viernes, 9 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 17






Este es uno de esos momentos, en que me gustaría convertirme en un avestruz y enterrar mi estúpida cabezota en la tierra para siempre.


Si me encontrara sentada en un reality show, el nombre del mismo sería: «¡Acabo de tener sexo con mi jefe!»


Si mi vida era un torbellino que lentamente se estaba tranquilizando, con esto solo empeoré todo. Admito que fui víctima del arrebato pasional de Alfonso, porque convengamos que, fue él quien me arrastró a la fuerza hasta su dormitorio y me hizo el amor con lujuria. ¡Pero tampoco gritaste pidiendo ayuda Pau!


«Estúpida y floja Pau»


Termino de cortar romero y vuelvo a la cocina intentando no mirar a los intensos ojos que me traen loca. Retiro todas las hojitas de la aromática rama y en una tabla, junto a tres dientes de ajo comienzo a picarlo finamente.


—Señorita Pau, ¿por qué no nos acompaña con un café? —volteo cuando la atrevida voz me llama.


El padre de Pedro sonríe cálidamente, de acuerdo con el pedido de su hijo y moviendo su mano en dirección a la cafetera, indica que me una a ellos.


Observo a Alfonso hijo y tiene una sonrisa lobuna estampada en el rostro. Su incipiente barba y esa camisa de lino blanca, por fuera del pantalón, me distraen un poco. ¡Qué va, me distraen mucho!


¡Muchísimo!


—Permítame —comenta Pedro poniéndose de pie y cargando la cafetera para mí.


—Gracias —respondo, y ambos nos sonreímos como dos tontos.


Parece que hubiera vuelto a la adolescencia. A esa época, en la que, si el chico que me gustaba me miraba, me ponía carmín. Así me siento y seguramente me vea en este momento, como una tontuela de cachetes rojizos, agradecida por el reciente polvo.


Tomo asiento frente a su padre y automáticamente me siento a gusto. Es ese tipo de hombre que desprende calidez. De unos sesenta años aproximadamente o tal vez más. Con mucho cabello teñido de canas, piel dorada y mentón cuadrado, indica que en sus años mozos debe haber sido al igual que su hijo, un hombre imponente.


—Paula… bonito nombre –comenta en tono amigable.


—Puede llamarme Pau si gusta, aquí todos lo hacen.


—Pau… —repite y prosigue —Pau suena muy bien, así te llamaré entonces.


—Señorita Pau, —interrumpe Pedro—por casualidad ¿quedará algo de ese delicioso pastel de zanahoria y queso crema, que hizo ayer?


Sonrío y me pongo de pie en busca del mismo. Al minuto vuelvo con tres porciones perfectamente servidas en delicados platitos vintage.


Pedro llega con mi humeante cortado y toma su lugar junto a mí. Recién me percato que sabe cómo me gusta el café. ¡No es un detalle menor! Demuestra que es buen observador y que se interesa por los demás. Creo que Ricardo en todos nuestros años de matrimonio, nunca se enteró cómo me gustaba. O mucho menos, si me gustaba o no.


—Mmm… manjar de dioses hijo —grita Arturo en cuanto prueba mi pastel, y automáticamente, sé que este hombre me caerá bien.


Sonrío y agradezco. Pero el hombre, revelando años de galantería, toma mi mano y la besa mientras me felicita, y antes de soltarla observa mi anillo con el ceño fruncido.


No es un simple anillo. Es la sortija de compromiso que me obsequió Ricardo cuando me pidió que fuera su esposa.


El estúpido y costoso anillo de compromiso que selló el peor negocio de toda mi vida.


Y es ese maldito aro«el cual no pude quitarme ni en mis peores momentos de furia por mis kilos de más y mis dedos hinchados» quien me recuerda día a día, ¡que de los errores también se aprende! y gracias a su presencia fue que me autoimpuse el afán de ignorarlo por completo y dejarlo ser parte de mi mano.


—¿Se encuentra casada Pau? —pregunta Arturo aún con mi mano entre las suyas y el ceño algo fruncido. Y puedo ver claramente que mira de reojo a su hijo.


«Ya sabe de lo nuestro o lo intuye»


—Separada señor.


—Y ¿por qué razón continúa usando su anillo de bodas, señorita?


Puedo oler que Alfonso padre es cómplice del cascarrabias de mi jefe. Seguiré su juego y veremos hasta dónde quiere llegar.


