viernes, 9 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 16





Me quemo con un trago que doy al café cuando veo bajar a la señorita Pau con un ajustado y desgastado jean.


«¡Aprobado el uniforme!» pienso.


Siempre usando ropa holgada y blusas largas las que no me permitían admirar en su totalidad, su exuberante y curvilíneo cuerpo. Aunque en su recámara tuve el placer de admirarlo sin vestimenta por medio, pero era tal mi furia en ese momento, que me impidió disfrutar de él cómo se debía.


Baja animada junto a su madre, pienso que poner a trabajar en mi favor a alguien de su equipo, será sumamente beneficioso para darle la seguridad que le falta.


—Buenos días —saluda la señorita Pau —¿Qué tal esos cupcakes de limón?


—Delishioshos —responde mi hijo Felipe con la boca llena de migas.


Pau toma una servilleta, y con ella realiza algo que mi madre hacía conmigo. Un cotidiano, pero tierno gesto… moja la punta de la servilleta con su saliva y limpia una mancha de chocolate que mi pequeño tiene en su frente.


Para mi asombro Felipe se deja limpiar sin chistar. Tras retirar la suciedad, acomoda los rubios y lacios cabellos de mi niño y acaricia su mejilla.


—Ahora si quedaste guapo, mi amor.


«¿Mi amor?»


Noto que no lo hace porque esté yo al frente, la relación de cariño que formaron los tres, es admirable. Y no hay un momento, ni una sola milésima de segundo en la que no piense…


«Quiero ser parte de eso»


—¿Café, Silvia? —ofrezco.


—Gracias, querido, me encantaría —responde la “suegra” —pero cuando su hija camina a la cafetera, me pongo de pie rápidamente y me adelanto.


—Permítame —susurro cuando la tengo a un lado y para mi satisfacción, guiño un ojo y ella se sonroja.


«Excelente» pienso como el malvado señor Bearns en la serie de los Simpson.


Desayunamos todos juntos como una gran familia. Como siempre deseé que fuera, con una “abuela” cariñosa y normal. No como la estirada ricachona de mi exsuegra,
gracias a Dios la vieja y mi suegro viven en Alemania, desde que mi mujer murió. Ellos no tuvieron mejor idea, que, tras la muerte de su única hija, hacer el duelo lejos… donde no tuvieran recuerdos dolorosos. Pero olvidaron que mis hijos perdieron a su madre, se marcharon con una frialdad pocas veces vista, y solamente llaman dos o tres veces al año en ocasiones precisas como cumpleaños o Navidad.


Hoy por hoy esa ausencia es refrescante. La simbiosis que tenemos con los niños es tan grande, que no me encontraría a gusto compartiéndolos con esos ricos estirados, y decir “ricos estirados” es un tanto simbólico… porque mi fortuna siempre superó y supera la de ellos ampliamente, solo que prefiero el bajo perfil, pocos eventos sociales, y nada de exponer a los niños en círculos aristocráticos.


Indudablemente, Silvia podría cumplir el rol de abuela para ellos, si algún día la señorita Pau aceptara ser mí…
«¿Qué cojones estás pensando Alfonso?» ¿No es un poco precipitado pensar en casamiento, cuando no te la has ni cogido? Borro ese pensamiento de mi cabeza y me centro en el hoy.


—¿Tienen planes para mañana sábado? —pregunto —porque podríamos salir a cenar todos si les parece bien.


Silvia responde:
—Oh Pedro, ¡qué pena me da!… pero mañana es el casamiento de mi sobrina Natalia, de la que Pau organizó la despedida de soltera, el viernes pasado a la noche.


Observo en silencio a la señorita Pau y ella esquiva mi mirada.


«Me mintió… ¡no tuvo ninguna cita!»


—¿Quién quiere ir por helados? —sugiere Pau intentando evadir su mentira. Pero ¡no se lo permitiré!


—Yooo —gritan mis hijos y su madre a coro.


—¿Por qué no van ustedes, Silvia? y nosotros los seguimos en un momento cuando organicemos el tema del menú de hoy.


Silvia se pone de pie y va por las llaves de su coche. Como la abuela que me gustaría que fuera, toma las manos de los niños y tras comentar a cuál heladería se dirigirán, se marchan dejándome junto a su adorable y mentirosa hija.


