lunes, 5 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 6





Corroboro varias veces la dirección en la agenda, antes de cometer un desastre al llegar con mi entrega en la casa equivocada.


La casa… «Si es que así puede llamarse», es una mansión de dos… ¡no, de dos, no!… ¡tres pisos! «Woow»


La verja está tan alejada de la casa, que me canso de solo pensar en caminar esa distancia. Espero tengan de esos carritos de golf para que alguien me traslade.


Ni bien asomo la nariz de la camioneta a la casa, escucho un agradecido… “¡Por fin!”


Observo en todas direcciones buscando el mágico artefacto por el cual me espían y finalmente veo entre la oscuridad de la noche un parlante con cámara entre los arbustos que hay a mi izquierda.


El gran portón se abre en dos, dándome a entender que ingrese con mi coche.


Obedezco.


Guio la camioneta por los metros y metros del exuberante jardín, hasta dar con una hermosa fuente circular. Desciendo y en cuanto estoy por dar la vuelta para abrir la parte trasera, la puerta de la casa se abre y escucho un grito…


—¡Papito ya llegó!


Levanto la mirada, y en la fría y ventosa noche estival, veo a la pequeña niña de rosa, que expectante espera por su fiesta soñada.


Desciendo del vehículo y giro para buscar en la parte trasera las dos grandes bolsas de papel que tengo repletas de pastelillos, además de mi botiquín de emergencias.


Subo la escalinata que da a la entrada principal, y luego de pasar por dos enormes columnas de mármol, traspaso el umbral.


La pequeña criatura se encuentra de la mano de una mucama «deduzco por el atuendo» y con una encantadora sonrisa en la que puedo ver todos sus pequeños dientitos de leche y la ausencia de algunos de ellos, soy recompensada con un gran abrazo.


¡Exacto!


La pequeña ratona bailarina, vestida de pantis blancas, malla de danza rosa y tutú al tono, me estrechó cariñosamente en un abrazo.


Al encontrarme de pie con las manos ocupadas, y la niña rodeando mi cintura con sus pequeños bracitos, me vi en la necesidad de con la mirada, pedir ayuda a la joven mujer que miraba con una gran emoción plasmada en el rostro, la dulce demostración de cariño.


Ella tomó las bolsas y la caja plástica, para que yo pudiera ponerme de rodillas y devolver el tierno gesto que tuvo la niña para conmigo.


Lentamente me puse de rodillas y nos abrazamos con la pequeña Sara como si nos conociéramos de toda la vida.


—¡Feliz cumpleaños! —le dije emocionada al recibir tanto afecto—sin dudas lo necesitaba… un reconfortante y sincero abrazo.


—Gracias —dijo ella mostrando nuevamente su amplia sonrisa.


Su cabello castaño con dos coletas, y su cara pecosa la hacían comestible, y al instante sentí empatía por tan bella criatura. Mis inoportunos ojos se llenaron de lágrimas con una maldita melancolía.


Tras el abrazo, rápidamente me pongo de pie para no seguir poniéndome sentimental y no perder más tiempo en la entrega. Vuelvo a coger las bolsas que había cedido momentáneamente y solamente con un gesto de cabeza agradezco a la gentil dama que sostuvo mis paquetes.


—Sara, ve con las amigas. Y usted señorita sígame por favor —comenta la elegante y uniformada mujer.


Tal como lo indica, voy tras ella.


Pasamos por una gran sala, y cuando digo “gran” es que es ¡enoooorme! Exacto, así… con muchas “o” para que entiendan mejor a lo que me refiero. Calculo que, si no se encontrara en las condiciones que está en este momento, sería muy elegante y sofisticada. Muebles de roble y mármol, grandes sillones de color blanco, candelabro de cristal y biblioteca de piso a techo.


Pero esta noche en ella se ha montado una especie de campamento rosa, varios colchones en el piso con cubres rosa y unas diez niñas vistiendo igual que la cumpleañera, saltan y gritan sobre ellos. Creo que esto solo intensifica para mejor el estilo… no dejo de encontrarlo como una especie de “glamour hogareño”


En una gran televisión se ve a la ídola de la cumpleañera, Angelina Ballerina cantando y bailando junto a sus amigos. A un lado, en una mesa baja, hay vasos caídos con refresco, marshmallow, patatas fritas y salchichas. ¡Por Dios, qué descontrol! «Y eso que me encantan los niños»


Seguimos de largo por un pasillo, donde al final de este, se advierte una puerta vaivén. Al traspasarla lo que veo me asombra, enternece y preocupa en partes iguales.