—Es que el anillo no sale de mi dedo desde hace años. Y como es tan bonito y en su momento significó algo tan bello, he decidido despreocuparme de él.


—Hace muy mal —interviene Pedro entrecerrando los ojos —es un estúpido y antiquísimo ritual de propiedad, y si decide seguir usándolo, probablemente es que continúe pensando en volver con su amado esposo —gruñe con furia.


Volteo y lo miro con sorpresa. Veo como respira profunda y rítmicamente por la ira acumulada y mantiene uno de sus dedos índices apoyado contra sus labios, seguramente intentando controlar los improperios que debe de estar pensando sobre mi sortija.


—No es así, —respondo sinceramente —pero de todas formas agradezco su interesante y autoritario punto de vista. Caballeros si me disculpan, voy por los niños y mi madre. Señor Arturo ha sido un placer conocerlo.


Me pongo de pie dando por finalizada la charla. Camino hasta el fregadero, lavo mi taza y la dejo en el escurridor, luego busco mi bolso y salgo de la cocina.


«Que sepa que no tengo dueño, y no permitiré comentarios de ninguna clase. Mucho menos viniendo de él»


Hora y media más tarde entramos con la mujer que me dio la vida y los pequeños Alfonso a la casa.


No hay rastro de padre e hijo, por lo que me encuentro aliviada y ligera de peso.


—¡Al agua pato peques! –grito cantando y palmeando mis manos para animarlos, pero de todas formas sueltan un sonoro “ufaaaa”


Últimamente me he apropiado de los niños. Fue algo que lentamente y sin querer fui haciendo. Primero ayudándolos con la tarea del cole, luego bañándolos, cepillando el cabello de Sara, preparando galletas juntos… hasta que, sin darnos cuenta, llegamos al punto que se meten en mi cama cada vez que pueden, para que les lea cuentos y cantemos canciones de mi niñez.


Concepción no se molesta por suerte, es una joven mujer, que, si bien adora a los pequeños, no deja de sentirse agobiada, por tanto bullicio.


Lleno la tina de uno de los dormitorios de los niños y coloco mucho jabón líquido tal como ellos aman el baño. Uno a uno ingresan, junto a la amplia selección de juguetes, entre los cuales hay patos de goma, Barbies, autos y barcos. Luego que meten todo lo que “necesitan”, comienza la limpieza.
Inicio con el lavado del largo y ondulado cabello de Sara y como es costumbre, me piden que les cante la canción del dragón, la que ya se aprendieron de memoria y los hace reír mucho.



Había una vez, o dos o tres,
un dragón glotón… que tragaba, tragaba, tragaba.
«Y como era tan tragón se comió hasta la letra de esta canción»
Espejito tornillo, ruiditos, pedazos de nubes palabras secretos y besos de hada.


Y a medida que cantamos, el dragón se va comiendo las palabras de la canción, primero los besos de hada, luego los secretos, las palabras, los trozos de nubes hasta que la canción termina. Es una chispeante melodía que divierte y entretiene, adoro hasta el día de hoy ese grupo teatral… cada vez que veía a “Cantacuentos” pensaba cuánto deseaba poder verlos un día junto a mi familia, mis cuatro hijos y esposo. Claro que a Bobby lo tendríamos que dejar en la casa, porque no permiten entrar mascotas en los teatros.


—¡Papito! —grita Felipe al ver a su padre de pie observarnos desde la puerta de entrada del baño.


No me había dado cuenta que se encontraba allí y me sonrojo de solo pensar en sus pobres tímpanos, al oírme cantar. Camina hasta donde nos encontramos y toma asiento en el borde de la tina.


—Permítame —dice mirándome a los ojos con expresión de “algo tramo” mientras toma el shampoo Johnson´s y comienza con el lavado del cabello de Felipe.


Al parecer tiene clara la tarea, ya que el niño y el actúan en sincronía.


No puedo dejar de pensar que nos vemos tal como mi sueño. Lindamente, podríamos ser una pareja que baña juntos a sus dos pequeños hijos.


Acidez, nudo en la garganta y posibles ojos llorosos son mis síntomas en este momento. Tranquila tontita Pau… mente fría y distancia para que la caída no duela tanto.


—Me gustó mucho su canción señorita Pau—comenta sin siquiera mirarme.


Los niños se encuentran enfrascados en sus juegos, y para mi alivio no prestan atención a nuestra charla.