Pensar que tomé dos antiácidos mientras la esperaba de su supuesta “cita”. No dejaba de imaginarla montada a caballo del degenerado de André y teniendo sexo sin protección.


—Concepción, ¿podrías ir hasta el supermercado? es que los niños quieren jugo de naranja del que viene en las botellas de los Minions y ya no queda.


—Sí queda, señor, quiere que suba una botella de la despensa.


—Perdón, ¿dije Minions? —Sonrío seductoramente a la chica y retomo —quise decir Jugo de Kung Fu Panda.


—Claro, señor Alfonso, no sabía que existiera, pero ya voy y lo compro.


—Gracias —respondo, mientras entrego un billete para el mandado y veo a la joven desaparecer.


Pau observa todo en silencio, sabe perfectamente que algo tramo.


Como no tenemos mucho tiempo, decido obviarme las formalidades, e ir al grano.


—¿Hoy no va a la oficina, señor Alfonso? —intenta desviar la tormenta que se le viene encima.


—¿Me mintió respecto a su cita, señorita Pau?


Clava la vista en su taza de té y finge un bostezo.


A través del ventanal veo a Rita coquetear con José el jardinero. Ambos están muy entretenidos regando el cantero de flores, mientras conversan y ríen. Creo que entre esos dos hay más que una amistad.


«Perfecto» no están los niños, ni Concepción y Rita se encuentra distraída.


—¿Sí o no? Responda por favor.


—Tal vez —confiesa dubitativa.


—Las opciones eran “si o no” por lo que tomaré eso como un sí. ¿Intentaba acaso ponerme celoso?


—¿Está celoso señor?


—Tal vez —respondo, adentrándome en su juego, pero a punto de dar la estocada final.


—Tomaré eso como un sí, señor Alfonso.


—¿Conoce usted mi dormitorio, señorita Pau?


Me observa algo desconcertada, y frunce el ceño cuando me ve aproximarme.


Finalmente responde…


—No por dentro, señor.


—Perfecto, porque tengo preparado un tour para usted en este momento —manifiesto mientras me agacho y la levanto sobre mi hombro, grita y ríe al principio.


Pero luego comienza a ponerse nerviosa.


Nuevamente pienso… “excelente”


De dos en dos subo los escalones y en grandes zancadas llegamos a mi recámara. Entro y con una patada cierro la puerta.


Sin un mínimo de delicadeza, la deposito en medio de mi cama, y cuando intenta incorporarse, me lanzo sobre ella.


Con mis piernas rodeando sus caderas, sus brazos extendidos y mis manos sujetando sus finas muñecas, es una presa fácil y tentadora.


Aproximo mi cara hasta su cuello y hago algo que llevo tiempo queriendo hacer.


La huelo. Cierro los ojos y aspiro su refrescante y juvenil aroma.


Tal como lo recordaba.


«Coco y vainilla»


—Su piel tiene olor a bizcochuelo señorita Pau… y me tienta probarla — susurro mientras clavo mis dientes en su tierna piel rosa. Gime… la perra lanza un gemido, lo que provoca que mis bolas estén a punto de explotar y mi pija quiera llenarla de semen de una buena vez.


Y eso va a ocurrir, ahora.


Se retuerce y mueve su cabeza de lado a lado evitando mis labios. Finalmente, la atrapo. Estiro y sujeto sus brazos por sobre su cabeza, dejando así su boca más expuesta para mí —Si no me dejas morder y chupar estos labios, tendré que ir en busca de otros —amenazo sugerentemente, elevando una de mis cejas y mirando descaradamente a su entrepierna.


Abre su boca sorprendida para rebatir mi comentario, pero sin previo aviso, sumerjo mi lengua en ella.


Su aliento y humedad me tienen ciego… ya no soy capaz de mantener mis modales de caballero por un minuto más.


Me pierdo, ya no puedo volver atrás. Que Dios me ayude, pero la deseo aquí y ahora. En mi cama, en mi dormitorio, en mi dominio, como el macho que soy y que ella tanto necesita.


Suelto sus manos, pero ahora tomo el centro de su blusa, con una sonrisa de lado y los peores pensamientos en mente, rasgo la delicada tela y ella no hace nada para detenerme.


Su pecho sube y baja agitado, intentando controlar su respiración.


