquel hombre le llamara casi cualquier cosa que se le antojara si de ese modo no se le escapaba el trabajo, se dijo, desesperada; aunque nada en su aspecto, impecable y sereno, con aquel conjunto primaveral de Missoni de hacía tres temporadas, lo delataba.


—Por supuesto, señor… quiero decir, Pedro. Mi padre cuando estudiaba en Oxford conoció a un auténtico marajá de un pequeño estado del sur y todos los años pasaba allí largas temporadas. A juzgar por lo que él contaba, la expresión «vivir como un marajá» es de lo más adecuada, créeme. —Al notar que empezaba a irse por las ramas, retomó el tema que les ocupaba—. Pero dime, Pedro, ¿en qué consiste exactamente el evento que quieres que organice? Lucas no me ha aclarado gran cosa.


Pedro Alfonso rodeó su vaso de cocacola con una de esas manos que parecían filetes de ocho kilos, le dio un ruidoso trago, se secó los labios con el dorso de la otra y, por fin, anunció:
—El evento soy yo.


Paula clavó sus ojos rasgados en el rostro de rudas facciones, pero fue incapaz de sacar nada en claro de aquel semblante inexpresivo, así que, perpleja, desvió la vista para posarla sobre Lucas. Sin embargo, allí tampoco encontró ninguna respuesta; su amigo lucía su mejor cara de póquer.


—Creo que no lo entiendo… —empezó a decir, pero su interlocutor la interrumpió alzando su manaza con un gesto imperativo y soltó la bomba:
—Paula, baby, necesito que en menos de tres meses hagas de mí un hombre elegante y de modales distinguidos.


A ella no se le ocurrió ninguna respuesta. Confundida por completo, su mirada aterrizó sobre los dedos, largos, fuertes y morenos que tamborileaban impacientes sobre la mesa, subió por el espantoso puño amarillo de su camisa sujeto con unos gemelos de Mickey Mouse, se deslizó sobre la manga marrón de su chaqueta pasada de moda y, por fin, se detuvo en aquellos ojos que lucían el mismo color que las alas de la mariposa morfo azul disecada que tenía su padre en su dormitorio y que resaltaban en su rostro atezado de una manera impactante.


—Quieres que te enseñe a… a… —consiguió balbucear, al fin, sin apartar la vista de él.


—A vestirme.


—A vestirte, sí claro, no me extra… quiero decir, a vestirte, a… —Sus expresivos ojos castaño claro pidieron auxilio una vez más.


—A comportarme en la mesa —apuntó el americano, solícito.


—A vestirte, a comportarte en la mesa, a… —repitió el eco, y tuvo que luchar contra el deseo de pegarse dos bofetadas a sí misma, una en cada mejilla. Sabía que se estaba comportando como una estúpida, pero era incapaz de evitarlo.


—A recibir a mis invitados siguiendo el protocolo correcto… En fin, Lucas me ha contado que has organizado numerosos eventos para particulares y empresas importantes, que estás acostumbrada a moverte en los círculos internacionales más selectos y, por lo que yo mismo puedo ver —aquellos electrizantes ojos la recorrieron de arriba abajo con una extraña expresión que Paula fue incapaz de interpretar—, pareces la persona idónea para el puesto.


El súbito y doloroso puntapié en la espinilla que Lucas acababa de propinarle la hizo recuperar de golpe sus perdidas facultades. Volvió a dirigir a su amigo una mirada cargada de reproche, antes de volverse hacia su interlocutor una vez más.


—Por supuesto, señor… quiero decir… Pedro. Estoy perfectamente capacitada para el puesto. Lo que en realidad quieres es una especie de «plan renove», ¿no es así? —En el acto se dio cuenta de que aquel extranjero no había captado su patético intento de recurrir al humor.


Pedro Alfonso le dio otro largo y sonoro trago a su cocacola antes de responder:


—No sé a qué te refieres con eso, Paula, baby. Verás, seré sincero contigo. —El hombretón le guiñó un ojo con complicidad—. Yo soy un hombre hecho a sí mismo. Nací en un barrio humilde de Chicago y todo lo que he logrado ha sido a base de duro esfuerzo. Hasta ahora he estado demasiado ocupado para preocuparme por estas cosas. Sin embargo, he llegado a ese punto en el que un hombre mira a su alrededor satisfecho con lo que ha conseguido y, de pronto, se da cuenta de que le falta algo. La guinda del pastel, por así decirlo.