—Sí. Es muy bonita.


—Sabe… yo podría ser perfectamente ese dragón.


«Sonrío»


—No lo imagino como un dragón señor Alfonso, quizás como un ogro sí —. Respondo provocativa.


—Podría ser el dragón que cuide de usted en nuestro gran castillo —. El que robe sus secretos, palabras y los besos dulces de hada que tanto me gustan.


« … »


Esos puntos son las palabras que no me salen.


—¿No le parece señorita Pau?


Por suerte en ese momento entra mi madre seguido del señor Arturo. «Digamos que fui salvada por la campana»


—Mami —saludo agradecida de verla y me pongo de pie para salir del baño. Después de todo ¡es el padre! y puede continuar con la tarea de bañar a sus hijos solito en vez de provocarme y otorgarme falsas expectativas, sobre castillos y besos de hadas.


Saludo al señor Arturo y besuqueo la mejilla de mi madre y salgo del baño rumbo a mi dormitorio, cuando Alfonso sale detrás de mí.


—¡Señorita Pau! —grita —espere por favor.


Freno y cierro los ojos. No creo que sea nada bueno lo que me quiera decir. Pero es toda una sorpresa, cuando sin detenerse toma mi mano y a paso ligero me arrastra por la escalera hasta la planta baja. Pasamos por la sala, seguimos de largo a través de la cocina, donde Rita y Concepción quedan de boca abierta cuando pasa el jefe “arrastrando” a la cocinera de la mano. Y a través del inmaculado jardín, soy llevada hasta el cobertizo donde se almacenan las herramientas.


Rodea la mesa de trabajo y sujetando mi mano izquierda, me obliga a dejarla sobre el rústico tablón.


—No se mueva señorita Pau—ordena mirándome fijamente a los ojos, mientras arrastra las palabras con esa musicalidad en la voz que solo él tiene. Ya no hay rastro del risueño Alfonso que se encontraba hasta hace un momento en el baño junto a mí.


—¡No! —respondo retirando mi mano como si fuera una chiquilla asustada. Pero vuelve a tomarla y de forma un tanto brusca la vuelve a colocar en donde quiere.


Llevada por el miedo, la excitación que tengo o lo demandante de su orden… obedezco. Permanezco con mi mano en el sitio, mientras él voltea y llega hasta el panel de la pared donde se encuentran colgadas las herramientas. 


Casi caigo de culo al suelo, cuando lo veo tomar un gran alicate de corte.


«¿Me va a matar?»


Y maldigo haber visto tantos capítulos de la serie Dexter y Bones. Piensa Pau ¡piensa! ¿Corro, grito o lloro?


Sin pensarlo mucho, parece que la opción tres es la única que nace espontáneamente. «Me largo a berrear»


—¿Me va a hacer daño? —susurro implorando piedad con los ojos, mientras las lágrimas no se detienen.


Pero, para mí horror y sorpresa responde:
—La voy a liberar señorita Pau —y soy recompensada con un beso en mis temblorosos labios


Con una de sus manos sujeta la mía que se encuentra sobre la mesa, mientras con la otra mantiene mi cabeza fija intensificando la presión de nuestros labios unidos. De un momento al otro interrumpe el beso y se concentra en el alicate de corte y mi mano.


Mi mente viaja a películas de la mafia italiana, donde cortaban y enviaban los dedos de los soplones a sus familiares. Pero forcejear, no me está siendo útil. Me
da la espalda, inmovilizando mi brazo bajo el suyo y mi mano en medio. Es imposible ver lo que intenta hacer hasta que lo siento.


«Click»


Un chasquido.


El sonido de un metal roto.


El eco de una pesada cadena caer de mis hombros...


Olor a libertad.


—Listo —expone satisfecho mientras libera mis manos de su agarre. Abro los ojos y lo veo.


Alfonso sostiene mi sortija de compromiso abierta a la mitad en su palma.


Observo su mano con asombro y luego su cara. Repito una y otra vez la acción con incrédula expresión.


—Gracias… —respondo lentamente y soy recompensada con una gran sonrisa.


Camina hasta la salida del cobertizo y abriendo la puerta solicita.


—Pida un deseo señorita Pau.


Voltea para verme y puedo adivinar sus intenciones, por lo que en un instante de espontaneidad y sensata locura respondo:
—Deseo que esto nunca termine.


Me regala una mueca de lado, la cual termina en una gran sonrisa. Al parecer queda complacido con mi deseo.