Su brasier blanco es una invitación a lo prohibido, y solo quiero descubrir si su bombacha será a juego.


Desprendo los tres botones de su jean, y de pie, en un rápido movimiento lo retiro.


Efectivamente su tanga es blanca, porque eso es lo que es… una ínfima y delicada tanga blanca. El rosa de su piel, lo blanco y puro de su ropa interior han despertado al ogro y dudo que se calme hasta conseguir sangre de inocentes.


«Y esa eres tú señorita provocadora Pau»


Apoya sus codos en la cama, mientras yo comienzo a deslizar la tanga por sus largas piernas.


Me arrodillo.


—¡No! —pide en un susurro.


Abro sus torneadas y suaves piernas.


—¡Por favor! —suplica.


Se encuentra totalmente depilada, por lo que puedo admirar su pubis, y esos tentadores labios que tanto quiero besar. 


Me mira aterrada, observa como una espectadora lo que estoy a punto de hacer.


Abro sus pliegues con ambas manos, lo hago lento y delicado. Mis grandes dedos separan los petalos de su flor, y mi lengua se abre paso, lamiendo desde abajo hacia arriba.


Emite un fuerte gemido y puedo intuir, que esta mujer necesita sobredosis de cariño. Está muy receptiva y puedo entrever, que en el pasado no fue bien atendida.


Me detengo en su clítoris. Succiono ese rojo botoncito. Su aroma me embriaga, su sexo y su piel lo hacen. Me duelen los huevos a morir, por lo que, en un par de maniobras desprendo mi pantalón, bajo mi bóxer y liberando únicamente mi pija, decido penetrarla.


¡Ya!


Trepo a la cama y subo sobre ella. Enrosco mis brazos en su cintura y me afirmo con ambas manos a su glorioso y redondo culo, luego tomo mi miembro para penetrarla.


Es muy estrecha, y puedo notar que le duele. Pienso en el bobalicón del ex… no solo no la atendía bien, sino que debe tener la pija chica.


«Idiota»


Deja escapar un “ahhh” y yo me hincho de orgullo. «Si mi amor… quiero que goces, quiero que me regales un orgasmo, cielo, y quiero que sea todo mío»


Y así fue, comencé a moverme entrando y saliendo de ella con mi gran longitud, lubricando nuestra intimidad, mientras nuestras bocas no se separaban ni por un instante. Mi lengua y la suya eran una. De esa forma, «en su boca» pude sentir y beber el primer orgasmo que me regaló.


Continuamos, solo me detuve por unos segundos mientras se recomponía, para colocarme un condón y seguir, pero casi al instante, sentí llegar al segundo. Los músculos de su vientre se contrajeron y sus uñas se clavaron con fuerza en mi espalda, esa fue la campana que sonó y soltó al toro que vive en mí interior. Sus uñas que se deslizaban desde mis hombros hasta mi espalda y mis embestidas que crecían. 


Mis caderas subían y bajaban con fuerza, una y otra vez en una furiosa y necesitada danza.


De esa forma me vine. Mejor dicho… nos vinimos. Fue un orgasmo desgarrador para mí… pocas veces una mujer provocó algo tan fuerte en mi cuerpo.


Con su blusa despedazada, las copas de su corpiño salidas de lugar y desnuda de la cintura para abajo nos encontrábamos minutos después.


¿Cómo nos sentimos?


Bueno… supongo que bien. Aunque me hubiera gustado algo de música y champagne para nuestra primera vez. 


Puedo darme el derecho de calificar el encuentro
con medalla y un gran 10 de calificación. Si en aproximadamente siete minutos pude arrancarle tres orgasmos, no quiero ni imaginar todo lo que puede ocurrir en una noche.


—Prometo velas, música y champagne para la próxima.


Lentamente gira su rostro para mirarme. Es tan bella y delicada. Su carita pecosa y su desaliñado cabello me hacen querer poseerla y gritar a todos los hombres del planeta que es mía.


—¿Próxima? —pregunta con sorpresa.


—Si señorita Pau, para la próxima vez que logre atraparla solo para mí.


—No soy presa fácil señor Alfonso y tampoco bebo champagne —creo que está evadiendo un poco el tema.


—Mejor que no beba, aunque reconozco que me gustaría tenerte un poco borracha. Quizás de esa forma logre conocer con exactitud todos tus secretos.