—Ya veo —respondió Paula, sin ver nada en realidad; la pobre se sentía como Stevie Wonder en el fondo de una mina, pero sin ganas de cantar.


El señor Alfonso recostó su imponente humanidad sobre el respaldo del cómodo butacón, le mostró las palmas de aquellos inmensos filetes, es decir, de sus manos, como si con aquel gesto quisiera demostrarle que no escondía nada, y anunció:
—Voy a casarme en tres meses.


En cuanto se recuperó de la sorpresa, Paula lo felicitó:
—¡Enhorabuena, os deseo toda la felicidad del mundo a ti y a tu futura esposa!


Aliviada, pensó que, por fin, empezaba a entender de qué iba aquello. Seguramente, su prometida era una mujer de un nivel social más elevado y él deseaba estar a la altura. A juzgar por lo poco que Paula había visto de sus modales, era evidente que le hacía falta una buena manita de barniz social.


—Ese es el problema, me temo —replicó muy tranquilo. Al ver su mirada de desconcierto, aclaró —: Aún no tengo novia.


—¡¿No tienes novia?! —exclamó, estupefacta. El tono de su voz, algo más agudo de lo debido, provocó que la elegante anciana que se sentaba en la mesa de al lado los mirase con reproche.


—Me temo que no, pero es ahí donde entras tú de nuevo. —Alfónso leyó un profundo desconcierto en aquellos enormes ojos color caramelo, así que trató de explicar sus intenciones de manera que hasta un ser obtuso y torpe pudiera comprenderlas—. En veinte años no me he ido ni siquiera una semana de vacaciones, pero en esta ocasión he decidido tomarme tres meses sabáticos. Deseo comprarme una finca en España, Lucas ya está en ello, y tú me ayudarás a decorarla. También deseo que te ocupes de la decoración de mi piso de Manhattan, yo no sabría ni por dónde empezar, así que tendrás que viajar conmigo a menudo. Asimismo, estoy planeando dar una fiesta por todo lo alto para celebrar el décimo aniversario de la compañía y quiero invitar a un montón de clientes y amigos. He decidido hacerla aquí en Madrid, donde voy a establecer la sede de mi empresa en Europa, y me gustaría que me dieras algunas buenas ideas y te encargaras de organizarlo.
»Verás, lo tengo todo previsto. Durante el primer mes, aprovecharemos para que te ocupes de mi guardarropa y de mis modales; cuando me hayas pulido un poco, te encargarás de organizar alguna cita con cualquier conocida tuya que se ajuste a las necesidades de un tipo sencillo como yo y, si la cosa funciona, calculo que en tres meses estarás ayudando a mi prometida a preparar la boda. Te pagaré…


La cifra que mencionó tenía tantos ceros que Paula empezó a salivar. Además, había expuesto aquel plan demencial con tanta seguridad que incluso a ella misma la convenció… aunque solo durante unos segundos de enajenación mental transitoria.


Enseguida recobró el juicio y, muy a su pesar, tuvo que rechazar aquella oferta que era la madre de todas las respuestas a sus plegarias.


—Mira, Pedro, reconozco que el trabajo parece apasionante y que el sueldo supera todas mis expectativas, pero no me queda más remedio que ser honesta contigo. Lo que me pides es imposible. Creo que eres un hombre atractivo y, a poco que te molestes, conseguirás serlo mucho más. A esto hay que sumarle que eres rico. —Paula se dio cuenta de que él quería decir algo y alzó la mano para detenerlo—. Sé que es vulgar hablar de dinero, pero no podemos negar que eso es un incentivo importante. Sin embargo, a pesar de todo, creo que tu plan es inviable y no sería justo que me aprovechara de ti.


—Mi querida Paula, nadie se ha aprovechado de mí jamás —replicó el americano en un tono sedoso que, sin saber por qué, le provocó un escalofrío.


—Deberías intentarlo al menos, Pau. —Su amigo Lucas abrió la boca por primera vez—. Hiciste un buen trabajo con aquella chica gordita y tímida… vaya, ahora no recuerdo su nombre.