—Señor Alfonso —digo sorprendida.


El interrumpe su tarea y toma un trapo de cocina para limpiar sus manos, antes de rodear la mesa central de la cocina.


Encontrar al elegante caballero que visitó mí tienda hoy a la tarde, vistiendo un gastado pantalón de mezclilla, con una ajustada t-shirt blanca hace que mis ratones den vueltas al aire y que me replantee muchas cosas.


Ejemplo…: el tirar las bolsas a la mierda, lanzar al hombre sobre la mesada, embetunar su cuerpo de crema rosa y lamer desde el empeine de su pie hasta detrás de su oreja.


Sé que no es buena idea.


¡Ni que fuera a hacerlo!


No soy una ninfómana… «O no lo era antes de ver al señor abogado en vestimenta casual» fue tan solo un pensamiento. Un sucio, perverso y rosa pensamiento.


Sacudo mi cabeza para aclarar mis ideas y deposito los paquetes sobre la mesada. Estrecho la mano que el hombre gentilmente me tiende y noto cómo se me eriza el vello de la nuca.


—Gracias por llegar a tiempo Pau.


—No se preocupe, como dije… Pau alias puntualidad. Y dígame… ¿Qué es lo que está haciendo con los pasteles que compró en mi tienda?


Porque casi infarto al ver uno de mis perfectos y deliciosos pasteles de chocolate aserrado en diagonal y todo resquebrajado.


—Bueno —tose y aclara su garganta —estoy armando el pastel de tres pisos. Por lo que vi en YouTube antes debo rellenar cada uno de los bizcochos.


—Pero, ¿qué fue lo que le hizo ese pobre bizcocho para que usted lo mutile de esa forma?


—¿Mutilar? —pregunta con desconcierto.


—Hágase a un lado, déjeme hacerle RCP a ese pobre bizcochuelo a ver si logramos salvarlo… de lo contrario será pastel de dos pisos. ¿Tendrá un delantal para prestarme?


El pobre hombre se hace a un lado, un tanto desconcertado por mi actitud. Pasa su mano por su rostro denotando cansancio y en silencio, como un niño bueno, rebusca en un cajón hasta dar con un delantal


Es negro y un poco grande para mí, pero no hay otra opción… lo tomo y antes de colocármelo, leo la frase que tiene al frente en color blanco.


“En esta casa manda mamá y cocina papá”


«Tierno» pienso.


Y también pienso que todos los especímenes masculinos buenos, ya están ocupados.


Lo doblo a la mitad y me lo coloco solo de la cintura para abajo, gracias a mi pancita “harinera” es la parte de la ropa que siempre se me ensucia.


Observo el desastre que ha hecho el bello hombre, y es de no creer... ¡lo arruinó por completo!


—Señor Alfonso, ¿por casualidad tendrá Nutella, nueces o almendras y un gran recipiente?


Alfonso rebusca en el refri hasta dar con la deliciosa Nutella, en el armario encuentra un paquete de frutos secos y deposita todo a mi lado junto a un gran bowl de vidrio.


¡Perfecto!... hora de operar.


Tomo lo que queda del bizcocho y comienzo a romperlo dentro del bowl.


—Pero ¿qué hace con el pastel señorita Pau?


Se lo nota preocupado y estresado, por lo que le pido tome asiento en uno de los taburetes que se encuentra junto a mí.


—Usted tranquilo señor… ya verá.


Una vez que deshago todo el bizcocho, coloco el pote de Nutella sobre él y pico en pequeños trozos las nueces, con todo comienzo a formar una pasta compacta y la cubro con film de cocina que encuentro en un lado. Camino hasta el refrigerador y guardo la mezcla para que enfríe.


—En unos minutos ¡tendremos trufas! —explico a Alfonso mientras guiño un ojo.


Tose y yo sonrío. Últimamente encuentro encantador ese gesto suyo de aclarar su garganta antes de hablar.


Tomo el siguiente bizcocho, que gracias a Dios permanece intacto de las manos del papurri y con mi gran cuchilla comienzo a separarlo perfectamente en dos.