Sonríe y toma asiento en la cama.


¿Se marcha?


La estrecho en mis brazos, impidiendo que se vaya. ¡No ahora! No cuando pensé que tenía la mitad del camino andado.


—Quédate conmigo por favor —. Me encuentro pidiendo, y solo yo sé, que mi pedido abarca más que tan solo un instante. No quiero que se vaya, y seguro me veo como un adolescente enamorado de quince años, con su primer amor. 


Cierra su blusa lo mejor que puede, ocultando sus pechos de mi curiosa mirada y exclama…


—En verdad fue muy bueno… ¡bah! que estoy diciendo, fue estupendo, maravilloso, ¡extraordinario! y me sentí como nunca en mucho tiempo. Pero…


—Pero ¿qué, Pau? —no entiendo a qué quiere llegar con ese discurso… parece el clásico “nosotros lo llamamos” luego de una entrevista de trabajo.


—Pero creo que no fue una buena idea lo que hicimos. Soy tu empleada, acabo de salir de un matrimonio fallido y ni siquiera estoy divorciada.


«¿Cómo?»


No puedo creer lo que está diciendo. ¡La mato!


—Que recién estés saliendo de un matrimonio erróneo, no quiere decir que no puedes hacer el amor conmigo. Que seas o no mi empleada en este momento depende únicamente de ti, y sobre el tema de tu divorcio, yo mismo me encargaré en persona.


Me observa en silencio.


Su hermosa carita pecosa me mira pensativa. ¿En que tendrás la cabeza niña mía? «Pienso» hasta que finalmente habla:
—No te preocupes… yo ya tengo un abogado de confianza.


¡Esto es el colmo! “un abogado de confianza” … Pero entonces, ¿yo qué soy?... Un tipo común y corriente que sirve para sacarse la calentura.


«¡Me siento usado!»


—¿Quieres decir que no confías en mí?


No responde y cada segundo que pasa estoy más furioso. 


Me pongo de pie y comienzo a vestirme. ¡Se terminó! Está bien que me encuentre loco por esta mujer, pero no permitiré el histeriqueo adolescente.


Escucho el sonido del timbre de la entrada principal, sonar una y otra vez insistentemente. Mi mal humor se ha instalado en mi cuerpo y dudo que algo pueda mejorarlo. Todo lo contrario, el molesto timbre lo está fijando cada vez más. De pie retiro el condón, lo anudo y lo dejo en la mesa de luz, subo y prendo mi pantalón y descalzo y en silencio me marcho de mi dormitorio, dejando atrás a la pelirroja mujer que me tiene fuera de eje. La hermosa, simpática y contradictoria señorita Pau.


«Nunca la tendría que haber contratado. Porque era obvio que podía terminar enamorándome de ella»


Ya en planta baja me dirijo a la cocina y en la cámara del video portero, puedo ver el auto de mi padre.


—¿Papá?


Mi padre asoma su canosa cabeza por la ventanilla del automóvil, y con su inmaculada sonrisa, saluda…


—¡Hola hijo! Pensé que no había nadie, ya me estaba por volver.


Busco el mando a distancia del portón y abro. Aún no entiendo qué hace mi padre aquí, y muchos menos qué hace aquí, sin avisarme antes. ¿Estará bien de salud? No es costumbre suya hacer eso. Pero amo al viejo y estoy feliz de verlo. Sobre todo, en este momento en que mi cabeza está hecha un lio. Camino hasta la entrada principal para recibirlo. 


Veo ingresar su Mercedes y estacionarlo debajo de uno de los abedules que hay a lo largo de la entrada. Desciende del automóvil cargando un pequeño bolso de cuero marrón, lo que me indica que la visita se extenderá por unos días.


«Excelente. El hotel Alfonso a tope»


Veamos… en uno de los cuartos de invitados, se encuentra la señorita Pau, en otro su madre, y en mi planta no tengo otro que esté libre.


¿Puedo usar esto para mi beneficio? Me pregunto… y la respuesta no se hace esperar.


«¡Pero claro que sí!»


—Hijo, pero ¿cómo has crecido! —comenta jocoso mi padre, al tiempo que nos fundimos en un cálido abrazo.


—¡Viejo! Qué alegría tenerte por aquí. Los niños van a estar felices.