—Marina Atienza. Pero eso era diferente, Lucas. Solo tenía que ayudarla a conseguir un nivel de autoestima aceptable antes de su puesta de largo —afirmó Paula, recogiéndose un mechón de pelo oscuro detrás de la oreja con sus dedos, pequeños y elegantes.


—Creo que lograste bastante más. —Lucas se volvió hacia Alfonso, que había seguido aquel gesto, abstraído, y explicó—: Consiguió que adelgazara veinte kilos, y ni siquiera su padre cuando fue a buscarla al aeropuerto a su vuelta de Argentina la reconoció. No había tenido un novio en su vida y ahora sale con el hijo del marqués de Quintana, uno de los mejores partidos del país.


—Entonces, creo que no hay más que decir. —El americano volvió a hacer una seña al camarero para firmar la cuenta—. Te enviaré cuanto antes la lista de invitados y, por supuesto, estoy abierto a cualquier sugerencia que quieras hacerme. Tú haz tu trabajo lo mejor que puedas, Paula, y del resto me encargo yo.


De nuevo mostraba aquella aplastante seguridad en sí mismo que le daba ganas de darle un cachete; pero Paula se limitó a encogerse de hombros con un movimiento casi imperceptible.


«Bueno», pensó, «yo ya le he avisado; si este tío está dispuesto a tirar esa obscena cantidad de billetes a la basura es cosa suya».


Se dio cuenta de que el americano no le quitaba ojo y notó que su gesto no había pasado desapercibido. Una vez más, le pareció detectar un brillo travieso en aquellos singulares ojos azules y volvió a sentir una ligera inquietud. No sabía por qué, pero tenía la impresión de que algo en Pedro Alfonso no era lo que parecía.


«¡Tonterías!», trató de hacer sus escrúpulos a un lado. «El señor Alfonso no es más que otro millonario con más dinero que buen gusto; un hombre inofensivo».


Sin embargo, un sexto sentido le advertía que ese hombre de inofensivo no tenía nada.


Él pareció captar su desazón y le dirigió una de aquellas atractivas sonrisas que le hacían parecer un inocente grandullón. Al verla, ella recuperó la calma en el acto y se dijo que, como de costumbre, se estaba dejando llevar por la imaginación.


Paula bajó la mirada hacia sus dedos, que no paraban de juguetear con la cucharilla de plata. De un tiempo a esta parte veía peligros por todos lados; lo cual no resultaba nada extraño, teniendo en cuenta los bruscos cambios que habían acontecido en su existencia durante los últimos años. Hizo un esfuerzo para alejar aquellos negros pensamientos; alzó la vista y, con resolución, se enfrentó a aquellos desconcertantes ojos azules, que seguían clavados en ella, y anunció:
—Está bien, señor Alfonso…


—Pedro—repitió, con paciencia.


—Está bien, Pedro, acepto tu propuesta. ¿Cuándo empezamos?


—¿Qué te parece ahora mismo?




TE QUIERO: SINOPSIS




Seis meses antes…



Alzó la mirada de la bandeja llena de canapés que le ofrecía el camarero y entonces la vio. A partir de ahí, su corazón se aceleró de cero a cien en menos de un segundo, notó las manos frías y húmedas y una fina película de sudor cubrió su frente. Tuvo que aflojarse el nudo de la corbata, al tiempo que se pasaba el dedo índice por el cuello de la camisa varias veces; sentía que le faltaba el oxígeno. Los labios de su amigo seguían moviéndose, pero él ya no era capaz de prestar atención al enésimo chiste verde que le contaba. Un rumor sordo atronaba en sus oídos y su cabeza parecía a
punto de estallar.


Por un momento pensó que estaba sufriendo un infarto; sin embargo, lo descartó en el acto. No, no era esa víscera esencial la que se le había averiado, a pesar de que le dolía como si alguien se la estuviera arrancando del pecho; era otro de sus órganos el que estaba fallando, uno en el que siempre había confiado y que jamás le había traicionado: su cerebro. En un chasquear de dedos había perdido la razón, el seso, el juicio… En definitiva, se había vuelto completa y absolutamente loco.