—Deseo concedido —indica antes de aventar a lo lejos mi anillo.


—Gracias —es lo único que sale de mi boca nuevamente. Y no hace falta más… en dos pasos lo tengo pegado a mí y nuestros cuerpos se unen en un reconfortante abrazo, mientras me levanta del suelo para susurrar en mi oído.


—Pronto serás mía por completo.


Y así me deja. Temblorosa, llena de preguntas sin responder, con la ropa interior húmeda por segunda vez en el día y corazones en los ojitos


ENAMORAME: CAPITULO 16





Me quemo con un trago que doy al café cuando veo bajar a la señorita Pau con un ajustado y desgastado jean.


«¡Aprobado el uniforme!» pienso.


Siempre usando ropa holgada y blusas largas las que no me permitían admirar en su totalidad, su exuberante y curvilíneo cuerpo. Aunque en su recámara tuve el placer de admirarlo sin vestimenta por medio, pero era tal mi furia en ese momento, que me impidió disfrutar de él cómo se debía.


Baja animada junto a su madre, pienso que poner a trabajar en mi favor a alguien de su equipo, será sumamente beneficioso para darle la seguridad que le falta.


—Buenos días —saluda la señorita Pau —¿Qué tal esos cupcakes de limón?


—Delishioshos —responde mi hijo Felipe con la boca llena de migas.


Pau toma una servilleta, y con ella realiza algo que mi madre hacía conmigo. Un cotidiano, pero tierno gesto… moja la punta de la servilleta con su saliva y limpia una mancha de chocolate que mi pequeño tiene en su frente.


Para mi asombro Felipe se deja limpiar sin chistar. Tras retirar la suciedad, acomoda los rubios y lacios cabellos de mi niño y acaricia su mejilla.


—Ahora si quedaste guapo, mi amor.


«¿Mi amor?»


Noto que no lo hace porque esté yo al frente, la relación de cariño que formaron los tres, es admirable. Y no hay un momento, ni una sola milésima de segundo en la que no piense…


«Quiero ser parte de eso»


—¿Café, Silvia? —ofrezco.


—Gracias, querido, me encantaría —responde la “suegra” —pero cuando su hija camina a la cafetera, me pongo de pie rápidamente y me adelanto.


—Permítame —susurro cuando la tengo a un lado y para mi satisfacción, guiño un ojo y ella se sonroja.


«Excelente» pienso como el malvado señor Bearns en la serie de los Simpson.


Desayunamos todos juntos como una gran familia. Como siempre deseé que fuera, con una “abuela” cariñosa y normal. No como la estirada ricachona de mi exsuegra,
gracias a Dios la vieja y mi suegro viven en Alemania, desde que mi mujer murió. Ellos no tuvieron mejor idea, que, tras la muerte de su única hija, hacer el duelo lejos… donde no tuvieran recuerdos dolorosos. Pero olvidaron que mis hijos perdieron a su madre, se marcharon con una frialdad pocas veces vista, y solamente llaman dos o tres veces al año en ocasiones precisas como cumpleaños o Navidad.


Hoy por hoy esa ausencia es refrescante. La simbiosis que tenemos con los niños es tan grande, que no me encontraría a gusto compartiéndolos con esos ricos estirados, y decir “ricos estirados” es un tanto simbólico… porque mi fortuna siempre superó y supera la de ellos ampliamente, solo que prefiero el bajo perfil, pocos eventos sociales, y nada de exponer a los niños en círculos aristocráticos.


Indudablemente, Silvia podría cumplir el rol de abuela para ellos, si algún día la señorita Pau aceptara ser mí…
«¿Qué cojones estás pensando Alfonso?» ¿No es un poco precipitado pensar en casamiento, cuando no te la has ni cogido? Borro ese pensamiento de mi cabeza y me centro en el hoy.


—¿Tienen planes para mañana sábado? —pregunto —porque podríamos salir a cenar todos si les parece bien.


Silvia responde:
—Oh Pedro, ¡qué pena me da!… pero mañana es el casamiento de mi sobrina Natalia, de la que Pau organizó la despedida de soltera, el viernes pasado a la noche.


Observo en silencio a la señorita Pau y ella esquiva mi mirada.


«Me mintió… ¡no tuvo ninguna cita!»


—¿Quién quiere ir por helados? —sugiere Pau intentando evadir su mentira. Pero ¡no se lo permitiré!