Una vez que tengo las mitades prontas, coloco el relleno y superpongo una sobre otra.


Alfonso me observa en silencio.


—Debo reconocer señorita Pau que estoy sorprendido. Nunca pensé que la repostería fuera una tarea tan difícil.


Sonrío.


Seguro es de los que menosprecian el arte de la dulzura.


—La repostería es una ciencia ¿sabe? —Alfonso observa en silencio y con interés… por lo que prosigo —una ciencia exacta, si algo falla, ¡falla todo! Hay que pesar, calcular y medir temperatura. Pero el final… ahhh el resultado es tan gratificante que hace que todo valga la pena.


Camino nuevamente hasta el frigorífico y saco la mezcla que dejé enfriando hace un momento. La transfiero a la mesada y me dispongo a formar bolitas para las trufas, cuando se me ocurre una mejor idea.


—¿Tiene sus manos limpias?


—¿Disculpe? —parece desconcertado por mi pregunta.


—¿Deme sus manos por favor? —duda por un momento, clava sus feroces ojos en los míos y duda… aunque finalmente sucumbe. Me las entrega, y yo volteando sus palmas arriba inspecciono que se encuentren limpias.


El tener las manos de Alfonso entre las mías, es la peor idea que pude haber tenido en toda la noche… son enormes, pulcras y masculinas a la vez. Todo un festín para mis ojitos luego de la obligada castidad que estoy viviendo.


Recalculando «grita mi yo interior con una mano en la cintura y el palote de amasar en la otra»


Imagino a mi yo interior como un poco mafiosa… una especie de alter ego de todo lo que la diplomática y correcta Pau no deja salir fuera. Luego de ver la serie de Netflix “Orange is the new black” la imagino como a Red… ama y dueña de la cocina, con el cabello teñido en un furioso tono ciruela y con un relleno dulce tras la fría coraza de sentimientos.


—Preste atención. Tomamos una cantidad de mezcla y formamos bolitas… luego las pasamos por confite de colores y ¡voilà! Súper trufichispas de chocolate. Ahora es su turno, continúe formando trufas mientras yo termino con el pastel.


—Es que usted lo hace parecer tan fácil, y yo dudo poder hacer algo tan perfecto como eso —señala la pequeña bolita de colores que reposa en el plato.


—No tienen que ser perfectas, solo tienen que ser hechas con amor, créame que su niña estará feliz.


—¡Papá! Sara y las insoportables han roto la lámpara que era de la abuela.


Un niño de unos siete años aproximadamente, vestido con disfraz de Batman entra a la cocina para dar la noticia de la rotura.


Alfonso cierra los ojos, mientras presiona con sus dedos índices fuertemente sus sienes.


—Son tan solo niñitas —. Balbuceo para quitar dramatismo a la situación.


Quita las manos de su rostro, dejando la huella de chocolate a cada lado de su frente. Pienso en los tornillos que tiene Frankenstein y sonrío, gesto que al señor ogro no le gusta para nada.


—¿Niñitas? —grita y se pone de pie —¿niñitas? —camina hasta donde me encuentro y comienza a elevar su tono de voz cada vez más… —esas “niñas” —señala en dirección a la sala —son unas salvajes, que visten tutú como princesitas y se comportan como ¡vándalos!


«Gritaba el estresado hombre»


Pobre… me da pena ver cómo la casa y la fiesta se le escapa de las manos a ese machote alfa.


—Y para colmo de males… ¡la cocinera renunció hoy! —continuó Alfonso con su feroz lamento —eso quiere decir, que tendré que pedir pizza para 13 niños y la casa terminará…


Se interrumpió de golpe.


—Terminará… ¿sucia? —rematé la frase por él.


—Sí… ¡Hecha un desastre! Pero disculpe el descargo que estoy haciendo con usted. Agradezco enormemente todo lo que ha hecho por nosotros. Sara va a estar muy feliz cuando vea el pastel.


Saca la cartera del bolsillo trasero de su pantalón, pero cuando está a punto de tomar unos billetes, elevo mi mano para detenerlo.


Sé que soy una tonta y que rápidamente genero empatía con las personas… pero en este caso es más bien un acto de caridad… siento que no puedo abandonar esta familia en pleno caos. Y para ser sincera, temo por lo que las niñas vayan a comer… ¡Dios bendito pizza congelada, no por favor!