Loco por ella.




lunes, 12 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO FINAL




Ya pasó un año y medio desde aquel fortuito día y realmente no puedo asegurar si existe o no la fórmula del amor. Lo que si estoy segura es que el amor todo lo puede.


Tras lo que fue sin dudas el peor momento de nuestra vida, nos vimos bendecidos con la noticia de que tendríamos un bebé… otro pequeño a quien poder consentir y mimar. Tres hijos, un futuro esposo y un perro llamado Bobby formaban parte de mi haber en este momento «mi sueño» pienso hinchada de amor. Creo que no puedo pedirle nada más a la vida, soy inmensamente feliz y plena.


Tras el rapto tuvimos unos días complicados, porque tampoco crean que desde que huimos un arcoíris de caramelo nació sobre nosotros. No. Lejos de eso y a
pesar de la felicidad de encontrarnos bien, tuvimos que declarar una y otra vez sobre lo sucedido. En la casa de Pedro… mejor dicho «en nuestra casa» se encontraron
cámaras y micrófonos instalados en lugares estratégicos y para el asombro de todos se pudo detectar quién fue el cómplice de todo este rebuscado plan. Rita «la cocinera de casa» era la amante del sujeto trajeado del secuestro. El nombre real del sujeto era Sergio Pierrot y era un reconocido narco, quien tenía pedido de captura en más de 15 países, era el cabecilla de una intrincada red de lavado de dinero y trata de blancas. Preso en más de una oportunidad por violencia doméstica y pedofilia, fue en una de esas oportunidades donde conoció a mi ex esposo, ni tonto ni perezoso, vio en los ojos de su abogado defensor la codicia y se volvieron “socios” «por llamarlo de alguna forma»


Ricardo sin lugar a dudas fue todo este tiempo una bolsa de sorpresas. Y hoy por hoy nuestros años juntos son una gran nebulosa gris que flota como un vago recuerdo en mi subconsciente. Creo que nunca llegué a saber con quién me casé realmente y a estas alturas nunca lo sabré.


Pero la sorpresa mayor fue que finalmente, y en el único y magnánimo gesto de honor que le conocí, fuera a dar su vida a cambio de la nuestra.


Cuando se lanzó sobre Pierrot y pidió que huyéramos, pude escuchar dos descargas de armas. Una de ellos cuando Ricardo fue herido gravemente en su abdomen, el segundo disparo fue el que mi ex propino sobre el mal nacido de su socio en su frente hiriéndolo de muerte automáticamente. 


Ricardo murió minutos más tarde suplicando perdón a los paramédicos que intentaron reanimarlo.


Aunque todo este tiempo se comportó como un maldito egoísta no logro guardarle rencor por todo lo que hizo. 


Porque en el fondo sé bien, que es gracias a él que estoy aquí.


Observo a mis tres hijos jugar en el fondo de casa. El pequeño Tomy intenta dar sus primeros pasos mientras sus hermanos mayores lo alientan. El más pequeño de la familia da uno, dos tres pasos y cae de cola sobre el césped, Bobby automáticamente va hasta él y lame su rostro como si tuviera que consolarlo. Los tres niños se largan a reír y nosotros hacemos lo mismo.


Pedro que toma sol a mi lado sujeta mi mano y me sonríe como solo él puede hacerlo. ¡No podemos ser más felices! 


Observamos con amor la situación y embelesados de tanta ternura nos unimos a ellos en un abrazo familiar.


Tomamos nuestros lugares en el césped junto a ellos y Sara se coloca detrás de mí para peinarme y jugar a las peluqueras. Mi pequeño Batman se lanza sobre Pedro para jugar a la lucha y Tomy imitándolos también trepa sobre su padre y hermano.


Somos una familia.


Somos lo que somos.


Con defectos y virtudes, momentos dulces y otros no tantos, pero somos felices.


Somos los Alfonso y lo bueno siempre está por llegar…


—¿Verdad, señor Alfonso?