—Yooo —gritan mis hijos y su madre a coro.


—¿Por qué no van ustedes, Silvia? y nosotros los seguimos en un momento cuando organicemos el tema del menú de hoy.


Silvia se pone de pie y va por las llaves de su coche. Como la abuela que me gustaría que fuera, toma las manos de los niños y tras comentar a cuál heladería se dirigirán, se marchan dejándome junto a su adorable y mentirosa hija.


Pensar que tomé dos antiácidos mientras la esperaba de su supuesta “cita”. No dejaba de imaginarla montada a caballo del degenerado de André y teniendo sexo sin protección.


—Concepción, ¿podrías ir hasta el supermercado? es que los niños quieren jugo de naranja del que viene en las botellas de los Minions y ya no queda.


—Sí queda, señor, quiere que suba una botella de la despensa.


—Perdón, ¿dije Minions? —Sonrío seductoramente a la chica y retomo —quise decir Jugo de Kung Fu Panda.


—Claro, señor Alfonso, no sabía que existiera, pero ya voy y lo compro.


—Gracias —respondo, mientras entrego un billete para el mandado y veo a la joven desaparecer.


Pau observa todo en silencio, sabe perfectamente que algo tramo.


Como no tenemos mucho tiempo, decido obviarme las formalidades, e ir al grano.


—¿Hoy no va a la oficina, señor Alfonso? —intenta desviar la tormenta que se le viene encima.


—¿Me mintió respecto a su cita, señorita Pau?


Clava la vista en su taza de té y finge un bostezo.


A través del ventanal veo a Rita coquetear con José el jardinero. Ambos están muy entretenidos regando el cantero de flores, mientras conversan y ríen. Creo que entre esos dos hay más que una amistad.


«Perfecto» no están los niños, ni Concepción y Rita se encuentra distraída.


—¿Sí o no? Responda por favor.


—Tal vez —confiesa dubitativa.


—Las opciones eran “si o no” por lo que tomaré eso como un sí. ¿Intentaba acaso ponerme celoso?


—¿Está celoso señor?


—Tal vez —respondo, adentrándome en su juego, pero a punto de dar la estocada final.


—Tomaré eso como un sí, señor Alfonso.


—¿Conoce usted mi dormitorio, señorita Pau?


Me observa algo desconcertada, y frunce el ceño cuando me ve aproximarme.


Finalmente responde…


—No por dentro, señor.


—Perfecto, porque tengo preparado un tour para usted en este momento —manifiesto mientras me agacho y la levanto sobre mi hombro, grita y ríe al principio.


Pero luego comienza a ponerse nerviosa.


Nuevamente pienso… “excelente”


De dos en dos subo los escalones y en grandes zancadas llegamos a mi recámara. Entro y con una patada cierro la puerta.


Sin un mínimo de delicadeza, la deposito en medio de mi cama, y cuando intenta incorporarse, me lanzo sobre ella.


Con mis piernas rodeando sus caderas, sus brazos extendidos y mis manos sujetando sus finas muñecas, es una presa fácil y tentadora.


Aproximo mi cara hasta su cuello y hago algo que llevo tiempo queriendo hacer.


La huelo. Cierro los ojos y aspiro su refrescante y juvenil aroma.


Tal como lo recordaba.


«Coco y vainilla»


—Su piel tiene olor a bizcochuelo señorita Pau… y me tienta probarla — susurro mientras clavo mis dientes en su tierna piel rosa. Gime… la perra lanza un gemido, lo que provoca que mis bolas estén a punto de explotar y mi pija quiera llenarla de semen de una buena vez.


Y eso va a ocurrir, ahora.


Se retuerce y mueve su cabeza de lado a lado evitando mis labios. Finalmente, la atrapo. Estiro y sujeto sus brazos por sobre su cabeza, dejando así su boca más expuesta para mí —Si no me dejas morder y chupar estos labios, tendré que ir en busca de otros —amenazo sugerentemente, elevando una de mis cejas y mirando descaradamente a su entrepierna.


Abre su boca sorprendida para rebatir mi comentario, pero sin previo aviso, sumerjo mi lengua en ella.


Su aliento y humedad me tienen ciego… ya no soy capaz de mantener mis modales de caballero por un minuto más.


Me pierdo, ya no puedo volver atrás. Que Dios me ayude, pero la deseo aquí y ahora. En mi cama, en mi dormitorio, en mi dominio, como el macho que soy y que ella tanto necesita.