—¿Le gustaría que lo ayudara con las niñas?... porque verá, no solo soy la mejor repostera del condado –guiño mi ojo nuevamente y puedo notar que ese gesto lo incomoda… —también resulta que soy chef.


—Pero usted, ¿no tiene algo que hacer? Es viernes a la noche, y no tengo idea de cuánto puede llegar a durar el asunto.


Hago una mueca con mi rostro.


—Bueno, técnicamente mis planes eran comprar comida chatarra y mirar una maratón de películas románticas. Como bien escuchó hoy a la tarde, mi vida se alteró un pelín. «Hago un gesto con mis dedos índice y pulgar» mostrando lo “poquito” que se alteró mi vida y luego me largo a reír —. Pero al mal tiempo, buena cara — agrego para romper el silencio que se produjo luego de mi comentario —después de todo, ¿quién necesita casa, esposo, trabajo o mejor amiga? Y déjeme decirle algo señor Alfonso… que, como repostero, ¡usted es un excelente abogado!


Ambos reímos y su risa produjo una contracción en mi estómago de lo más inquietante.


—Está usted en lo cierto señorita, la repostería no es lo mío, pero déjeme decirle que en los últimos cuatro años he perfeccionado mi arte en la cocina.


—Eso es muy bueno, sobre todo para su esposa, porque por más que yo ame la cocina, sé que lleva tiempo y con niños pequeños el trabajo se multiplica. Hablando justamente de eso… debo hacerle una pregunta.


—Dirá usted ¿qué quiere saber?


—¿Prefiere que hable con su señora por el menú a preparar para los niños o lo decide usted?


El estado de incomodidad en el que repentinamente se encontró ese hombre, me hizo pensar que mi pregunta no le cayó para nada bien.


—Ella falleció hace poco más de cuatro años.


—¡Cuánto lo lamento!


Fingió una especie de sonrisa y palmeo mi hombro.


—No se preocupe,—suspiró con pesar—los niños están bien, y eso es lo más importante para mí. Sara era una bebita cuando sucedió el accidente. Mi esposa siempre fue una mujer muy independiente, no era la típica mamá que prepara galletas junto a los niños, o se tirar en la alfombra a jugar… ella viajaba mucho por su trabajo y los niños estaban acostumbrados a no verla por días. De hecho, se había mudado con el jardinero de casa dos meses antes del accidente, dejando los niños a mi cuidado. De todas formas, Felipe «el pequeño Batman que acaba de entrar» fue el que más la extrañó, tenía tres años y en su momento hizo un retroceso, volvió a orinarse en la cama, quería usar el chupete de su hermana y estaba enojado conmigo todo el tiempo. Por suerte poco a poco nos fuimos adaptando a la vida de a tres. No fue fácil, pasamos a ser tres en mi cama. Recuerdo que la psicóloga estaba en contra, pero me impuse… ella no fue quien quedó sin madre.


—Entiendo —digo con un nudo en la garganta. Tengo ganas de abrazar a este hombre. Pienso en la tierna imagen de ver a los tres abrazados pasando la noche a la protección de ellos mismos.


La chica de uniforme que me recibió a la entrada, ingresa en ese momento a la cocina interrumpiendo el emotivo momento, viene seguida de un hermoso y gordo cachorro de Labrador.


—Señor Alfonso llegó Micaela y sus padres quieren saludarlo.


—Gracias Concepción, diles que ya voy. ¿Tú podrías sacar a Bobby un momento al parque?… temo que se trepe a la mesa y se haga un festín con el pastel.


—Claro señor… Bobby vamos bebé—dijo Concepción al llamar al perro. Este agitó su trasero y salió feliz.


«Esperen»


¿Dijo Bobby?... ¡mi Bobby!


Por un momento quedé muda. ¿Otra vez?, ¡oh sí! La segunda vez que no sé qué decir en la semana.


Nota mental: ir al médico.


—Pau… ¿me escucha?


Salgo de mi viaje y veo que Alfonso se encuentra próximo a salir de la cocina mientras me habla.


—Sí, aquí estoy señor.


—Haga de cuenta que esta es su casa, le doy libre albedrío en todo, prepare lo que considere más conveniente para los niños.