—Totalmente de acuerdo, señorita Pau






ENAMORAME: CAPITULO 28





Contemplar a la mujer que amo, en una cama de hospital y herida tras el secuestro es una de esas cosas que me bajan a tierra. Tras lo vivido con el secuestro de mi pequeño hijo y Pau, no pude evitar mirar para atrás y pensar en todas las cosas sin sentido que me quitan tiempo preocupándome innecesariamente. Llegar tarde a una reunión, algún expediente extraviado por la Corte, que la cocinera renunciara sin previo aviso, o que la junta local talara los arboles de la cuadra, sin comunicar a los vecinos…


Ahora todo eso me parece basura pura. Pero es que así somos los seres humanos, nos sumergimos en una vorágine de responsabilidades y falta de tiempo, sin ver que las manecillas del reloj nunca girarán para atrás… los niños crecen y el tiempo que pasó ya no volverá jamás.


Ella puso su vida en peligro por priorizar la de mi hijo, y eso siempre lo recordaré, pase lo que pase. Pero no puedo olvidar lo demás. No puedo dejar de lado su proceder y es justamente eso lo que me llena de dudas.


Pau abre los ojos algo desorientada, y por más que muero de ganas por correr a sus brazos, es momento de hablar claramente. Y eso solo lo lograré con la distancia física, una vez que mi piel toca la suya todo se va al carajo.


Tras el secuestro, mi pre infarto y el resto de cosas de las que me enteré, es hora de poner los puntos sobre la mesa uno a uno, gusten o no. Camino hasta ella y la ayudo a que se acomode lo mejor posible. Luego, aproximo una de las sillas a un lado y me dedico a cantar cada una de las cosas que tengo atoradas en la garganta desde hace más de 24 horas.


—¿Dónde está Felipe? —consulta preocupada nuevamente.


—Él está muy bien, gracias a Dios no pasó más que el gran susto que se llevó. Luego que los médicos lo revisaran de la “A” a la “Z”, la psicóloga no encontró nada fuera de lo normal. Tras una situación de esta magnitud, aconsejó que se encontrara acompañado por la familia lo más que se pueda y que si en algún momento encontramos algún elemento fuera de lo común consultemos nuevamente. Ahora mismo se encuentra con mi padre y tu madre en casa.


Ella se tapa la boca con ambas manos y comienza a llorar.


—Mi madre… ¿ella se halla bien? pobre mamá, qué susto se debe haber llevado… y mis hermanitas también.


—Ella ya se encuentra más tranquila, estuvo aquí hace un par de horas hasta que llegué yo.


—Gracias —susurra clavando sus hermosos ojos en mí y yo estoy que muero lentamente


«Sé fuerte Alfonso»


—¿Y yo? —increpo.


—¿Tú?


—Sí, yo. ¿No piensas en mí Pau?


Pero ella guarda silencio y nuevamente se le llenan los ojos, de lágrimas.


Pedro yo… —comienza a decir, pero se detiene.


—Tú ¿qué, Paula? —Respondo violentamente y retomo —me dejaste cuando pensé que ya te tenía. Te fuiste dejando un mar de preguntas sin responder y un vacío difícil de subsanar.


Pedro—implora —solo déjame explicártelo. Luego de eso puedes pensar o hacer lo que sienta tu corazón… pero al menos permite que te explique lo que sucedió esa mañana.


—Habla —espeto.


—Esa mañana desperté muy temprano, y como tú dormías plácidamente, decidí levantarme e intentando guardar silencio para no despertarte fui a mi dormitorio por una ducha. Pero en ese instante recibí una llamada de lo más extraña. Era Ricardo… se lo oía muy triste y en la llamada me pedía perdón por todo el daño que me había causado, también me informaba que esa mañana había recibido la noticia que padecía cáncer de hígado y que no sabía qué hacer… se sentía solo y desesperado. En ese momento temí que hiciese una locura y luego de pedirle su dirección y sin pensarlo mucho fui por él.


—¿Empacaste tu ropa solo para ir a verlo? —increpo. Ya somos grandecitos niña y no me chupo el dedo.


—No sé. Realmente fui por él, sin una idea clara en mente. Temí lo peor… pensé que podía llegar a quitarse la vida, nunca fue muy valiente y escucharlo en ese estado no me dio buena espina.


—Entiendo.


Pedro, por favor… tienes que entenderme.


Me pongo de pie de golpe y ella nuevamente se pone a llorar.


—¿Tengo que entender que la mujer que amo salga corriendo tras el hijo de puta que le jodió soberanamente la vida?