Suelto sus manos, pero ahora tomo el centro de su blusa, con una sonrisa de lado y los peores pensamientos en mente, rasgo la delicada tela y ella no hace nada para detenerme.


Su pecho sube y baja agitado, intentando controlar su respiración.


Su brasier blanco es una invitación a lo prohibido, y solo quiero descubrir si su bombacha será a juego.


Desprendo los tres botones de su jean, y de pie, en un rápido movimiento lo retiro.


Efectivamente su tanga es blanca, porque eso es lo que es… una ínfima y delicada tanga blanca. El rosa de su piel, lo blanco y puro de su ropa interior han despertado al ogro y dudo que se calme hasta conseguir sangre de inocentes.


«Y esa eres tú señorita provocadora Pau»


Apoya sus codos en la cama, mientras yo comienzo a deslizar la tanga por sus largas piernas.


Me arrodillo.


—¡No! —pide en un susurro.


Abro sus torneadas y suaves piernas.


—¡Por favor! —suplica.


Se encuentra totalmente depilada, por lo que puedo admirar su pubis, y esos tentadores labios que tanto quiero besar. 


Me mira aterrada, observa como una espectadora lo que estoy a punto de hacer.


Abro sus pliegues con ambas manos, lo hago lento y delicado. Mis grandes dedos separan los petalos de su flor, y mi lengua se abre paso, lamiendo desde abajo hacia arriba.


Emite un fuerte gemido y puedo intuir, que esta mujer necesita sobredosis de cariño. Está muy receptiva y puedo entrever, que en el pasado no fue bien atendida.


Me detengo en su clítoris. Succiono ese rojo botoncito. Su aroma me embriaga, su sexo y su piel lo hacen. Me duelen los huevos a morir, por lo que, en un par de maniobras desprendo mi pantalón, bajo mi bóxer y liberando únicamente mi pija, decido penetrarla.


¡Ya!


Trepo a la cama y subo sobre ella. Enrosco mis brazos en su cintura y me afirmo con ambas manos a su glorioso y redondo culo, luego tomo mi miembro para penetrarla.


Es muy estrecha, y puedo notar que le duele. Pienso en el bobalicón del ex… no solo no la atendía bien, sino que debe tener la pija chica.


«Idiota»


Deja escapar un “ahhh” y yo me hincho de orgullo. «Si mi amor… quiero que goces, quiero que me regales un orgasmo, cielo, y quiero que sea todo mío»


Y así fue, comencé a moverme entrando y saliendo de ella con mi gran longitud, lubricando nuestra intimidad, mientras nuestras bocas no se separaban ni por un instante. Mi lengua y la suya eran una. De esa forma, «en su boca» pude sentir y beber el primer orgasmo que me regaló.


Continuamos, solo me detuve por unos segundos mientras se recomponía, para colocarme un condón y seguir, pero casi al instante, sentí llegar al segundo. Los músculos de su vientre se contrajeron y sus uñas se clavaron con fuerza en mi espalda, esa fue la campana que sonó y soltó al toro que vive en mí interior. Sus uñas que se deslizaban desde mis hombros hasta mi espalda y mis embestidas que crecían. 


Mis caderas subían y bajaban con fuerza, una y otra vez en una furiosa y necesitada danza.


De esa forma me vine. Mejor dicho… nos vinimos. Fue un orgasmo desgarrador para mí… pocas veces una mujer provocó algo tan fuerte en mi cuerpo.


Con su blusa despedazada, las copas de su corpiño salidas de lugar y desnuda de la cintura para abajo nos encontrábamos minutos después.


¿Cómo nos sentimos?


Bueno… supongo que bien. Aunque me hubiera gustado algo de música y champagne para nuestra primera vez. 


Puedo darme el derecho de calificar el encuentro
con medalla y un gran 10 de calificación. Si en aproximadamente siete minutos pude arrancarle tres orgasmos, no quiero ni imaginar todo lo que puede ocurrir en una noche.


—Prometo velas, música y champagne para la próxima.


Lentamente gira su rostro para mirarme. Es tan bella y delicada. Su carita pecosa y su desaliñado cabello me hacen querer poseerla y gritar a todos los hombres del planeta que es mía.


—¿Próxima? —pregunta con sorpresa.


—Si señorita Pau, para la próxima vez que logre atraparla solo para mí.