Y en silencio se selló el acuerdo entre Alfonso y yo, solo asentí como una tonta, y como si fuera parte de la casa, me puse a inspeccionar en detalle el refrigerador y las alacenas en busca de alimentos para preparar.


Veo salchichas ¡perfecto! adoro cortarlas en tercios y luego hacerles cortes longitudinales para que al momento que se pongan a cocinar en el agua adquieran forma de pulpitos, con masa de hojaldre también armaré un par de salchichas en camisa, herviré un pack de huevos de codorniz que hallo; y en un cajón encuentro a mi amada levadura, la tomo y luego la huelo mmm… ¡adoro su olor! Si esto no es una señal, que me expliquen de qué se trata… claramente percibo que el universo quiere que prepare pizza. «Mi especialidad» Seamos sinceros, a los niños les gusta comer con la mano, por lo que considero ideal estas tres preparaciones… ¡manos a la masa!


«Literalmenteotra vez»







ENAMORAME: CAPITULO 5




Estaba a punto de cerrar cuando sonó el teléfono de la tienda.


Me pareció raro el llamado a esta hora. Y atendí a pesar que ya estábamos cerrando. Todo se encontraba oscuro y yo era la única que permanecía hasta esa hora.


Siempre fui la primera en llegar y la última en marcharme, y más ahora que ya no tenía motivo por el cual llegar a casa con prisa.


Aún no comenté nada de la separación a mi familia… es que las mujeres que me rodean pueden llegar a ser un tanto “intensas” por no decir ¡brujas!, y pobre de quien se atreve a tocar a alguien de su clan.


Y fue por esa razón que preferí aguardar un poco antes de dar la ingrata noticia. Ya que considero que las bolas de Ricardo son necesarias para su salud y es probable que se las dejaran como ciruelas pasas si se enteraban de su infidelidad, me prometí dar la noticia cuando me encontrara lo suficientemente estable y “sana” emocionalmente.


La pequeña buhardilla de la tienda pasó de ser oficina a dormitorio. ¡Exacto! Desde que Ricardo me dejó ya no tenía dónde ir, así que me refugié en la que siempre consideré mi segundo hogar… mi amada tienda.


En las noches… cuando los fantasmas se hacen presentes, puedo simplemente bajar a la cocina y experimentar tranquilamente algún nuevo gusto de pastelillo o cobertura.


En casa no podía hacer eso, porque mi querido Ricardo tenía el sueño muy liviano, y a pesar de tener un departamento de doscientos metros cuadrados, el señorito
siempre despertaba ante el mínimo sonido de una cucharilla cayendo al suelo.


«Zoquete»


Ahora sin tienda, también necesitaba conseguir un departamento además de un trabajo. ¡Y de forma urgente!


—Diga.


—Buenas noches —la ronca voz de un caballero con sonido de risas de niños de fondo saludó.


Reconocí la voz al instante, y el apremio que había tras ella.


—Buenas noches caballero, si quiere saber en cuanto tendrá su pedido… déjeme decirle que en 12 minutos exactamente.


—¿Sabe quién habla? —pareció desconcertado con mi saludo.


Pero hay algo claro, si buscaba discutir por mi retraso, no lo logrará. Hoy no, esta semana no y mucho menos en esta vida.


—Por supuesto que sé quién habla, y déjeme decirle que desde chiquita “puntualidad” es mi segundo nombre. Dígale a Sara, que en un momento tendrá su fiesta de Angelina.


Colgué y terminé de guardar los cupcakes en las cajas. 


Tomé mi botiquín de primeros auxilios de repostera, el cual consta de fondant de varios colores, cobertura rosa por si alguna se dañara en el transcurso del viaje, y los detalles que tanto amo de mi profesión y que siempre aplico a último momento, ejemplo: corazones, estrellas o brillantina comestible.


Una vez en la camioneta, conecto el GPS, porque si algo tengo además de ser buena como la perra Lassie atada, es que soy un despiste andante. Seguro que, si la española no me guía, terminaré en ¡México! Convengo que no estaría nada mal, playa de Cancún… yo en una hamaca bebiendo margaritas al sol. ¡Pero no hoy! Una niña me necesita y allí voy.


A la española del GPS me gusta llamarla Manola, y desde que Samantha se acuesta con mi marido y vive en la casa que antes me pertenecía, pasó a ser mi nueva mejor amiga.