—Perdóname —su llanto y los espasmos que este le causa, le dificultan hablar con claridad —jamás fue mi intención lastimarte, solo sentí lastima y me vi entre la espada y la pared.


—¿Y optaste por la espada?... preferiste elegir el filo de la espada otra vez. ¿Eso no es tropezar dos veces con la misma piedra querida Pau?


Ella como una niña asiente en silencio moviendo su cabeza.


—¿Me vas a dejar Pedro? —y levanta sus húmedas esmeraldas para fijarlas en mis ojos, y yo estoy muerto de ira y de amor a la vez.


—¿Dejarte? —está loca pienso—digamos que eso no está en mis planes por el momento señorita Pau… mucho menos ahora que la familia se agranda.


Cuadra sus hombros y sus labios se separan unos milímetros.


—¿La familia se agranda? —repite con un mar de dudas corriendo dentro de sí… y me encanta.


Tomo asiento a un lado de la cama y con una de mis manos tomo la suya… esa que tiene un catéter conectado al suero, mientras que la otra la planto en su incipiente barriguita.


—Seremos padres, cielo.


Nuevamente intenta incorporarse de golpe, aunque la detengo tomando suavemente sus hombros.


—¿Un bebé?


—Ajam… un bebito.


—Pero, pero… ¿Cómo sucedió?... ¿Cuándo?


—Bueno, amor, pensé que ya tendrías claro el tema de la semillita que planta el papá en la barriga de la mamá para fabricar un bebito, pero si tienes alguna duda, puedo enseñarte los libros de educación sexual que tenemos en la casa.


Finalmente, una gran sonrisa se forma en su dulce y angelical rostro, pero las lágrimas no cesan.


Pedro, yo sufrí dos grandes golpes mientras intentábamos escapar… ¿tú crees que eso pudo haber afectado algo?


—Si bien en la ecografía no se advierten irregularidades, por precaución los médicos prefieren que guardes reposo, para evitar cualquier problema con él bebe.


—Bebé —repite ella y lentamente con su brazo sano apoya su mano sobre la mía.





ENAMORAME: CAPITULO 27




Me cuesta abrir los ojos y mi boca se encuentra seca y pastosa.


El dolor que siento en mi hombro me trae duramente a la realidad.


El rancho abandonado.


Felipe.


El arma apuntándonos.


Sirenas y…


Dos disparos.


Dos.


Comienzo a abrir los ojos algo desorientada y el único paisaje que veo es una blanca pared, con un pequeño ropero en medio y un soporte para suero. Eso es lo único que encuentro. Me cuesta enderezar el cuello para poder voltearlo y un sollozo escapa de mi garganta a causa del dolor que me produce intentarlo.


—No te muevas por favor.


La voz sonaba dura.


Encolerizada y triste.


«Pedro está aquí»


—¿Dónde estoy? —pregunto sin moverme más.


—En el Surch Medical Hospital.


—¿Qué hago acá?


—Los trasladaron aquí tras el acontecimiento.


—¿Felipe… dónde se encuentra Felipe? —elevo la voz con angustia y me incorporo de golpe quedando sentada en la cama. Mala idea, porque automáticamente me mareo y las náuseas me invaden.


Apoyo la mano en mi frente intentando aclarar mi vista, la que por un instante se nubló. La pesadilla regresó. Puedo recordar todo lo que sucedió y el miedo y las lágrimas ganan la partida. Me pongo a llorar.


Lentamente volteo y ahí lo veo.


Elegante como siempre, meditabundo, reservado y enfadado.


Pero ¿por qué?... creo no haber hecho nada para que él se molestara conmigo.


Lo observo en silencio y él se pone de pie y camina hasta situarse a un lado de mi cama. Sin mucho romanticismo acomoda mis almohadas y con el mando a distancia eleva la cabecera de mi cama unos centímetros, luego como el caballero que es, me entrega su mano para ayudarme a volver a recostarme.


Pedro… ¿qué pasó? —pregunto angustiada temiendo lo peor.


—Tenemos que hablar —remata finalmente, usando la peor frase que alguien quiere escuchar a lo largo de su vida.


“Tenemos que hablar” «mierda» nada bueno viene luego de eso.