—No soy presa fácil señor Alfonso y tampoco bebo champagne —creo que está evadiendo un poco el tema.


—Mejor que no beba, aunque reconozco que me gustaría tenerte un poco borracha. Quizás de esa forma logre conocer con exactitud todos tus secretos.


Sonríe y toma asiento en la cama.


¿Se marcha?


La estrecho en mis brazos, impidiendo que se vaya. ¡No ahora! No cuando pensé que tenía la mitad del camino andado.


—Quédate conmigo por favor —. Me encuentro pidiendo, y solo yo sé, que mi pedido abarca más que tan solo un instante. No quiero que se vaya, y seguro me veo como un adolescente enamorado de quince años, con su primer amor. 


Cierra su blusa lo mejor que puede, ocultando sus pechos de mi curiosa mirada y exclama…


—En verdad fue muy bueno… ¡bah! que estoy diciendo, fue estupendo, maravilloso, ¡extraordinario! y me sentí como nunca en mucho tiempo. Pero…


—Pero ¿qué, Pau? —no entiendo a qué quiere llegar con ese discurso… parece el clásico “nosotros lo llamamos” luego de una entrevista de trabajo.


—Pero creo que no fue una buena idea lo que hicimos. Soy tu empleada, acabo de salir de un matrimonio fallido y ni siquiera estoy divorciada.


«¿Cómo?»


No puedo creer lo que está diciendo. ¡La mato!


—Que recién estés saliendo de un matrimonio erróneo, no quiere decir que no puedes hacer el amor conmigo. Que seas o no mi empleada en este momento depende únicamente de ti, y sobre el tema de tu divorcio, yo mismo me encargaré en persona.


Me observa en silencio.


Su hermosa carita pecosa me mira pensativa. ¿En que tendrás la cabeza niña mía? «Pienso» hasta que finalmente habla:
—No te preocupes… yo ya tengo un abogado de confianza.


¡Esto es el colmo! “un abogado de confianza” … Pero entonces, ¿yo qué soy?... Un tipo común y corriente que sirve para sacarse la calentura.


«¡Me siento usado!»


—¿Quieres decir que no confías en mí?


No responde y cada segundo que pasa estoy más furioso. 


Me pongo de pie y comienzo a vestirme. ¡Se terminó! Está bien que me encuentre loco por esta mujer, pero no permitiré el histeriqueo adolescente.


Escucho el sonido del timbre de la entrada principal, sonar una y otra vez insistentemente. Mi mal humor se ha instalado en mi cuerpo y dudo que algo pueda mejorarlo. Todo lo contrario, el molesto timbre lo está fijando cada vez más. De pie retiro el condón, lo anudo y lo dejo en la mesa de luz, subo y prendo mi pantalón y descalzo y en silencio me marcho de mi dormitorio, dejando atrás a la pelirroja mujer que me tiene fuera de eje. La hermosa, simpática y contradictoria señorita Pau.


«Nunca la tendría que haber contratado. Porque era obvio que podía terminar enamorándome de ella»


Ya en planta baja me dirijo a la cocina y en la cámara del video portero, puedo ver el auto de mi padre.


—¿Papá?


Mi padre asoma su canosa cabeza por la ventanilla del automóvil, y con su inmaculada sonrisa, saluda…


—¡Hola hijo! Pensé que no había nadie, ya me estaba por volver.


Busco el mando a distancia del portón y abro. Aún no entiendo qué hace mi padre aquí, y muchos menos qué hace aquí, sin avisarme antes. ¿Estará bien de salud? No es costumbre suya hacer eso. Pero amo al viejo y estoy feliz de verlo. Sobre todo, en este momento en que mi cabeza está hecha un lio. Camino hasta la entrada principal para recibirlo. 


Veo ingresar su Mercedes y estacionarlo debajo de uno de los abedules que hay a lo largo de la entrada. Desciende del automóvil cargando un pequeño bolso de cuero marrón, lo que me indica que la visita se extenderá por unos días.


«Excelente. El hotel Alfonso a tope»


Veamos… en uno de los cuartos de invitados, se encuentra la señorita Pau, en otro su madre, y en mi planta no tengo otro que esté libre.


¿Puedo usar esto para mi beneficio? Me pregunto… y la respuesta no se hace esperar.


«¡Pero claro que sí!»


—Hijo, pero ¿cómo has crecido! —comenta jocoso mi padre, al tiempo que nos fundimos en un cálido abrazo.