«Triste pero real»


Coloco la dirección del papurri de ojos tristes y emprendo viaje. Manola me indica que solo estamos a 8 minutos del lugar. Por lo que me felicito y auto palmeo mis hombros por tanta exactitud al indicar el tiempo de entrega. Pongo música la cual nunca puede faltar en mi coche, y el pendrive me recompensa con una hermosa balada de Alex Ubago.



Si ayer tuviste un día gris, tranquila yo haré canciones para ver si así consigo hacerte sonreír.
Si lo que quieres es huir, camina,
yo haré canciones para ver,
si así consigo fuerzas para vivir...
No tengo más motivos para darte
que este miedo que me da,
el no volver a verte nunca más…


No puedo evitar sentir un dejo de nostalgia por lo que perdí. 


Es lindo saber que alguien espera por ti cuando llegas a casa. Abrir una botella de vino, encender el hogar y hablar sobre cómo fue la jornada de cada uno. Hacer planes, proyectar la vida de a dos y envejecer de la mano. Y es que, por más alegre y positiva que sea, no dejo de pensar ¿qué fue lo que hice mal para que él me cambiara por mi amiga?


En las noches repaso una y otra vez las diferencias que existen entre Samantha y yo.


¿Será porque ella es delgada y coqueta y yo no? Sé que no debería culparme por la estupidez que él hizo, pero por momentos el pesimismo gana la batalla y me culpo.


Me culpo de todo. De mi falta de elegancia, de mi cuerpo, de lo que pudo ser y de lo que no fue. Detengo la camioneta cuando Manola indica que llegué a destino.


Cierro los ojos y descanso la cabeza unos segundos en el volante. Inspiro profundo y luego suelto el aire de golpe. 


Listo, volví a ser yo.


¡Fuera fantasmas!






ENAMORAME: CAPITULO 4





Aún mantenía las manos de Doris entre las mías, cuando un hombre alto, con cabello castaño claro, rostro de modelo y mirada triste, entró.


Usaba un largo sobretodo de cachemir gris y por debajo se podía distinguir un elegante traje.


Ambas miramos en dirección hacia donde se encontraba el caballero, y para mi asombro la viejecita me guiñó un ojo.


«Vieja pilluela»


El misterioso hombre caminó con paso lento, pero decidido, hasta donde nos encontrábamos nosotras.


Se despojó de su sobretodo y depositó las llaves del coche en el mostrador.


Doris sonrió y haciendo un saludo con su mano se retiró del lugar.


—Buenas tardes —saludó el elegante caballero.


¡Hola bombón! « Pensé» pero el profesionalismo, ante todo.


—Buenas tardes señor, ¿en qué puedo ayudarlo? —Y noté claramente, cuando sus ojos me escrutaron de arriba abajo antes de responder.


—Deseo encargar un pastel de cumpleaños –respondió con sus penetrantes ojos fijos en mi –tiene que ser de tres niveles como mínimo y además necesito dos docenas de cupcakes. Todo debe ser de color rosa y tienen que tener zapatillas de ballet negras y estrellas en ellos.


Cogí mi cuadernillo y comencé a tomar notas.


—Bien… ¿para el bizcocho prefiere chocolate o vainilla?


—Chocolate el pastel y vainilla los pastelillos por favor —. Respondió al instante, casi como si lo trajera fríamente ensayado.


No apartaba sus ojos de los míos y mantenía la punta de su dedo índice sobre sus labios, como si su cuerpo estuviera instándole a guardar silencio. Su lenguaje corporal delataba a un soberbio y autoritario espécimen masculino y por alguna extraña razón el sujeto me perturbaba mucho, me ponía nerviosa y eso no era bueno… ¡nada bueno!


—¿Relleno de crema o mantequilla? –retomé, intentando dejar de lado mis locos pensamientos.


—Crema.


El móvil del caballero comenzó a sonar y el atendió la llamada respondiendo un seco…


—Aquí Alfonso.


Mientras el tal Alfonso hablaba por teléfono, me dediqué a diseñar un pequeño bosquejo del pastel para que pudiera verlo y aprobar en cuanto terminara su llamada.


El hombre de sonrisa triste no tenía intenciones de finalizar la llamada por el momento. Fue por esa razón que decidí interrumpir por un segundo su acalorado diálogo, para que de esta forma yo pudiera seguir con mi trabajo y él se pudiera marchar antes que la noche llegara. Seguramente su bella esposa y los traviesos niños lo estarían esperando en casa « especulé con pesar» y es que todos los “buenos” ya están ocupados.