—¿Dónde están esos peques?


—Fueron por unos helados, en un rato regresan.


Entramos a casa y vamos al punto de encuentro de mi gran hogar. ¡La cocina!


Llegamos a ella y el sol mañanero entra por el ventanal. Rita se encuentra limpiando la heladera y Concepción entra en ese momento, y como era de esperar, con las manos vacías.


Saluda a mi padre con un movimiento de cabeza y luego se dirige a mí.


—Señor… al parecer aún no se encuentra en el mercado el jugo que usted pidió —«Lo sé… no existe tal jugo y lo lamento. Pero sí que valió la pena ese tiempo a solas, con la señorita Pau»


—Gracias Concepción, no te preocupes —. Ella sonríe satisfecha y tomando el cesto de la lavandería se marcha a continuar con sus tareas


—¿Café? —ofrezco a mi padre.


—Por favor hijo, ya estoy necesitando mi dosis de cafeína.


—Y cuéntame… ¿a qué se debe esta encantadora sorpresa? —cargo la máquina con una cápsula y aguardo frente a ella por un capuchino para mi padre.


Conozco de sobra sus gustos, y sé que luego de conducir tantas horas le sentará de maravillas.


—Tenía ganas de verlos. Extraño a los niños y a ustedes. Tú y tu hermano siempre están tan ocupados que se olvidan de este pobre viejo.


—¿Pobre viejo? —largo una carcajada —¡vamos que de pobre tienes poco y de viejo mucho menos! Te la pasas viajando por el mundo con veinteañeras de pechos grandes.


Sonríe melancólico, es la expresión que tiene siempre que piensa en mi madre. Ella se nos fue cuando mi hermano y yo aún éramos unos críos, y tristemente la historia se repitió en mi caso. Al menos mi hermano se salteó la tétrica herencia, ya que opta por la soltería con más de treinta y cinco años. 


Mi padre sopla el vapor de su café al dar un sorbo y este, empaña los cristales de sus anteojos por un momento. Se los quita y comienza a limpiarlos con una servilleta de cocina, cuando escuchamos sonido de pasos y veo a la señorita Pau bajar la escalera con el pelo húmedo, señal de la reciente ducha que ha tomado.


Frena cuando nos ve y mis ojos se encuentran con los suyos llenos de reproches y palabras sin decir.


—Buenos días —saluda con una delicada sonrisa.


—Buenos días –responde mi padre mientras se pone de pie para saludarla. Así es mi padre… sea quien sea es merecedor de su respeto, puede ser el príncipe Carlos o el vendedor de frutas, jamás cambiará sus modales, y eso, nos lo inculcó desde la más tierna infancia… “educación y respeto ante todo, hijos míos, en este viaje todos somos iguales”


Camina hasta Pau y tendiendo su mano se presenta:
—Soy Arturo Alfonso, el padre de Pedro.


Estrechan palmas mientras ella sonríe cálidamente.


— Es un placer conocerlo señor Alfonso, mi nombre es Paula Chaves y soy la cocinera —. Mi padre me observa con asombro y una sonrisa que lo dice todo.


—¿No sabía que tuvieras una cocinera? Y menos una que parezca una modelo.


La señorita Pau se sonroja y rápidamente gira sobre sus talones en busca de su delantal. Se coloca ese sensual y provocador delantal turquesa con lunares blancos y toma un cuenco del aparador. Comienza a colocar harina y levadura instantánea.


—¿Pan casero señorita Pau? —pregunto solo para molestar.


—Pan casero de romero y ajo. Espero les guste, a los niños le ha encantado.


—Suertudos mis hijos que gozan de privilegios exclusivos —. Comento mirando a mi padre y puedo notar la mirada fulminante que me dirige Pau, lo que me hace reír y solo me provoca molestarla más.


Sale de la cocina hasta la huerta de hierbas aromáticas, calculo que va por el romero y mi padre me mira con una sonrisa de lado. Puedo saber lo que viene.


—¿Me parece a mí?… ¿o tú y esa niña están loquitos el uno por el otro?


Tomo asiento junto a él y no aparto los ojos de la díscola mujer que corta ramitas de romero en el jardín de casa.


—Es un poco complicado el asunto papá.


Doy un largo trago a mi cortado y volteo para ver a mi padre que también contempla a Pau.







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