—¡Viejo! Qué alegría tenerte por aquí. Los niños van a estar felices.


—¿Dónde están esos peques?


—Fueron por unos helados, en un rato regresan.


Entramos a casa y vamos al punto de encuentro de mi gran hogar. ¡La cocina!


Llegamos a ella y el sol mañanero entra por el ventanal. Rita se encuentra limpiando la heladera y Concepción entra en ese momento, y como era de esperar, con las manos vacías.


Saluda a mi padre con un movimiento de cabeza y luego se dirige a mí.


—Señor… al parecer aún no se encuentra en el mercado el jugo que usted pidió —«Lo sé… no existe tal jugo y lo lamento. Pero sí que valió la pena ese tiempo a solas, con la señorita Pau»


—Gracias Concepción, no te preocupes —. Ella sonríe satisfecha y tomando el cesto de la lavandería se marcha a continuar con sus tareas


—¿Café? —ofrezco a mi padre.


—Por favor hijo, ya estoy necesitando mi dosis de cafeína.


—Y cuéntame… ¿a qué se debe esta encantadora sorpresa? —cargo la máquina con una cápsula y aguardo frente a ella por un capuchino para mi padre.


Conozco de sobra sus gustos, y sé que luego de conducir tantas horas le sentará de maravillas.


—Tenía ganas de verlos. Extraño a los niños y a ustedes. Tú y tu hermano siempre están tan ocupados que se olvidan de este pobre viejo.


—¿Pobre viejo? —largo una carcajada —¡vamos que de pobre tienes poco y de viejo mucho menos! Te la pasas viajando por el mundo con veinteañeras de pechos grandes.


Sonríe melancólico, es la expresión que tiene siempre que piensa en mi madre. Ella se nos fue cuando mi hermano y yo aún éramos unos críos, y tristemente la historia se repitió en mi caso. Al menos mi hermano se salteó la tétrica herencia, ya que opta por la soltería con más de treinta y cinco años. 


Mi padre sopla el vapor de su café al dar un sorbo y este, empaña los cristales de sus anteojos por un momento. Se los quita y comienza a limpiarlos con una servilleta de cocina, cuando escuchamos sonido de pasos y veo a la señorita Pau bajar la escalera con el pelo húmedo, señal de la reciente ducha que ha tomado.


Frena cuando nos ve y mis ojos se encuentran con los suyos llenos de reproches y palabras sin decir.


—Buenos días —saluda con una delicada sonrisa.


—Buenos días –responde mi padre mientras se pone de pie para saludarla. Así es mi padre… sea quien sea es merecedor de su respeto, puede ser el príncipe Carlos o el vendedor de frutas, jamás cambiará sus modales, y eso, nos lo inculcó desde la más tierna infancia… “educación y respeto ante todo, hijos míos, en este viaje todos somos iguales”


Camina hasta Pau y tendiendo su mano se presenta:
—Soy Arturo Alfonso, el padre de Pedro.


Estrechan palmas mientras ella sonríe cálidamente.


— Es un placer conocerlo señor Alfonso, mi nombre es Paula Chaves y soy la cocinera —. Mi padre me observa con asombro y una sonrisa que lo dice todo.


—¿No sabía que tuvieras una cocinera? Y menos una que parezca una modelo.


La señorita Pau se sonroja y rápidamente gira sobre sus talones en busca de su delantal. Se coloca ese sensual y provocador delantal turquesa con lunares blancos y toma un cuenco del aparador. Comienza a colocar harina y levadura instantánea.


—¿Pan casero señorita Pau? —pregunto solo para molestar.


—Pan casero de romero y ajo. Espero les guste, a los niños le ha encantado.


—Suertudos mis hijos que gozan de privilegios exclusivos —. Comento mirando a mi padre y puedo notar la mirada fulminante que me dirige Pau, lo que me hace reír y solo me provoca molestarla más.


Sale de la cocina hasta la huerta de hierbas aromáticas, calculo que va por el romero y mi padre me mira con una sonrisa de lado. Puedo saber lo que viene.


—¿Me parece a mí?… ¿o tú y esa niña están loquitos el uno por el otro?


Tomo asiento junto a él y no aparto los ojos de la díscola mujer que corta ramitas de romero en el jardín de casa.


—Es un poco complicado el asunto papá.


Doy un largo trago a mi cortado y volteo para ver a mi padre que también contempla a Pau.