—Tienen que recibir el caso si es enviado por mí… ¡ya es la segunda vez que ocurre! Si nuevamente se ignora una de mis órdenes, buscaré la cabeza del culpable y juro que correrá sangre —. Sentenciaba el hombre con un seco tono de voz, que haría cagarse en los pantalones hasta al más valiente.


—Señor… disculpe, –susurré bajito intentando no molestar.


Nada.


—Señor —repetí, haciendo la seña universal con mis manos para pedir un minuto de tiempo.


Nada de nada.


Toqué su hombro y repetí…


—Señor, solamente necesito saber ¿para cuándo necesita el pedido?


—Para hoy a la noche —respondió como si nada y continuó hablando por teléfono y caminando de un lado a otro.


«¿Para hoy?» tenía que ser una broma. Una muy mala broma.


—Perdón caballero, pero eso no va a ser posible. Tanto los pasteles, como los pastelillos se encargan con un mes de anticipación.


Sin apartar sus ojos de los míos colgó su llamada sin siquiera decir adiós y su mirada me congeló por una fracción de segundos.


—Quiero hablar con el propietario ahora mismo —ordenó.
«Idiota»


—El propietario, o mejor dicho “ la” propietaria está frente a usted caballero, y es ella misma la que le informa que no tendrá pastel para hoy.


—Señorita ¿…? –y entrecerró sus hermosos ojos tras la pregunta.


—Pau.


—Señorita Pau…


—Señora —corregí.


—Señora Pau,—retomó con más calma y mejor disposición—verá… es sumamente importante que consiga el pastel y pastelillos hoy viernes. Mi hija cumple cinco años y se lo tenía prometido desde hace meses, pero por un inaceptable descuido de mi secretaria no se ha encargado. Y en tres horas, tendré la casa repleta de niñas usando tutú rosa y a mi hija llorando desolada porque finalmente no tendrá su fiesta de Angelina Ballerina.


La verdad es que sentí pena por ese hombre, pero más pena me daba pensar en la desilusión que tendría esa niña cuando su padre llegara con las manos vacías.


Te conozco Pau… solucionarás el problema, aunque tengas que cerrar antes el local. Si tan solo la desgraciada de Samantha estuviera aquí, podrías dejar el salón en sus manos y dedicarte a preparar un pastel súper exprés.


—¿Cómo se llama? —pregunté con menos animo de pelea que hace un momento.


—Pedro Alfonso.


—¡No usted! —reí —su niña, ¿ Cómo se llama la cumpleañera?


—Sara.


—Qué hermoso nombre —murmuré más para mí que para él… siempre fue uno de mis nombres favoritos en caso de que algún día la vida me regalara una hija.


—Le propongo algo señor Alfonso, le venderé un par de bizcochos de chocolate, y algo de cobertura de pasteles a la que teñiré de rosa en un minuto. Una vez que llegue a casa, pídale a su esposa que se encargue de armarlo, no es para nada complicado y seguro Sara podrá ayudar. Por mi parte prometo ponerme ya mismo a hornear cupcakes y hacer el intento de llegar a tiempo para que las niñas los tengan para la fiesta.


Pasó su gran mano reiteradamente por su cabello, y no emitió comentario. Miró en ambas direcciones como si esperase a que alguien le socorriera. Luego tomó asiento en uno de los taburetes altos que se encontraban en el mostrador y posteriormente… aceptó.


—Perfecto, deme un minuto que pediré a mis chicos que empaqueten los bizcochos y yo teñiré la crema de rosa.


Mi teléfono comenzó a sonar, y sin darme cuenta de los curiosos ojos que me miraban, contesté la llamada.


—Diga.


Como de costumbre, enganché el móvil contra mi hombro, mientras me disponía a armar unas cajas de plástico corrugado para pastel.


—¿Pau?


—Sí Álvaro, soy yo —respondí sin mucho asombro


El abogado que compartíamos con mi ex me estaba llamando nuevamente.«Sexta llamada en lo que va de la semana» Me pregunto, ahora ¿qué querrá? ya se quedó con el departamento, con la casa de playa, parte de mi ropa, perfumes, calzones y toda su empresa. ¿ Quizás quiera mi coche? ... ¡ah no! ¡Mi camioneta no!


—Quiere mi camioneta ¿verdad? —pregunté sin dejarlo hablar.


El carraspeó y comenzó su discurso.


—Pau… querida, imagino lo difícil que debe ser esto para ti, es que créeme que los aprecio mucho a ambos, y no justifico para nada el proceder de Ricardo.


—Ya Alvarito… ¡suelta el moco de una vez! ¿Qué quiere mi querido e infiel esposo esta vez?


Ni bien termino de decir esa frase, levanto la mirada y esta choca con la de Alfonso. Me molesta que esté escuchando una conversación ajena tan atentamente, por lo que llego hasta la máquina de café y sirvo un copioso, caliente y espumoso capuchino. Giro y para su sorpresa se lo pongo enfrente sobre una delicada servilleta de papel.


—La casa invita —comento mientras doy un guiño.


Asiente en silencio y da un trago a la bebida.


—Quieren el negocio Pau.


Silencio y posible paro cardíaco.


No sé cuál de las dos cosas es más preocupante en mí… ¿que sufra un infarto, o que me quede sin palabras? Porque no tengo precedente de que ninguna de las dos haya pasado por mi cuerpo anteriormente.


—¿Mi negocio? —grité llamando la atención de todos quienes en silencio tomaban café, leían o charlaban con alguien.


—Exacto.


Sostengo el tabique de mi nariz ejerciendo tanta presión como me es posible.


—Mi negocio ¡no! —respondo enérgica—se los compraré.


—Pau, tú no tienes dinero. Ricardo canceló hace un mes las cuentas bancarias que tenían en común.


—Entonces lo incendiaré.


—Eso no es legal e irías a prisión automáticamente.


La realidad es que el abogado tenía razón.


Lo poco que poseía ya no está.


Las palabras se negaban a querer salir. Di un repaso a la gran y cálida tienda y una lágrima comenzó a caer de mis ojos.


—Entiendo —respondí —que se queden con todo. No los necesito.


Di por finalizada la comunicación con un zumbido en mis oídos y muchas ganas de que el día terminara rápido. Todo era un tanto surrealista. En el trascurso de esta semana perdí todo.


—Pau, listos los pasteles —gritaron de la cocina.


Volteé y fui por ellos. Regresé con la bandeja, la deposité a un lado y uno a uno comencé a guardar los tres bizcochuelos de chocolate en las cajas. Un prudente Alfonso observaba en silencio mis movimientos.


Con un estado de agotamiento realmente grande, introduje las cajas en una gran bolsa de papel y la puse sobre el mostrador.


—Son 30 dólares caballero, y por favor déjeme su dirección para poder enviar los cupcakes a tiempo, el costo del delívery es de 12 dólares más.


—No se preocupe… el dinero no es problema.


Soberbio «pensé» y entrecerré mis ojos con desprecio, hoy estaba hecha una araña peluda… ¡y absolutamente todo me molestaba!


—2307 M St NW —dictó rápidamente mientras yo tomaba nota.


—En dos horas estaremos con la entrega en su casa señor –transmití sin apartar mi vista de la computadora.


—¿Se encuentra bien señora Pau? —indagó mientras me veía secar con una servilleta una y otra vez las rebeldes lágrimas que se negaban a dejar de salir.


Fingí una sonrisa «de esa que les doy a mis clientes» y asentí.


—Es solo que… ¡todos los hombres son iguales! —elevé mis hombros y reí —capullos y egoístas. ¡En especial los abogados! —rematé para darle un toque simpático a la situación.


Sonreí y tomé la taza vacía que había dejado el agraciado e insolente hombre sobre la mesa.


El misterioso caballero se puso de pie lentamente, se colocó nuevamente su abrigo y tomó la bolsa de papel que aguardaba frente a él. Sacó un billete de 50 de su bolsillo y pidió que guardase el cambio. Agradecí y para mi sorpresa antes de girar sobre sus talones para salir, dejó su tarjeta junto a la caja registradora.


Luego sin más… se marchó.


En la tarjeta se leía su nombre y profesión: Pedro Alfonso-Abogado.


«Auch» eso sí que fue un golpe bajo.


—¡Perdón! —grite cuando él ya había cruzado la puerta exterior